Podría decirse que Erwin Olaf representa en carne y hueso lo que para muchos simboliza Holanda: la contracultura de los años setenta, el cosmopolitismo de Ámsterdam, la defensa a ultranza de la democracia y de instituciones como la monarquía, y la libertad de poder expresar lo que uno siente sin tapujos. Y es que la figura de este fotógrafo universal, que empezó su carrera en las aulas de periodismo, es una de las más grandes del panorama artístico holandés, con un prestigio reconocido a través de múltiples exposiciones individuales por todo el mundo, galardones como el premio Nacional de las Artes (Johannes Vermeerprijs) y encargos como los retratos personales de la familia real o el diseño de las monedas de euro neerlandesas. Sus más de cuatro décadas de trayectoria dejan icónicas fotografías que gritan ante cuestiones de nuestro tiempo, desde la libertad sexual hasta el radicalismo religioso. Inmerso en un mundo de fantasía personal, bebe de ella para interpretar la actualidad sin condescendencia. Para reflexionar sobre la pandemia decidió escaparse a los alpes austriacos y cuestionar otra crisis invisible que acecha, la de la pérdida de biodiversidad derivada de nuestra forma de vida. Mientras el virus nos encerró en casa, a él le sacó de su estudio, algo poco habitual en su fotografía. Así, explorando nuevos caminos le encontramos una tarde de marzo de este 2021, casi dos años después de temer que su carrera había concluido.

En su último trabajo, Im Wald, realiza sus fotografías en medio de la imponente naturaleza alpina. Hasta ahora no había fotografiado en espacios naturales, ¿por qué en este caso sí?
En 2019 cumplí 60 años y pude disfrutar de una exposición maravillosa en el Gemeentemuseum de La Haya sobre toda mi carrera. Me sentí tan agradecido que de alguna manera parecía el final de mi tayectoria, o al menos de la fotografía tal y como yo la había ejercido hasta entonces. Por un lado este reconocimiento me atemorizaba, el no saber si encontraría nuevas ideas, nuevos rumbos. Pero por otro me sentí liberado, ahora podía hacer lo que yo quisiera. Pero poco después estalló la locura de la pandemia, y el shock que fue y sigue siendo me aportó mucha inspiración, despertó mi creatividad y viví la situación como un nuevo comienzo. Así surgió la idea de esta serie. Este último año me he dado cuenta de que la pandemia es el precio que nos toca pagar por haber sido tan arrogantes con nuestra naturaleza. Somos 7.000 millones de personas consumiendo nuestra Tierra, vaciándola, como una plaga. ¿No deberíamos respetarla más?

Retrato de Erwin Olaf en su último trabajo, Im Wald. ©Erwin Olaf

La exposición en el Gemeentemuseum atrajo 300.000 visitantes, más de lo esperado, y en unas declaraciones a NOS usted confesó que este homenaje le abrumaba, porque de alguna manera sentenciaba el fin de su carrera. Debe ser complicado resurgir de nuevo…
Cuando uno cumple sesenta y lleva cuarenta trabajando, ya no está fresco, ya no tiene el empuje o la agresividad de los primeros años para comunicar al mundo lo que piensa de esto o aquello. Si lo tuviera sería estúpido por mi parte, a mi edad. Pero me preocupaba lo que pasaría después. Y pasó algo tan inesperado como lo que vivimos hoy.

Las primeras reflexiones sobre ello las vimos en su serie April Fool, ¿cómo diría que se sintió en marzo del año pasado?
Mi primera preocupación fue la de cómo mantener mi empresa funcionando. Porque el teléfono dejó de sonar y yo seguía teniendo seis personas trabajando en el estudio. Al mismo tiempo, con el mundo paralizado, yo también tuve que frenar en seco, algo que no me había pasado nunca, y pasarme los días leyendo, viendo la televisión y poco más. En medio de esa parálisis se me ocurrió la idea de esta serie, April Fool, en la que quería presentar a este hombre mayor, asustado, en una realidad casi distópica de supermercados poco abastecidos y lugares vacíos de gente. Se publicó en varias revistas de Europa y Asia y el teléfono volvió a sonar. Esas semanas fueron para mí como una terapia. Hicieron que reflexionara sobre mi vida cotidiana antes de la pandemia como lo a menudo que solía salir a cenar fuera. Cuando los restaurantes abrieron de nuevo, volvimos, pero menos frecuentemente, ¿por qué tengo que hacer esto dos o tres veces por semana? si ahora también me divierte cocinar en casa. Mi relación personal con mi pareja también ha mejorado, porque desde hace un año pasamos más tiempo juntos y hemos profundizado más en nuestro vínculo. Nadie discute los aspectos negativos de la pandemia, tiene muchísimos, pero desde el punto de vista personal no puedo decir que fue un mal año para mí. En absoluto.

