Hay ciudades que permanecen como un punto rojo, en los mapas de un país, como si lograran adaptarse al paso del tiempo para estar siempre ahí, ineludibles. Dordrecht es una de ellas: la primera ciudad holandesa de la que se tiene registro; cuna de la construcción de los Países Bajos como nación, tras vencer a los españoles en la Guerra de los 80 años; y una de las urbes más florecientes durante el Siglo de Oro holandés, lleva décadas a espaldas de Róterdam, perdiendo su protagonismo inmerecidamente. Mientras, de manera casi imperceptible, la ciudad se ha ido renovando y actualizando hasta convertirse de nuevo en un núcleo urbano de gran interés, con una oferta cultural que ha sabido aprovechar su rica herencia arquitectónica y a pocos kilómetros del parque nacional De Biesbosch, el mayor delta de agua dulce de Europa.

En un tiempo como este, en el que las identidades nacionales se revisan a la vez que se reafirman, cobrando una relevancia sin precedentes, merece la pena dedicar un día a visitar una de las ciudades holandesas que lleva el sello patriótico en su seña de identidad. Personajes como Guillermo de Oranje y líderes religiosos como Jacobus Arminius marcaron desde Dordrecht la historia de unos recién nacidos Países Bajos, donde los religiosos debatían el futuro de la Iglesia Protestante Neerlandesa, los políticos definían el futuro del país y los comerciantes patricios amasaban fortunas con el cobro de tributos por el comercio de madera, vino y grano que llegaba al puerto y de ahí se transportaba al interior de Europa. Hoy, la ciudad ofrece la pinacoteca más antigua del país, un caso histórico salpicado de fachadas centenarias ricamente ornamentadas y un comercio donde el continente llama tanto la atención como el contenido, escondido en mansiones rehabilitadas y ruinas industriales reconvertidas.

El origen de los Países Bajos

En 1572, en plena guerra de los Ochenta Años, tuvo lugar en el convento agustino de la ciudad, la primera reunión secreta de los estados rebeldes en la que estuvieron representados los nobles y las ciudades que reconocían a Guillermo de Orange como gobernador legítimo. Aunque en las actas de la reunión seguían considerando a Felipe II como su rey, organizaron el levantamiento contra el dominio del Duque de Alba y expresaron por escrito el deseo de libertad religiosa. Este encuentro clandestino en el refectorio de un convento simbolizó el nacimiento de los Países Bajos como nación, y hoy, Het Hof van Nederland (La Corte de los Países Bajos) es un museo sobre la historia del país.

Convento agustino, hoy Het Hof van Nederland, un museo sobre la historia y nacimiento del país. Foto: Alicia Fernández Solla

Este año, el museo cuenta además con una exposición temporal acerca de los 800 años de Dordrecht, ya que esta aparece por primera vez registrada como urbe en 1220. Dos siglos más tarde, se convertiría en la ciudad más grande de Holanda y aunque no formó parte de la Liga Hanseática, fue uno de los núcleos comerciales esenciales, algo que se deja ver por sus casi mil monumentos. Entre ellos se encuentran numerosas mansiones y casas patricias de todas las épocas, como ‘T Zeepaert, una de las casas de estilo gótico mejor conservadas de los Países Bajos. Construida en 1495, su fachada en piedra fue tallada en Bélgica y traída a Dordrecht lista para ensamblarse, lo que la convierte en una vivienda muy original, ya que apenas hay en Holanda fachadas de otro material que no sea el ladrillo. Su interior puede visitarse el primer domingo de cada mes. Avanzando de forma cronológica, la otra fachada ante la que merece la pena pararse se encuentra en Voorstraat 265. Construida en 1632, se trata de la casa más estrecha de la ciudad. Con apenas 280 centímetros de anchura, algo más que una doble ventana, fue la vivienda de un comerciante de vino del Rin, quien la ornamentó emulando a las fachadas de otras familias adineradas. La tercera mansión de este recorrido por los comerciantes influyentes de la ciudad es la de Johan Herman Hallincq, quien la mandó construir en 1742, tras diez años adquiriendo las fincas de la calle que luego demolió para levantar este gran edificio. Estas tres viviendas reflejan a través de sus fachadas no sólo el estilo artístico de cada época, sino la larga historia de prosperidad comercial que caracterizó a la ciudad, sobre todo durante el Siglo de Oro.

