Ocurrió hace apenas dos meses. Teniendo lugar a finales de diciembre, parecía que ningún otro acontecimiento fuera a empañar la atención que merecieron las históricas disculpas ofrecidas por el primer ministro Mark Rutte por el pasado esclavista neerlandés. Un broche solemne para un año por lo demás convulso y con pocas buenas noticias.

Sin embargo, unos segundos antes de la medianoche del 31 de diciembre, mensajes supremacistas lograron colarse en los hogares de quienes junto al televisor recibían el nuevo año. Activistas de extrema derecha proyectaron sobre uno de los inmensos pilares del Erasmusbrug en Róterdam lemas que llamaban a salvar a la población blanca de las razas que, según ellos, pretenden reemplazarla. Era justo el momento en que las cámaras de televisión enfocaban el puente para retrasmitir el espectáculo de fuegos artificiales.

Dos eventos han vuelto a poner en el centro algunas de las cuestiones que vienen sacudiendo la política neerlandesa en al menos los últimos 20 años. La relativa calma con que las disculpas por el pasado esclavista habían sido recibidas resultó ser vana y supimos que en este país, junto a la voluntad de reconocer el reverso de su historia, bulle un movimiento abiertamente racista que cuenta con el beneplácito de varios grupos parlamentarios.

Dos realidades aparentemente irreconciliables pero que en el fondo surgen de una misma pregunta. Una pregunta llamada a desatar pasiones pues su respuesta es existencial: ¿quiénes caben en la historia y destino de los Países Bajos?

Disculpas salvadas

«Con toda franqueza reconocemos y juzgamos la esclavitud como un crimen contra la humanidad. Un sistema criminal, que ocasionó incontable sufrimiento en incontables vidas a lo largo del mundo, y que aún repercute en la realidad de muchos aquí y ahora». Sin rodeos ni dobles sentidos, con una claridad que hasta algunos de sus detractores tuvieron que celebrar, el primer ministro Mark Rutte leyó el pasado 19 de diciembre el discurso con el que el Estado neerlandés pide perdón por su papel en el comercio esclavista transatlántico y por el sistema esclavista mantenido en sus colonias americanas.

Cerca de 600.000 personas, según la base de datos Slave Voyage, fueron forzosamente transportadas desde las costas del Golfo de Guinea a plantaciones americanas por barcos con bandera neerlandesa entre los años 1600 y 1850, lo que supone un 7% del comercio esclavista transatlántico. En las colonial del Caribe y Surinam se mantuvo además el sistema esclavista para la producción de bienes como azúcar, café, cacao y algodón hasta su abolición efectiva en 1873. Una historia de brutalidad y explotación cuyo legado aún pervive en el crónico atraso económico y social de las antiguas colonias y de la comunidad afrodescendiente.

Festival Keti Koti en Ámsterdam
Cada año, la comunidad surinamesa en los Países Bajos celebra el fin de la esclavitud con el Festival Keti Koti. Imagen: Pixabay

El aire de cordialidad que rodeó el discurso no logró hacer olvidar el tumulto de los días previos. Linda Nooitmeer, presidenta del NiNsee, el instituto neerlandés sobre pasado esclavista, y uno de los representantes que Mark Rutte recibió en la víspera cuando las excolonias y sus descendientes amenazaban con rechazar las disculpas, asegura a este medio que «los sentimientos son ambiguos pues el camino ha sido muy agitado».

Los implicados supieron de las disculpas cuando unas semanas antes de la fecha la noticia se filtró a la prensa. El Gobierno pretendía realizar el gesto de modo unilateral, sin involucrar a los países ni personas afectados. La filtración suscitó un gran recelo pues parecía que tras dibujarse una mayoría parlamentaria a favor de las disculpas, el primer ministro quisiera despacharlo con discreción y, sobre todo, eludiendo cualquier discusión sobre reparaciones. Las formas resultaron deshonestas para los implicados y la actitud del Gobierno volvía en sus ojos a ser del todo colonial.

En los días previos, cuando muchos anunciaban que no aceptarían tales disculpas, el Gobierno lanzó una pequeña ofensiva diplomática. La viceprimera ministra Sigrid Kaag marchó en una visita exprés a Surinam para reencauzar el diálogo entre ambos países. Rutte, mientras tanto, recibió a representantes de la sociedad civil para escuchar sus críticas y demandas. Y parece que este proceso de escucha ayudó al Gobierno a encontrar las palabras adecuadas y salvar el reconocimiento. »Incluso entre los más críticos, el discurso ha resultado emotivo», reconoce Nooitmeer.

