Aunque lleva más de dos años al frente de una de las pinacotecas más importantes del país, Martine Gosselink ha empezado a notar el pálpito real de esta icónica institución hace apenas dos meses, cuando se ha abierto al público sin restricciones. Ha sido también el momento de celebrar el segundo centenario de este museo tan peculiar, pequeño de tamaño pero con una de las colecciones de arte del siglo XVII más preciadas del mundo. En la Mauritshuis se exponen unas 800 obras de maestros como Rembrandt, Vermeer o Potter, un viaje al pasado que se percibe en los lienzos y se siente en cada sala, estancias de la mansión que un día perteneció a un príncipe y duque neerlandés, controvertido personaje por su activa implicación en el comercio de esclavos. Desde el balcón del edificio modernista adyacente a la mansión, sede de las oficinas del museo, contemplamos con Gosselink los imponentes arreglos florales que decoran la fachada original. Mientras invitan al visitante a conocer los bogedones que forman parte de su actual exposición In Full Bloom, sirven también para celebrar la vuelta a la normalidad del sector cultural en Holanda, al tiempo que nos recuerdan cómo el arte sigue siendo el fino hilo que conecta los tiempos pasado, presente y futuro a través del simple acto de contemplar la belleza.

Usted asumió su cargo de directora de la Mauritshuis días después de que este cerrara sus puertas por la pandemia, ¿cómo recuerda aquel comienzo?
Empecé el 1 de abril y fue muy extraño no poder conocer al equipo en persona. Algo que me encanta de trabajar aquí es que es un museo pequeño, con unas 120 personas en plantilla y 150 voluntarios, un número mucho menor que el Rijks, de donde yo venía. Somos como una gran familia, nos conocemos y sabemos de nuestras vidas. Pero arrancar aquí sin tener ocasión de disfrutar de este contacto directo y personal fue horrible. Pasó un año hasta que sentí que podía respirar tranquila, hasta que logré conocer a todo el mundo, saber cómo funciona el museo en todos sus aspectos y verlo con su afluencia habitual de visitantes. Fue demasiado tiempo.

Por otro lado, el museo superó esta época bien, gracias al apoyo de sus cuatro fundaciones principales (el proveedor de servicios financieros NN Group, la lotería Vriendenloterij, antes BankGiro, el Gobierno y la Sociedad Rembrandt, fundación dedicada a preservar las obras del artista). El ministerio de Cultura nos dio mucha financiación extra y el resto también apoyó en todo lo necesario, contamos con una base financiera muy estable y eso es una circunstancia privilegiada, sin duda, y muy extraordinaria.

Echando la vista atrás, los Países Bajos ha sido uno de los más restrictivos a la hora de cerrar museos e instituciones culturales durante los distintos picos de la pandemia, ¿cree que el Gobierno lo ha hecho bien?
No entendíamos por qué en otros países los museos permanecían abiertos y aquí no, intentamos dejárselo claro a nuestro Gobierno pero no hubo manera. Fue muy frustrante. Pero sobrevivimos y aprovechamos estos años para preparar nuestro aniversario a lo grande.

Doscientos años de la Mauritshuis, y han decidido sacar su colección a la calle…
Así es, queremos compartir con todo el mundo el arte que hay aquí dentro y llegar a la gente que vive lejos del museo y que no suele venir a visitarnos. Hemos sacado nuestra colección a la calle, en cinco murales de arte callejero que se mostrarán en La Haya en los próximos meses y con los que queremos dar a conocer nuestra colección al mayor número posible de personas, porque el arte es de todos. Con este mismo espíritu hemos desarrollado otras colaboraciones con otras disciplinas artísticas, como la grabación de singles de grupos de música muy diversos, inspirados en nuestra colección, y la producción de un libro, Pen Meets Paint, en el que 200 escritores de todo el mundo escriben sobre una obra de la Mauritshuis. Varias editoriales nos tomaron por locos pero la que apostó por la idea logró reunir en tres semanas a doscientos autores de renombre, desde Margaret Atwood hasta Arnon Grunberg o Isabel Allende, todos dispuestos a escribir sobre uno de nuestros cuadros. Estamos muy orgullosos con el resultado. Este verano también exponemos la obra de 16 grandes fotógrafos, entre ellos Anton Cobijn, Erwin Olaf o Rineke Dijkstra, a los que les hemos pedido que creen una nueva obra a partir de una clásica de nuestra colección. Todas las iniciativas de este aniversario se centran en la misma idea de inspirar y de compartir. Y en otoño tendremos aquí una exposición de diez obras de la colección Frick de Nueva York, algo excepcional ya que estas nunca viajan, tal y como dejó estipulado en su testamento sir Henry Clay Frick (1849-1919). Aprovechando que están renovando el edificio y que las obras tienen que ser trasladadas a otro lugar, la Mauritshuis acogerá las obras del siglo XVII más espectaculares de esta colección, entre las que se encuentra el autorretrato más impresionante de Rembrandt, que realmente deja sin palabras. Será la primera y única vez que estas obras podrán disfrutarse aquí en Holanda.

