Frans de Waal es uno de los primatólogos y etólogos más reconocidos del mundo. Desde hace más de tres décadas vive y trabaja en Atlanta (Estados Unidos) donde ejerce como catedrático de Comportamiento de Primates en el departamento de Psicología de la universidad de Emory. Pero más allá de sus contribuciones al mundo académico, Frans de Waal es conocido por el público general por ser autor de una decena de libros donde compara al ser humano con otros primates como los chimpancés, poniendo al mismo nivel sus emociones y sentimientos, bajando del pedestal al hombre y colocando a otros mamíferos en el lugar que les corresponde, tras siglos de negación sin fundamento. Y es que como refleja en su última obra, El último abrazo, con la que vuelve al zoo Burger de su Holanda natal, la observación animal puede enseñarnos más de lo que creemos sobre nosotros mismos.

Su último libro arranca con la escena tan emotiva que grabó su director de tesis Jan van Hooff, primatólogo y fundador de la colonia de chimpancés del Burgers Zoo, cuando se atrevió a acercarse a Mama, la chimpancé matriarca, para despedirse de ella. Es imposible no conmoverse con la reacción de ella al verle, ¿qué más nos puede contar usted?
Mama estaba a punto de morir, muy débil, pero aún así acercarse tanto a ella fue un acto de valentía por parte de Jan, porque los chimpancés siguen siendo animales muy fuertes e impredecibles. Tenían una relación de confianza después de cuarenta años de conocerse y como se ve en el vídeo, Mama expresa una inmensa alegría al verle de cerca. Su cara cambia a una sonrisa extática, mucho más expansiva que la típica de nuestra especie. Cuando el vídeo salió en la televisión holandesa mucha gente se conmovió al verlo y se sorprendió de que Mama tuviera un comportamiento tan humano. A mí lo que me llamó la atención fue precisamente esto, ¿por qué la audiencia se sorpende de que los chimpancés tengan emociones muy similares a las nuestras? y por eso decidí escribir este libro.

En el libro dedica buena parte a explicar cómo otros animales necesitan despedirse de los suyos, tal y como lo hacemos los humanos.
Sí, así es. Cuando Mama murió, el zoo de Arnhem dejó que el resto de chimpancés vieran el cuerpo tras su muerte. Y esto es algo nuevo, hasta ahora los zoológicos no lo hacían, incluso evitaban este momento. En cuanto un animal moría, se lo llevaban. Cada vez más se entiende que también para los animales es esencial despedirse. Muchos animales, como los elefantes, se sienten atraídos por los restos de otros que ya han muerto, suelen ir donde están los huesos y se cree que guardan cierto duelo, pero no está demostrado. En esta época de pandemia hemos visto lo duro que es para nosotros los humanos cuando no se nos permite despedirnos de nuestros seres queridos. Pero lo que también escribo es que en contra de lo que se cree, los animales no saben que van a morir, es algo que no averiguan con anticipación. Y más interesante todavía, hay muy pocos animales que dicen adiós. Muchos saludan, como los gatos o los perros, pero apenas los hay que se despiden. Porque hacerlo supone adelantarse a lo que va a ocurrir, y sólo unas cuantas especies como los chimpancés pueden hacerlo.

En noviembre del año pasado, dos chimpancés se escaparon del zoo de Amersfoort y la policía los mató de varios disparos. ¿Qué opina de este suceso? ¿Se podría haber evitado?
Fue muy triste ver lo que ocurrió. En mi vida he sido testigo de cómo, en varias ocasiones, algunos chimpancés se han escapado. Es un momento difícil porque son animales potencialmente peligrosos, hay que tomar distancia y esperar a que se calmen. Desconozco lo que pasó exactamente en Amersfoort para que tuvieran que dispararles pero en todas estas situaciones lo primero que hay que hacer es intentar mantener a la gente alejada de ellos, porque a los chimpancés no les gustan los extraños, y esperar a que sus cuidadores se aproximen y les tranquilicen poco a poco. Los chimpancés que fueron disparados en Amersfoort no se llevaron de vuelta al zoo para mostrar sus cuerpos al resto de chimpancés, como decíamos antes, y tenían que haberlo hecho.

