A Jet Knüppe, de 62 años y que trabaja a tiempo parcial como conductora de un bus escolar para niños y niñas con necesidades especiales, siempre le ha gustado vivir cerca del río. El Mosa está a  unos cien metros de su casa en Maastricht y ya le había hecho pasar un susto en el 95, pero todo había salido bien, “aunque el vecindario de al lado sí se inundó, así que  siempre fui consciente de lo que podía ocurrir”.

Pero este verano de 2021 fue diferente. Jet había escuchado en las noticias sobre las lluvias fuertes que caían en Bélgica y Alemania, y no sospechó que podrían afectarla. “Era jueves 15 de marzo, me senté en esta mesa desde la que te hablo a leer las noticias y vi que varias personas iban a ser evacuadas al sur del país por posibles inundaciones y me dije ‘¿Qué?, ¿se trata de mí?’. Busqué la página de la municipalidad y Randwyck, mi vecindario, aparecía como uno de los que debían ser desalojados. Lo sentí como en una película”. Lo que siguió fue un constante de llamadas de sus hijas a su teléfono celular, estaban preocupadas. Pero Jet ya había acordado con su vecina irse para la casa de otra amiga que no había recibido alerta por inundaciones. “Nos dieron un par de horas para dejar las casas ‘preparadas’ y salir. Pero, ¿cómo te ‘preparas’ para eso? Tomé los libros que tenía en el suelo de la biblioteca del primer piso y los puse en un lugar alto, y las sillas las coloqué sobre la mesa. El piano no podía moverlo así que oré para que no se estropeara por el agua y me fui”.

Tobias Fuchs, director del departamento de Clima y Medio Ambiente del Servicio Meteorológico Alemán, explicaba a un reportero de Euronews el por qué de estas inundaciones: “cuanto más calor hace, el aire retiene más agua. Un grado centígrado de más en el clima puede absorber siete por ciento más de agua evaporada, y lo que está en la atmósfera tarde o temprano regresa en forma de lluvia».

Y es que si se mira sin contexto, el asunto del cambio climático en realidad se trata de los efectos de 1,5 grados de más en el clima de la Tierra. Pero a la vez no es tan simple porque el clima del planeta ha tenido cambios aún más dramáticos llamados períodos glaciares (o fríos) y periodos interglaciares (o cálidos). Sin embargo, estos cambios eran producidos por procesos naturales y lentos, hasta que ocurrió la Revolución Industrial.

Del hombre a los combustibles fósiles

A primera vista todo empezó en lo que fue el Reino de Gran Bretaña y luego se extendió a Europa occidental y la América anglosajona: se pasó de la mano que hacía y el animal que empujaba (economías rurales), a la máquina que fabricaba y transportaba mercancía y personas (economías industrializadas). En definitiva, hubo un cambio en la fuente de energía que movía a gran parte del planeta, y que encontró en los combustibles fósiles —el carbón, el petróleo y el gas natural— a sus mejores aliados. Todas ellas fuentes de energía no renovables enterradas en la tierra que al ser desenterradas y quemadas producen gases de efecto invernadero. 

Los gases de efecto invernadero también podrían denominarse como “gases que retienen el calor”. La ciencia los mide con el gas llamado dióxido de carbono (CO). El mismo gas responsable de esos 1,18 grados de más en el clima del planeta que la NASA registra en sus mediciones globales desde 1880 es el que, como explicaba Tobias Fuchs, provocó que el aire de Alemania, Bélgica y Luxemburgo se tornara más cálido, acumulando más agua de la habitual y originando las inundaciones que hicieron que cientos de personas en Limburgo se convirtieran en desplazados por el cambio climático, sumándose a los más de veinte millones que calcula ACNUR, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados. 

Tan solo diez países producen el 68,71% de las emisiones globales de estos gases, y los 28 países de la Unión Europea, en su conjunto, ocupan el tercer lugar, después de China y Estados Unidos. Países Bajos, este pequeño reino de algo más de 17 millones de personas y una superficie de 42.679 km2, es el cuarto país de la Unión Europea con más emisiones de CO por persona, responsable del 0,46% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.

Imagen con efecto dibujo de la vista de Ijmuiden, uno de los núcleos industriales más grandes del país. Foto: Pixabay / Jabpaul43

En el pasado lejano de la Tierra habría hecho falta entre 5.000 y 20.000 años para provocar el aumento del CO que los seres humanos han causado en los últimos 60 años”, escribieron en su informe Humans are Causing Global Warming las Academias Nacionales de Ciencia, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos. El estilo de vida de muchos seres humanos, sobre todo de los que vivimos en países industrializados, causa que la temperatura del planeta aumente a una velocidad estrepitosa. 

