Que, en el siglo XVII, el hijo de un molinero pudiera ir a la universidad, dice mucho del lugar en el que nació. Poco importa que el joven Rembrandt apenas fuera a clase, su destino evidentemente era otro. En aquella época, en las Provincias Unidas (predecesoras del actual Países Bajos) solo Ámsterdam rivalizaba en importancia con la ciudad natal del genial artista holandés.

Próspera, dinámica y tolerante, Leiden ya era conocida en gran parte del mundo por la calidad de sus tejidos e iba camino de convertirse en uno de los centros del saber europeo, bastión de la libertad (el lema de su universidad).   Durante el Siglo de Oro, la potente luz de esta ciudad norteña atrajo por igual a ilustres pensadores como Descartes, ricos mercaderes flamencos o refugiados ingleses en busca de un Nuevo Mundo. Todos ellos dejaron su huella en la rica ciudad medieval, cuyo entramado de callejuelas y canales apenas ha cambiado desde 1659.

Pero, pese a tener todos los ingredientes que suelen traer a millones de turistas por estas tierras, a finales del siglo XX, Leiden había perdido gran parte de su lustre y corría el riesgo de convertirse en una ruinosa ciudad de provincias, a la sombra de su prestigiosa universidad.

Un oportuno giro de timón impulsó un proceso en el que, además de sacarle brillo a su cuantioso patrimonio, se apostó por un nuevo modelo urbano: la ciudad monumental reconvertida en atractivo lugar de residencia y hub empresarial, en áreas tan punteras como la biotecnología o la aeronáutica. Su pequeño tamaño (tiene unos 125.000 habitantes) es sólo otro de sus encantos.

Una fórmula que ya ha cautivado a un creciente número de visitantes y nuevos vecinos, al reclamo de sus servicios y excelente ubicación: a diez minutos de la Haya y media hora de Ámsterdam. Y de la que todavía se puede disfrutar sin tener que caminar en fila india por su magnífico casco histórico, salvo en su fiesta más señalada: el 3 de octubre, cuando los locales se sueltan la melena.

Exploramos los principales lugares y relatos detrás del renovado brillo de esta pequeña gran ciudad, que aunque no es indiferente a la fama de su hijo predilecto, se puede permitir el lujo de no depender de ella. Y en la que bullen las iniciativas creativas para recuperar un espacio urbano que deja a la vista 650 años de historia.

La ciudad de las telas: el museo De Lakenhal

Podría decirse que todo empezó en un telar medieval. Con los años el negocio prosperó tanto que en el siglo XV Leiden era la ciudad más grande de los Países Bajos. Dos siglos más tarde se había convertido en el centro mundial de la producción textil y vivía uno de sus momentos más dulces, el Siglo de Oro. Para garantizar la calidad de la marca, en 1640 se construyó un palacio de estilo clásico, en cuya sala principal se seleccionaban los mejores tejidos. Cuando la industrialización y la creciente competencia de otros países puso fin a su liderazgo, el palacio empezó una nueva andadura como museo municipal. Había nacido el Museo de Lakenhal (la sala de tejidos).

Tras una profunda reforma finalizada en 2019, De Lakenhal se ha desprendido por fin del olor a naftalina y es hoy uno de los principales atractivos de Leiden. En parte gracias a la vanguardista construcción que conforma la nueva ala del edificio: obra por la que el estudio Happel Cornelisse Verhoeven ya ha obtenido diversos premios de arquitectura. Pero, en especial, por la restauración de la bella estructura principal, que ha dejado a la vista joyas escondidas, y realzado una colección, que combina obras de arte con objetos y relatos que cuentan la apasionante historia de Leiden. Destacan la sala Rembrandt, dedicada al joven pintor y sus contemporáneos, y el Tríptico del Juicio Final, de Lucas van Leyden, rescatado in extremis de la Pieterskerk (la iglesia de San Pedro) en medio de la ola destructiva que arrasó con los símbolos del catolicismo, durante la Reforma. Sin embargo, una de la obras que más llama la atención del público, es el punzante montaje fotográfico de Erwin Olaf, una escenificación contemporánea de los horrores del asedio de la ciudad por parte de los ejércitos de Felipe II.

