En sus más de veinte de años dedicado al paisajismo, Peter Veenstra ha sido testigo del cambio social que se ha producido en torno a la percepción de la naturaleza. Si lo verde está ahora de moda, desde lo que cocinamos hasta la decoración de nuestro salón, cuando él se licenció en arquitectura paisajista por la universidad de Wageningen, su especialidad no era la prioridad de casi ningún proyecto urbanístico. Hoy, esta mayor aceptación se topa con el reto creciente de trabajar en terrenos que se están secando, en entornos olvidados de ciudades que necesitan pulmones verdes urgentemente. Desde Róterdam, la de LoLa, su estudio, es una auténtica pelea contrarreloj para devolverle a la naturaleza el espacio que merece.

Usted es cofundador de LoLa Landscape Arquitects, el estudio que creó en 2006 con dos compañeros de carrera y que no ha parado de crecer hasta contar hoy con 36 empleados entre sus sedes de Róterdam y Shenzhen (China). ¿Qué significa LoLa?
LoLa se refiere a Lost Landscapes, y define a lo que nos dedicamos: recuperamos entornos degradados, en cualquier lugar del mundo. La competición por el uso del terreno es permanente y como expertos en paisajismo, buscamos lugares donde las condiciones de la tierra no sean tan atractivas para, por ejemplo, la actividad agrícola, pero con potencial para convertirse en un espacio público interesante. A menudo son territorios muy secos, poco fértiles, en países como España o Israel, dos lugares donde estamos trabajando.

En Madrid se centrarán en el Bosque Metropolitano, una iniciativa con la que se pretende crear todo un cinturón verde alrededor de la ciudad. ¿Cuál será su aportación?
Así es, cuando surgió el proyecto, ya estábamos trabajando en otras partes de España, en el norte del país, en la provicia de Burgos, asesorando a una empresa de reforestación para lograr una mayor biodiversidad en sus plantaciones de árboles. A través de ellos llegó la oportunidad de participar en el concurso para diseñar este cinturón verde en su parte noroeste, y la propuesta que presentamos un grupo de empresas y nosotros resultó ganadora. Se llama «Tiempo de Silencio» y se trata de una estrategia de forestación que garantiza resultados en cada etapa, trabajando con las condiciones locales y teniendo en cuenta el potencial económico y de ecología local que el bosque tendrá para esta zona de Madrid. Los retos mayores para definir un bosque así son la sequía, el calor y la contaminación.

Ustedes están detrás del SingelPark de Leiden, una iniciativa parecida al bosque metropolitano con la que ya se está creando todo un cinturón verde alrededor del casco antiguo de la ciudad. ¿Está satisfecho con la ejecución del proyecto?
En este caso nosotros elaboramos todo el proyecto, desde cuántos parques habría, el concepto de cada uno de ellos, hasta los seis puentes que había que construir para conectar este cinturón. Trabajamos bastante con la agrupación ciudadana de Amigos del SingelPark. Parte del proyecto ya se ha completado pero todavía queda bastante. En este momento estamos trabajando sobre todo en la zona de la fábrica de harinas (De Meelfabriek), donde se construirá una zona residencial y comercial y en la que nosotros nos encargamos de los jardines y de los espacios públicos. Entre otras ideas pendientes está la de crear una piscina climatizada al aire libre en el norte del SingelPark, calentando el agua a través de la energía geotérmica restante de los invernaderos que hay entre La Haya y Róterdam (Westland), y que está previsto que abastecezca a Leiden en el futuro. Es un proyecto en marcha.

Hablando de plantar árboles, ¿es la reforestación la gran solución al cambio climático?
Como arquitectos paisajistas estamos constantemente estudiando y midiendo cómo podemos adaptar nuestro entorno para que responda mejor a los cambios que ya se están produciendo. Plantar árboles es sin duda una buena solución para atrapar el CO2, y por eso buena parte de nuestro trabajo se centra en la reforestación. Pero también en este enfoque se encuentran malos ejemplos, normalmente los que pretenden responder a la promesa electoral de un político que promete millones de árboles en unos pocos años. Para levantar un bosque rápidamente se suelen usar sólo especies de árboles de crecimiento rápido, lo que provoca una monocultura en los bosques que en muchos casos no resiste el paso del tiempo. Se plantan demasiados árboles demasiado rápido, a menudo de la especie errónea en el lugar equivocado. Y al final un buen porcentaje se muere. Las razones por las cuales no sobreviven son múltiples. Una de ellas es que los árboles, después de ser transplantados, no se riegan, se dejan ahí a la espera de que crezcan solos y muchos no logran adaptarse bien. Se ha aprendido de esto y en muchos lugares se plantan mucho más jóvenes para que el árbol arraigue mejor en ese determinado tipo de tierra, aunque en un primer momento no parezca el bosque que muchos esperan encontrar.