Libro Pen meets Paint, editado por la Mauritshuis con motivo de su 200 aniversario. Foto: Alicia Fernández Solla

¿Cuál es el perfil del visitante de la Mauritshuis?
Solía ser el de una persona mayor de cincuenta años, pero eso está cambiando gracias a la labor que hacemos para atraer al público más joven. Ya no tenemos anuncios en prensa y otros soportes tradicionales, todo nuestro márketing lo hacemos en las redes sociales. Y está funcionando, la gente que nos visita cada vez es más diversa, desde escolares hasta chicos y chicas jóvenes.

¿Puede un museo como la Mauritshuis ser políticamente incorrecto y cuestionar el mundo actual a riesgo de ser censurado por la opinión pública?
El arte es de todos y para todos, por eso no tememos a la opinión pública. Si nos referimos a atreverse con temas delicados que puedan dar lugar a críticas, sí, lo hacemos: el año que viene tendremos una exposición sobre arte robado, algo que sigue hiriendo. Y el mismo nombre de este museo es cuestionable hoy en día. La gente pregunta por qué seguimos llamándolo Mauritshuis si sabemos que Johan Maurits (1604-1679) fue un conde y príncipe que estuvo muy involucrado en el comercio de esclavos en África y Latinoamérica. En otros casos no hace daño cambiar el nombre si este se refiere a un personaje del pasado colonial, se ha hecho con colegios, puentes o calles, pero esto es diferente porque esta es su casa, la que él mismo construyó. Es un hecho histórico que no podemos olvidar y que nos obliga a hablar de Johan Maurits, tenemos que hacerlo porque forma parte de nuestro pasado. Él fue quien allanó el camino para que los holandeses comenzaran con el comercio de esclavos, después de conquistar dos grandes fortalezas portuguesas en la costa occidental de África. En medio del debate que hubo en aquella época sobre si entrar en este pujante negocio o no, él jugó un papel muy importante en la historia de nuestro país, se enriqueció comerciando con personas de manera ilegal, y gracias a ello también pudo construir esta casa. Nosotros tenemos el deber de contar esto a nuestra audiencia.

Antes de llegar a la Mauritshuis usted ha sido durante años la responsable del departamento de Historia del Rijksmuseum. Sobre este revisionismo histórico del que estamos hablando, sobre el pasado colonial y la esclavitud ¿qué papel juegan los museos de arte clásico?
En Holanda hay millones de personas con un pasado familiar vinculado al colonialismo, a los cuatrocientos años de relación con las antiguas colonias, como mis padres, por ejemplo. Pero mi generación creció con unos libros de texto en los que no se leía absolutamente nada negativo sobre este periodo, crecimos con una visión de nuestra historia propia del siglo XIX, en la que se crearon héroes nacionales por doquier -todos ellos del siglo XVII- porque el país sintió que los necesitaba. Esta perspectiva olvidaba la otra parte del relato, que no pretende sustituir del todo a la anterior sino completarla. A la gente que cree que con este revisionismo se pierde la parte bonita y romántica del antes llamado siglo de Oro les decimos que no es así, que podemos seguir disfrutando de las maravillosas pinturas de aquella época, estar orgullosos de ellas, mientras las contextualizamos en una narrativa más amplia y completa. Como historiadora del arte e historiadora también no puedo pensar en una obra sin su contexto, van de la mano.

