Aunque la palabra «Bergen» nos traslade a los icónicos fiordos noruegos, basta realizar una rápida búsqueda en Google para descubrir que Holanda alberga, paradójicamente, nada menos que cuatro localidades bautizadas en honor a las montañas. Repartidas en el este, sur y norte del país, cada una de ellas encierra un carácter diferente. Mientras la de Limburgo es un pequeño pueblo sin mayor interés turístico, en Zelanda se encuentra Bergen op Zoom, una de las perlas de la región, con su pasado militar y comercial; y más al norte, en la costa cercana a Alkmaar, un Bergen, homónimo de su hermano noruego, y otro Bergen aan Zee, esconden una identidad íntimamente ligada a las vanguardias culturales de principios del siglo XX. Con aire sureño, uno, y chic burgués, el otro, los dos Bergen más conocidos de Holanda son la perfecta escapada primaveral: dos pueblos cargados de historia, arquitectura, arte y mucha naturaleza.

Bergen y Bergen aan Zee

Aunque a simple vista el pueblo de Bergen se asemeje a otros de alto nivel adquisitivo que salpican la geografía holandesa, como Bussum o Laren, basta bajar del coche y comenzar a caminar para percatarse de que aquí ocurrió algo inusual hace muchos años. Como si retrocediéramos un siglo, el pequeño Bergen retiene la gloria pasada de una colonia de artistas que dejó su impronta de una manera delicada y sin estridencias. Movimientos artísticos como el expresionismo y el modernismo se dejan ver todavía en algunas casas de la avenida arbolada que conecta este pueblo con Bergen aan Zee, en la playa. En el bosque que separa ambas localidades, de imponentes árboles y caminos sinuosos, se esconden desde una imponente villa sobre un lago (Het Oude Hof), una filmoteca en un granero centenario y la joya de la visita: el museo Kranenburgh, con su fusión de estilos arquitectónicos y una colección que rinde homenaje a la Escuela artística de Bergen.

El museo Kranenburgh, en Bergen (Noord Holland). Foto: Alejandra Mahiques

Como una ventana desde la que asomarse al pasado vanguardista de este pueblo, el museo es el punto de partida ideal para conocer la historia de Bergen y disfrutar del entorno natural en el que se emplaza. En sus salas se pueden admirar obras de los artistas de la colonia, como la pintora e impulsora de la Escuela de Bergen, Charley Toorop, el pintor y escultor John Raedecker – autor del monumento nacional de la plaza Dam de Ámsterdam- o la artista de origen judío asesinada en Auschwitz, Else Berg. Entre 1915 y 1925 este grupo de artistas logró influir de gran manera en las vanguardias artísticas de Holanda, con un estilo que se acercaba al cubismo y al expresionismo alemán y que rompía con el impresionismo anterior. Inaugurado en 1993 bajo el nombre de la villa en la que se encuentra, el museo atesora 3.500 obras de estos artistas, una colección que se va mostrando al público a través de originales exposiciones temporales que animan a reflexionar sobre el momento actual mientras echamos la vista atrás, como la actual muestra sobre el diseño, la moda y el arte en los felices años veinte. El Kranenburgh cuenta además con un jardín de esculturas al aire libre y una cafetería de diseño moderno y vistas al bosque.

Desde el museo se puede ir caminando hacia el pueblo, en dirección a la plaza central. Su núcleo urbano resulta diminuto para sus casi 30.000 habitantes. El tipo de comercio: boutiques de ropa; librerías con una selección muy cuidada; alguna que otra de souvernirs y una de alquiler de bicis, nos deja claro que Bergen vive del turismo y del alto nivel económico de sus residentes permanentes. La dueña de La Vie Locale, una tienda de aire francés, con buenos vinos y quesos y un pan recién hecho exquisito, nos explica que, en los meses de verano, el pueblo se llena de turistas alemanes, y durante el resto del año los residentes hacen sus compras diarias en Alkmaar, a siete kilómetros de Bergen.

La vida que transcurre alrededor de su plaza central está dominada por la catedral «en ruinas» (Ruinekerk), la que fue la mayor iglesia de la provincia de Noord Holland durante la Edad Media. Sorprende la fachada de madera de su iglesia actual, enclavada entre los arcos y contrafuertes de piedra de la original. Frente a ella, otra casa llama la atención. Se trata de Het Sterkenhuis, la más antigua del pueblo, del siglo XVII y hoy convertida en pequeño museo sobre la historia de Bergen. Su fachada coqueta de ladrillo, perfectamente restaurada, contrasta con el funcionalismo de la antigua oficina de correos, obra del conocido arquitecto Berlage y hoy convertida en boutique de ropa y accesorios. No se tarda mucho en recorrer el centro del pueblo, concentrado en la plaza de la iglesia y sus calles aledañas, incluso si paramos a tomar algo en el pintoresco café «de los pilares».