Es agradable escucharle decir esto ya que en otras entrevistas suyas y a través de sus últimos trabajos, desde 2016 y con motivo de los atentados terroristas en Francia, parecía que para usted el mundo se había vuelto un lugar más sombrío y duro para vivir.
Los atentados terroristas me afectaron profundamente, sobre todo el de Charlie Hebdo contra algo tan esencial para mí como la libertad de expresión. Y la victoria de Trump en Estados Unidos también. Soy un firme defensor de Europa y siento una profunda conexión entre las distintas culturas, ya sea la española, la alemana o la francesa. El radicalismo religioso me daba y me sigue dando mucho miedo, y cuando ocurre un drama en otro país europeo lo vivo muy de cerca. Como artista siento el deber de tomar partido en torno a lo que pasa a mi alrededor, de invitar al espectador a reflexionar conmigo. Por eso realicé unos autorretratos muy impactantes para denunciar lo ocurrido.

Pero al mismo tiempo que este drama pasaba, también creo que iba poco a poco resurgiendo una sentimiento de unidad europeo contra este radicalismo que me pareció esperanzador, como lo es ahora la victoria de Biden con la primera mujer afroamericana de vicepresidenta. Las instituciones democráticas vuelven a pensar en las minorías mientras que los poderes más «informales» están también levantándose para pelear por los valores que todos creemos esenciales. Creo que la sociedad está aprendiendo de los errores cometidos, pero quizás peco de optimista, no lo sé.

En sus primeras fotografías se muestra más asertivo en sus opiniones, en su posicionamiento, mientras que más adelante las imágenes parece que invitan a establecer un diálogo más abierto con el espectador. ¿Es así?
Cuando tienes 21 años piensas que el mundo te está esperando y que siempre estás en lo cierto. Poco a poco vas aprendiendo las lecciones de la vida y dándote cuenta de que eres uno más entre los miles de millones, de que la gente no te espera a ti y de que tus opiniones no siempre son certeras, para nada. Entonces evolucionas y llegas a la conclusión de que vale más entablar un diálogo con el otro que quedarte siendo ese joven enrabietado el resto de tu vida. Ese papel ya no me iba, ya no me sentía bien representándolo.

Ha dedicado su carrera a explorar todos los aspectos del cuerpo humano, ¿qué me dice de lo que no se ve? ¿cómo reflexiona ante la situación actual de ver al otro como posible portador de un virus letal?
Esta nueva dimensión que toma nuestro cuerpo por culpa de la pandemia es totalmente invisible. Y yo soy fotógrafo, sólo puedo trabajar con lo que se ve. La única manera que tengo de reflejar lo invisible es a través del «body language» de los personajes en la puesta en escena: la distancia a la que están entre ellos, sus miradas…pero no puedo meterme en sus cuerpos. La enfermedad es un tema tremendamente complicado de fotografiar. Se pueden mostrar los efectos que esta tiene en otros ámbitos, las emociones que nos provoca y lo que cambia nuestra vida por su culpa. No estoy tan interesado en mostrar el sufrimiento, es demasiado literal, sino las sutilezas que derivan de una situación vital así.

El distanciamiento social puede ser uno de los efectos más visibles de la situación actual…
Sí, y eso me parece fascinante. Hace año realicé una serie sobre las emociones (Grief) y lo que me resultó más complicado fue dar con la distancia correcta entre los sujetos de la foto. Siempre ha sido y sigue siendo un aspecto fundamental de mi fotografía. Diez centímetros más alejados o diez más cerca pueden contar una historia totalmente diferente. En una de las imágenes de la serie Palm Springs aparezco en el bordillo de una piscina mirando a un chico que está dentro del agua. Con ella quería mostrar la idea de la juventud que se escapa, del hombre más mayor que se da cuenta de que esta ya no está a su alcance. En esta imagen la distancia entre los dos jugaba un papel esencial, y tuve que probar con varias opciones hasta dar con la que yo creo que reflejaba mejor esta idea. Siento que cuando los dos personajes están más alejados el uno del otro, el mensaje cobra más fuerza. Pero con la sociedad del metro y medio estamos creando una nueva realidad que, mientras dure, no se parece a la anterior, donde los jóvenes se tocaban y se acercaban y los lugares públicos estaban abarrotados. Cómo compartimos nuestras emociones actualmente es sin duda algo nuevo y diferente.

