Hace diez años que vivo aquí en Scheveningen, cerca del puerto, pero hace dos, en  2019, fue la primera vez que  fui a ver llegar al Sint, a la famosa Intocht. Y hace dos años también escribí una crónica de su llegada, pero, claro, dos años fue hace un siglo. Ahora estamos en otros tiempos.

En ese entonces, la cuestión que más flotaba en el aire era el tema de los Zwarte Piet, los Pedros Negros, sobre los que se discutía, ¿deberían ser negros completamente, como es tradición, o más tipo tiznados, como demandan las nuevas costumbres? En ese entonces, lo que se temía eran confrontaciones violentas entre los pro-Piet y los anti-Piet. Las camionetas de la policía estaban listas por si aparecían los hooligans a patotear.

Este año, año en el que todavía estamos luchando contra una pandemia que no nos deja en paz, y el día después de que el Gobierno anunciara nuevas medidas para evitar que los hospitales se llenen de pacientes con covid, el problema de los Piet parece ser una cosa del pasado lejano, muy lejano.

En el puerto no vi ni un Piet negro. Ni uno. Pero, claro, yo no fui una de las elegidas que pudieron entrar, así que no sé cómo habrá sido ahí dentro. Porque hace dos años, el evento había sido organizado en la explanada que está junto al segundo puerto, que es una zona abierta, sin barreras, cualquiera podía venir, entrar, salir, sin problemas. Este año no. Este año el evento fue organizado en el primer puerto, donde están los barcos grandes, los pesqueros, una zona que tiene una entrada y una salida, que se pueden controlar. Y este año, para entrar, había que mostrar el código QR, o la llamada corona app, pero además, había que tener entrada.

Yo fui primero a la zona donde fue el año anterior, y me pareció raro que no vi escenario ni nada, y poca gente. Adelante mío caminaban algunas familias con chicos vestidos de Piet, entonces pensé, ellos también lo están buscando. Llegamos al final de la calle, estaba cerrada. Subimos la explanada que va hacia el canal de entrada del puerto, y ahí, hacia la derecha, nos encontramos con un cartel que decía “Entrada VIP”. Guau, también hay vips para ver al Sint. Hice la cola detrás de otra familia con dos chicos, y resulta que no, que nosotros, como no somos vip, teníamos que dar la vuelta y entrar por el otro lado.

Pero no vi ningún cartel, nada que indicara dónde iba a llegar el Sint. Volvimos por donde vinimos y fuimos hacia la izquierda. Y ahí sí empecé a ver más gente, pero además de gente, muchas barreras, controles, y guardias de Hofstad Security con sus chaquetas verdes.

Me puse en la cola para entrar al área donde estaba el escenario. Había como cinco filas para pasar por las barreras donde te controlaban el código QR. Pasé bien esa entrada, claro, para algo tengo este bendito código, pero después había otro control. Pensé, ¿nos tienen que controlar dos veces a ver si nos agarramos el virus en los diez metros que separan los dos controles? Pero no era eso. Ese segundo control era para la entrada.

Pero hasta llegar ahí no había visto ni un signo que dijera que hacía falta entrada. Sí, había signos que decían, “tenga su código y su carta de identidad listos para mostrar”, pero nada de entrada. También había mirado el sitio internet varias veces para ver si se hacía el evento o no, pero no, tampoco vi nada sobre entrada. Ahora, cuando volví, lo miré otra vez y me puse a leer lo que antes, por ser en letras chiquitas y en neerlandés -y requerir demasiado esfuerzo para lo que yo pensé, sería un texto irrelevante-, no leí, y veo que sí dice que hacen falta entradas, gratis, pero que ya se habían reservado todas. Se empezaron a reservar el martes y ya el miércoles, de las 5.000, no quedaba ninguna.

Yo no fui la única con un neerlandés todavía intermedio que no vio lo de las entradas, porque también noté que había otros extranjeros hablando en inglés que se habían quedado afuera. “¿Vos sos argentina?”, me pregunta de golpe una chica que estaba hablando con uno de los guardas, con su marido y su nena. Y le digo que sí, “¿vos también?” pregunto. “Sí”, me dice, “es que me parece que te conozco, ¿vos tomaste clases con Conny?” Y fue ahí que nos dimos cuenta de que habíamos tenido la misma profesora de neerlandés. ¡Ah! ¡Qué casualidad! Encontrarnos aquí. Ellos, Gabriela y José, tampoco tenían entradas, ¡y Alejandrina quería ver al Sint! Nos dijeron que si íbamos a la entrada del puerto en la playa, podríamos verlo entrar con el barco. Y ahí fuimos.

Jose, Gaby y Alejandrina, una familia de argentinos que también intentaron ver a Sinterklaas. Foto: Cuca Esteves

Otros rechazados como nosotros ya lo esperaban ahí para verlo pasar. Había muchos veleros y embarcaciones flotando cerca de la entrada, esperando para recibirlo con bocinazos y ruido. Y cuando finalmente llegó la hora -el barco del Sint estaba pacientemente esperando en el mar a la salida del puerto- la orquesta de los Piet empezó a tocar y se animó la fiesta. Pero estaban bastante lejos. Ni siquiera llegué a ver si los Piet eran negros o no.  Tampoco vi a ningún Piet repartiendo pepernotten, bandas de Piet tocando por la calle, o nada. Nada. Sólo guardias verdes de Hofdstad Security por todos lados.

Cuando volví después a la zona donde estaba el escenario, la zona cerrada para los elegidos, escuché que invitaban al intendente van Zanen a subir. Ya muchas familias se estaban yendo y en un rato el Sint se iría también en su caballo blanco a recorrer los barrios.

Después, cuando volvía a casa, en la Keizerstraat, además de más guardas con chaquetas verdes, vi a unos Piet bien negros repartiendo pepernotten. Se ve que estos no recibieron el memo.

Las fiestas populares, abiertas, para todos, parece que se han terminado o que al menos, por un tiempo, quedan suspendidas. Ahora para divertirse y participar de la diversión organizada, hay que prepararse con tiempo y tener todos los permisos requeridos. Ya no se puede ser espontáneo y salir a la puerta. Diversión controlada. Me pregunto si el Sint y sus Piet habrán tenido que mostrar su código QR y entrada al bajarse del barco en el puerto. O no, no, claro, ellos son VIP.