Si bien recomendable, visitar el casco antiguo sin más no nos ofrecería una imagen completa de Bergen, ya que la vida de este pueblo transcurre en los salones de sus casas y dentro del bosque. Las calles que discurren hacia el museo Kranenburgh son la consecución de una villa tras otra, muchas de ellas datadas a principios del siglo XX y excepcionalmente bien conservadas. De la misma escuela de Ámsterdam (Amsterdamse School) que la oficina de correos se esconde a las afueras del pueblo una de las viviendas más originales, Villa Meerlhuis, en el barrio Park Meerwijk, diseñada por la arquitecta Margaret Kropholler. Pero sin duda la más conocida es la del escritor Adriaan Roland Holst, apodado el «príncipe de los poetas holandeses». Se trasladó a Bergen en 1918 y allí vivió hasta su fallecimiento en 1976. Por su casa pasaron numerosos artistas y poetas, un lugar de encuentro y de debate intelectual que ha sobrevivido al propio Holst, ya que desde 2017, la bonita villa blanca de techo de paja acoge a escritores que deseen pasar un mes en ella, para inspirarse en su labor creadora. Con esta iniciativa de la fundación holandesa de las Letras, cientos de escritores, muchos de ellos de renombre nacional, siguen contribuyendo a perpetuar la identidad artística y creativa de Bergen.

Si seguimos caminando en dirección a la playa, al pasar el museo y a la izquierda de la carretera, dos pilares de ladrillo flanquean un camino que se adentra en el bosque. Se trata de la entrada a Het Oude Hof, un buitenplaats o villa-palacio del siglo XVII, propiedad de Anthonis Studler van Zurck, un próspero comerciante de la Compañía de las Indias Orientales. S bien la mansión que se conserva hoy en día es del siglo XIX, el diseño original se y la simetría del lugar son anteriores, con el lago a un extremo y un huerto-jardín al otro. Aunque no se puede acceder a la villa -reservada para eventos- resulta muy agradable pasear por sus alrededores, donde a menudo se organizan exposiciones al aire libre, como la actual de fotografía y moda de Carla van Puttelaar. Más allá, al cruzar el puente, aparecen dos caserones más.

Mientras uno de ellos se ha destinado a oficinas – un entorno inigualable para los empleados de estos estudios de diseño y arquitectura – el del fondo, construido en madera y pintado de negro, es un antiguo granero reconvertido en filmoteca. Probablemente uno de los espacios más inusuales para proyectar películas, el Cine Bergen nació hace 25 años con la intención de ejercer de núcleo cultural del pueblo. La proliferación de las salas comerciales, una población local que disminuye cada año y la pandemia no han podido con esta filmoteca, que sigue abriendo sus puertas cada noche de la semana para ofrecer una selección de cine clásico y de autor.

El cine Bergen, una filmoteca en un antiguo granero.

Los amantes de la naturaleza pueden disfrutar además de la kilométrica playa de Bergen aan Zee y de los paseos en bici por sus dunas, un área protegida que culmina con las Schoorlse Duinen, las más altas y extensas dunas del país, de hasta cinco kilómetros de ancho. Si un día no da para descubrir las rutas de naturaleza y las propuestas culturales de esta perla escondida de Noord-Holland, nada mejor que alojarse en el Blooming Hotel, de diseño exquisito, arquitectura de infarto y tranquilidad garantizada.

Bergen op Zoom

A veinte kilómetros de la frontera belga, enclavado en una de las lenguas que conforman el estuario del río Escalda, en Zelanda, se encuentra Bergen op Zoom, una ciudad con el doble de habitantes que su homónimo del norte y rica en historia y naturaleza. Portuaria, comerciante, fortificada, a lo largo de ocho siglos, la identidad de esta localidad se ha forjado a partir de un trajín incesante de gente: de mercaderes que desde el siglo XIII recalaban en su puerto para vender y comprar bienes; de ejércitos invasores, los españoles primero y los franceses después; y de líderes religiosos, protestantes durante la Guerra de los Ochenta Años y católicos a partir del siglo XVIII. El poder económico, militar y religioso se dieron la mano durante cientos de años en esta pequeña localidad, que hoy desprende una mezcla peculiar de culturas neerlandesa, belga y francesa.