«Se plantan demasiados árboles demasiado rápido, a menudo de la especie errónea en el lugar equivocado»

 

¿Cómo logran convencer a las autoridades de esta necesidad de ir poco a poco?
Es complicado, sobre todo porque en estos terrenos degradados y tan secos las plantas crecen todavía más despacio. Insistimos en la importancia de tener en cuenta todas las fases en un proyecto tan largo. Cualquier bosque, en los primeros veinte años, no será espectacular. Entiendo que la gente espere que un árbol le dé sombra, como es lógico, pero para eso se necesita tiempo.

Tradicionalmente, la plantación de árboles siempre ha estado vinculada a la producción de madera, a una funcionalidad mayor que la de crear un espacio natural. Actualmente existe una mayor concienciación de los problemas a los que se enfrenta nuestra sociedad pero el riesgo es que estas iniciativas verdes se centren demasiado en ser la solución. Muchos de los bosques que se plantan hoy en día tienen como única función la de capturar el dióxido de carbono. Para lograrlo se utilizan especies, algunas modificadas genéticamente, específicamente destinadas a este propósito, porque son muy buenas captando el dióxido de carbono. Y de nuevo, acabamos teniendo una monocultura que no favorece la biodiversidad. Crear entornos naturales significativos va más allá de la resolución de un problema, deben inspirar, deben permanecer en el tiempo y deben incorporar múltiples valores que son esenciales para todos. Esto es lo que hace falta ahora, tanto en las afueras de Madrid como en otras plantaciones remotas. Porque un bosque restaura un ecosistema pero al mismo tiempo crea un nuevo lugar de esparcimiento y de recreo y sirve como un impulsor económico. Este enfoque más amplio es el camino.

Peter Veenstra, en un momento de la entrevista, en la sede de LoLa en Róterdam. Foto: Alicia Fernández Solla

¿En qué partes del mundo se pueden observar buenos ejemplos en esta dirección?
La Unión Europea ya está haciendo mucho en este sentido, en varios ámbitos, desde bosques urbanos hasta la integración de iniciativas de reforestación en el sector agrícola. Porque parece increíble pero si se lograra, por ejemplo, plantar árboles en los límites de gran parte de las plantaciones agrícolas del centro de Europa se resolvería el problema de emisiones de CO2 de todo el continente. Seguiremos necesitando las grandes plantaciones de árboles, y en este sentido se está desarrollando un algoritmo para crear biodiversidad a gran escala, algo que sería imposible hacer de forma manual. Plantar árboles será algo que en un futuro podrán realizar robots, a los que se les indicará con total precisión donde colocar cada uno. Todo ello junto al ambicioso objetivo de plantar un árbol por cada ciudadano europeo. Yo formo parte del equipo asesor y en este momento estamos desarrollando las directrices y normas para implementarlo.

Aunque aumenta la concienciación social, parece imposible lograr un aumento de la biodiversidad sin reducir nuestro nivel de consumo. ¿Qué opina usted?
Si pienso en mi país, el reto enorme que tiene Holanda es que debe disminuir su producción agrícola y ganadera. Se nos olvida que esta última es totalmente dependiente de la importación de soja de América Latina, el alimento básico de los animales. Y las plantaciones de soja eran antes extensiones de selva. Holanda es uno de los principales responsables de la pérdida de biodiversidad en el mundo entero. La selva tropical es la que juega, sin duda, el papel más importante en la absorción de dióxido de carbono, y por eso Indonesia y Brasil son los países donde el problema de deforestación es más grave. En Europa el número de árboles va aumentando poco a poco, mientras que en estos países es al contrario. Paralelamente a parar la deforestación allí, hay que tomarse en serio la reforestación en continentes como el nuestro y regular el impacto que nuestras acciones aquí tienen allí.

