Puede ser desde una colmena de afanadas abejas hasta una manada de ungulados: a los que vivimos en las regiones más urbanizadas de uno de los países más densamente poblados del mundo, estas estampas de naturaleza salvaje nos resultan de ciencia ficción. Pero lo cierto es que los Países Bajos es también uno de los países pioneros en «rewilding» o en cómo dejar que la naturaleza recupere su estado salvaje. No exento de controversias, como las suscitadas en torno al parque nacional Oostvaardersplassen, este proceso implica, paradójicamente, una intervención humana a gran escala, con el fin de lograr el equilibrio adecuado – nunca perfecto – del ecosistema que se pretende recuperar. Desde hace varias décadas, Holanda se ha puesto en marcha y ha reintroducido especies como el castor o el ciervo, quienes han encontrado en el parque Biesbosch o el Hoge Veluwe su hábitat natural. Y con la noticia, en 2019, de los primeros lobeznos nacidos en estado salvaje al este del país, la fantasía empieza a hacer el resto y algunos ya imaginan unos Países Bajos habitados por linces, chacales y alces. Pero volviendo a la cruda realidad, a pesar de no ser este un país de fauna exuberante, existen espacios naturales donde poder disfrutar de la naturaleza menos intervenida, y en la que el visitante, si tiene suerte, podrá toparse con jabalíes, corzos, castores, ciervos o focas. Los «big five«, como les denomina la organización estatal de protección de los espacios naturales (Staatsbosbeheer), han vuelto para quedarse. Y nosotros hemos ido en su búsqueda.

Hace ahora cinco años, un lobo acaparó la atención mediática. Había sido visto en el norte de Holanda, algo que no pasaba en los últimos 150 años. El segundo ejemplar se vio en el sur, en Twente, un año después, y en 2019 nacieron los primeros lobeznos en el Hoge Veluwe. ¡El lobo ha vuelto a Holanda!, ¡los lobos forman parte del paisaje holandés!, proclamaron organizaciones como Wolven in Nederland o Ark Natuuronwikkeling, quienes apuestan por un futuro para el país donde convivan especies desterradas como el lince, el chacal y el icónico mamífero europeo, protegido desde 1982. En las últimas décadas, Holanda se ha tomado muy en serio la resalvajización de buena parte de sus espacios naturales, y aunque la dinámica original entre depredadores y otras especies ya no volverá, tal y como afirma la primera catedrática de Ecología de Rewilding de la universidad de Wageningen, Liesbeth Bakker, al diario Trouw, «dentro de los límites de estos ecosistemas incompletos se puede hacer mucho, Holanda puede ser mucho más salvaje». Uno de los ejemplos de cómo este esfuerzo está dando sus frutos es el parque nacional De Biesbosch, en Dordrecht, donde se introdujeron los primeros castores en 1988 y hoy se estima que viven en esa zona alrededor de 300 ejemplares. En busca de alimento, muchos de ellos salen del parque convirtiéndose la región de Brabante en su hábitat natural, como se desprende de las miles de notificaciones que la web de avistamiento Waarneming.nl registró de este roedor semiacuático entre 2018 y 2020. Y es que a la difícil ecuación de reproducir un ecosistema sostenible se suma la amenaza del calentamiento global, con años récord como el pasado, el más caluroso desde que hay registros. Los animales buscan su espacio en un territorio dominado por la acción humana. De norte a sur, del agua a los bosques y a las dunas, recorremos Holanda en busca de los cinco mamíferos que han logrado instalarse con nosotros.