Entrada principal del museo Lakenhal. © Karin Borghout

La recompensa de la ciudad sitiada: la universidad

Leiden pagó un alto precio por elegir el bando de los rebeldes en la Guerra de los Ochenta Años. Aproximadamente un tercio de sus habitantes pereció a causa de la hambruna y la peste que se declaró dentro de sus muros. El alcalde van der Werff llegó a ofrecer su brazo derecho a la población para que no se rindieran. Y cuenta la leyenda que una dama holandesa, Magdalena Moons, sacrificó su virtud, pasando la noche con el militar al mando de la guarnición española. Lo que habría proporcionado un tiempo precioso al ejército de mendigos y piratas de Guillermo de Orange que finalmente rescataron la ciudad el 3 de octubre de 1574. Llegaron en barco, tras dinamitar diques e inundar los alrededores de Leiden, tomando por sorpresa a un enemigo mal pagado y poco ducho en artes natatorias. Con estos antecedentes no es de extrañar que este acontecimiento histórico haya dado lugar a una ruidosa fiesta popular, que colapsa el centro cada 2 y 3 de octubre, con música, barras improvisadas en la calles y una feria a la antigua usanza.

Por su heroica resistencia, Leiden obtuvo una recompensa que ha marcado su identidad hasta el día de hoy. La nueva república necesitaba formar dirigentes, abogados, médicos, ingenieros…. Y pese a carecer de tradición académica, la universidad de Leiden pronto se convirtió en sinónimo de excelencia. Por las aulas de la primera universidad de los Países Bajos han pasado personajes tan ilustres como Descartes, Spinoza o Einstein y su nombre está asociado a 16 premios Nobel. Gracias a ella también nacieron grandes museos de talla nacional que convierten a Leiden en la segunda ciudad del país con el mayor número de museos de relevancia, los cuales albergan las colecciones más completas de su genéro: el museo de Ciencia e Historia de la Medicina (Rijksmuseum Boerhaave) – museo Europeo del año 2019 -; el museo de Arqueología y Arte Antiguo (Rijksmuseum van Oudheden); el museo etnográfico nacional (Museum Volkenkunde) así como el de Ciencias Naturales (Naturalis), que el año pasado reabrió sus puertas después de una profunda y espectacular renovación.

El mejor lugar para respirar el ambiente universitario es el Rapenburg, uno de los canales mas señoriales de los muchos que cruzan la ciudad. Un corto paseo desde la estación de tren conduce a esta vía acuática que alberga el edificio de la Academia, el más antiguo de la universidad. Justo detrás se encuentra la entrada del jardín botánico, el primero de los Países Bajos y escenario también de algunas de las primeras clases que se impartieron en la universidad. Pero el Rapenburg no está reservado sólo a las instituciones, muchas de sus elegantes casonas están habitadas por estudiantes. La más célebre probablemente sea la situada en el número 56, encima del mítico Barrera (pocos son los estudiantes y profesores que no hayan tomado una cerveza en este bar). En esta casa perteneciente a Minerva, la primera asociación de estudiantes de Leiden, vivió Erik Hazelhoff, el héroe de la Segunda Guerra Mundial. Su itinerario de estudiante juerguista a soldado voluntario al servicio de su majestad la reina Guillermina, se ha convertido en el Musical más exitoso de los Países Bajos, “Soldaat van Oranje”.

Imagen del Rapenburg, donde se encuentran, entre otros edificios universitarios, el museo Siebold, el jardín botánico y el Museo Nacional de Arte Antiguo (Rijksmuseum van Oudheden). Foto: Alicia Fernández Solla

La ciudad japonesa: la Casa Museo Siebold

Es de sobra conocida la tradición viajera de los comerciantes holandeses que los llevó a recorrer gran parte del mundo cuando los viajes podían durar meses, si no años. Menos conocido es el hecho de que el neerlandés fuese la lengua franca que permitió a los japoneses acceder a la ciencia y la medicina occidentales. El Museo Siebold ilustra con su excepcional colección de objetos, flora y fauna japonesa, esa relación de siglos entre Japón y los Países Bajos, que se forjó en una pequeña isla frente a la bahía de Nagasaki, en la que Philipp von Siebold estuvo destinado como médico de la delegación comercial holandesa. En una época en la que los “demonios extranjeros” tenían prohibido aventurarse fuera del puesto comercial, los viajes de Siebold nos descubren un mundo hermético de tradiciones milenarias. La huella japonesa se siente también en la Universidad, que cuenta en su prestigioso currículo con estudios de lengua y cultura japonesa, o en el Jardín Botánico en cuyas veredas todavía crecen algunos de los árboles y plantas traídas por Siebold.