¿Sigue siendo el zoo un concepto aceptable para los naturalistas, biólogos y primátologos del siglo XXI?
La gente va al zoo para pasar un rato entretenido, pero casi sin darse cuenta reciben formación y educación sobre lo que ven. Esto es sumamente importante, también hoy en día. En Holanda tenemos el Apenheul o el Burgers Zoo, dos lugares donde se pueden ver gorilas, algo muy poco habitual. Yo mismo inauguré hace doce años el recinto de los Bonovo en el Apenheul. Y este último me parece un concepto muy interesante de zoológico, fundado hace ya 50 años y que se ha reproducido después en otros países como en Francia, con el Vallée des Anges en Burdeos. La idea es que aunque se siguen manteniendo animales en cautividad, esto se hace en recintos mucho mayores y con menos especies. Reducir la cantidad para aumentar su espacio vital, ese es el camino a seguir, en mi opinión.

¿En qué medida influye en el desarrollo de una comunidad de primates la observación permanente del público que va a visitarlos?
Normalmente los visitantes los ven desde una distancia que no les molestan. No tienen por qué interferir en la vida de la comunidad. Pero si estos están justo detrás de un cristal y el espacio en el que están los chimpancés o los gorilas es muy pequeño, entonces sí, el público puede ser muy molesto para ellos.

Usted comenta en sus charlas cómo la gente tiende a reírse al ver las reacciones casi humanas de un mono, por ejemplo, cuando este se enfada si no le dan la comida que espera. ¿Por qué nos reímos?
Yo interpreto esta reacción como un signo de reconocimiento, de identificación. La gente se ríe porque se siente totalmente identificada con lo que hace el chimpancé y eso les pone nerviosos. Creo que es bueno que las personas reaccionen así, que comprueben lo similares que somos. Esto ha cambiado, porque hace 25 ó 30 años, cuando se comparaba a los humanos con los animales, al decir, por ejemplo, que los animales sienten y tienen emociones como nosotros, la respuesta siempre era hostil, de negación. No se podía decir que los animales eran muy inteligentes, sobre todo aquellos que nos comemos, porque había que tomar distancia con ellos.

Hace 25 ó 30 años, cuando se comparaba a los humanos con los animales, al decir, por ejemplo, que los animales sienten y tienen emociones como nosotros, la respuesta siempre era hostil, de negación.

Y por aquél entonces usted empezó a sensibilizar y a informar en este sentido…
Así es, y a la gente no le gustaban mis charlas, les incomodaban. Ahora el público conecta mucho mejor con este mensaje y eso es muy positivo. También se puede hablar de genética y comportamiento, algo que hace décadas tampoco era bien recibido. Se acepta que enfermedades como el alzheimer o la esquizofrenia tienen un componente genético. Es como si hasta entonces el ser humano no fuese visto como un ser biológico, sino como otra cosa, más allá de su naturaleza animal.

¿A quién responsabilizaría de esta concepción histórica del ser humano?
A menudo se ha dicho que procede del cristianismo pero es más antigua todavía, se remonta a la Grecia Antigua. Y junto a esta concepción del ser humano está la idea colectiva de sociedad, que también ha cambiado mucho. Hace siglos vivíamos en sociedades donde se ejecutaba a gente en la plaza pública, algo inimaginable hoy en día. De esas sociedades agresivas hemos pasado a una más «soft», digamos, donde la crueldad contra los animales es rechazada e incluso penada por ley.

Usted establece la relación entre el comportamiento humano y el animal, conecta la psicología con la biología. ¿Cómo surgió esta nueva forma de comunicar sobre primates?
Del mundo animal mi investigación se centra en los chimpancés, por lo que la comparación con los seres humanos es casi inmediata. Siempre me ha gustado este ejercicio de comparación entre ambos. Cuando era un estudiante en el zoo de Arnhem, solía dar breves charlas a grupos de amas de casa, de abogados, policías, gente de todos los ámbitos que venían al zoo y eso me hizo aprender a comunicar con el público generalista acerca de mi trabajo. En seguida me di cuenta de que no estaban interesados en las cuestiones más científicas del debate académico sino en las más sencillas, como cuánto dura el embarazo de una hembra o cómo de fuerte es un macho. En mis libros no verás nunca un gráfico, no uso datos, porque sé que a la gran parte de los lectores no les interesa.

