Uno de los mayores expertos a nivel mundial en el tema de la soledad, el profesor de la universidad de Chicago John T.Cacioppo, define la soledad como una «debilitante condición psicológica caracterizada por una sensación de vacío, inutilidad, falta de control y sentida como una amenaza personal». Sin embargo, elegir estar solo no es lo mismo que sentirse solo. Las personas nos podemos sentir solas incluso estando rodeadas de gente. Lo contrario también es cierto, nos podemos sentir muy bien cuando elegimos nuestros momentos de soledad y sabemos cómo disfrutarlos. La soledad es la fuente de los sentimientos desagradables de vacío y pérdida personal que menciona el profesor Cacioppo cuando la percibimos como impuesta, no elegida y fuera de nuestro control. En este artículo escribo sobre esa soledad que no elegimos y que muchas veces nos viene dada a causa de nuestra condición de inmigrantes en algún punto del proceso migratorio. Sin olvidar que, como intentaré transmitir con este artículo, no siempre estamos indefensos ante nuestra soledad.

De qué hablamos cuando hablamos de soledad

En los años setenta, el sociólogo Robert S.Weiss desarrolló un pionero y extenso trabajo de investigación acerca de la soledad, la clasificó en dos categorías: soledad emocional y soledad social. La soledad emocional se refiere a ese conjunto de sensaciones sobre las cuales escribía Cacioppo, y que se da a causa de la ausencia de una figura que nos aporte intimidad y apego emocional (por ejemplo, una pareja, un mejor amigo o un familiar). La soledad social hace referencia a la ausencia de un grupo social, contactos habituales, personas con las que simplemente hablar (por ejemplo, compañeros de trabajo, vecinos, conocidos). No debemos confundir la soledad social con el aislamiento. En el caso de la soledad social encontramos que, aunque tengamos cerca algunas de estas figuras sociales, nos sentimos solos. Son muchas las causas que nos pueden llevar a sentirnos solos, aunque estemos rodeados de personas. A veces no encontramos interesantes determinados grupos sociales, o nuestra extrema timidez nos dificulta el acercamiento a otras personas, o tenemos miedo de que nos hagan daño. También hay que tener en cuenta que en las relaciones sociales los estándares que nos ponemos a nosotros mismos y a los demás juegan un papel importante, por lo que a menudo, si estos son demasiado altos o irreales puede ser difícil encontrar personas con las que estar en compañía. Sea cual sea la causa, al final acabamos sintiéndonos como una isla en medio de un océano, a veces rodeados de tiburones.

La soledad que no se elige, además, puede tener consecuencias nefastas para nuestra salud. Varias investigaciones han encontrado correlaciones con una salud pobre, baja calidad de vida, bajos niveles de satisfacción con la propia vida, perspectivas negativas ante el futuro o acerca de uno mismo y otros e incluso con ansiedad y depresión. Es importante señalar que una correlación no es una causa, sino una relación estadística que se encuentra en el curso de una investigación. Por lo tanto, debemos recordar que la soledad no es una «depresión», ni tiene por qué ser directamente su causa. Por supuesto puede ser una circunstancia que se da en el curso de una depresión diagnosticada, y si la soledad se prolonga en el tiempo y se vive de una manera muy angustiosa puede facilitar la aparición de cierta sintomatología depresiva y/o de ansiedad, pero es importante no confundir los términos ni lo que sentimos a causa de nuestra soledad con un diagnóstico psicológico.

El papel de la soledad en el proceso migratorio

En un reciente estudio acerca de la soledad de las personas migrantes, se destaca el hecho de que, al emigrar, nos vemos obligados a reestructurar y transformar nuestras redes sociales. A veces nuestros lazos y el contacto con nuestra familia y amigos en el país de origen se va debilitando a medida que nuevos contactos se van afianzando en el país de acogida. Sin embargo, hasta que logramos construir esas redes podemos sentirnos solos. En el mencionado estudio, Koelet y de Valk (2016) encontraron que realmente no había una gran diferencia en la soledad social de inmigrantes intra y extra-europeos. Tampoco encontraron grandes diferencias si las personas migrantes tenían una pareja nativa. De hecho, los resultados muestran que, aunque tener una pareja nativa puede contribuir positivamente, los emigrantes europeos tenían menos amigos propios y menos amigos nativos. Los contactos con el país de origen están claramente limitados por la distancia geográfica, que no puede reemplazar el contacto en persona, frecuente y cercano.