La ciudad de la llave: La Pieterskerk (la iglesia de San Pedro)

Otro lugar imprescindible para el visitante es la Pieterskerk, a la que Leiden debe su sobrenombre, de Sleutelstad (la Ciudad de la llave), en referencia al papel del santo (patrón de la ciudad) como guardián de las puertas del cielo. Sus orígenes se remontan al siglo XII. Desde entonces este templo ha sido testigo de excepción de la tumultuosa historia de Leiden. El día en que la ciudad fue liberada de su asedio más famoso (no ha sido el único), los Leidenaren se precipitaron hacia su interior para dar gracias a Dios. Costumbre que se sigue practicando cada año, aunque de manera más ordenada y sin el tinte religioso. Pocos meses después, una fría mañana de febrero de 1575, la iglesia acogía el acto fundacional de la primera universidad de las provincias rebeldes. Esta iglesia es además un punto de interés internacional por su relación con ciertos peregrinos ingleses que se instalaron en Leiden a principios del Siglo XVII. En 1620 dejaron la ciudad para embarcarse en el Mayflower… Su principal líder religioso John Robinson está enterrado en la antigua capilla del bautismo, en la actualidad dedicada a estos hombres y mujeres de los que descienden, nueve presidentes de los Estados Unidos, incluyendo Franklin D. Roosvelt y Barack Obama.

Entre la ciudad medieval y el Nuevo Leiden

Hoy como ayer, Leiden tienen uno de los mejores mercados de Holanda. Los sábados, un exuberante despliegue de colores, olores y sabores toma las márgenes del canal, por el que discurren los antiguos afluentes del río Rin. “Fresas de mi jardín”, quesos de la granja, tulipanes, repuestos para la bici, aceitunas aliñadas de mil maneras, …, la lista de productos es larga, casi tanto como las colas que se montan delante de las pescaderías más populares, o de Mamie Gourmande, la pequeña panadería francesa junto al puente de la Karnemelk.

A un paso del mercado, en el encantador triángulo de calles delimitado por el Nuevo y el Viejo Rin, encontramos De Burcht (el castillo), y la Hooglandse Kerk (iglesia de las tierras Altas), la más antigua de Leiden todavía en funcionamiento. Una visita a Leiden no está completa sin haber subido los 63 escalones que dan acceso al Burcht. Esta fortificación circular del siglo XI ofrece algunas de las mejores vistas del casco histórico. Desde sus almenas se vislumbra también el nuevo barrio emergente al norte de la ciudad. La que fuera una zona marginal, y altamente contaminada, ha dado paso a Nieuw Leyden, un barrio moderno en el que las viviendas de protección oficial conviven con casas de diseño, la mayoría fruto de la imaginación de sus habitantes y que ya se ha convertido en lugar de interés para los enamorados de la arquitectura.

Vista aérea del caso antiguo de Leiden, con el Burcht en el centro. Imagen: VVV Leiden

El ejemplo más reciente del ímpetu renovador de Leiden es el Singel Park. Una iniciativa que aglutina los esfuerzos de los Leidenaren y el ayuntamiento para seguir recuperando el fabuloso patrimonio de la ciudad y crear más espacios verdes alrededor del centro, conectando todo el trazado del Singel: el canal circular que marca la frontera con el resto de la ciudad. El resultado es un circuito kilométrico y un parque único, que permite conocer la historia de Leiden desde otra perspectiva y recorrer algunos de sus escenarios más fotogénicos: como el Plantsoen, el precioso parque de estilo inglés o las dos únicas puertas de la ciudad que aún quedan en pie, la Morspoort y la Zijlpoort. La renovación de la ciudad pasa también por su oferta de bares y restaurantes, que ha mejorado considerablemente en los últimos años. Por suerte no ha sido a costa de los locales más característicos. Leiden aún conserva alguno de los cafés que copan la lista de los más gezellig de Holanda. Un concepto de difícil traducción que se asocia con acogedor pero que también se puede aplicar a pasar un buen rato con amigos en un típico café como De Bonte Koe (la vaca manchada) o tomar algo en una de las animadas terrazas flotantes del Nieuwe Rijn.