Sus fotografías son como imágenes congeladas de una película. ¿Cuáles son sus fuentes de inspiración?
Cuando era joven solía ir solo al cine a menudo y las películas que vi me inspiraron mucho, como muchas otras vivencias que tuve entre los 18 y los 25 años. Es increíble lo mucho que puede influirnos esa época vital. En una película una lágrima que cae por una mejilla puede servir para transmitir una emoción muy potente, pero en fotografía es mucho más difícil. Y ese es mi reto constante: lograr narrar un relato congelado, con actores de fotografía – y no modelos – y contando con el talento de profesionales que vienen del mundo del cine. Podemos llegar a ser 50 personas alrededor de una puesta en escena para tomar una sola imagen.

Autorretrato de la serie Palm Springs American Dream. © Erwin Olaf

¿Cuándo percibe que ha dado con la foto que buscaba?
Siempre estoy a la espera de la coincidencia, de que algo ocurra en la puesta en escena y la historia se muestre sola. A veces puede ocurrir que el mensaje que quiero contar está ahí pero de una manera totalmente diferente a cómo yo lo había imaginado. Trabajando con un equipo tan grande, con el esfuerzo y el dinero que supone prepararlo todo, debo ser flexible y estar abierto a que la imagen no coincida con lo que yo imaginé en mi cabeza. Porque mis fantasías normalmente no están compuestas de imágenes claras, suelo ver su contorno pero siempre hay bruma. Y esta bruma imaginaria se disipa cuando estoy en el set, a punto de hacer la foto. Cuando doy con ella, no tengo dudas.

En sus series de fotografías tomadas en Berlín, Shanghai y Palm Springs sale usted del estudio para fotografiar en localizaciones reales. ¿Cómo fue la experiencia?
Entre otras cosas aprendí la gran importancia que tiene la luz de cada lugar. Mientras la de Berlín me parecía oscura, con muchas sombras, y quise mostrarla como una nube de tormenta que se posa sobre Europa, la de Shanghai era una luz más verdosa, más artificial, y la de Palm Springs era tremendamente luminosa, fuerte, que apenas aportaba contraste. Me di cuenta de que soy un fotógrafo que prefiere el clima nublado y lluvioso, no me gusta el sol.

¿Qué emoción le cuesta más reflejar en una fotografía?
En los últimos veinte años mi trabajo gira en torno a una misma idea, con la emoción que eso conlleva, y es la de que nacemos solos y morimos solos. Podemos estar rodeados de nuestra familia y amigos pero siempre hay momentos en nuestra vida en los que nos sentimos solos y perdidos. Esa emoción es muy interesante para mí. No es necesariamente negativa, es la que es, y esa es la que busco en cada foto. Es una idea que está íntimamente relacionada con lo que cada uno definiría como su hogar en el mundo.

Y su hogar ¿dónde está?
Soy uno de los afortunados porque mi hogar es mi casa, el pequeño apartamento que comparto con mi pareja en el bonito barrio del Jordaan en Ámsterdam, una ciudad de la que me siento parte, cuyo centro apenas ha cambiado en los últimos siglos. También considero a Europa mi hogar, cuando salgo de ella me doy cuenta del grado de libertad y de democracia que disfrutamos los europeos.

¿Por qué eligió la fotografía de estudio?
Empecé estudiando periodismo, en los años setenta, y pronto quise especializarme en fotoperiodismo. Pero tres o cuatro años más tarde me di cuenta de que, aunque soy un gran consumidor de noticias y me gusta mucho leerlas, no me gustaba fotografiarlas, me aburría. Prefería traducirlas e interpretarlas a mi manera y la fotografía de estudio me permitía eso. Me sentía muy a gusto. Era una manera de permanecer en mi mundo y de escapar de la realidad. Aunque aquí deberíamos preguntarnos qué es realidad y que no lo es. Cuando empecé en el fotoperiodismo todas las imágenes eran en blanco y negro, por lo que uno podía ponerle mucho más dramatismo a la imagen cuanto mayor era el contraste. Por no hablar de recortar la imagen. Más ahora con Photoshop, debe ser realmente tentador manipular o recrear la realidad al menos un poco. La fotografía de estudio me encaja como un guante. Y empecé con ella a través de la gente que conocía en mi vida nocturna. Yo salía mucho, viví mucho la noche, y en ella conocí a gente muy interesante y variopinta. Después les invitaba a mi estudio, durante el día, sacando de su contexto a estas mariposas nocturnas, con esa idea de crear algo nuevo. Muchas de mis fotos, muy sexuales, se publicaron en revistas gay de la época.

