A simple vista, las ciudades holandesas pueden ser como las familias felices: todas se parecen. Si caemos en la trampa de dejarnos guiar por las casas en hilera de las afueras; la calle comercial con el mismo Etos y Hema en su epicentro; o por las estaciones de tren con la de autobús adyacente y el pequeño Albert Heijn to Go en la entrada, pensaremos que viajar por Holanda no ofrece nada singular y que para qué, entonces, salir de nuestra ciudad si la que está por conocer es prácticamente igual. Den Bosch, o mejor dicho, ‘s Hertogenbosch, que en español es Bolduque, ofrece tantas caras como nombres tiene. Su pasado industrial, su seña ducal y la tradición católica que todavía le caracteriza, imprimen en ella una atmósfera diferente de la de otras ciudades holandesas. Basta pasear una mañana por su casco antiguo o perderse por algunos barrios que quedan fuera de su vieja muralla para darse cuenta de la vida que llenan sus callejuelas, su amplia plaza central o los alrededores de su catedral gótica de culto católico, la más grande del país. En Bolduque la vida se parece algo más a la de las ciudades del sur de Europa. El trompetista, el gallo con botas – que no el gato – y los tres medios hombres, reciben al visitante en su calle principal, que conecta la imponente catedral con el centro de divulgación de El Bosco, el gran pintor universal que dio a conocer su ciudad al mundo entero. Con la misma sorna y el mismo aire carnavalesco, figurillas, placas, citas en esquinas y fachadas lanzan una sonrisa burlona al paseante, recordándole que estamos en uno de los núcleos del catolicismo en Holanda, en una de las ciudades donde tres días al año, sus habitantes aparcan las “normas y valores de la buena sociedad holandesa” y se rinden al pecado tras sus máscaras paganas. Exploramos la ciudad un día fresco de verano, en el que a pesar de las nubes amenazantes, se la ve despertar del largo letargo de este invierno de confinamiento.

Industria, comercio y fiesta

Hace más de ocho siglos, el duque Enrique I de Brabante inició la construcción de una ciudad amurallada a la cual pretendía atraer a ciudadanos acaudalados con la promesa de la exención fiscal, de librarse de pagar tributos por su actividad comercial. Así fue como se fundó ‘S Hertogenbosch, «el bosque del duque», sobre los cimientos que todavía hoy sostienen a los Países Bajos: el comercio, el agua y un pragmatismo religioso al servicio de la prosperidad económica. Una floreciente industria textil y metalúrgica la convirtieron siglos después en una de las ciudades más grandes e importantes del Siglo de Oro, con alrededor de 25.000 habitantes al comienzo del siglo XVI. Por sus callejuelas transitaban mercaderes, tintoreros, curas y cerveceros, mientras la atípica red kilométrica de sus canales interiores servía tanto de vía de transporte de las mercancías como de lugar de baño para sus habitantes, una cloaca abierta a donde iban a parar los residuos y las aguas grises, maloliente y concurrida de todo tipo de alimañas. En este escenario, y entre todos estos honorables ciudadanos, uno destacaba sobre los demás: el pintor Hieronymus Bosch, conocido en español como El Bosco, cuyo arte satírico, surrealista y burlón, de cerdos con toca de monja, pájaros voladores y hombres árbol, fue calificado de hereje por unos y de moralista religioso por otros. Lo que no cabe duda es de que El Bosco supo retratar, a su manera, la vida cotidiana de Den Bosch, próspera y mísera, religiosa y mundana, una huella que todavía hoy permanece muy visible en su casco antiguo.