¿Qué opina de la tendencia actual de hacer de la visita a un museo una experiencia sensorial que implique mucho más que la contemplación de un cuadro y en la que a menudo se reduce el contenido informativo?
Por sorprendente que parezca, hasta hace unos meses en la Mauritshuis no había ni un panel infomativo, ni un texto explicativo. Es un poco arrogante por parte de un museo pensar que sus visitantes conocerán las historias clásicas, bíblicas y otras que se representan en los cuadros sin más información que la de una pequeña cartela mencionando el título y el autor. Estamos produciendo ahora estos paneles y, además, en nuestra app ofrecemos una audioguía con tres niveles de información. El contexto es, por tanto, fundamental, pero hay que saber dosificarlo, porque sabemos que un visitante está concentrado durante los primeros 45 minutos de su visita, después necesita mucha más energía para seguir atento. En ese tiempo debemos saber guiarle por las obras más importantes manteniendo su atención en todo el recorrido. El 40 por ciento de los que entran se quedan más tiempo y un buen número decide no usar audioguía y dejarse llevar; por eso, para ellos, es importante que tengan algo de información disponible en la sala acerca de lo que ven.

Sala del museo con el cuadro de Paulus Potter, El Toro (1647). Foto: Ronald Tilleman/ Mauritshuis

La Joven de la Perla se ha sometido a un estudio exhaustivo durante dos años que ha revelado muchos datos novedosos, ¿se puede saber todavía más acerca de esta obra? ¿quedan preguntas sin responder?
No sabemos cuánto no sabemos de algo. En el caso de La Joven de la Perla, hemos descubierto, por ejemplo, que tenía pestañas y que estas han desaparecido con el tiempo. También hemos sabido más acerca de la composición de los pigmentos, del rojo intenso de sus labios logrado gracias a la pasta que se obtenía de triturar unos insectos llamados grana cochinilla, procedentes de México. En breve comenzamos otro proyecto de restauración de la obra El Toro, de Paulus Potter. El cuadro fue robado por los franceses y llevado al Louvre en 1795. Adoraban el cuadro, por ser un lienzo tan grande sobre algo tan vulgar como un toro y por su aparente realismo. Cuando los holandeses quisieron traerlo de vuelta, el cuadro sufrió muchos daños, lo que ha provocado diversas restauraciones. Con esta última esperamos descrubrir más datos y mejorarlo, algo que haremos a la vista del público.

Restaurar de esta manera es una tendencia reciente, ¿qué persiguen los museos con ello? ¿Por qué restaurar frente a los ojos de tanta gente?
Es algo que a los visitantes les gusta observar, y nos parece que aporta valor y transparencia a nuestro trabajo. La Mauritshuis fue uno de los primeros museos en llevar a cabo una restauración pública, a La Joven de la Perla, a finales del siglo pasado. Pero además diría que hay algo más profundo: restaurar una obra maestra es como jugar a ser Dios. Cuando le pedimos a los 16 fotógrafos que eligieran una obra sobre la que producir una nueva, ninguno se decantó por La Joven de la Perla. Sencillamente porque no se atreven, porque es demasiado grande – en sentido figurativo-, el simbolismo y el significado que encierra es demasiado abrumador. Hay unas cuantas obras universales, como la Mona Lisa o esta de Vermeer sobre las que uno podría preguntarse, ¿cómo se atreve alguien a retocarla? Por eso mostrar ese proceso al público se vuelve una experiencia única, como asistir a un parto, a un momento íntimo y casi sagrado.

Ahora que vemos cómo museos en ciudades ucranianas retiran sus obras para salvaguardarlas, volvemos a preguntarnos: en tiempos turbulentos ¿qué papel juega una pinacoteca nacional para su país?
Todos tendemos a volvernos más nacionalistas en tiempos de conflicto, y las obras de un museo nacional forman parte de ese sentimiento identitario, son iconos nacionales. La gente daría la vida por protegerlas, aunque antes no hayan ido a visitarlas.

Martine Gosselink, durante la entrevista, en su despacho del museo. Foto: Alicia Fernández Solla

Qué paradójico suena: el soldado que daría su vida por ese cuadro que todos sienten como suyo, de gran belleza, en tiempos de paz, no va a contemplarlo…
Así es, el valor de una idea. Tiene que ver con una conexión más amplia, más subjetiva, de lo que significa ser holandés, de la identidad propia y la colectiva. Cuando hace unos años tuvimos las alertas por amenaza terrorista, solía pensar que si se quería herir a la economía holandesa, el blanco perfecto sería Schiphol o la industria de Róterdam, pero que si lo que se buscaba era atacar al corazón de los holandeses, entonces este estaba en la Ronda de Noche o La Joven de la Perla.