Es posible que el recelo de la comunidad afrodescendiente tuviera que ver con que el propio primer ministro, apenas hace un año, consideraba las disculpas indeseables pues «crearían polarización en la sociedad». Además, al ser preguntado sobre el asunto, respondía con aire retórico »¿quién soy yo para juzgar moralmente a nuestros antepasados?». Rutte ha reconocido ahora en su discurso haber realizado un viaje de concienciación: »largo tiempo pensé que el pasado esclavista era historia y que había quedado atrás. Pero me equivocaba. Siglos de opresión y explotación tienen repercusión aquí y ahora». Nooitmeer y otros implicados celebran el cambio de actitud.

Siguiendo la estela de las disculpas, los reyes Guillermo y Máxima, acompañados por primera vez en este viaje por la princesa Amalia, acaban de realizar una visita a los países autónomos Aruba, Curazao y Bonaire y los municipios especiales San Martín, Saba y San Eustaquio, todos ellos islas del Caribe pertenecientes a la Corona neerlandesa. Los comentadores reales coinciden en que este ha sido un bautizo de fuego para la princesa pues su presentación oficial en las islas tiene lugar en un momento en que la relación entre la monarquía y el pasado colonial está más que nunca en el punto de mira.

Las disculpas han venido acompañadas de un fondo de 200 millones para proyectos de concienciación, la creación de un museo sobre el esclavismo y la inclusión del pasado esclavista y colonial en el currículo escolar. Pero los territorios del Caribe y Surinam consideran estas medidas insuficientes y piden reparaciones para corregir el atraso económico y social. Una de las demandas de estos países es el perdón de las deudas contraídas con los Países Bajos. Aunque en su discurso Mark Rutte reiteró que estas disculpas «son una coma y no un punto y final», el Gobierno no ha mostrado aún intención de acceder a hablar de reparaciones.

Visita de la familia real a Curazao, el pasado 2 de febrero. ©RVD
Visita de la familia real a Curazao, el pasado 2 de febrero © RVD
Cuando el racismo se dice demócrata

Centrándose la polémica en la relación entre el Gobierno y los descendientes de las excolonias, pareció por unos días que el jalear de la extrema derecha pasaba a un segundo plano. Ante la solemnidad del discurso de Rutte y el frágil entendimiento alcanzado con los implicados, reacciones como las del líder de la oposición, Geert Wilders, merecieron poca atención mediática. Wilders, que calificó el reconocimiento de «majadería», reclamó asimismo las únicas disculpas que él considera apropiadas: «Fue el Sultanato de Marruecos quien comerció con millones de esclavos europeos. Todavía no hemos recibido sus disculpas. Y lo peor es que todavía siguen aterrorizando nuestras calles», declaró en un tuit.

Lo cierto es que en los Países Bajos cada vez son menos los que arquean las cejas ante los exabruptos de políticos que conjugan verdades delirantes con un racismo flagrante. Como los aerogeneradores en el horizonte, o las tiendas de souvenirs y chuches en el centro de Ámsterdam, la extrema derecha irrumpió hace años en la política neerlandesa y ahí ha anidado, como un elemento más del paisaje cotidiano.

El cambio de siglo, con sucesos como los atentados del 11 de septiembre, la consecuente participación de los Países Bajos en las invasiones de Afganistán (2001) e Irak (2003) y el auge y asesinato del líder xenófobo Pim Fortuyn, trajo consigo la ruptura definitiva del consenso liberal sobre minorías étnicas y religiosas. El islam y los descendientes marroquíes y turcos serán señalados desde entonces por una parte de la política como el origen de toda clase de males.

Las proyecciones de Nochevieja en Róterdam tan solo ejemplifican una nueva fase en una larga historia de normalización xenófoba. White Lives Matter, una red internacional que surgió como oposición a las protestas de 2020 contra brutalidad policial y racismo institucional y que se organiza a través de Telegram, ha reivindicado la autoría de la acción. Un pequeño análisis de los contenidos compartidos en sus canales permite entender el carácter y la estrategia de estos grupos.

Lejos de la imagen de violencia y autoritarismo con que tradicionalmente se asocia a los neonazis, estos activistas supremacistas se declaran pacíficos y defensores de los valores y democracia occidentales. Su objetivo no es otro que »la supervivencia de la raza blanca en el sentido físico, cultural y espiritual», según uno de sus comunicados. Pues aseveran que las élites europeas llevan a cabo un genocidio contra la raza y cultura europeas al fomentar la llegada masiva y la mezcla con otros pueblos.