Para repostar

Paco Ciao
Escondido tras una fachada burguesa, este café restaurante es conocido por sus originales recetas y la cuidada ambientación entre bohemia y colonial. Por su ubicación entre la estación de tren y el museo de etnología, es perfecto para un desayuno antes de empezar el recorrido o una cena a la luz de las velas camino de casa.

Bar Lokaal
Esta moderna versión del típico bistró francés destaca por su cocina mediterránea a lo Yotam Ottolenghi: deliciosamente simple. Ocupa una esquina privilegiada del casco antiguo de Leiden junto a la iglesia Hooglandse (uno de los mejores ejemplos del gótico neerlandés).

Woo Ping
Uno de los clásicos de Leiden es este restaurante chino, de ambiente familiar, situado en una de las callejuelas que conecta la Breestraat con el barrio latino (los alrededores de la Pieterskerk). La extensa carta puede resultar abrumadora. No se corten y pidan ayuda. Sandra es una excelente anfitriona.

Bistrot Noroc
Como si de un pequeño bistro francés se tratara, este encantador restaurante se encuentra en una de las callejuelas que desembocan la Pieterskerk. En él se puede disfrutar, también a mediodía, de platos caseros elaborados por su dueño, un chef muy amable que te hace sentir a gusto desde el primer momento. Perfecto para quedarse a pasar un largo rato tras hacer las compras de sábado en el mercado semanal.

La Diva
Situado en una de las calles más interesantes en cuanto a propuestas gastronómicas se refiere (cocina thai, eritrea, española…) se trata de otra joya escondida que no defraudará ni al comensal más exigente. A medio camino entre la alta cocina y la buena mesa de un restaurante mediterráneo, no hay que dejarse intimidar por sus aires en ocasiones escesivamente finos: aquí se come y se bebe muy bien, con un menú cerrado y siempre original.

Tabú
Para los nostálgicos de la cocina latina, desde hace unos años Leiden cuenta con este restaurante/coctelería quizás demasiado generalista – algo de Perú, México, Cuba, España…- pero muy recomendable, donde poder disfrutar de unos ricos tacos con un mojito bien fresco en su espectacular terraza, a orillas del Witte Singel, uno de los canales más bonitos de la ciudad.

Flores y algo más

Fiori
Una especie de mini cueva de Ali Baba floral en el interior de una típica casa holandesa. Especializada en ramos de original diseño.

Jacob’s
Repostería holandesa de estilo tradicional confeccionada por uno de los mejores obradores de Leiden.

Van Manen
Esta tienda, en una de las calles de moda, agrupa tres conceptos muy diferentes pero bien avenidos: artículos modernos y funcionales para vestir la casa, pequeños objetos de regalo (desde calcetines felices hasta joyas) y las deliciosas hogazas de pan de la cadena Vlaamsch Broodhuys (la Casa del pan flamenco).

Het Klaverblad
Enfrente de Van Manen, uno no puede abandonar esta calle sin entrar, aunque sea para echar un vistazo, a este tienda de cafés y tés, la más antigua del mundo. Desde hace 250 años, Het Klaverblad vende café y té premium cuidadosamente seleccionado y al peso, de la misma forma que lo hizo su fundador cuando a finales del siglo XVIII empezó a importarlo a través de la Compañía de la Indias Orientales (VOC).

Velvet
Esta tienda de música con direcciones repartidas por todo el país atrae a millenials y nostálgicos casi por igual. Discos de vinilo, series de culto y el ocasional concierto de algún artista local son alguno de los atractivos.