Este, posiblemente, no va a ser un artículo fácil de leer para ti, querido lector, querida lectora. Tampoco ha sido fácil para mí escribirlo, o mejor dicho, informarme para escribirlo. Conscientemente he elegido no dulcificarlo ni suavizarlo, porque pienso que el trabajo interior al que nos hemos de someter para descifrar lo inconsciente y ver lo invisible a nuestros ojos merece la pena. Por dos razones: primero, porque nos va a hacer personas más conscientes de nuestros propios prejuicios y en segundo lugar, porque gracias a esa consciencia contribuiremos a una sociedad un poco mejor. ¿Libre de racismo y del sistema de supremacía blanca? A lo mejor no. Pero sí observando, detectando, siendo críticos y cambiando nuestras actitudes y las de otros cuando los productos del racismo aparezcan. Este artículo pretende explicar el camino iniciado por mí misma en búsqueda de mis propios prejuicios y conductas racistas inconscientes que han sido establecidas en mí fruto de haber nacido y crecido en una sociedad donde el color de la piel tiene unas consecuencias distintas para cada persona a todos los niveles. Iniciarme en este camino también ha supuesto hacerme consciente de mis propios privilegios como persona blanca dentro del sistema. Me gustaría que cerraras los ojos un momento y te respondieras, intentando ser lo más honesto posible, la siguiente pregunta: ¿eres una persona racista?, ¿has tenido privilegios o más bien dificultades derivadas del color de tu piel o de tu origen?, ¿crees que vives en una sociedad libre de racismo y discriminación? Cuando te hayas respondido a estas preguntas, te invito a que sigas leyendo y que al final vuelvas sobre estas mismas preguntas, volviéndolas a contestar.

Ocho minutos que cambiaron el mundo

El vídeo dura casi ocho minutos. Lo encontré en mi feed de Instagram compartido por la actriz Juliette Binoche, aunque para ese momento muchas personas lo estaban compartiendo ya. Acababa de salir a la luz. Recuerdo que dudé si abrirlo, consciente de cómo pueden llegar a ser de crueles esas imágenes que por desgracia tantas veces hemos visto ya en Estados Unidos sobre la brutalidad policial contra las personas negras. Este vídeo no sólo representaba la brutalidad policial: era el vídeo de una tortura. Cuando iba por los primeros minutos de la reproducción me dije a mi misma «ciérralo», pero algo me decía que debía verlo entero a pesar de -o precisamente por- su crudeza. En él, durante casi ocho minutos el policía blanco Derek Chauvin mantiene su rodilla presionada contra el cuello de George Floyd, un hombre negro de cuarenta y seis años. George Floyd, apenas en un hilo de voz, repite que no puede respirar. Especialmente terrorífica es la pose del policía Chauvin, con la mano apoyada en su cadera con ademán de triunfo, en su cara un gesto absolutamente psicópata de satisfacción, de saberse en su derecho y de estar seguro -durante esos ocho minutos lo estuvo- de que esto no iba a tener ninguna consecuencia para él. Lo que siguió al asesinato de George Floyd a manos del policía Derek Chauvin ha sido un movimiento sin precedentes en Estado Unidos y, en menor medida, en el resto del mundo para condenar y acabar con el racismo.

El hecho de que estuviéramos en plena pandemia y aún con las medidas de precaución derivadas de ella hizo que muchas personas dedicáramos más tiempo a reflexionar sobre el racismo y el sistema supremacista blanco en el que hemos nacido y crecido y en el que aún hoy seguimos viviendo. El confinamiento nos dio el espacio y el tiempo a las personas privilegiadas como yo que lo han podido dedicar a indagar en el tema del racismo y la discriminación en general -como conceptos- y en particular en nuestro día a día. Personalmente para llevar a cabo mi trabajo interior y también para escribir este artículo me he basado en fuentes de personas que pertenecen al colectivo BIPOC (por sus siglas en inglés, Black, Indigenous and People of Color) y algunas que no pertenecen a ese colectivo pero que han estudiado el sistema de supremacía blanca como Robin DiAngelo, una investigadora blanca que popularizó el término white fragility (fragilidad blanca) del que escribo más adelante.

