Posiblemente haya tantas definiciones de libertad como personas en el mundo. Países Bajos es uno de los Estados que más valora este concepto, que más lo ha enarbolado durante años. La libertad, junto con la importancia que se da al individuo y a su responsabilidad personal y a su bienestar, son posiblemente los rasgos más definitorios de esta sociedad cuya imagen idealizada se está empezando a diluir para muchos, sobre todo después del escándalo de acusación falsa a familias de origen no neerlandés por fraude. En pocos meses, son muchos los frentes abiertos de un país que, como muchos otros durante la pandemia, ha dejado ver sus grietas mal conservadas. Libertad e individuo, conceptos clave de esta sociedad, nos afectan de forma directa a las personas migrantes que vivimos y trabajamos aquí. Numerosos medios de comunicación, tanto españoles como neerlandeses, alertan ya de que la cuarta – ¿y la peor? – ola de la pandemia va a ser la de las consecuencias en nuestra salud mental. Esto también tiene un impacto, no lo olvidemos, en la salud mental de los propios profesionales de salud mental. Me pregunto si el tipo de sociedad en la que vivimos en Holanda, con sus valores como la libertad individual y su forma de vida, hacen más acusados los síntomas de malestar psicológico derivados de la pandemia.

Libertad e individualismo, ¿influyen en las emociones?

Personalmente, me abrió los ojos una definición de libertad que escuché decir a Matthieu Ricard, monje budista de origen francés y doctor en genética molecular. En una entrevista, explicaba que la libertad no consiste en hacer en cada momento «lo que te pide el cuerpo» o reaccionar automáticamente ante cualquier situación y circunstancia, o decir lo primero que aparece en tu mente cómo y cuando quieres. Normalmente relacionamos la libertad con la capacidad de actuar como queremos, simple y llanamente. Matthieu Ricard, sin embargo, opina que la libertad es precisamente tener la capacidad de elegir cómo queremos responder y actuar en cada momento y lugar, mientras que «dejarnos llevar» por impulsos y reacciones es verdaderamente una esclavitud. Me gusta esta definición porque incluye el concepto de elección, y yo añadiría que esta elección se hace en base a una reflexión que implica madurez y conciencia de comunidad.

Si hay algo tan cierto como que estamos vivos, es que estamos rodeados de otras personas. Sin embargo, ciertas sociedades están más centradas en el individuo y lo que llaman su «libertad personal» y otras están más centradas en la comunidad. Países Bajos se encuentra entre los países que más valoran el individualismo, haciendo de la comunidad un aspecto institucionalizado en el que la gente puede colaborar y ser voluntario en varias causas, pero de forma regulada durante ciertas horas de su tiempo. No es de extrañar, por lo tanto, que la medida que más ampollas ha levantado y la que lleva causando varias noches de violencia en las calles de varias ciudades, haya sido la del toque de queda. En la ciudad de Wageningen, famosa por ser el lugar en el que se firmó la liberación de Holanda en la Segunda Guerra Mundial, la mañana siguiente a la primera noche del toque de queda el monumento que recuerda a las víctimas y a la liberación del país apareció cubierto por un plástico negro. Es decir, el teletrabajo con los hijos e hijas en casa, la restricción de las visitas y el cierre de comercios, aún habiendo provocado incomodidad, no ha logrado significar lo que para muchos ha supuesto el comienzo del fin de la libertad individual.

Emociones como artefactos culturales

Desde mi experiencia profesional y como inmigrante, tengo la impresión de que las personas que venimos de países con culturas más colectivas y centradas en la comunidad y en «el otro», acusamos más la soledad y el aislamiento que inevitablemente han de cumplirse por el bien común durante la pandemia. La doctora en psicología Lisa Feldman Barrett defiende, con una sólida base de investigaciones científicas a sus espaldas, que las emociones no son innatas, sino que son artefactos culturales. Según explica, «(las emociones) emergen como una combinación de las propiedades físicas del cuerpo, un cerebro flexible conectado con el entorno en el que se desarrolla, tu cultura y educación». Ciertamente, una idea que supone un cambio radical con la forma de entender las emociones que teníamos hasta ahora, y por lo tanto no exenta de polémica. Sin embargo, es una idea que seguramente para muchas personas migrantes en Países Bajos tiene sentido. Quién no se ha sentido confuso alguna vez, preguntándose si la cara de su compañero de trabajo denota alegría o indiferencia, o la confusión que muchos holandeses pueden sentir al visitar España y observar la efusividad de abrazos y besos con los que nos solíamos saludar antes de la pandemia. ¿Sería esto una prueba anecdótica de que las emociones y su expresión no son universales?

La soledad, ¿puede ser más dañina en ciertas circunstancias?

Por lo tanto, la otra vuelta de tuerca es: si las emociones son artefactos culturales, ¿qué significa esto para las personas migrantes, que llevamos con nosotros un bagaje cultural/emocional a otro país con distintos códigos? Si bien es cierto que la soledad no elegida, el aislamiento, la imposibilidad del contacto social nos afecta a todos, a personas acostumbradas al afecto y al contacto desde nuestra cultura y educación ¿puede llegar a ser incluso más dañina? Para muchas personas que llevan sin ver a sus familias un año y que tampoco ven cerca el momento de poder hacerlo, la situación es ciertamente complicada. La parte invisible en cada crisis que ocurre a nivel mundial es la salud mental. Es hora de romper el tabú y hablar del malestar psicológico, en concreto de las personas migrantes, ya que esta situación va a continuar mucho tiempo y negar que existe sólo hace que se cronifique.

Posiblemente este artículo haya abierto más interrogantes que planteado respuestas. Y es que hay momentos en la vida en las que las preguntas ocupan el espacio que en teoría reservamos para las explicaciones. En estos casos sólo podemos habitar ese espacio con los signos de interrogación y los puntos suspensivos, convivir con la incertidumbre sin intentar por todos los medios adjudicar una respuesta al mejor postor. Para que podamos sobrellevar esta convivencia con las dudas, comparto algunos recursos interesantes, online, para estas frías y silenciosas noches de febrero:

  • Inter Being es una organización liderada de psicólogos internacionales que ofrece grupos de apoyo semanales y online para extranjeros viviendo en Holanda (en inglés)

  • La biblioteca del Instituto Cervantes de Utrecht sigue estando disponible, online, con numerosos títulos en español.

  • También la OBA de Ámsterdam tiene un programa online interesante, por ejemplo, de taalcafé.