¿Por qué cree que esta joven se ha convertido en un símbolo nacional de tal envergadura?
Me atrevería a decir que ahora mismo es más popular que la Mona Lisa. En cada listado con los diez cuadros más importantes del mundo está ella, y miles de personas la recrean en proyectos artísticos por todas partes. Es increíble la inspiración que suscita, desde Río de Janeiro a Seúl. No sé si es una moda pasajera, o si representa a nuesta sociedad actual, es difícil adivinar por qué se ha convertido en un icono. Analizando el cuadro podemos decir que el hecho de llevar la cabeza cubierta le aporta un aire místico al mismo tiempo que la universaliza. No sabemos lo que se esconde bajo su turbante: ¿tenía rizos pelirrojos, era rubia o tenía el pelo moreno y liso? Cualquiera de nosotras, arregladas así, podríamos ser ella. Además, nos mira fijamente con un gesto que resulta atractivo y tímido a la vez, con unos labios entreabiertos que parecen querer preguntarnos algo. Es un gesto muy evocador. Realmente te mira cómo querrías que tu amante lo hiciera.

Para la mayoría de los turistas que vienen a visitar Holanda, la Mauritshuis es conocido por ser el museo de La Joven de la Perla. ¿Está en auge este fenómeno del museo de una sola obra maestra?
Hay muchas personas que vienen a visitarnos por los once Rembrandts que tiene la colección pero es cierto que al museo hoy en día se le conoce principalmente por este cuadro. Es quizás un efecto del turismo de masas: tanta gente visitando muchos lugares en poco tiempo provoca que los museos tengamos que hacer lo posible por reservar nuestro espacio en estos tours. Un marketing atractivo, persuasivo, además, acaba iconizando e incluso canonizando una obra.

Ustedes han prestado uno de los autorretratos de Rembrandt al museo Hermitage de Ámsterdam para su serie de exposiciones de este verano en las que destacan una obra maestra de arte neerlandés. ¿Qué opina de las consecuencias que las sanciones a Rusia han tenido sobre el sector cultural y en especial sobre este museo?
La directora ha mostrado mucha valentía al seguir hacia adelante y montar esta nueva exposición a pesar de no recibir ni un céntimo del Gobierno holandés. Como museo cien por cien privado y tan dependiente del Hermitage de San Petersburgo, lo último que querían era cortar la relación con ellos, porque al final la cultura debe permanecer accesible en todo momento. Pero pronto se dieron cuenta de que no era posible seguir conectados. Hay esta idea errónea que me gustaría aclarar de que el museo estaba ganando dinero gracias a su relación con el Hermitage de Rusia y de que parte de él iba a San Petersburgo. Como miembro del Consejo Consultivo del Hermitage puedo afirmar que esto es totalmente falso. Espero que Rusia pare esta guerra pronto y que dentro de un tiempo puedan reflexionar sobre su pasado y entonces volvamos a establecer una conexión con ellos.

Martine, en la escalera del edificio de los años veinte que también forma parte del museo. Foto: Alicia Fernández Solla

Usted es historiadora del arte pero además se ha especializado en Historia Colonial, ¿por qué?
Mis padres nacieron los dos en Indonesia y yo crecí en el sur de Holanda. Hablando de perspectivas históricas, yo iba a un colegio de curas católicos donde nos enseñaban lo maravilloso que era Guillermo de Oranje, un personaje que ellos mismos odiaban. ¡Preferimos estar con España! nos decían. Pero aceptaban el relato general sin más. Lo mismo ocurría con mis padres: cuando les preguntaba algo sobre la esclavitud o los cientos de años de colonización holandesa, ellos me respondían siempre de la misma manera: «así era». Yo era una chica morena para los estándares holandeses, mi padre tenía la piel todavía más oscura y ante esa circunstacia, él me respondía que éramos franceses, y punto. No se hablaba de ello. Y a todo el mundo le parecía perfectamente normal que la historia hubiese transcurrido así. ¿De verdad era así y quién es ese «todo el mundo»? Desde pequeña empecé a cuestionar la otra cara de esta narrativa y continué haciéndolo muchos años después, cuando volví a Indonesia y viajé a la India y a Sri Lanka. Encontré que había muchas perspectivas. Por eso estudié Historia Colonial, porque no me creía este discurso único y para encontrar otras respuestas y verdades.