Supremacía blanca y racismo: dos caras de la misma moneda

La escritora y educadora anti-racista Layla F. Saad define en su libro «Me and White Supremacy» lo que significan estos dos conceptos. Supremacía blanca es «una ideología racista que está basada en la creencia de que las personas blancas son superiores en muchas formas a personas de otras razas y que, por lo tanto, las personas blancas deberían tener un papel dominante sobre otras razas» (p.24).

Obviamente, no culpa a las personas blancas (a ti, a mí) de ser supremacistas blancas. Lo que sí hace Saad es señalar que tú y yo nos hemos educado en un sistema supremacista blanco, de lo cual no tenemos ninguna culpa, pero sí la responsabilidad de observar, detectar y ante el cual adoptar una visión crítica. La autora explica que tendemos a pensar que es una ideología extrema que sólo pertenece a grupos neonazis o al Ku Klux Klan, pero ahí reside el error. El sistema en el que vivimos es, de por sí, supremacista blanco y por lo tanto pensar que sólo se trata de grupos radicales no ayuda a su erradicación. Saad apunta que la supremacía blanca es el paradigma dominante en el que se fundan las normas, las reglas y las leyes.

«Saad señala que tú y yo nos hemos educado en un sistema supremacista blanco, de lo cual no tenemos ninguna culpa, pero sí la responsabilidad de observar, detectar y ante el cual adoptar una visión crítica».

Por lo tanto, el sistema de supremacía blanca no se trata de cuatro locos quemando cruces o reuniéndose alrededor de una fuente cantando himnos fascistas. El sistema de supremacía blanca da lugar a desigualdades y discriminaciones contra personas BIPOC y de distintos orígenes étnicos todos los días. También en los Países Bajos, en forma de discriminación en el mercado de trabajo, acceso a la vivienda, educación y en el contacto con la policía.

La otra cara de la moneda de la discriminación es el racismo. La escritora Layla F. Saad también lo aclara en su valioso libro. Racismo es «la mezcla de prejuicio y poder, donde el grupo racial dominante -el cual en una sociedad supremacista blanca son las personas con privilegios por el hecho de ser blancos – es capaz de mantener una posición dominante sobre los demás grupos raciales y afectar negativamente a esos grupos a todos los niveles, personal, sistemática e institucionalmente».

A pesar de que estas definiciones nos puedan parecer controvertidas, difícilmente podemos negar que la realidad nos da ejemplos cotidianos del racismo establecido si observamos detenidamente, si nos informamos y sobre todo si reflexionamos sobre nuestros propios privilegios. También en los Países Bajos, como recientemente ha admitido el primer ministro Rutte. En el caso de las personas blancas, esto consiste en ser conscientes de cómo nos hemos visto beneficiados por este sistema, sin hablar de culpa. Simplemente reconociéndolo. Esa incomodidad o incluso enfado que podemos sentir las personas blancas cuando se nos señala o se nos hace ver nuestro racismo inconsciente fue denominado por Robin DiAngelo como «fragilidad blanca«. Desirée Bela-Lobedde, comunicadora española, resalta en su libro «Ser mujer negra en España» que las conversaciones sobre racismo tienen que incomodar necesariamente a las personas blancas, las cuales tienen que aprender a gestionar esa incomodidad. Y es que la incomodidad es siempre un suelo fértil para el cambio.

Como personas migrantes residentes en los Países Bajos también hemos podido experimentar personalmente el efecto de los prejuicios contra los inmigrantes del sur de Europa. Recordemos la polémica suscitada en España por la portada de la revista Elsevier en la que se representaba a españoles tomando el sol y cantando flamenco mientras «los del norte de Europa» engrasaban la máquina de funcionamiento de la Unión Europea. Sin embargo, no olvidemos que el color de la piel puede añadir aún más dificultades al hecho de ser personas migrantes. También nuestro origen. Seguramente una persona migrante que viene de un país de América Latina o de un país árabe experimentará otras dificultades añadidas, diferentes de las que podamos experimentar las personas migrantes que venimos del mismo continente en el que Holanda se encuentra, con el mismo color de piel. A ello hace referencia el término interseccionalidad (intersectionality en inglés), un concepto que pone de manifiesto que las desigualdades experimentadas por una persona son diferentes dependiendo de cuántas identidades vulnerables posea, por ejemplo: mujer, de piel oscura, procedente de un país árabe.