El enfoque de barrio: paños de agua tibia

“Esta ha sido una derrota increíble para el Estado [neerlandés] y no podría haber sido mejor. Nos dieron la razón en todos los puntos”, declaró a NOS en 2018 la activista y empresaria medioambiental Marjan Minnesma, fundadora de Urgenda, tras ganar el juicio contra el Gobierno por el cual este debía reducir en un 25% las emisiones de CO₂ del país en 2020, obteniendo así la primera sentencia favorable de la historia emitida en un litigio climático. El caso consistió en determinar si la incapacidad de reducir las emisiones y de prevenir el cambio climático por parte del gobierno provocan la vulneración de los derechos humanos. En diciembre de 2019 El Tribunal Supremo le dio la razón a Urgenda.

¿Por qué este choque entre el Poder Judicial y el Poder Ejecutivo? Para Minnesma es difícil de digerir. En declaraciones a Gaceta Holandesa asegura que “a finales de los ochenta fuimos quienes acogimos la Primera Conferencia Ministerial sobre el Cambio Climático. A pesar de que la mayoría de la población está preocupada, quienes están en el poder están rezagados, ¡diez años de gobiernos dominados por la derecha han hecho daño! Por fortuna tenemos jueces independientes, que pueden ver que esto es una amenaza grave”.

Marjan Minnesma durante una entrevista para Gaceta Holandesa realizada en marzo de 2020. Foto: Alicia Fernández Solla

El mismo año en el que el Judicial puso contra las cuerdas al Ejecutivo, 2019, el que era el ministro de Economía y Clima, Eric Wiebes (el primero en renunciar luego del escándalo político de las prestaciones para el cuidado de los niños) envió al parlamento neerlandés el documento titulado Klimaat-akkoord, y que no es más que la hoja de ruta para que Países Bajos logre cumplir con los objetivos del Acuerdo de París y, de paso, con el fallo del caso Urgenda: para 2030 emitir 49% menos de gases de efecto invernadero con respecto a los niveles registrados en 1990. El Klimaat-akkoord divide sus objetivos por sectores, y el único que tiene metas claras es el de la construcción: siete millones de hogares y un millón de edificios sin gas para 2050. A eso Países Bajos lo llamó el enfoque de barrio, y era el corazón del acuerdo, lo que aseguraba que la meta de disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero se cumplieran. Pero en su último reporte, publicado en octubre de este año, la Agencia Ambiental de los Países Bajos informaba de que «se prevé disminuir las emisiones neerlandesas de gases de efecto invernadero entre un 38% y un 48% en 2030, en comparación con los niveles de 1990. Esto significa que el objetivo gubernamental de reducción de emisiones en un 49% aún no está a la vista».

El reporte también asegura que la reducción de emisión de gases de efecto invernadero en 2030 sería en gran parte «gracias a una política concreta para la industria, la movilidad y el transporte», no para el barrio; una paradoja que vuelve a poner en aprietos no solo a los políticos sino también a residentes y ciudadanos neerlandeses: el sector industrial emite un 31% del total de gases de efecto invernadero en el país, el de transporte un 19%. Ambos son sectores que jalonan la economía y que le otorgan a este país lo que para el mundo occidental significa riqueza y desarrollo. En consecuencia y en el marco de la COP26, la conferencia sobre calentamiento global de la ONU celebrada el pasado noviembre en Glasgow, luego de una serie de conversaciones con la sociedad civil y los firmantes del Klimaat-akkoord, se decidió que el enfoque de barrio debe complementarse. El futuro parece estar en el hidrógeno y en impuestos más estrictos a quienes contaminen.

La industria y los que pagan los platos rotos

En 1990 Ken Saro-Wiwa, un reconocido escritor nigeriano, ayudó a crear el Movimiento por la Supervivencia del Pueblo Ogoni, formado por indígenas del delta central del Níger. El movimiento lideró una campaña no violenta contra la degradación ambiental de sus tierras y agua, producida por la explotación y exploración petrolera de Royal Dutch Shell. En 1995 y junto con otros ocho activistas del movimiento, Saro-Wiwa fue condenado a la horca por un tribunal militar por su presunta participación en el asesinato de los jefes ogoni durante una reunión progubernamental. Una de las últimas frases que pronunció el activista antes de su muerte fue: “Algún día Shell será llevada a la justicia”. Varios testigos que declararon en contra de los activistas admitieron, años después, que habían fabricado sus testimonios porque les habían prometido puestos de trabajo en Shell, en presencia de algunos de los abogados de la compañía petrolera. En junio de 2009 Shell acordó un pago extrajudicial de 11,2 millones de euros a las familias de las víctimas, que habían demandado a la empresa por su papel en las ejecuciones de sus familiares. Sin embargo, la compañía negó cualquier responsabilidad por las muertes y afirmó que el pago era «parte de un proceso de reconciliación». 