«Holanda es uno de los principales responsables de la pérdida de biodiversidad en el mundo entero»

 

¿Cómo ha cambiado la percepción social sobre el medio ambiente en las décadas que lleva usted dedicado al paisajismo?
LoLa lo fundamos tres estudiantes de la universidad de Wageningen, y cuando empezamos a estudiar a finales de los noventa, el discurso medioambiental actual ya estaba muy presente. De hecho, nuestros estudios son fruto de él. Pero a pesar de tener mucha importancia, el paisajismo en la arquitectura se veía como algo friki y alternativo, era la época de los grandes rascacielos, de un fuerte desarrollo económico, y nosotros representábamos la cara más amable de nuestra profesión. Esta percepción ha ido cambiando y ahora hay un entusiasmo generalizado hacia los espacios naturales, lo verde está de moda, y de repente hay soluciones estrella para problemas globales. Cuando este movimiento ha calado en todas partes, nosotros, los arquitectos paisajistas, ya miramos a la biodiversidad y al medioambiente desde otra perspectiva que no es la del principiante, más abierta y multifuncional. Cuando hablamos de sostenibilidad hablamos de crear entornos que inspiran para las generaciones futuras, no sólo de reducir las emisiones. Los bosques juegan un papel esencial en nuestra cultura, como lugares de misticismo, de cuentos y de folclore. Es un espacio vital único para desarrollar nuestra imaginación, y así también debe considerarse al crear un proyecto de reforestación, más allá del pensamiento productivo y funcional. Este siguiente paso en el cambio de mentalidad ya se va produciendo poco a poco.

En otros lugares del mundo de naturaleza exuberante el acceso a ella es más restringido que el que puede haber en las ciudades holandesas a otra naturaleza más intervenida y menos rica, pero cercana y segura. ¿Qué reflexión hace sobre esto?
Así es, la naturaleza en Holanda es más accesible pero menos especial que en otros muchos lugares del mundo, porque el país está totalmente intervenido y apenas hay espacios de flora espontánea. En Bogotá trabajamos hace unos años en una ruta de montaña cerca de la ciudad: para sus habitantes la naturaleza se considera un lugar peligroso, por el que transita menos gente, donde es más fácil que te roben o algo malo te ocurra. Y es que al crear rutas en espacios naturales, hay que asegurarse de que estas se transitan y se frecuentan a menudo. Aquí y en cualquier otro sitio del mundo. La seguridad la da el no caminar solo por un lugar inhóspito. En Holanda, la experiencia que uno puede tener con la naturaleza no es espontánea pero es segura, porque es muy evidente: en cada parque o bosque hay un camino para los paseantes y otro para las bicis, que están permanentemente transitados, por lo que es muy probable que no estés solo. Esto hace que se pueda explorar libremente y sin miedo. Para las rutas por la montaña en Bogotá tuvimos que instalar casetas de vigilancia cada 500 metros, con el fin de garantizar la seguridad de los visitantes. Por el contrario, a pesar de la seguridad, aquí todo está diseñado, el suelo está totalmente parcelado y casi todos los bosques han sido plantados por el hombre. Por eso, aunque el acceso es mayor, la calidad de nuestra naturaleza no es todo lo buena que podría ser.

¿Podría ser mucho mejor?
Sí, absolutamente. Los holandeses convivimos con el eterno dilema de racionalizar cada metro cuadrado mientras soñamos con la naturaleza salvaje. Vivimos en un territorio tan pequeño que, una vez intervenido, ya no se puede dejar de actúar sobre él, ya no se puede esperar que la naturaleza se encargue de autoregularse libremente. Tenemos que aceptar que somos parte de los ecosistemas naturales y que los alteramos con nuestra mera presencia. En mayor o menor medida todos están influidos por la acción humana. Lograr encontrar un equilibrio entre el uso que hacemos de la tierra y el desarrollo de la naturaleza es algo que poco a poco se está implementando en lugares como Oostvaadersplassen y eso es una buena noticia. Son procesos largos. De Biesbosch es un ejemplo fantástico de cómo con los años, la naturaleza se ha reestablecido hasta algo muy parecido a lo que fue, y donde el que va puede tener una experiencia de conexión con la naturaleza bastante profunda.