La puerta de entrada a Bergen op Zoom, del siglo XIV. Foto: Carlos Corral

Bergen op Zoom se visita mejor si se comienza cruzando su puerta más conocida, la de la prisión (Gevangenpoort), un icono de la ciudad construido en la época medieval -entre 1330 y 1335- y hoy convertido en escape room. La Lievevrouwestraat conduce al centro del casco histórico y va desvelando una arquitectura más afrancesada, de ladrillo pintado en tonos claros, cornisas ornamentadas y fachadas de dos o tres plantas más anchas de lo que es habitual en Holanda. Cafés y pequeños comercios se van sucediendo hasta llegar a las calles concurridas y comerciales, cerca de las cuales se encuentra el monumento más visitado de la ciudad, el Palacio de los Marqueses (Markiezenhof), hoy museo de la ciudad. La exposición permanente es interactiva, con cuadros que hablan, música y una puesta en escena que hace que el visitante se adentre en el día a día de la corte del siglo XVIII. Cuenta la historia del edificio, desde que fue construido en el siglo XV por Jan III, uno de los consejeros del rey Felipe el Hermoso y de Carlos V, hasta su función como hospital militar en el siglo XIX y como barracón después de la Segunda Guerra Mundial. En 1968 se decidió hacer de él un museo y tras una larga y profunda renovación, reabrió sus puertas casi dos décadas después, en 1987. El imponente patio interior, los eventos culturales que alberga y las exposiciones temporales de gran nivel hacen del Markiezenhof una visita obligada en Bergen op Zoom.

Tras una mañana de callejeo y museo, quien quiera darse el placer de disfrutar de una comida de primero y segundo plato, el menú del chef del conocido Gran Hotel de Draak, en la plaza del mercado, satisfará los paladares más exigentes. Ya sea en su terraza, a los pies del bonito ayuntamiento y con vistas excepcionales a la plaza, o en su cuidado interior, el restaurante 1397 es la parada perfecta. Al igual que otras explanadas centrales típicamente holandesas, como la de Delft, la escala reducida de sus edificios, sus fachadas con carácter propio, y la ausencia de coches, hacen de estas plazas la pausa idónea para sentarse a contemplar la belleza de las históricas ciudades de Holanda, antes de continuar paseando por sus calles aledañas llenas de encanto.

Por la tarde, merece la pena explorar los alrededores de Bergen op Zoom. Situado a espaldas del área natural De Brabantse Wal, sus bosques y colinas bajas, a orillas del Escalda, recuerdan el inicio de las Ardenas, al otro lado de la frontera, y en él se esconden todo tipo de actividades para niños así como vestigios históricos renovados con mucha originalidad. Uno de estos lugares es el fuerte De Roovere, construido en 1628 para defenderse de las tropas españolas. Alrededor de las principales ciudades, los holandeses inundaron terreno y levantaron fuertes defensivos en lo que se llamó la Línea Defensiva de Brabante Oriental, una táctica militar que se reprodujo en muchas otras zonas del país. El de Roovere fue uno de los más grandes, situado en una cresta alta de arena, y sirvió para frenar a los españoles, y a los franceses y belgas después. Del fuerte no queda nada salvo la canalización de agua en forma de estrella y la elevación artificial del terreno. Pero tras su renovación en 2010, el espacio cuenta con dos atracciones muy especiales: el puente de Moisés, que atraviesa el canal como si partiera el agua en dos; y el mirador inclinado, que funciona también como teatro al aire libre y al que se puede subir libremente. En el extremo oriental de Bergen op Zoom se encuentran varios puntos de entrada al Brabantse Wal.

El puente de Moisés, en el fuerte Roovere cerva de Bergen op Zoom. Foto: De Roovere

Uno de los más conocidos es el que da acceso al paseo para «pies descalzos» (Blote Voetenpad), una ruta de dos kilómetros y medio para caminar por hierba y arena, única para ir con niños. Pero si estos son de los que buscan emociones fuertes, el parque de tirolinas Klimbos Brabantse Wal ofrece hasta ocho recorridos por los árboles y las alturas del bosque, una actividad que ha sido premiada por la asociación ANWB en 2022 como la tercera más atractiva de la provincia de Utrecht.