Veintiséis años después de la condena a muerte de Saro-Wiwa, en mayo de 2021, el Tribunal del Distrito de La Haya dictaminó la obligación de Royal Dutch Shell de reducir las emisiones de CO en un 45% neto en 2030. Un fallo revolucionario ya que, como explica Milieudefensie, la rama neerlandesa de la ONG Amigos de la Tierra y demandantes en el caso, “es la primera vez que se responsabiliza a una compañía por su participación en la emisión de gases de efecto invernadero”. No sólo eso, este fallo es el primero del mundo que obliga legalmente a una empresa a alinear sus políticas con el Acuerdo de París. Si se tiene en cuenta que la huella de gases de efecto invernadero por persona ha aumentado en Países Bajos casi en un 7% desde 2016, y que, según cifras del CBS, se emiten más gases de efecto invernadero en el extranjero por cuenta de consumidores neerlandeses que a la inversa, la profundidad del problema toma nuevas dimensiones. Y es que si se mira en contexto, la crisis climática trata de algo aún más profundo  que los efectos de 1,5 grados de más en el clima de la Tierra, y va mucho más allá de nuestros barrios: tan solo 20 empresas fueron responsables del 35% de las emisiones globales de CO y metano, según el Climate Accountability Institute. Royal Dutch Shell ocupa el séptimo puesto en el mundo: desde 1965 hasta 2017 produjo 31,95 mil millones de toneladas de CO2. El primer lugar lo ocupa la empresa de petroquímicos Saudi Aramco, de Arabia Saudí; el segundo lugar la petrolera Chevron, de Estados Unidos; y el tercer lugar es para la empresa gasística más grande de Rusia, Gazprom. 

El futuro, el pasado y el presente

En la última Comunicación Nacional de Países Bajos a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el principal mecanismo de reporte que tienen los países miembros de la Convención sobre el Cambio Climático (CMNUCC), Holanda ha alertado que «si no reducimos las emisiones de gases de efecto invernadero, el nivel del mar frente a las costas holandesas podría subir 1,2 metros en 2100. […] Las lluvias de verano serán más intensas y extremas, y veremos otra cara: la sequía. Nuestro clima será cada vez más como el del sur de Europa. Los huracanes afectarán al Caribe neerlandés e incluso a Europa y las ciudades serán aún más cálidas”.

Mientras tanto, en su último informe la ONG Global Witness, pionera en vincular la explotación de la naturaleza con conflictos y corrupción, registró el asesinato en todo el mundo de 227 personas defensoras de la tierra y el medio ambiente en 2020. “Esto significa que, en promedio, la vida de más de cuatro personas defensoras del medio ambiente fue arrebatada cada semana del año pasado”, se lee en el informe. Colombia, el país en el que nací, encabeza la lista con el mayor número de asesinatos: 65. Un tercio de ellos son indígenas y afrodescendientes, como Saro-Wiwa.

Por su parte, Royal Dutch Shell recientemente informó que simplificará su estructura accionaria y trasladará su residencia fiscal a Reino Unido. “La noticia no tiene consecuencias negativas para el caso climático de Amigos de la Tierra contra Shell, ni para futuros casos en el país y en el extranjero. En todo el mundo, las empresas tienen la responsabilidad de respetar los derechos humanos y prevenir el peligroso cambio climático”, subrayó Peer de Rijk, un vocero de Amigos de la Tierra.

La noche que Jet debió salir de su casa y se refugió donde su amiga no durmió, pero una vez más tuvo suerte, pudo regresar al otro día a una casa seca. Aprovechó que el primer piso estaba despejado y, como hizo todo el barrio, limpió los suelos con especial cuidado. Después, la vida siguió casi como antes: “ya era consciente de la crisis climática pero ahora siento aún más solidaridad por las personas que sufren inundaciones, y me parece casi increíble que con el paso del tiempo los medios si acaso mencionan lo que pasó. Yo aún lo sigo procesando”.