Esta teoría conspirativa, conocida como el gran reemplazo, no ha dejado de crecer en popularidad en la última década y su origen se suele señalar en la obra del autor francés Renaud Camus. Según una versión popular de la tesis, las revueltas culturales acaecidas a final de los años 60 trajeron consigo la implantación del llamado marxismo cultural en la educación universitaria. Dicha ideología inculcaría en las siguientes generaciones un sentimiento de culpa y de odio hacia su propia cultura por lo que ahora, los líderes educados bajo su signo, ambicionan el fin de la civilización occidental.

Gracias al discurso de políticos como Marine Le Pen y Éric Zemmour, pero también al trabajo de intelectuales como el afamado Michel Houellebecq que en su novela Sumisión narra una versión profética de la teoría, esta idea aparentemente peregrina se ha vuelto de uso corriente en Francia. En los Países Bajos la teoría del gran reemplazo encuentra sus principales adalides en los partidos PVV de Geert Wilders, FvD de Thierry Baudet y en la productora incorporada en la televisión y radio públicas Ongehoord Nederland. Mediante un discurso victimista y populista, estos actores buscan hacer pasar ideas supremacistas por una supuesta defensa de los valores occidentales y democráticos.

Como los aerogeneradores en el horizonte, o las tiendas de souvenirs y chuches en el centro de Ámsterdam, la extrema derecha irrumpió hace años en la política neerlandesa y ahí ha anidado, como un elemento más del paisaje cotidiano.

La identidad en tela de juicio

Es habitual en la actualidad recurrir al término polarización cuando tratamos con un clima de confrontación y de posiciones políticas irreconciliables, sobre todo cuando éstas atañen cuestiones como la multiculturalidad. Así, tres de cada cuatro ciudadanos neerlandeses aseguran observar un crecimiento de la polarización en la sociedad y la mayoría se preocupa por el endurecimiento y radicalidad del tono, según una encuesta reciente de Instituto Neerlandés de Investigación Social (SCP). Aunque temas actuales como las medidas anticovid y el cambio climático despiertan opiniones encontradas, »la inmigración, integración y la identidad nacional siguen siendo algunas de las cuestiones que más polarizan», señala Quita Muis, investigadora en el departamento de sociología de la universidad de Tilburg.

Si bien es cierto que esta polarización es más percibida que experimentada. Según el estudio del SCP, los encuestados identifican el endurecimiento del debate con los medios de comunicación, redes sociales y política, mientras que en su entorno la confrontación es bastante menor. Muis confirma que la diferencia de opiniones sobre inmigración e integración no ha aumentado significativamente en las últimas décadas pero, en cambio, »las posiciones radicales han adquirido mayor visibilidad». No solo la extrema derecha sino también la denuncia de discriminación y racismo institucional por parte de movimientos como Black Lives Matter pueden crear la percepción de una polarización creciente.

Aunque las encuestas desmienten que los neerlandeses se hayan vuelto más racistas o menos abiertos a la inmigración, lo cierto es que en el comienzo de los años 2000 se identifica un cambio de paradigma. »Si antes el debate era de carácter económico y la xenofobia se expresaba con ideas como que ‘los inmigrantes vienen a quitarnos el trabajo’, en el cambio de siglo vemos que el debate se volvió cultural. El discurso xenófobo fue a centrarse en ‘nuestra cultura neerlandesa’ y la defensa de los valores y tradiciones», explica Muis. Asuntos circunstanciales como la economía dieron paso a cuestiones de identidad. No ‘lo que haces’ sino ‘lo que eres’ ocupó más y más el discurso político.

Las disculpas sobre el pasado esclavista se deben encuadrar en los debates culturales que han venido tratándose en la política neerlandesa en los últimos tiempos. Pues de ahí surgen tanto una voluntad conservadora como una revisionista. Comparable con el caso de Zwarte Piet, las disculpas despertaron inicialmente un gran rechazo entre la población blanca. Incluso en los días previos al discurso de Mark Rutte, las encuestas indicaban que la mayoría de los neerlandeses se oponían.

Pero parece que poco a poco, a medida que las historias y experiencias de quienes sufren discriminación y racismo son escuchadas, la aceptación crece. En este caso, a diferencia de la polémica alrededor de Zwarte Piet, el Gobierno ha reconocido la injusticia histórica sin ceder al lenguaje de la extrema derecha. »Este es el tipo de liderazgo que necesitamos» asegura Nooitmeer, »un reconocimiento claro que mueva a la gente a pensar sobre la relación que mantenemos con nuestro pasado».