Como si fueran casas de los cuentos de los Hermanos Grimm, los Países Bajos tiene unas joyas que se esparcen a lo largo de su territorio. Se trata de 800 casas de origen austríaco, construidas en madera maciza de pino, de dos pisos y con techo a dos aguas. Se salen del común denominador de las casas adosadas o las villas de ladrillo de diseño holandés. Son viviendas prefabricadas, de la posguerra, que llegaron en tren desde Austria hace 74 años como parte del plan europeo de reconstrucción. Estas casas, consideradas “viviendas de emergencia”, sobreviven al tiempo y son muy queridas por sus propietarios.
Una postal pintoresca
En abril del año pasado recibí en el buzón de mi correo una postal con el siguiente mensaje: «Cómo nos gustaría vivir aquí. Si usted tiene la intención de vender su casa, cuente con nosotros». La firmaba una pareja joven bordeando la treintena. La foto de la postal era una casa idéntica a la mía pero en blanco y negro. Se lo comenté a mi vecina. Ella no se sorprendió: acababa de recibir la misma misiva y con el mismo mensaje. Recorrí las diecinueve casas austríacas de mi barrio Kapel, en la ciudad de Roermond, y las diecinueve tenían la misma tarjeta.
Dos meses después, una vecina octogenaria falleció por problemas pulmonares. Els vivía sola en una de estas casitas que había heredado de su familia. Las dos hijas llegaron para el sepelio desde otras partes del país y tardaron un tiempo en decidir qué hacer con su característica vivienda. Los vecinos del barrio nos preguntábamos: ¿Si la venden, cuánto irán a pedir por ella? Además, ¿quiénes irían a vivir allí? ¿sufrirá transformaciones?
Al poco tiempo cuando los vecinos ya casi lo habíamos olvidado, un agente inmobiliario colocó el aviso «se vende» delante de la puerta principal. A la semana siguiente una pareja que no era la misma de la postal, compró la casa, por la astronómica suma de 450 mil euros.
Casas a cambio de patatas y radios
Las diecinueve casas austríacas que se levantan en dos hileras en el barrio Kapel en Roermond no son las únicas en los Países Bajos. Varias son las que no pasan desapercibidas, se ven a lo largo y ancho del país, desde Heerlen hasta Leeuwarden. Si uno camina por Kijkduin, a unas veinte paradas en autobús de la estación central de La Haya, encuentra trece de ellas levantadas en hilera a lo largo del Scheveningselaan y Katwijkselaan, al pie de la costa. La página de internet Geschiedenis Kijkduin las describe como características casas de madera con techos naranjas.
En Eindhoven se dejan ver en los barrios de Strijp y Tongelre. El periódico mensual In de buurt cuenta que fueron un intercambio de la empresa Philips para darle vivienda a sus trabajadores después de la guerra. Se las compraron al gobierno austríaco a cambio de patatas y radios. En Vlissingen hay unas treinta casas, descritas con detalle en el libro “De Vlissingste Houtkust”. En el sur de Limburgo, en la antigua región minera del país (Mijnstreek) se encuentran en diversas localidades, en Hoensbroek, Geleen y Heerlen. Ciudades bombardeadas durante la guerra. Los ayuntamientos buscaban la forma de darle una vivienda a su población.
A Limburgo llegaron 200 viviendas, a Zeeland unas 40 o más, a Brabantia Septentrional 117, a Groningen y Friesland unas 60, tal y como se desprende de la tesis realizada por un estudiante de la politécnica de Delft.
En tren desde Austria
No hay duda de que estas casas son un pedazo de historia en el país. Forman parte del periodo de Reconstrucción Nacional de la Segunda Guerra Mundial, fruto de un acuerdo entre los gobiernos holandés y austríaco. Los austríacos necesitaban abastecerse de alimentos y los holandeses de viviendas, y les “pagaron” éstas con semillas, patatas, verduras y conservas de pescado. Por aquel entonces, cada una de ellas tenía un valor de 10.000 florines (unos 4.538 euros).
Las casas llegaron en tren a los Países Bajos, en 1948: desarmadas y empaquetadas, cada una de ellas en dos vagones de carga, desde varias ciudades de Austria. Los componentes estaban enumerados y mencionados en un libro de instrucciones, como si fuese un mueble de IKEA. Los ayuntamientos se comprometieron a construir los cimientos, la chimenea, las ventanas, el sanitario, el gas, el agua y la electricidad.
En los años setenta pasaron de ser casas de alquiler municipal a casas para la venta (koophuizen). Tras veinte años como propiedad de los ayuntamientos, su elevado coste de mantenimiento y el bajo precio de su alquiler (41 florines, equivalente a 18,50 euros) empujaron a los gobiernos locales a ponerlas a la venta. La primera de ellas se vendió por 17.000 florines (unos 7.800 euros), un enorme contraste si lo comparamos con el precio que las personas están dispuestas a pagar hoy en día.
Transformación a lo largo del tiempo
La fiebre por la vivienda y las tendencias en el diseño de interiores que llegan a través de las redes sociales y las revistas especializadas, hacen que estas casas que parecen de muñecas sean vulnerables a los cambios drásticos de los gustos personales y del mercado. Son duraderas, ecológicas y suelen estar situadas en lugares privilegiados, rodeadas por jardines. Se encuentran separadas entre ellas, debido al potencial peligro que podían sufrir en caso de incendio, una condición que las revaloriza y las convierte en “villa” (vrijstaande huizen).
Varias de ellas han sido ampliadas con una construcción aledaña (bijbouw) en el salón-comedor, la inclusión de una buhardilla (dakkapel) en el segundo piso, la instalación de suelo radiante (vloerverwarming), el cambio de las ventanas por triple cristal, y algunas fachadas han cambiado de color.
Sin embargo, hay quienes desean que sean declaradas protegidas por el Estado porque sufren las peores consecuencias de la transformación. De “viviendas de emergencia” no queda nada, declara Theo van Os, creador de la página web Geschiedenis Kijkduin. El hecho de que hayan sobrevivido más de setenta años las convierte en viviendas de interés histórico.
Algunas ya han sido declaradas monumentos por los ayuntamientos locales -en Leuwaarden los vecinos consiguieron incluir hasta nueve de ellas dentro de la lista- y en Roermond, una de ellas, es intangible.
Veo con nostalgia cómo la casa de la octogenaria fallecida del barrio Kapel en Roermond sufre transformaciones. Un grupo de constructores ha colocado parantes delante de su fachada y le han quitado el tejado. Esta casa que llevaba cortinas bordadas y una cocina de granito de finales de los cuarenta se transformará en una nueva versión de los años veinte del siglo XXI.