Pablo Valdivia es catedrático de Cultura y Literatura europea de la universidad de Groningen. Por los cargos que ostenta y su experiencia académica nadie le echaría los 38 años que tiene, y sobre todo, pocos creerían que es él, un español, quien dirige la Escuela Neerlandesa de Investigación de Estudios Literarios (OSL) además de ejercer como asesor científico para la Real Academia neerlandesa de las Artes y las Ciencias (NIAS-KNAW). En esta entrevista retrocedemos a las clases de Lengua y Literatura del instituto, donde las metáforas y las metonimias se colaban por primera vez en nuestras vidas, mientras se nos descubre otra manera de entenderlas, sin tomar la parte por el todo sino casi al contrario. Y con esta misma intención Valdivia se aproxima a la cultura europea, a lo que podrá quedar de ella después del coronavirus, y al relato que nosotros, sus ciudadanos, queramos construir sobre ella. Porque la vida misma, afirma, es pura narrativa, un cuento que se escapa de los libros para ayudarnos a entender mejor el mundo.

Cuéntenos cómo ha llegado hasta aquí, a este nuevo departamento de Literatura y Cultura europea de la universidad de Groningen.

Soy de Granada y cuando tenía 19 años me fui de España a Inglaterra para seguir con mis estudios. Allí me doctoré en Literatura y Filosofía y tras nueve años trabajando en Nottingham encontré trabajo en la Universidad de Ámsterdam. Hace unos años, me llamaron de una oficina de cazatalentos para informarme de la creación de un departamento nuevo en la universidad de Groningen y preguntarme si quería presentarme al puesto de catedrático. Era todo tan extraño, demasiado bueno para ser cierto, que colgué el teléfono y no me creí nada. Pero resultó que era verdad. Tras pasar un largo proceso de selección finalmente empecé a trabajar en Groningen en junio de 2016, al frente de un departamento nuevo, dedicado a la literatura y cultura europea y que se imparte en ocho idiomas distintos. El trabajo y la investigación que realizamos aquí es muy multidisciplinar: la fundamentamos sobre preguntas de temáticas muy diversas para saber cómo la literatura ilumina otras formas de entender la realidad. Y no estudiamos la literatura por idiomas, sino por temas, en un enfoque transversal.

Usted es filólogo de formación pero ahora está especializado, entre otros temas, en el discurso político y los populismos en Europa. ¿Qué conexión hay entre estos dos ámbitos tan dispares a simple vista?

Para nosotros la literatura es el discurso humano que agrupa a todos los demás discursos y representaciones. Nosotros enseñamos Cultura y Literatura junto con Ciencias Políticas, con un enfoque muy fuerte en la cognición. La literatura, más que una disciplina o un vehículo para el entretenimiento, alberga los principios cognitivos sobre los que se asienta la manera en la que cada uno de nosotros construye el mundo. La literatura es una ventana para entender el mundo.

¿También la de ficción?

Principalmente la literatura de ficción. Porque tanto el individuo como la sociedad en su conjunto construye su identidad a partir de historias y narrativas de ficción que todos queremos creer, y a las que respondemos sin pensar y de manera cotidiana. Estas historias nos orientan y nos permiten entender los procesos políticos complejos que están relacionados con el tejido social. En un curso que imparto a estudiantes universitarios les pedimos que escriban un trabajo sobre cómo sería Europa en 2025. Para ello estudiamos capítulos de Black Mirror, de El Cuento de la Criada, y después, con el mismo método de análisis literario estudiamos informes reales de estrategia política de la Unión Europea. Así, desde la literatura interpretan la realidad. Y aprovechamos la ficción distópica, con otras obras como 1984 o Un Mundo Feliz, para reflexionar sobre el futuro y los mundos posibles. No hacemos ni historia literaria ni entendemos el texto literario como un producto de entretenimiento o de folclore. La literatura nos abre los ojos para entender realidades complejas de una manera distinta, de una forma mucho más lúcida y consciente que si lo hiciéramos sin ella.

Por ejemplo, cuando enseño Frankenstein, a mí no me interesa enseñar quién era Marie Shelley pero sí indagar en el mensaje de la novela o en cómo un grupo de jóvenes en un año sin verano deciden escribir una historia de terror y uno de ellos imagina que alguien crea una inteligencia artificial con conciencia propia. El tema de la novela da pie a hablar de muchos dilemas éticos y eso es lo interesante, lo iluminador.

Pablo Valdivia con parte de su equipo y algunos colegas de la Universidad de Harvard trabajando en un proyecto relacionado con la inteligencia artificial, en el laboratorio de innovación del catedrático Eric Mazur de dicha universidad. (2019). Foto: Eric Mazur

Voy a proponerle entonces este mismo ejercicio que le pide usted a sus alumnos, ¿cómo se imagina Europa después de la pandemia del coronavirus?

