Cuando el hijo de María nació, su madre vino a ayudarla unas semanas. Era el primero y ni María ni su pareja tenían mucha idea de lo que suponía el cuidado de un bebé recién nacido. «Por suerte, en Holanda existe la figura de las kraamzorg« me cuenta, una palabra neerlandesa de difícil traducción al español. Kraam se refiere al período inmediatamente posterior a dar a luz, y zorg en este caso significa cuidado. Una profesional (en la mayoría de los casos mujer) que acompaña a la madre y al recién nacido la primera semana tras el nacimiento. Sus funciones abarcan desde enseñar a dar el pecho hasta cocinar, planchar o limpiar la casa. «Mi madre ha tenido tres hijos y varios nietos, pero hasta ella le dejaba hacer y observaba con qué eficiencia trabajaba» relata. María recuerda que a su madre le llamaron la atención las manos de la kraamzorg: «ásperas, unas manos que parecen haber trabajado mucho a pesar de su juventud». Son unas manos de cuidadora, que reciben, que conocen, que saben, que acarician, que se ensucian, que se han lavado mucho con jabón, que han adquirido la aspereza de la experiencia y del tiempo. Unas manos de mujer que cuida en el país al que nosotros hemos emigrado y que contienen un saber del que nosotros carecemos, un saber importante, imprescindible, urgente: cuidar de un bebé lejos de familia y amigos. En muchos casos incluso suplir el lugar de la abuela cuando esta está ausente.

Las experiencias con las kraamzorg son diferentes para cada familia. Hay parejas que han tenido mucha suerte con la persona que la empresa elegida les ha enviado y otras cuya experiencia no ha sido del todo satisfactoria. Pero de lo que no hay duda es de que la figura de esta experta en cuidado tras el parto, única en Europa y de la cual los holandeses se enorgullecen, se convierte en imprescindible para la mayoría de los padres y madres migrantes en Holanda. La experiencia con ella es, en muchos casos, nuestro primer contacto con las vicisitudes de la crianza dominantes del país, desde pautas de sueño y alimentación hasta cuidados básicos de un bebé.

Pero antes del momento del parto, las familias migrantes en Holanda tienen que tomar una decisión importante con la que, con mucha probabilidad, no habrían tenido que encontrarse en su país de origen: decidir si quieren que su bebé nazca en casa mediante lo que se denomina un parto natural asistido por una matrona, o si desean ir al hospital. Si la opción es esta última, además la madre ha de decidir si quiere utilizar alguna forma de analgésico (el más común, la anestesia epidural) y cuál. Las cesáreas se practican sólo en casos de emergencia y no se suelen planificar con antelación a no ser que sea absolutamente necesario. La forma de dar a luz se convierte para los padres y madres migrantes, por tanto, en un campo a explorar, un campo en el que pensamos que nunca tendríamos que tomar decisiones porque estas serían tomadas por médicos y ginecólogos.

A pesar de que Holanda es uno de los países que más aboga por el parto natural en casa, la realidad es que en el 2017, según la fundación Perined, el porcentaje de este tipo de partos fue sólo del 13%. En el caso de padres y madres migrantes en cuyos países de origen el parto en casa no entra dentro de las opciones factibles o está incluso sujeto a fuertes críticas, es lógico que la opción sea siempre dar a luz en el hospital. En otros casos, como el de Alicia, fue una oportunidad para experimentar otra forma de parir y para su pareja, de estar presente y activo en el proceso. Muchos padres incluso están entusiasmados de poder ayudar a la matrona a sacar al bebé cuando nace.

Un papel más activo para los padres

Muchas madres tenemos claro que el rol del padre está cambiando de un tiempo a esta parte. Este aspecto es aún más remarcable en un país como Holanda, donde está prácticamente institucionalizado (en el sentido de que las empresas dan facilidades para ello) el uso del papa dag o día del padre: un día a la semana en el que el padre está en casa con sus hijos.

Sin embargo, los Países Bajos no es precisamente un país que se lo ponga fácil a los padres que quieren estar presentes y activos en la crianza de los hijos, empezando por el momento del nacimiento. Aunque la ley ha cambiado hace muy poco tiempo, los padres en Holanda disponían (hasta hace bien poco) de sólo dos días de permiso por paternidad. Y estos dos días los tenían que dedicar a temas burocráticos, básicamente a registrar al recién nacido en el ayuntamiento. «Este sistema obvia la necesidad que un padre también tiene de estar con su bebé recién nacido», opina Ramón, un padre primerizo.