Pero Dordrecht mantuvo su prosperidad en los siglos posteriores, como se desprende de la mansión del banquero y coleccionista del siglo XIX, Simon van Gijn. Su casa museo (Huis van Gijn) puede visitarse de martes a domingo y en ella se puede apreciar la vida acomodada de la clase alta holandesa en las décadas previas a la revolución industrial. Todo sigue en su lugar, desde el comedor con la mesa dispuesta como si la familia fuese a aparecer en cualquier momento, hasta la colección de dibujos y grabados de su propietario o el desván, destinado al cuarto de juegos y hoy convertido en un museo de época que hará las delicias de los más pequeños. El museo cuenta con un agradable café en el jardín de la casa, al que se puede acceder por una entrada independiente de la casa museo y que ofrece tartas caseras en un ambiente relajado y cuidado.

De arte y religión

Ya sea para cuestionar lo que nos han enseñado del Siglo de Oro como para reafirmar ese saber, lo cierto es que pasear por el casco antiguo de Dordrecht permite viajar en el tiempo y ayuda a tener una mirada mejor fundamentada de la Historia de Holanda. Esta no puede entenderse sin una visita a su catedral o Grote Kerk, construida entre el siglo XIV y el XVI. De estilo gótico, llama la atención por sus grandes dimensiones y su inacabada torre de 108 metros. Se puede subir por ella y admirar las vistas de la ciudad desde lo alto, aunque quizás lo más original de la experiencia sea comprobar cómo la torre está inclinada, hasta dos metros, respecto del suelo. Esta iglesia protestante permanece en activo y puede visitarse todos los días, excepto los lunes, hasta ls 4.30 de la tarde. En su interior, se conserva un coro del siglo XVI así como piezas iconográficas de Durero. En sus vidrieras se aprecian episodios históricos de la ciudad como el incendio que la asoló en 1457 o el llamado Sínodo de Dordrecht (1618-1619), considerado como el primer encuentro internacional de la Iglesia Protestante y tras el cual se llevó a cabo la primera traducción de la Biblia al neerlandés.

Del pasado religioso continuamos al pasado artístico que esconde Dordrecht. Y es que el museo de la ciudad (Dordrechtsmuseum), fundado en 1842, atesora una enorme colección de obras de arte neerlandés, desde el siglo XVI hasta nuestros días. En sus salas, nombres como Vincent van Gogh o Rembrandt se intercalan con otros menos conocidos para los de fuera de Holanda como Ferdinand Bol, Ary Scheffer, Jan Schoonoven y Armando. De grandes proporciones, sus íntimas salas recuerdan a los museos de hace décadas, con sus suelos de madera y las paredes cargadas de obras. La que es la pinacoteca más antigua del país cuenta además con un agradable espacio al aire libre donde poder disfrutar de un café o un aperitivo bajo sus árboles mejestuosos.