Según declaró usted en otra ocasión, la naturaleza es el lugar donde lo inesperado acontece.
Así es, y por eso yo diría que para percibir la naturaleza holandesa hace falta un ojo entrenado. Paseando sin más, a la mayoría de la gente estos instantes se les pasa por alto, por mucho que el experto o el ecólogo se afane en mostrárnoslos, es una naturaleza que acontece a una escala muy pequeña. Para poder disfrutar de espacios naturales de mayor calidad en Holanda hace falta reimpulsar la red nacional de espacios naturales (Ecologische Hoofdstructuur), una iniciativa que arrancó en los noventa pero que se frenó hace diez años por falta de interés político. Ahora parece que vuelve a cobrar protagonismo. Con ella se prentende conectar las áreas naturales del país creando, por ejemplo, corredores para la fauna, en lo que se entiende como la nueva naturaleza, un término acuñado aquí y que ha trascendido a toda Europa con los proyectos de «rewilding» para devolver la fauna y la flora salvaje al continente. La idea de fondo es muy parecida a la que se ha utilizado en otro proyecto, el Zandmotor, una iniciativa increíble que tiene muchísimo potencial. Básicamente se trata de trabajar con los procesos que se originan de manera natural para conseguir un propósito, en este caso, el de proteger a la costa holandesa de la subida del nivel del mar. Desde hace décadas la manera de lograrlo ha sido vertiendo arena en las dunas de la costa con grandes camiones. El Zandmotor hace lo mismo pero a través de un proceso dinámico por el cual se deja que sean las corrientes marinas y el viento las que hagan el trabajo de repartir la arena que se vierte de manera artificial. Después de diez años, el experimento ha funcionado. No sólo protege la costa sino que ofrece más experiencias a los que la visitan, como lugar de recreo o para hacer deporte. Y esto ha sido posible gracias a modelos de predicción muy complejos, un ejemplo muy bueno de «high-tech meets low-tech«. En mi opinión, ahí es dónde residen soluciones muy prometedoras, cuando la alta tecnología se pone al servicio de la naturaleza.

En este sentido su libro sobre los diques holandeses resulta muy interesante, en él habla de cómo los 43 diferentes tipos de diques pueden tener más usos además del de proteger a la población.
En los Países Bajos, nueve millones y pico de personas podemos vivir donde vivimos porque los diques nos protegen del mar. Los diques más antiguos, junto con los más nuevos, forman parte del paisaje de Holanda, que es único en este sentido, y por eso merece ser más protegido y desarrollado. Los kilómetros de diques dibujan líneas por todo el país que embellecen el paisaje y hacen que sea menos monótono. Nosotros creemos que esta red, además, puede ser el lugar donde crear más áreas recreativas, se puede potenciar mucho más. El libro pretende mostrar esta riqueza, y al mismo tiempo en LoLa hemos trabajado imaginando cómo debemos proteger el país del mar en un futuro más lejano. Porque ecólogos y otros expertos están alertando de que, debido al calentamiento global, existe una alta probabilidad de que en doscientos años el nivel del mar haya subido seis metros, una altura que nuestros diques ya no podrán contener. Incluso si se lograra, todavía quedaría el grave problema de los ríos, que no podrían desembocar de manera natural en el mar por lo que se produciría un desbordamiento del agua en toda la red de canalización del país.

Y es aquí donde surge su idea de construir, en los próximos siglos, una cadena de islas frente a la costa holandesa. Cuéntenos sobre esto.
Observando las predicciones sobre la subida del nivel del mar, que aseguran que esta se producirá de manera muy lenta pero constante, nuestra propuesta no parece tan surrealista. Las proyecciones, prolongadas al año 2200, nos indican que en caso de cumplirse, provocarían la desaparición de los Países Bajos. Puede parecer mucho tiempo pero si nos paseamos por el centro de gran parte de las ciudades holandesas veremos muchos edificios con más de dos siglos de antigüedad. Estos cascos urbanos fueron construidos hace tiempo y hoy siguen en pie, algo que no pasará dentro de otros dos siglos con las ciudades holandesas actuales. Por eso nos parece importante proyectar nuevos núcleos urbanos teniendo en cuenta este largo período de tiempo. Si no lo hacemos así podemos estar seguros de que dentro de dos siglos las ciudades que levantamos hoy no existirán. Además, para frenar el desbordamiento de los canales, Holanda tendría que construir un sistema de drenaje que bombeara ese agua constantemente, un agua que además se salinizaría porque al no poder desembocar en el mar se mezclaría con él, acabando con la tierra fértil. Depender de este drenaje es un riesgo que, a día de hoy, nos parece inasumible. Con este escenario en mente, en LoLa ideamos un nuevo mapa del país en el que la mitad del territorio se inunda, concretamente toda la región del Randstad; la primera línea de protección, las dunas naturales, permanecen, y en ellas se desarrolla una mayor urbanización integrada con espacios naturales; el motor ecómico se traslada a islas artificiales construidas frente a la costa, a partir del territorio remanente de las ciudades actuales, y toda la población se desplaza a las ciudades del interior, desde Nijmegen hacia Brabante, donde la tierra está por encima del nivel del mar.