Una de estas preguntas sencillas podría ser, ¿qué emociones expresamos los humanos y los chimpancés de la misma manera?
Uno de los vídeos que más he mostrado en mis charlas es el de unos monos capuchinos a los que se les ofrece un trozo de pepino y una uva. El que recibe el pedazo de pepino lo acepta bien, pero sólo hasta que ve que al otro mono se le da una uva, algo que le resulta mucho más apetitoso. Entonces se enfada mucho y la manera en la que expresa su rabia es exactamente igual a cómo lo haría un ser humano. Las expresiones de resentimiento, de celos, de otros primates, son como las que tenemos nosotros. Por eso creo que cuando los animales presentan reacciones similares a las nuestras y en circunstancias parecidas, entonces debemos llamarlas con el mismo nombre. Hubo un tiempo en que esto no era así, la gente quería denominar a la misma emoción de otra forma, para guardar las distancias respecto del comportamiento animal. Por ejemplo, cuando descubrí que los chimpancés se reconciliaban, se me dijo que por qué no lo llamaba «contacto post-conflicto». Querían que usara un término que sonara muy científico para evitar decir que los chimpancés hacían lo mismo que nosotros: a través de la reconciliación restauraban la relación entre los dos.

Desde que usted comenzó hace 30 años, ¿cómo ha evolucionado la primatología en Holanda?
Por aquél entonces el país contaba con un buen grupo de etólogos, dedicados a estudiar el comportamiento animal. Desafortunadamente este grupo ha ido desapareciendo y también creo que la etología se ha integrado con otras disciplinas como la neurociencia y ahora es una especialidad mucho más pequeña que cuando yo empecé. En general las disciplinas se han ido mezclando y fusionando, sobre todo aquí en los Estados Unidos. En cualquier conferencia científica ya es habitual encontrarse con científicos que proceden de contextos muy distintos y que se combinan entre ellos. Yo soy un biólogo y toda mi vida he trabajado como profesor de psicología. En Holanda es más común que cuando se toma un camino se siga por ese mismo.

Usted afirma que «la vida social y emocional de los antropoides es tan similar a la nuestra que todavía no está claro donde trazar la línea» que nos separa. ¿Podría el lenguaje establecer esa diferencia?
Veo el lenguaje como un sistema de comunicación, y aunque mucha gente considera que es esto lo que nos diferencia de otros antropoides, no estoy tan seguro de ello. No creo que el lenguaje nos haga más inteligentes o que nos ayude a entender mejor las cosas. Lo que ocurre es que este sistema es único en su complejidad, y esto sí que es para mí la diferencia sustancial entre nosotros y el resto de especies. Nos permite hablar de cosas que ocurrieron en el pasado y planear a futuro. Un chimpancé no podría explicarte lo que le pasó en la pelea que tuvo ayer, porque su sistema de comunicación es mucho más limitado que el nuestro. Pero que no lo comunique no significa que no lo experimente. La evidencia científica actual nos muestra que otros animales, como aves o primates, también pueden viajar en el tiempo, es decir, recuerdan y se adelantan a hechos futuros. Y eso es algo que hasta ahora los psicólogos siempre han atribuido al lenguaje, asegurando que sin él, no se puede. Parece que no es cierto.