Tras los pasos de El Bosco

Para recorrer la ciudad histórica conviene comenzar por su epicentro, la catedral de San Juan- Sint Jan en neerlandés -. Construida entre 1350 y 1530, es la catedral de culto católico más grande de los Países Bajos, todavía en activo y un perfecto ejemplo de gótico renacentista, algo poco habitual por estas latitudes. La iglesia ha sido restaurada en varias ocasiones y hoy su interior se puede disfrutar en todo su esplendor, con su nave central de bóvedas ornamentadas y sus capillas adyacentes. El exterior sigue parcialmente en restauración, pero si se llega por la calle Hinthamerstraat, la vista de la fachada es espléndida, aunque la mejor manera de disfrutar de su imponente arquitectura es subiendo a la torre, una actividad que vuelve a reanudarse a partir del 10 de julio y hasta el 31 de octubre. Durante su última restauración hace diez años, el escultor Ton Mooy creó 14 ángeles que se incorporaron a la fachada original, uno de ellos no exento de polémica: se trata de un ángel vestido con pantalón que está haciendo una llamada con un móvil. Según el artista, el teléfono solo tiene un botón y sirve para hablar directamente con Dios. Intencionado o no, el mensaje caló entre la comunidad religiosa y, para los menos creyentes, sirvió para dotar a la catedral de cierto aire contemporáneo, un toque original que hace las delicias de los niños y otros adultos curiosos que se afanan por buscar al angelito entre las múltiples imágenes que decoran la catedral.

La catedral de San Juan desde la calle Hinthamerstraat ©VVV Den Bosch

Si seguimos caminando por la calle Hinthamerstraat llegamos a otra iglesia, St-Jacobskerk, la cual alberga el centro de Arte e Interpretación de El Bosco, visita obligada para conocer la vida y obra de este artista tan original e irreverente. Si lo hacemos en la otra dirección llegamos a la biblioteca de la ciudad, un edificio imponente que muestra un pequeño cartel de madera con el nombre ‘T Geesthuis – la casa de las almas-. Como ella, sobre otras muchas fachadas cuelgan cartelitos con nombres extraños como Gallo con Botas, La Valla Roja o los Tres Medios Hombres. Ilusiones al estilo de El Bosco que cuentan algo sobre la historia de cada una de estas casas, sobre los comercios que fueron o los servicios que prestaron durante los más de cinco siglos que esta calle ha sido una de las arterias principales de la ciudad. Desemboca en la plaza del Mercado – Marktplein- una explanada abierta y luminosa donde se encuentra el ayuntamiento y la oficina de Turismo, esta última en una de las casas de ladrillo más antiguas de Holanda, del siglo XIII. Muy cerca, en el número 29 de la plaza, la vivienda de nombre Sint Thoenis esconde el estudio y taller del padre de El Bosco, pintor como su hijo y donde se cree que el artista cogió el pincel por primera vez.

Tiendas y cafés con sello propio

Perderse por el casco viejo de Den Bosch ofrece una de las experiencias más gratas que esconden las históricas ciudades holandesas. La hegemonía de la bici ha logrado que por sus callejuelas pasen menos coches y que el trajín del día a día solo se vea alterado por el timbre de la bicicleta o por alguna moto que se apresura de vez en cuando o un camión descargando mercancía. Sin motores alrededor, el casco viejo recupera lo que podría ser el ambiente de la época en la que se fundó, con las charlas entre vecinos y paseantes dominando el barullo urbano. Uno de los barrios más agradables para pasear sin rumbo y para disfrutar de esta experiencia es el que se encuentra en la trasera de la plaza del mercado, entre Minderbroederstraat y Schapenmarkt. En este entramado de calles estrechas destaca Snellestraat, por sus cafés acogedores con menús que se escapan de lo habitual y sus tiendas de autor o concept stores. Al comienzo de la calle, en el chaflán donde esta confluye con Postelstraat, se encuentra una de las terrazas más populares de Den Bosch: Nom Nom. Desayunos por diez euros con croisanes deliciosos y hasta las doce del mediodía; un sándwich con ingredientes asiáticos para comer a mediodía o algo más elaborado para la cena, complementan el buen rato que promete su terraza de ambiente tranquilo.

Terraza de Nom Nom, en Snellestraat © A.Mahiques

Más abajo, en la misma Snellestraat se encuentra DIT Eetbar, más atrevido en su carta y divertido en su decoración interior, con una atmósfera de la que resulta difícil salir sin una sonrisa en la cara. Entre las tiendas que salpican esta callejuela las hay de todo tipo, desde una cuidada boutique como Oak hasta la original y novedosa propuesta de Vintage Room – o V. Room -, una tienda dedicada en exclusiva a la iluminación retro, con bombillas y cables que desearías comprar aunque no necesites, o pomos para la puerta o el armario que son auténticas esculturas en miniatura.