Los momentos de crisis son momentos de ruptura. En este momento en Europa hay distintas sociedades multipolares que construyen su propia narrativa para apropiarse del poder político. Hay una pugna entre una renacionalización de los Estados- un repliegue que busca una vuelta a la narrativa del Estado nación propia del siglo XIX- y una apuesta fuerte por la globalización, también consciente de los problemas que esta ha traído. En esa tensión nos estamos moviendo y dependerá mucho de la voluntad política. Es posible que esta crisis acabe con el proyecto europeo, empezando por el espacio Schengen tras fuertes restricciones de movimiento; o por el contrario, puede ser que ante un desafío global nos demos cuenta de que hace falta una cooperación más estrecha y una UE más fuerte. Lo que a mí me gustaría es una mayor coordinación transnacional, en la que los líderes políticos utilicen metáforas de cooperación, no de guerra ni de competición. Y para esto la idea del Estado nación deja de ser útil. Cuanto más entremos en esta narrativa más obstáculos pondremos a una lógica global que es la única que puede responder bien a las amenazas que se nos presentan: el cambio climático, los flujos migratorios o una pandemia como esta.

«La literatura nos abre los ojos para entender realidades complejas de una manera distinta, de una forma mucho más lúcida y consciente que si lo hiciéramos sin ella.»

 

Si usted es de los segundos, ¿le preocupa los problemas que traerá una mayor globalización o cooperación?

El economista Dani Rodrik lo explica muy bien en su libro «Las paradojas de la globalización»: afirma que este es per se un proceso histórico, que siendo dirigido por una orientación política como la del neoliberalismo ha llevado a un conjunto de desigualdades. Pero añade que este fenómeno no tiene por qué basarse sólo en esta opción política. Se puede pensar en un movimiento global basado en mecanismos de redistribución de la riqueza, de acceso universal a la salud…y es ahí dónde en mi opinión, se debe incidir. Después de esto que estamos pasando, en teoría, los países tendrían que centrarse en reforzar sus servicios públicos de salud, pero como ya hemos visto anteriormente, de las crisis no se sale aprendido. Así que me muestro más realista que optimista. El problema que tenemos es totalmente nuevo y si aplicamos mecanismos viejos para responder a él, la respuesta será también anticuada. Lo nacional ha sido completamente desbordado.

¿Existe una cultura europea?

No se puede definir y sería un error hacerlo: yo veo la cultura europea como un «work in progress», un proceso de constante remodelación para dar respuesta a todas las diferentes realidades en las que vivimos los europeos. Manuel Castells decía que todavía no existe una cultura europea asignada a un concepto de ciudadano europeo. Y yo concuerdo con él. Sí creo que existe una cultura que nos une a todos los europeos por oposición, es decir, por lo que no somos. Y también creo que nuestra identidad común nació después del Holocausto, de preguntarnos cómo podíamos superar ese trauma juntos y lograr que algo así no vuelva a pasar. Pero esta narrativa se ha ido agotando en los últimos años, porque desde hace unas décadas los ciudadanos europeos tienen otros orígenes que no se reflejan en esta metáfora de «la hora oscura». Hay que buscar nuevas metáforas que representen a la mayoría de los europeos. Quizás, lo más interesante sería preguntar a personas de otras partes del mundo qué es para ellos la cultura europea. Seguramente la definan mejor que nosotros mismos.

Los ciudadanos de hoy en día no estamos acostumbrados a la terminología bélica y con el coronavirus esta se ha vuelto habitual. Cómo experto en metáforas, ¿cómo analiza esto?

La metáfora no es solo un elemento lingüístico sino que es uno de los cuatro ejercicios mentales que el ser humano realiza continuamente para poder darle sentido al mundo que nos rodea. Por eso en este caso es un gran error usar metáforas de guerra en momentos de crisis. Cuando escuchamos palabras como guerra, enemigo, batalla, nuestro cerebro se pone en estado de alerta y reacciona sin reflexionar. Como si de un piloto automático se tratase, en un momento crítico el cerebro se pone en modo ahorro de energía y actúa de manera inconsciente o precognitiva. Está estudiado que estas metáforas activan este mecanismo primario, presente en todos los mamíferos, al que respondemos con instintos de protección, de búsqueda de la seguridad, etc. En lugar de plantearlo como una guerra contra un enemigo invisible sería mucho más útil utilizar otro tipo de metáforas que se relacionen con otro instintos, como la asistencia, la atención o el cuidado, para hablar de «cuidar a los más vulnerables» y de «proteger a los demás». Toda actuación que no se haga de manera reflexiva es peligrosa: llevará por ejemplo a que los ciudadanos legitimen y acepten ser vigilados «por el bien común» tras oír de sus dirigentes una retórica cargada de violencia.

Valdivia, en su casa de Groningen, tras la entrevista.

Por su trabajo y como ciudadano extranjero que ha vivido años en Ámsterdam y después en Groningen, ¿cómo explicaría la imagen que los neerlandeses tienen de sí mismos, dentro y fuera de su país?