La sexualidad era un tema fundamental en los primeros años de su carrera, ¿por qué?
Tenía 17 años cuando salí del armario. A pesar de vivir en un pueblo en Holanda, con mis padres no fue difícil y a mis hermanos no les importó mucho. La mentalidad de los años setenta era realmente abierta. Que pasara así fue algo positivo para mí pero todavía me quedaba un largo camino por recorrer en mi identidad sexual. La fotografía era – y sigue siendo – una forma de terapia para superar distintos momentos en mi vida, y en esos años esas fotos tan explícitas sexualmente me daban la fuerza para explorar lo que a mí me gustaba y lo que no, para conocerme mejor. Lo tuve más fácil que otras personas gay que nacen en un país árabe o en África pero aún así me tocó luchar un poco, porque durante un tiempo no fui aceptado como yo era, y esta pelea interna sigue sufriéndola hoy cualquier niño o niña gay. En mi caso, todo este proceso ha sido beneficioso para hacer de mí la persona que soy y no me arrepiento de nada en absoluto. Salir del armario es como una liberación, es como decir «ya está, ahora ya puedo empezar a vivir». Aunque me pregunto si sería necesario hacerlo, porque en el fondo a nadie debería incumbirle que yo sea gay o hetero.

¿Cómo percibe a la sociedad holandesa, es más abierta y tolerante que antes o menos?
Debo ser honesto conmigo mismo, puedo quejarme mucho de todo lo que no está bien pero la realidad es que la aceptación de la sociedad hacia las personas gay es mucho mayor que antes, sobre todo en las grandes ciudades. Por todas partes la aceptación es mayor: podemos casarnos, en los medios se comenta y se habla sobre distintas sexualidades sin problemas, los padres de los niños en Holanda son más abiertos que antes, y la mayor emancipación en este sentido se está dando en los pueblos donde vive, como se suele decir, «la gente normal». Se han dado pasos de gigante pero siguen quedando pequeños problemas por resolver, problemas que vienen derivados de otro mayor al que preferimos no mirar directamente a los ojos porque la mayor parte de nosotros no tiene una respuesta. No queremos discriminar, no queremos ser racistas, pero la realidad es que en las calles y en los colegios de ciudades como Ámsterdam hay siempre un pequeño grupo de chavales de origen árabe que acosan e intimidan a las niñas y a los niños gay, que no los aceptan. Más educación sexual puede ser la solución, quizás, no lo sé, pero nos hemos vuelto tan políticamente correctos que no somos capaces de denunciar lo que claramente no está bien. En los últimos siete años he tenido cinco incidentes en la calle, y los que me insultaban siempre eran chicos, digamos, del norte de África. Y no sabes cuánto duele y lo mucho que indigna cuando alguien se acerca a ti, empuja tu bici con su coche y te dice que te apartes porque los gays no tienen derechos. Me vuelve a hacer sentir como un ondermens (un hombre de segunda). Los partidos de izquierda han preferido mirar a otro lado con este problema y puede que esa sea una de las razones por las que han perdido tantos votos en Holanda. Y digo esto a pesar de estarle muy agradecido a la socialdemocracia por todo lo que ha hecho por gente como yo, dándole oportunidades y defendiendo los derechos de las personas que no eran socialmente reconocidas.

Retrato oficial de los reyes Guillermo y Máxima de Holanda (2018). ©Erwin Olaf

Usted ha fotografiado también a la familia real holandesa y las monedas de euro neerlandesas llevan acuñadas su diseño del perfil del rey Guillermo, ¿cómo explica esta combinación entre fotógrafo provocador e irreverente y a la vez monárquico y, digamos, oficialista?
Esto es Holanda y esto es quien yo soy. Desde muy joven siempre creí en la monarquía, veía a la reina Juliana como la gran abuela que unificaba al país. Fue un honor cuando me pidieron que hiciera sus retratos personales con motivo del 50 cumpleaños del rey Guillermo y antes, en 2011, los de la princesa Máxima. Uno puede fotografíar su sexualidad y a sus amigos de la noche de Ámsterdam de una manera muy explícita y al mismo tiempo retratar a la familia real. Creo que dice mucho de la mentalidad de nosotros los holandeses. Esto es para mí la libertad. Volviendo a lo que preguntabas antes sobre el sentimiento del hogar, esto es lo que me hace sentir en casa y una de las razones por las que nunca me he ido a vivir a otra parte.

Tras una carrera tan dilatada, ¿ha planteado todas las preguntas que quería sobre la vida y el mundo?
Acabo de terminar una última serie y como siempre me ocurre, siento un cierto vacío. Por eso, en este preciso momento te contesto que sí, que ya he lanzado todas las preguntas, no me queda mucho más por cuestionar. Pero me conozco y sé que dentro de unos meses te contestaré que no, que todavía tengo pendiente una más. En definitiva, nunca pararé de trabajar. No me jubilaré. Siempre habrá nuevas ideas por explorar.