 

Plan cultural en la fábrica

Cuando la cultura hereda el pasado industrial de una ciudad, todos salen ganando: los edificios que un día sirvieron para el ferviente desarrollo económico se ponen hoy al servicio del arte y la expresión artística, adquiriendo una nueva dimensión que embellece la ciudad y engrandece a sus ciudadanos. A partes iguales. Si, como ha ocurrido en Den Bosch, buena parte del patrimonio industrial se recupera, si no se deja morir como esqueletos fantasmagóricos de hierro y hormigón, el atractivo que queda es indudable e irresistible. En esta ciudad que creció gracias a la producción de textiles, de cerveza, de cigarrillos, de galletas y fue sede de una de las cadenas de supermercados más importantes del país (De Gruyter), quedan numerosos lugares que antes fueron una fábrica y hoy son centros culturales y tiendas de diseño de primer nivel: los mejores representantes del modernismo o funcionalismo holandés de la primera mitad del siglo XX.

No muy lejos del centro, la que fuera durante siete décadas la fábrica de las conocidas galletas Verkade se ha convertido en el corazón de la actividad cultural de la ciudad. Con dos salas de teatro y cinco salas de cine, atrae a cerca de 300.000 visitantes al año y está abierta todos los días de la semana. La actividad vuelve a bullir en la Verkadefabriek y desde hace 15 años el olor a galleta ha sido reemplazado por los focos y la pantalla grande. Su cafetería es el lugar perfecto para hacer una parada en el camino pero, si el tiempo acompaña, entonces lo mejor es escaparse por la puerta de atrás y pedir mesa en el nuevo restaurante de moda, Costa de Silo. Aquí, varias carpas para protegerse del sol o de la lluvia y arena en el suelo, intentan recrear el ambiente desenfadado y relajado de los chiringuitos de la costa neerlandesa, que sin agua prístina pero sí kilómetros de playa, pretenden teletransportarnos – quizás en vano – a los días de verano del Mediterráneo. Lo impresionante de este restaurante son los silos de la antigua fábrica bajo los que se asienta, moles de hormigón cilíndricas transformadas en lienzos para un arte callejero que inspira y deja con la boca abierta.

En el otro extremo de la ciudad, un garaje que cerró, casi murió y volvió a renacer, nos recibe como templo del diseño contemporáneo. Hablamos de la sede de la tienda de decoración Mister Design, una de las webshops de decoración más conocidas de Holanda, cuyo showroom resulta irresistible tras el escaparate modernista que décadas atrás mostraba modelos reparados de vehículos Ford. Y es que esta fachada es sin duda una de las más imponentes de la ciudad, bautizada como Pompen en Verlouw, el nombre del garaje que durante años dio servicio a la multinacional norteamericana.

Exterior del taller modernista ©Alicia Fernández Solla

Hoy, dos mil metros cuadrados de nave industrial están destinados a la tienda de decoración – a la que merece entrar y curiosear aunque no haya intención de comprar nada – y otros tantos los ocupa el taller y tienda de cerámica Cor Unum, una fundación que desde hace 65 años sirve de lugar de encuentro entre diseñadores de renombre y un grupo entregado de ceramistas y otros artesanos profesionales con dificultades para acceder al mercado laboral. Entrar en su tienda es recogerse en un espacio de tranquilidad y belleza serena con la arcilla como protagonista. También en los bajos de este viejo garaje restaurado se puede disfrutar de un rico café, recreándose en la atmósfera de los turbulentos años treinta.

