El diálogo entre dos artistas siempre resulta enriquecedor, pero cuando entre ellos han transcurrido cuatro siglos, el resultado puede ser, además, sorprendente y perturbador, un reflejo vívido de la época de cada uno, donde el contempóraneo rescata a su homólogo del olvido mientras este último le brinda la ocasión de reinventarse. Al pintor y escultor español Lluís Ventós (Barcelona, 1952) le pasó esto cuando hace unos años leyó, por casualidad, un ensayo del escritor polaco Zbigniew Herbert sobre Naturaleza muerta con brida, el único cuadro que existe del pintor holandés del siglo de Oro Johannes Torrentius (1589-1644), expuesto en el Rijksmuseum. La historia que encierra su inusual composición, un bodegón sobre fondo negro en el que se muestran una brida de caballo, el fragmento de una pieza musical, dos pipas y dos jarras, una de agua y otra de vino, flanqueando una copa de cristal; la enigmática técnica que utilizó el autor, sin pintura de agua ni ácidos ni aceites, así como la vida de excesos que protagonizó y que le condenaron a la cárcel y al exilio, envuelven con un halo de misterio al autor y a su obra, una atmósfera enigmática y atemporal en la que Ventós quedó totalmente atrapado. Hoy, tras años de reflexión y un arduo trabajo de interpretación artística, expone en el Instituto Cervantes de Utrecht 11 óleos y 11 collages en los que el bodegón de Torrentius renace de una manera nunca antes vista, con el estilo constructivista que caracteriza al artista catalán.

Obra original de pintor holandés Torrentius. Imagen: Cortesía del Rijksmuseum.

«Todo me fascinó en la historia del pintor y su obra, porque planteaba preguntas tan actuales como: quién es más artista, ¿aquél del que sólo se conoce un cuadro o el más prolífico de todos?; ¿cómo entendemos el concepto de valor en el arte, sobre todo cuando se trata de un único cuadro como este? y ¿qué testimonio queda de un artista a quien la sociedad mata por su libertad y por su manera de pensar? Tras descubrirlo a través del autor polaco, Ventós fue a visitar el cuadro al Rijksmuseum de Ámsterdam, donde permanece expuesto junto a otras obras maestras del Siglo de Oro holandés. «Me sorprendió que el museo no le otorgara un papel más protagonista en su colección, no estaba en un lugar predominante a pesar de tratarse de uno de los grandes pintores de su época» explica. A partir de ahí comenzó para el artista español un viaje de instrospección que duraría años, con los elementos que componen el bodegón como faro, convertidos en casi una obsesión y que acabaron por escaparse del lienzo. Así, en la exposición, junto a las 22 obras plásticas, se muestran en una vitrina los mismos objetos que aparecen en el cuadro. «La brida es española, original del siglo XVII, las jarras y la copa encargué hacerlas y las pipas las encontré por internet» relata Ventós, quien explica que decidió recrear el bodegón de esta manera «para romper con uno de los elementos fundamentales del cuadro de Torrentius: su fondo negro», algo que para Ventós simboliza el abismo. El visitante puede de esta forma acercarse más a la composición de la obra, para entender mejor por qué eligió Torrentius estos objetos, tan dispares entre sí. La brida de caballo, el vino que se aclara con el agua, en la copa, y el texto que reza en el fragmento musical «Wat buten maat bestaat/ int onmaats qaat verghaat -que Herbert traduce como “lo que existe fuera de la medida, encuentra su triste final en el exceso”- hacen referencia a la cautela frente a los excesos, al imperativo moral de reprimir los deseos para no ser castigado. «Resulta sorprendente encontrar un cuadro con esta simbología de un artista que sabemos que fue perseguido por rebelarse contra los preceptos de su época» detalla Lluís. Es quizás esta paradoja la que acabó de atraparle ya que, como él mismo confiesa, «soy un artista con muy pocos principios, cada vez me interesa más el aspecto instintivo del ser humano. Ahora que siento que el arte y la sociedad han entrado en una deriva de culto a lo digital, donde hay un exceso de cosmética y de moda, donde todo se mezcla, me atrae mucho más recuperar el lado más atávico que hay en nosotros».

Cuatro de los cuadros de Lluís Ventós expuestos en el Instituto Cervantes. Imagen: Cortesía del artista.

A pesar de complacer con esta obra a la moral calvinista del Siglo de Oro, el pintor amsterdamés pagó caro su «libertinaje». Tal y como relata la escritora y ex directora del Instituto Cervantes Isabel Lorda Vidal, si bien la República de las Provincias Unidas destacaba por su tolerancia de creencias y religiones, Torrentius fue detenido el 30 de junio de 1627 y acusado de impiedad y de atentar contra las «buenas costumbres». Aunque se desconocen los motivos exactos de su detención, parece que tuvo que ver con sus deudas pendientes y con su forma de vida, excéntrica y transgresora, que practicó sin límites hasta que la sociedad burguesa y calvinista le condenó por ello. Torrentius fue torturado y encarcelado. En 1630 el rey Carlos I de Inglaterra pidió al píncipe de Orange que le permitiera exiliarse a Inglaterra, con la condición de no volver. Doce años más tarde Torrentius se rebeló una última vez, incumplió la promesa y se refugió en su casa de Ámsterdam donde murió a los 54 años de edad, lejos de su obra. Muchos de sus cuadros permanecieron en Inglaterra, como parte de la colección del rey, y fue allí donde se encontró el cuadro de Naturaleza muerta con brida, siglos más tarde, en 1913. Sorprendentemente, por su forma redonda, había servido durante años como tapa para un barril de pasas.

La exposición que ahora se muestra en el Instituto Cervantes de Utrecht es un ejercicio meticuloso de análisis del color y de la composición del bodegón de Torrentius. Mientras la técnica del collage le sirve a Ventós para reinterpretar esto último, el uso del color lo estudia en toda su amplitud a través de 11 óleos, una selección realizada a partir de un centenar de bocetos. «Este es un trabajo literario, porque conmigo otros tres escritores han analizado la simbología que encierra el cuadro; es también un trabajo de reinvención, porque con él exploro mi lado más instintivo y muestro al espectador quién soy, y por último, es un homenaje a un artista fascinante del que se sabe muy poco y a un cuadro que tiene mucha magia. Sentía que era de justicia que esta aportación personal y el trabajo meditado que ha supuesto hacerlo, se mostrara en Holanda, como un viaje de ida y vuelta» resume Ventós.

Hasta la fecha, la exposición se ha presentado en la Sala Parés de Barcelona y en la biblioteca pública de Ámsterdam (OBA). Permanecerá en el Instituto Cervantes de Utrecht hasta el 25 de noviembre y puede visitarse de lunes a viernes, entre las 11 y las 16 horas. Más información aquí.