Con la pandemia se ha hablado de la diferencia entre los países gobernados por mujeres y aquellos gobernados por hombres, aludiendo un mayor sentido de protección en el primer caso y de competición en el segundo. En las comunidades de chimpancés siempre hay un macho alfa y una hembra alfa compartiendo el liderazgo, ¿están sus roles así de definidos?
No creo que sea una distinción universal aplicable a todos los líderes según su género, pero es posible que haya una diferencia a considerar entre ambos. En las comunidades de chimpancés, los machos son físicamente dominantes sobre las hembras, pero eso no les convierte necesariamente en más poderosos. En mi último libro explico cómo la chimpancé más mayor de la comunidad del Burgers Zoo no era físicamente más dominante, pero sí era una figura cuyo poder no se cuestionaba. Tanto ella como el macho más mayor parecían decidir todo en la comunidad, y eso que este macho ya no era el macho alfa. Si queremos una sociedad donde la hembra es el género dominante, en todos los sentidos, tenemos que irnos a los bonovos. Pero sabemos demasiado poco sobre ellos, son mucho más desconocidos que los chimpancés.

Cuando usted estudia el comportamiento de una comunidad de chimpancés, esta siempre es mucho más pequeña y limitada de lo que los humanos hemos llegado a formar en nuestras sociedades. ¿Siguen siendo válidas las comparaciones entre ambos si su sociedad es tan dispar?
La escala de la sociedad humana ha llegado a ser tan inmensa que da lugar a problemas que no existen en estas comunidades de chimpancés. Uno de ellos es el anonimato: en una sociedad muy pequeña todo el mundo se conoce. Si tú me mientes, antes o después me enteraré; si me tratas mal, o viceversa, si me cuidas, lo recordaré. Ahora vivimos en una sociedad en la que constantemente nos encontramos con otras personas que no hemos visto antes y que puede que no volvamos a ver. ¿Deberíamos confiar en ellas? Si nos timan o abusan de nosotros será mucho más difícil ir detrás de ellos porque a veces no sabemos ni su nombre real. La sociedad global de hoy en día desvirtúa en gran medida la interacción que teníamos cuando vivíamos en comunidades más pequeñas. Principalmente por este anonimato, que en opinión es un problema del cual derivan otros, como la desigualdad. En Estados Unidos existe un alto grado de desigualdad: los grandes millonarios no se preocupan por lo que les pasa a la gran mayoría de sus compatriotas, que no tengan un acceso universal a la sanidad, por ejemplo. Ellos viven en su mundo de casas de lujo y aviones privados y lo demás da igual. Creo que esta apatía viene derivada de ese desconocimiento del otro, que en una sociedad más pequeña sí se tiene. En las comunidades de humanos cazadores-recolectores no existe esta desigualdad, no hay uno que tiene todo y otro que no tiene abolutamente nada. Sencillamente no se permite que pase. Por eso cuando investigo la idea de desigualdad entre los chimpancés siempre me recuerdo a mí mismo que ellos sí se conocen entre ellos, y eso cambia mucho el concepto. Una de las teorías sobre la pervivencia de las religiones tiene que ver con esto: en las sociedades a gran escala en las que no se puede proteger y controlar a todo el mundo de cerca, el ser humano ha creado un ser supremo, un Dios, que cuida y vigila de todos nosotros. Me parece una teoría interesante.

En una entrevista en la serie Zomergasten, usted se definió como un «apateísta», ¿qué significa?
Es un término que se acuñó hace unos años para definir a las personas que no estamos interesados en rechazar o aceptar la existencia o inexistencia de Dios. Sencillamente no le doy niguna importancia. La religión es un fenómeno que me resulta interesante, pero no tanto por sus creencias sino por su función social, porque es un instrumento de cohesión muy poderoso.

El neurobiólogo Dick Swaab nos dijo hace unos años, en una charla con Gaceta Holandesa, que la creatividad era lo que nos hace humanos, nuestra capacidad para innovar. ¿Qué opina usted?
Hace años Dick Swaab y yo tuvimos un debate en Ámsterdam sobre la existencia del libre albedrío, algo que Swaab niega. Estando de acuerdo con él, yo le discutía que le otorgaba demasiada relevancia al cerebro, porque este está conectado con el resto del cuerpo, y esto debe tenerse en cuenta también. Yo no creo que la creatividad sea algo exclusivamente humano, el pensamiento abstracto sí, porque está relacionado con el lenguaje.