Lo que me sorprende mucho de los Países Bajos es la disonancia que muestran entre la identidad que proyectan al exterior y la que viven de manera colectiva a nivel nacional. Es algo que los propios académicos holandeses han estudiado, como la catedrática de estudios de género Gloria Wekker o el catedrático de sociología Jan Willem Duyvendak y se podría resumir así: hacia fuera Holanda construye una narrativa de país post-ideológico, post-racial, post-feminista, donde todas las decisiones se toman por consenso a través de su polderpolitiek, en un alegato al pragmatismo. Esta retórica les ha permitido posicionarse como nación moderna y avanzada que ha superado todos esos conflictos, al mismo tiempo que ha permitido esconder otros elementos de carácter xenófobo todavía muy presentes en su sociedad. Por eso me ha parecido muy valiente que el rey Guillermo recientemente pidiera perdón públicamente por los excesos cometidos en el pasado colonial. Todavía hoy en las esferas de poder hay una clara predominación del mismo grupo étnico, un nacionalismo blanco y excluyente. Este conflicto de identidad se muestra claramente con ejemplos como el debate en torno a Zwarte Piet. Podemos decir que los holandeses sienten una contradicción en su identidad: tolerantes y solidarios hacia el exterior pero con una herencia protestante individualista de protección a su comunidad hacia el interior.

¿Esto explicaría la polémica desatada tras las declaraciones del ministro de Finanzas Wapke Hoekstra, tachadas de insolidarias por otros países?

Las personas entendemos el mundo a través de una determinada narrativa cultural, y a Hoekstra le pasa lo mismo: él seguramente no crea que está siendo insolidario, puede que realmente lo viviera como un malentendido. En su forma de pensar acerca de los países del sur de Europa están los estereotipos de inferioridad derivados del relato «ellos, católicos, no son como nosotros, no pertenecen a nuestra comunidad». Algo que es totalmente imaginario. Y viceversa ocurre lo mismo: en España han sido muchas las reacciones de odio a esta actitud del Gobierno holandés. En vez de quedarnos en este discurso que fomenta la xenofobia todos deberíamos asumir que la sociedad es mucho más compleja. En estos procesos políticos y sociales la simplificación no es la respuesta. Por ejemplo, para el caso de la identidad holandesa está claro que hace falta una reformulación que tenga en cuenta a las personas que desde hace décadas vivimos aquí y venimos de otra parte: el país tiene un gran nivel de vida también gracias a todos nosotros, que aportamos trabajo y talento.

«Holanda construye una narrativa de país post-ideológico, post-racial, post-feminista, donde todas las decisiones se toman por consenso, posicionándose como nación moderna y avanzada, y esto al mismo tiempo le ha permitido esconder otros elementos de carácter xenófobo todavía muy presentes en su sociedad.

 

Esta reformulación, ¿podría pensarse a nivel regional también, en Groningen?

Sí claro. Desde hace años, esta región está sufriendo un decrecimiento de la población joven. El problema llegó a ser tan agudo que nuestra universidad confirmó hace unos años que, sin los estudiantes internacionales, no iba a ser posible cubrir los gastos más esenciales. Después de intentar equilibrarlo, el número de estudiantes internacionales lleva dos años bajando, en mi opinión, debido a un auge de la política nativista y proteccionista en todo el país. En mi departamento sólo tengo tres colegas holandeses, el resto es de todo el mundo. El 65 por ciento de los estudiantes son extranjeros y nuestra lengua de trabajo es el inglés. Además, enseñamos en las ocho lenguas que tiene nuestro programa y entre ellos se incluye el neerlandés. Esto ejemplifica muy bien lo que está pasando. Los Países Bajos tendrán que decidir qué quieren: si convertirse en un país de tercera o cuarta categoría a causa de este proteccionismo o mantenerse abierto y seguir siendo una potencia.

Usted ha tenido experiencia en tres contextos académicos distintos, el español, el británico y el holandés. ¿Cómo los compararía?

Hay muchas cosas que desconozco del sistema español porque allí no he ejercido como profesor. Cuando terminé mi doctorado en Inglaterra y sin conocer a nadie me fui a Ámsterdam, donde logré construir un currículum lo suficientemente competitivo como para poder presentarme a un puesto de catedrático. Lo que sí puedo asegurar es que esta evolución profesional es impensable en las universidades españolas e inglesas, porque en ambos países uno crece a la sombra del catedrático en sistemas muy jerarquizados. Al holandés, que conozco en profundidad, le estoy muy agradecido, porque sin dejar de haber enchufismos y endogamia, algo que existe en todas partes, sigue siendo un sistema con criterios muy claros que ofrece este crecimiento profesional a todo el mundo. Si Reino Unido hace unas décadas era el centro europeo de la investigación y la innovación académica, hoy en día lo son otros países como Holanda, Suecia, Noruega y Finlandia.

¿Qué libro recomendaría para entender mejor lo que todos estamos viviendo a través de la ficción?

Recomendaría la novela «La cuarentena» del premio Nobel de Literatura Jean-Marie Gustave Le Clézio.