Museos imprescindibles

Si todavía hay sed de cultura, Den Bosch ofrece tres museos que bien merecen una visita. El de arte Het NoordBrabants Museum, localizado en la que fue la mansión del gobernador real de la región, del siglo XIX, alberga una pinacoteca clásica con obras de Van Gogh y Pieter Bruegel el Viejo pero sobre todo destaca por sus exposiciones temporales, muy cuidadas y atractivas tanto para mayores como para pequeños. Hasta este otoño se muestra una exposición sobre Salvador Dalí, otra sobre Van Gogh y una tercera de la artista Eva Jospin, creadora de impresionantes esculturas de cartón. Junto al NoordBrabants se encuentra el museo del Diseño, otra buena parada para conocer las últimas vanguardias que influyen en nuestro día a día, magistralmente representadas en las creaciones de Maarten Baas, ciudadano ilustre de Den Bosch y uno de los diseñadores más reputados del país. Para los que dispongan de algo más de tiempo durante su visita, muy cerca de la ciudad se encuentra el Monumento Nacional Kamp Vught, el lugar donde, entre enero de 1943 y septiembre de 1944, 32.000 personas, de origen judío, zíngaro, miembros de la resistencia y presos políticos fueron recluidos, asesinados o trasladados a los campos de exterminio nazis de Polonia y Alemania. Esta suerte de campo de concentración nazi levantado por los propios presos, mantiene vivo el recuerdo, junto a Westerbork, en el norte del país, de lo que fue el Holocausto en los Países Bajos y del silencio posterior que en torno a este drama mostraron tanto la Casa Real como los gobiernos sucesivos.

Casas bola

Existe en la periferia de la ciudad del Bosco un barrio que nos sumerge en su jardín de las delicias. Entre canales y placetas con juegos infantiles, inmersas en una estampa común del típico barrio residencial holandés, se alzan sobre los árboles decenas de bolas blancas gigantes. No se trata de arte urbano ni de la última locura megalómana del acalde: estas bolas son viviendas esféricas diseñadas por el escultor Dries Kreijkamp y construidas en 1984. Casi cuatro décadas después no solo siguen en pie sino que todas permanecen habitadas, en su mayoría por parejas o por personas solas. Una de ellas es Jan*, quien en esta bola de fibra de vidrio e inusual arquitectura interior, encuentra su refugio de fin de semana: «Me resulta más acogedor vivir aquí que en una casa cuadrada, dentro uno se siente en un espacio más natural, más propio del ser humano, y eso da tranquilidad y recogimiento» me cuenta mientras se dispone a sacar el cubo de basura a su jardín delantero. Como este cubo, la lavadora y otros electrodomésticos de dimensiones cuadradas se guardan en la entrada, donde todas las viviendas cuentan con un pequeño espacio con ángulos rectos. Al subir las escaleras, la primera y la segunda planta albergan la sala de estar, el dormitorio y un baño. «El único problema es que las viviendas no están bien aisladas y en estos últimos veranos de tanto calor se llega a los 30 grados dentro» explica Jan, quien añade que el ayuntamiento no tiene planes de reformarlas ni de modernizarlas, a pesar de estar muy demandadas.

Foto: Alejandra Mahiques

Las llamadas Bolwoningen pueden visitarse tomando la línea 8 o 9 de autobús que parte de la estación central y bajándose en la parada Bollenveld. Tras caminar unos metros por calles anodinas de cualquier barrio de las afueras se llega a estas 50 casas bola, una oda al espíritu onírico que siglos atrás inspiró al gran artista de la ciudad. Como si del vientre materno se trataran, estas viviendas esféricas cuestionan algo tan intrínseco de la sociedad humana como las casas que habitamos, los ángulos rectos que elegimos construir en cada edificio, en cada calle. Porque podría haber sido de otra manera, y porque nuestras ciudades las hacemos y rehacemos a diario, viene bien replantearse el mundo en el que vivimos a través de iniciativas como esta. Explorar S’Hertogenbosch antes o después de haberse dado una vuelta por las Bolwoningen permite mirar a la ciudad con otros ojos; despedirse de ella con la impresión de que solo la conocemos un poco mejor que ayer y con la certeza de que en Holanda las apariencias engañan: todas las ciudades se parecen, pero cada una de ellas es diferente a su manera.

*nombre ficticio