Jardín del museo de la ciudad. Foto: VVV Dordrecht

Un paseo entre barcos y naturaleza protegida

Dicen que Napoleón puso su pie en Dordrecht, y lo hizo solo en el puerto antiguo o Groothoofdspoort (Gran Puerto Principal en español). Y es que durante siglos, este enclave en el que confluyen el Mosa y dos afluentes del Rin (Merwede alto y bajo) fue durante siglos el puerto más importante del país, posteriormente relegado por el de su vecina Róterdam. Hoy merece la pena pasear por las calles a ambos lados del canal y admirar los barcos, muchos de ellos de vela, que permanecen atracados todo el año. El puerto se encuentra muy cerca de la Grote Kerk y el paseo desde el casco antiguo está lleno de placitas y callejuelas ajardinadas. Los que quieran detenerse un rato a tomar algo, la coqueta plaza Het Scheffersplein se llena de terrazas en los meses de buen tiempo. Algo más alejado del núcleo histórico pero accesible a pie se encuentra el parque Mervestein, el más antiguo de la ciudad. Con más de 400 años de historia, solo conserva la que fuera la casa del jardinero ya que el resto de edificios fueron demolidos a principios del siglo XX. Desde 1885 esta finca es un parque de acceso público, con árboles grandiosos, como ocurre con los espacios verdes que se logran proteger durante siglos. Hoy puede disfrutarse como si fuese un auténtico jardín botánico, con rincones que todavía respiran el romanticismo del siglo XIX.

Y para los que lleguen a Dordrecht en coche y busquen completar su jornada con un paseo algo más alejado de la ciudad, nada mejor que hacerlo en Het Biesbosch, el mayor delta de agua dulce de Europa, uno de los parques nacionales preferidos por los holandeses. Se trata de un amplio espacio de humedales, ríos y canales donde se puede ver una gran variedad de aves e incluso castores, el mamífero emblema del parque y que año tras año aumenta en número. Entre los planes más aconsejables se encuentra un paseo en barco de una o dos horas de duración, que puede contratarse en el centro de interpretación del parque, y que se adentra por meandros y bosques que conforman un espacio natural muy parecido al que debió de ser el de los Países Bajos originariamente. Para rematar la jornada, nada mejor que dormir en una cabaña o ecolodge sobre el agua, para dos personas, con una canoa amarrada en la puerta para descubrir el parque nacional al ritmo que cada uno escoja y con la mayor tranquilidad garantizada. 

Tiendas y cafés en espacios reconvertidos

Los ciudadanos de Dordrecht están de suerte: cada vez son más los nuevos negocios que abren sus puertas en espacios únicos de la ciudad, grandes edificios con un pasado industrial o señorial que ha dejado huella en su riqueza arquitectónica. Hablamos de tiendas como Bluebirds in the Backyard, concept store situada en una de las mansiones del siglo XVIII mejor conservadas de la ciudad, llena de detalles ornamentales de estilos rococó y Art Deco. En ella se puede desde comprar esos objetos bonitos dignos de toda influencer vintage ecochic hasta disfrutar de una comida o high-tea con productos locales, tanto en su imponente interior como en el jardín trasero, decorado con muebles de mimbre. Y si los niños se ponen pesados, no hay problema: el restaurante cuenta con un rincón de juegos infantiles donde se organizan talleres de manualidades y cuentacuentos.

También en el casco histórico, resulta imposible pasar por alto la fachada de Het Magazijn, la más imponente de estilo Art Nouveau de Dordrecht. Dentro, una tienda de música, otra de fotografía analógica – ¡venden carretes Kodak!- , una galería de arte y un restaurante con sabrosas propuestas y terraza en la calle, auguran un buen rato de ocio cultural para nostálgicos, todo ello en un entorno inigualable del que no resultará fácil irse.  Por último, no se puede abandonar la ciudad sin hacer una visita más, tomando un autobús de línea hacía Villa Augustus. El concepto orgánico de este restaurante no puede ser más tendencia ya que en él se cocina lo que se cultiva en su huerto, que además puede adquirirse en su tienda y si todavía hay ganas de más, ofrece también un alojamiento único, con preciosas vistas y a un precio muy asequible, para ser Holanda. Villa Augustus se encuentra en una antigua torre de agua de finales del siglo XIX, cuidadosamente restaurada para aunar la modernidad de los hoteles boutique de lujo con la sencillez de la cocina tradicional de mercado y la vuelta a los orígenes de los productos de la tierra.