«La incomodidad es siempre un suelo fértil para el cambio».

 

También en Países Bajos

Una tarde me cité con mi amiga Tania (el nombre es ficticio para proteger su identidad), que lleva viviendo y trabajando en Países Bajos cuarenta años desde que llegó de Etiopía para estudiar. En la ciudad donde vivo, una ciudad pequeña pero bastante diversa en cuanto a población gracias a la gran cantidad de estudiantes internacionales, a Tania la conoce todo el mundo. Es una persona que participa muy activamente en la comunidad. No obstante, todavía hoy hay gente que se sorprende al verla «tan integrada» y al escuchar que habla «tan bien neerlandés». Esos son comentarios que escucha habitualmente. Me pregunta «¿tú sientes miedo al ver a la policía?», «no»- contesto -, «¿y alguna vez te han prohibido la entrada a un bar?» También respondo que no. Ella sí se sintió insegura muchas veces en presencia de la policía, y también le ha sido prohibida alguna vez la entrada a un bar. Tania también me relata la experiencia de una amiga etíope que llegó a los Países Bajos hace unos cuatro años y a la que hace poco por fin llamaron para hacer una entrevista de trabajo en un despacho de abogados. Cuando entró por la puerta lo primero que le dijeron fue «tu nombre nos ha confundido, creíamos que eras holandesa» (su primer apellido es holandés puesto que está casada con un hombre de este país). Tania resalta la imagen confusa que normalmente se tiene de los Países Bajos, ya que en principio son personas muy amables y que intentan «integrar» a los que vienen de un origen distinto. (Ojo: esta afirmación es una generalización y como tal puede no representar la verdad de una sociedad). Ella lo relaciona con «la educación calvinista, esta compulsión de tener que ayudar, que hacer algo por el otro, no por ese otro sino por la idea de conseguir la propia salvación».

En el interesantísimo documental Zwart Als Roet, de la cineasta Sunny Bergman y que la propia Tania me recomendó ver, se ponen de manifiesto varios puntos de vista acerca del significado del racismo en Holanda. Girando en torno al controvertido tema del personaje de Zwarte Piet (Pedro el Negro, un personaje que acompaña a la versión holandesa de Santa Claus en Navidad) saca a relucir los prejuicios y las actitudes racistas que, inconscientemente, se han implantado en la sociedad holandesa. Dos de las imágenes más impactantes de este documental es el momento en que la policía detiene a Quincy Gario, un conocido activista en contra del personaje de Zwarte Piet y el momento en el que la propia Sunny Bergman viaja a Londres disfrazada de este controvertido personaje -con la cara pintada de negro, los labios rojos y grandes aros dorados en las orejas-, y se pueden ver las reacciones de los transeúntes. Es esta una verdadera experiencia de vergüenza ajena. Un experimento que puso a prueba la imagen inocente que muchos defensores de Zwarte Piet ponen sobre la mesa para defender su continuidad.

Reflexionar sobre nuestra propia posición

Nuestra propia posición, como personas migrantes en Países Bajos, es controvertida porque por un lado, somos susceptibles de experimentar los prejuicios y la discriminación por el hecho de no ser de origen holandés, pero, por otro, el hecho de haber crecido en una sociedad que se ha basado en la supremacía blanca nos ha dotado también de forma inconsciente de determinadas actitudes y visiones de «el otro» con tintes racistas. No es nuestra culpa, y la mayoría de nosotros no lo queremos, pero precisamente por eso debemos mirar nuestro interior y desarrollar esa mirada crítica y hacer espacio a la incomodidad. De lo contrario, raramente va a surgir el cambio. Un cambio que nos beneficia a todos. Te invito a que, sea cual sea tu origen y tu color de piel reflexiones sobre tus privilegios o por el contrario sobre las experiencias de discriminación que has sufrido. La reflexión y la acción anti-racista es un trabajo de dentro hacia afuera.