El castor, un roedor muy preciado

El paisaje fluvial agreste es el hábitat perfecto para este roedor peludo con una característica cola escamosa en forma de pala. Es difícil verlos ya que pasan la mayor parte del tiempo dentro del agua pero cuando hay suerte y se les pilla en la orilla o en su madriguera, hasta los más pequeños disfrutarán viendo como mordisquean las cortezas de los árboles o se rascan sin descanso. Se pueden ver en dos lugares en Holanda: el parque nacional De Biesbosch, cerca de Dordrecht, y el Gelderse Poort, cerca de Nijmegen (Nimega). Este último es un paisaje de riachuelos, dunas y canales creados por el hombre donde además de pastizales para el ganado se pueden encontrar espacios casi salvajes, como el que está en el dique que bordea el Waal, donde habitan castores, gansos salvajes e incluso caballos Konik, un equino de origen polaco que se reintrodujo en Holanda en los años ochenta. En la web de Staatsbosbeheer se ofrecen dos rutas a pie de 7 y 14 kilómetros, para poder disfrutar de este paisaje en cualquier momento del año. Pero si las ganas de ver un castor son casi irredemediables, entonces el lugar idóneo es De Biesbosch, el delta de agua dulce más grande de Europa y uno de los parques nacionales preferidos por los holandeses. Este amplio espacio de humedales, ríos y canales se visita principalmente en barco, ya sea por cuenta propia o en una de las múltiples visitas guiadas que se ofertan en el centro de visitantes  y que pueden ser de una o dos horas de duración. Para los aficionados a la ornitología, además de castores, este es un entorno único para el avistamiento de aves acuáticas.

Corzos y zorros a pocos kilómetros de Ámsterdam

El mismo lugar del que cada año salen 70 millones de metros cúbicos de agua potable para abastecer a la capital, dos tercios del total que se consume, es una área verde donde abundan gamos y zorros entre dunas, bosques e incluso búnkeres de la Segunda Guerra Mundial. El Amsterdamse Waterleidingduinen es de los pocos lugares de Holanda donde se pueden ver zorros, además de otra especie de ungulado menos común que los ciervos, el gamo. Su número no ha dejado de aumentar en los últimos años, razón por la que en su página web avisan de que en los meses de invierno, entre semana, los guardabosques cazan un buen número de ejemplares para reducir la población, algo que no deja de levantar polémica. En marzo de 2020, el área contaba con una población de 2.522 gamos. Además de su fauna casi salvaje, la Compañía de Aguas de Ámsterdam ofrece algunos de los paseos más bellos por dunas y bosque bajo de la provincia de Noord-Holland, un espectáculo natural que se combina con búnkeres escondidos del llamado muro Atlántico de la Segunda Guerra Mundial así como las antiguas instalaciones que a finales del siglo XIX se contruyeron para el tratamiento de las aguas. Entre sus paseos destaca el de 10 kilómetros – unas dos horas y media-, una ruta circular que discurre por senderos poco señalizados entre el paisaje más variado del Waterleidingduinen y que incluye los miradores más recomendables, el museo divulgativo sobre dunas y el centro de visitantes. En la página web de este espacio protegido se muestran varios mapas con las rutas y los lugares en los hay más posibilidad de ver a los zorros y a los gamos.

El zorro es uno de los animales salvajes que se pueden ver en este parque cerca de la capital. © Hans Breeveld/ Staatsbosbeheer

Jabalíes en el desierto

Resulta difícil de imaginar, ¿un jabalí en lo alto de una duna? aunque suelen andar por los bosques de pinos y robles cercanos, no sería descabellado encontrarse con uno o varios de ellos en medio del paisaje desértico de una de las zonas más inhóspitas del Veluwe, el llamado Kootwijkerzand. Setecientas hectáreas de desierto se esconden en la parte más occidental del parque nacional, en el bosque de Kootwijk, de aproximadamente 3.600 hectáreas. Estas dunas interiores se mueven constantemente por lo que el Staatsbosbeheer debe mantenerlas anualmente porque de lo contrario se acabarían fijando en el terreno y aparecerían rápidamente musgos y líquenes. Este proceso es relativamente nuevo, ya que es consecuencia de la acumulación de dióxido de nitrógeno en el aire, lo que provoca que estos organismos aparezcan con gran rapidez y se instalen en la arena. En estas llanuras, la temperatura puede alcanzar los 60 grados centígrados en verano y bajar a cero en invierno, al igual que en un desierto. En la ruta de tres kilómetros que los guardabosques recomiendan se puede visitar una torre de vigilancia de libre acceso que ofrece vistas espectaculares del lugar, así como la antigua sede de radio Kootwijk, un edificio construido en 1923 en el estilo modernista industrial de la época, y que sirvió de importante enlace de comunicación entre los Países Bajos y sus colonias, principalmente las Indias Orientales (hoy Indonesia). Pasear por este paraje de película es además un placer para los sentidos, ya que entre sus bosques de enebros, robles, brezo y abetos gigantes, se puede oír el repiqueteo del pájaro carpintero mientras los alcaudones se posan en los árboles durante el invierno. A partir de mediados de marzo arranca la temporada ideal para ver ciervos y jabalíes, para lo cual es recomendable iniciar la ruta a primera hora de la mañana o al caer la tarde.

