Las casas construidas en los años treinta siguen encabezando la lista de las viviendas más deseadas por los holandeses. Esto sucede desde hace décadas y, tanto es así, que hoy en día se construyen barrios enteros con el estilo de estas casas. Las características que las hacen reconocibles a simple vista son sus fachadas de ladrillos a la vista con ventanas de robustos marcos de madera pintados de blanco, puertas de entrada amplia con vitrales y tejados a dos o más aguas. En su interior original destacan los pisos de granito, una gran chimenea y una ventana en arco o “bow window” en el salón, el cual está a menudo dividido en dos espacios por puertas correderas de vitrales. Además, suelen contar con un jardín frontal y un amplio jardín trasero. La solidez y buena calidad de la construcción así como el buen tamaño de los diferentes espacios también es algo típico de esta época, cuando la mano de obra y los materiales se conseguían a muy buen precio.
La economía de aquellos años fluctuaba entre los optimistas ‘años veinte’ de la primera posguerra y la profunda depresión mundial de 1929. Esta crisis económica afectó principalmente a la clase trabajadora y a la media-baja, que vieron desaparecer sus puestos de trabajo y se transformaron en mano de obra barata para la construcción. Pero otros grupos de población, los que pudieron mantener sus trabajos, pudieron permitirse una vida más confortable y consumir modernos productos que entonces eran de lujo, como una aspiradora, una radio o un coche. En 1925 el Estado otorgaba a esta clase social en ascenso créditos baratos para estimular la construcción privada y así las casas se convirtieron rápidamente en un buen objeto de inversión. La gente ya no llevaba su dinero al banco ni a la bolsa de valores, sino que lo destinaba a la construcción de viviendas. Los pequeños contratistas y las empresas de inversión comenzaron a construir villas, casas adosadas o incluso barrios completos que se volvieron muy populares entre quienes podían permitirse acceder a estas modernísimas viviendas de gran confort, al menos si las comparamos con lo que hasta entonces se había construido en Holanda para el resto de la población.
Otra característica importante para entender su éxito insuperable hasta hoy en día es su excelente ubicación urbana. Estas casas se construyeron como ampliación del centro antiguo de las ciudades más importantes, por lo que hoy se encuentran en barrios centrales. La configuración de estas urbanizaciones es, a diferencia de los viejos centros urbanos, de calles anchas y arboladas, donde el sol penetra con facilidad. Actualmente, con sus árboles adultos y sus jardines delanteros, estos barrios producen un fuerte contraste con los apretados centros de origen medieval o los barrios obreros de principios del siglo XX. Es cierto que en los últimos años la construcción ha avanzado mucho en calidad y confort, y con todo el encanto de los detalles, casi nos olvidamos de que estas casas también cuentan con desventajas que ya no podemos dejar de lado. No es raro que las instalaciones todavía sean de tuberías de plomo; que sus ventanas cuenten con acristalamientos simples -un problema típico donde hay vitrales-, ventanas que no cierran correctamente y principalmente un consumo energético considerable, dada muchas veces la dificultad o lo costoso de adecuar el aislamiento a las exigencias de nuestro tiempo. Una casa de la década de 1930 tiene generalmente una etiqueta energética G, la más baja. Esta puede mejorarse con todo tipo de medidas de aislamiento, pero alcanzar la etiqueta A es casi imposible. Por lo tanto, puede haber bastantes costos involucrados a la hora de renovar una vivienda de esta época. Tampoco resulta fácil encontrar aquellas que mantengan muchos de sus detalles originales interiores ya que han sido renovadas más de una vez y con las modas de cada momento. Así y todo, en el mundo inmobiliario, nadie cree que puedan perder fácilmente el primer puesto entre las preferencias de los holandeses.
Populares en la calle, olvidadas en los libros
Lo asombroso de este período es que apenas aparecen en los libros de arquitectura más que como una anécdota. No hay grandes teóricos ni maestros arquitectos que hayan desarrollado o argumentado acerca de su diseño a pesar de lo novedoso de estas viviendas y del gran avance que supusieron en calidad constructiva y confort para aquel momento. En realidad su particular estilo proviene de una mezcla de tendencias que se estaba dando en aquel momento de transición hacia el modernismo. En estas casas encontramos referencias al racionalismo constructivo del arquitecto holandés H.P. Berlage, al expresionismo experimental de la llamada Escuela de Ámsterdam, al tradicionalismo de la Escuela de Delft y a la influencia de la arquitectura de Frank Lloyd Wright, por entonces considerado el arquitecto más moderno del mundo y una enorme fuente de inspiración para Europa que llegaba desde el otro lado del atlántico. Modernidad, creatividad, tradición y calidad artesana se conjugaron de manera magistral en la arquitectura de la época.
La enorme popularidad que fue adquiriendo desde entonces probablemente se pueda explicar en que el estilo de la década de 1930 fue en realidad el último estilo arquitectónico de los Países Bajos en el que se aplicó la artesanía, la atención al detalle y el uso de ornamentos, con una gran calidad de ejecución. Esto confiere a las casas de esa época una calidez especial muy difícil de encontrar en otras épocas. Sin ir muy lejos, luego de la Segunda Guerra Mundial, la escasez de viviendas y materiales impulsaron los sistemas que permitían construir rápido y barato, según el estilo arquitectónico austero y despojado del llamado Movimiento Moderno o Funcionalismo, convirtiendo rápidamente en tabú todos esos detalles típicos de los treinta que hoy hacen tan singulares a las construcciones de aquella época.
Actualmente, a pesar de que la tecnología llena nuestras vidas y estamos pendientes de sus últimas novedades, en Holanda seguimos prefiriendo los cálidos espacios de estas casas, donde la luz penetra filtrándose por pequeños cristalitos de colores y dónde todavía respiramos el aire de otro tiempo. Quizás sea por nostalgia, o quizás sea porque en ellas nos podemos conectar con un tiempo en el cual la vida corría a otra velocidad, más en contacto con lo concreto, y escaparnos así de la virtualidad. La realidad es que estas casas han logrado ocupar un lugar privilegiado entre los holandeses, un lugar que no han perdido en casi un siglo y que posiblemente no perderán en otros tantos más.