El plan B ideado por LoLa para los Países Bajos dentro de dos siglos. Imagen: LoLa Landscape Architects

Hablamos de un escenario plausible pero totalmente hipotético, porque a doscientos años vista no vamos a planear cómo será Holanda en detalle, no tiene sentido ya que cada cambio ocurrirá poco a poco. Pero sí ha servido para promover un debate en torno a ello, donde se han implicado otros estudios de paisajismo y la universidad de Wageningen, aportando sus ideas sobre el futuro del país a largo plazo. Cómo serán de serios estos efectos del calentamiento global y cuánto podemos anticiparnos son algunos de los aspectos que se están estudiando. Y hay dos maneras de aproximarse a esto: con un enfoque más rudimentario de ir paso a paso, ajustando lo que sea necesario según se vayan produciendo los cambios; o con otro más radical, en el que se asuma que ir poco a poco no es la solución y se proponga una reconversión total del modelo de desarrollo urbanístico y de infraestructuras. Nosotros creemos que los dos enfoques deben tenerse en cuenta. Tanto a la hora de construir un nuevo barrio residencial como una nueva línea ferroviaria o un área industrial, tiene todo el sentido pensar en esta subida del nivel del mar, edificando en terrenos más altos, adelantándose así a lo que parece inevitable.

Volviendo al paisaje holandés, esta vez a los jardines y parques urbanos. ¿Tenemos los que vivimos aquí suficiente espacio público ajardinado?
Ahora más. Creo que esto está cambiando bastante. En Holanda son muchos los jardines y parques que se han abierto al público después de pasar siglos en manos privadas. Me sorprende lo bien que se han llevado a cabo estas iniciativas públicas y es tremendamente positivo. En Friesland por ejemplo, con el diseñador Piet Oudolf hemos renovado un jardín que antes fue privado. Su dueño no tuvo hijos por lo que antes de morir decidió transformarlo en un parque público con la misión de ofrecer a la gente un lugar de contacto con el arte y la naturaleza. Y estas acciones las vemos por todo el país. Es muy enriquecedor.

Sin duda, porque la impresión que uno tiene al llegar a Holanda es la de que todos buscan tener su jardín particular, del tamaño que sea, y se echan de menos más espacios verdes colectivos ¿a qué cree que se debe este rasgo cultural?
Somos protestantes, lo que sin duda puede influir en esta idea de vivir de puertas hacia dentro. En un artículo leí acerca del comportamiento en público y de cómo influye la tradición religiosa. En nuestro caso, sentarse en un banco, sin más, no está bien visto, porque significa que esa persona o está desempleada o es vaga. A los holandeses nos gusta comportarnos de manera intachable frente a los demás, y «no hacer nada» no es aceptable. Solo si todo el mundo no hace nada se tolera, y es entonces cuando ocurre este fenómeno de los parques que parecen playas en cuanto sale un rayo de sol, con hordas de gente tumbadas en cualquier parcela de césped.Y esto me lleva al segundo motivo y es el clima: no solo hace malo a menudo sino que el tiempo es imprevisible, así que socializar al aire libre depende mucho de que se pueda. Por eso el flujo constante de vida social en espacios públicos apenas existe. Dicho esto, hay que señalar que esto está cambiando, en primer lugar porque cada vez hace menos frío – en 2050 tendremos aquí el clima de Burdeos, y en Madrid el de Marrakech – y en segundo lugar, gracias a la influencia de otras culturas que llegan a través de la inmigración. El uso que cada uno hace de la ciudad viene determinado también por cómo la ha vivido anteriormente, en su país de origen. Ya se ve en otros aspectos culturales como la gastronomía: solíamos tener la peor cultura culinaria del mundo, y gracias a estas influencias vamos mejorando.