Corzos salvajes en un bosque domesticado

Cerca de Almere, en la provincia de Flevoland, creada de manera artificial tras el cierre del Zuiderzee, el Hosterwold es el bosque caducifolio más grande del país y uno de los más jóvenes, plantado todo él cuando el nuevo territorio empezó a habitarse a mediados del siglo XX. Al encontrarse en terreno arcilloso, muy fértil, los árboles experimentan un crecimiento vertiginoso y hoy es un paraje único de bosque y agua donde se pueden ver, con relativa facilidad, corzos, caballos salvajes, gamos e incluso búhos. Staatsbosbeheer ofrece múltiples rutas de entre 2 y 17 kilómetros, para hacer tanto con niños como en bici. Para los más pequeños hay un paseo específico para buscar pequeños gnomos del bosque (kabouterpad). A partir de los ocho años de edad, se puede contratar una excursión guiada para avistar animales y pájaros, aunque en este momento, por las restricciones del coronavirus, no se realiza.

Ciervos y mucho más en el Veluwe

Cuando nos referimos a la fauna holandesa, a casi todos nos viene a la cabeza el parque nacional del Hoge Veluwe. Y no es para menos, ya que se trata del área natural protegida más extensa de los Países Bajos donde además se puede encontrar una gran variedad de ecosistemas y paisajes.

Fundado en 1909 por el empresario Anton Kroller, durante las décadas posteriores se fueron introduciendo distintas especies de mamíferos para la caza mayor, como el ciervo rojo, el muflón o el corzo. Hoy siguen entre nosotros y se han convertido en iconos de este parque nacional, el más visitado del país y la joya de la corona de los parques nacionales. Además de la visita imprescindible al museo de arte contemporáneo Kroller-Muller y la residencia de caza de St.Hubertus – del afamado arquitecto Berlage- , el parque cuenta con otra zona más alejada del bullicio turístico y con la misma belleza tan característica de este paraje. Hablamos de Deelerwoud, un área independiente pero perteneciente al espacio del Veluwe, y donde los animales del Hoge Veluwe pueden entrar y salir libremente. Situado al este del parque nacional, a Deelerwoud se accede por el aparcamiento De Weste Hoeve. Desde ahí, se puede pasear por el bosque ondulado de brezo y dunas, en un entorno tranquilo donde es más fácil toparse con manadas de ciervos y corzos así como jabalíes, zorros y las conocidas vacas escocesas, de largos cuernos y pelo largo, que tanbién pueden verse en otras zonas del país como el parque nacional Hollandse Duinen cerca de La Haya.

Cireva con sus crías en Deelerwoud. © Gerrit Rekers/ Natuurmonumenten

También en el Veluwe se organizan a diario excursiones guiadas para avistar lo que los guardabosques llaman los Big Five, eso sí, a la holandesa. La organización del parque organiza sus propios safaris que salen desde el centro de visitantes.

Focas en las islas de Wadden

En una propuesta sobre fauna salvaje en Holanda no podía faltar la marina, la cual puede disfrutarse a lo largo de sus cientos de kilómetros de costa. Basta con calzarse unas botas y un buen cortavientos para relizar un paseo invernal por la que es quizás la naturaleza menos intervenida del país. Si además de la que ya estamos acostumbrados se busca algo fuera de lo habitual, nada mejor que subirse a uno de los ferries que navegan a diario a las islas de Ameland, Terschelling y Schiermonnikoog, porque es allí donde se puede disfutar del espectáculo único de ver focas en la playa y nadando en el mar. La experiencia puede planearse de dos maneras: subidos a una canoa, acompañados por un guía – para mayores de 15 años-, para llegar hasta el lugar donde descansan las focas durante la marea baja; o tras una buena travesía de senderismo por las marismas que arranca en Lauwersoog y culmina en la más pequeñas de las islas de Wadden, Schiermonnikoog, un esfuerzo de más de cinco horas sólo apto para los más valientes.

Focas en una de las playas de Ameland. © Jose Pouwels / Getty Images/ iStock