La sensación y la situación de soledad, la soledad emocional y la soledad social, se dan frecuentemente en las personas migrantes, ya sean estudiantes, profesionales, parejas que han viajado acompañando a su compañero o compañera por trabajo o personas mayores. Es una experiencia normal, y de hecho ese malestar es adaptativo, pues nos empuja a buscar estrategias para crear o ampliar nuestra red social. Al fin y al cabo, el ser humano es un ser social y nuestro mecanismo de supervivencia es el que se pone en marcha cuando experimentamos esas sensaciones desagradables y nos sentimos solos. No hay un momento concreto en el que la soledad se pueda dar más o menos en el proceso migratorio, pero se puede señalar el principio de este, cuando aún no hemos construido una red de contactos estable y sólida, como el momento más vulnerable. E incluso cuando logramos encontrar un grupo, a menudo se limita a un grupo de expats de la misma procedencia y con similares circunstancias que, aunque al principio ayuda a orientarnos, no es siempre el vínculo sólido y de confianza que buscamos.

Estrategias para ponernos en marcha

Hay factores que ayudan a prevenir la soledad cuando migramos, enumerados en el estudio de Koek y de Valk (2016):

  • Integración social en el país de acogida: tener amigos nativos, percibir baja discriminación.

  • Conexión con nuestro grupo cultural de origen: encontrar personas que comparten nuestro origen cultural y mantener el contacto con nuestra familia y amigos vía videoconferencia, por ejemplo.

  • Conocimiento del idioma nativo (en este caso, neerlandés).

El profesor John T. Cacioppo ha desarrollado un programa de acción para personas que se encuentran solas, y que se puede encontrar en la práctica página de internet del Eenzamheid Informatie Centrum (Centro de Información sobre la Soledad), donde se facilitan varios recursos y explicaciones acerca de la soledad. El programa se llama EASE por sus siglas en inglés (Extend yourself, Action plan, Selection, Expect the best):

  • Expande tu red: una estrategia también denominada ¨construcción de una red no-intencional¨, es decir, dar pequeños pasos sin que el objetivo principal sea encontrar un mejor amigo o una pareja, pero que pueden facilitarnos el conocer a gente que puede ser interesante.

  • Acción: apuntarse a un curso de idiomas, hacer voluntariado en una organización cercana, ir a reuniones de grupos temáticos de nuestro interés, practicar algún deporte en grupo, etc. Tomar acción, en definitiva.

  • Selección: lo importante no es el número de personas con las que se tiene contacto, sino la calidad de esas relaciones. Seleccionar bien aquellas personas con las que queremos pasar el tiempo es importante.

  • Espera lo mejor: acércate con una actitud abierta, flexible y sin juzgar. Recuerda que eres responsable de tu esfuerzo, pero no de los resultados.

Finalmente, desde mi propia experiencia como psicóloga y habiendo puesto en marcha varios grupos de encuentro en los Países Bajos, considero que al final, lo más importante y lo que todas las personas migrantes buscamos en el país que nos acoge es simplemente poder compartir, escuchar y sentirnos, a veces, «acompañadas en nuestra soledad». La soledad aparecerá y se marchará varias veces a lo largo de nuestra vida, pero me gusta pensar en ella como una oportunidad de auto-descubrimiento y de descubrimiento de otras personas en las que no habríamos reparado, seguramente, si la soledad no se hubiera asomado a nuestra puerta. Como decía el poeta Mario Benedetti, «a veces tiendo mi mano y está sola, pero está más sola cuando no la tiendo».