 

Los Países Bajos no es precisamente un país que se lo ponga fácil a los padres que quieren estar presentes y activos en la crianza de los hijos, empezando por el momento del nacimiento.

«Yo he notado mucho la diferencia con mi país de origen, Perú», me cuenta María. «Allí el rol del padre es traer el dinero a casa y la crianza de los hijos recae totalmente sobre la madre. Aquí no. Todo lo que hago yo lo puede hacer también mi marido, y de hecho compartimos todas las responsabilidades de la crianza». El marido de María opina que, mientras que todos los temas relacionados con la crianza suelen dirigirse a las madres, él es un padre que quiere estar presente y representado en todo lo relacionado con ello.

Para Ramón, migrante del sur de Europa, el rol del padre hoy en día es para él muy confuso. «A veces se espera de mi que no haga nada, pero yo sí quiero hacer cosas». En efecto, mientras que el papel de la madre es bastante homogéneo geográficamente, si bien con distintos grados de intensidad y varios matices, el del padre varía dependiendo de cada país de origen. «Yo vengo de un país donde tradicionalmente el hombre no se ha hecho cargo de los cuidados ni de la crianza. Esto ha cambiado, afortunadamente, y ahora también el padre puede y quiere participar» explica. El apoyo mutuo y la colaboración en las familias biparentales se vuelve aún más importante, si cabe, en el caso de las personas migrantes ya que nuestra red de apoyo y recursos de ayuda se ven limitados, sobre todo al principio del proceso migratorio. En Holanda, las opciones para los niños más pequeños como gastouders y guarderías son opciones a las que no todos los padres pueden acceder debido al elevado coste de estos servicios y la complejidad de las ayudas económicas.

El rol del padre, más activo, más presente y participativo que anteriormente, ayuda a redefinir el de la madre. De la misma forma el rol de la madre, dando importancia al auto-cuidado y a nuestra profesión (si así lo decidimos) también ha redefinido el del padre. Un porcentaje elevado de madres en Holanda trabaja como máximo tres días a la semana para así poder dedicar parte de su tiempo vital también a la crianza. Siempre que esta sea una opción elegida con libertad, es tan respetable como querer trabajar 45 horas a la semana. Pero es un tema que nos invita a replantearnos el tema de los cuidados. En España, tal vez nunca me hubiera planteado dedicar una parte de mi tiempo a estar con mi bebé, al cuidado. Tal vez hubiera hecho lo que mi madre y otras mujeres de su generación hicieron, seguir trabajando como siempre, pero el doble, y dejar a los niños en la guardería. En Holanda el sistema, ciertamente, lo pone relativamente más fácil para que padres y madres puedan dedicar tiempo con sus hijos. También eso nos invita a descubrir nuevas partes de nuestra identidad como madres y como padres, más allá del rol profesional que en otros lugares es el rol central que define a las personas.

Algunas dificultades que implica la crianza para las personas migrantes

Si hay algo en lo que todos los padres y madres migrantes con los que he hablado coinciden es en la dificultad de la crianza cuando tu familia y tu red de apoyo está lejos, no disponible para ayudar cuando más lo necesitaríamos. Las situaciones más recurrentes se encuentran en las noches en las que aún los bebés se despiertan habitualmente y al día siguiente no se cuenta con la ayuda de algún familiar para dar el cambio, aunque sea de vez en cuando. Este aspecto es aún más difícil en el caso de migrantes de países latinoamericanos, cuando las visitas son aún más escasas que en el caso de migrantes que vienen de España.

Además, si la soledad es una situación que ya de por sí experimentan muchas madres cuando acaban de dar a luz y están inmersas en esos primeros días a solas con su bebé, en el caso de las madres migrantes esto se acentúa aún más. No es sólo que una se sienta sola, sino saber que no hay nadie disponible para acompañarte. La necesidad de comunicación, por lo tanto, es muy importante en las madres (y los padres) migrantes. Posibles estrategias para trabajar este aspecto es contactar a otras madres y padres que vivan cerca de ti, a los que tal vez se haya conocido durante las «sesiones preparto»; buscar grupos de apoyo en los que se ofrezca la posibilidad de expresar sentimientos de forma libre y segura o buscar actividades o grupos de juego para bebés y niños pequeños organizadas en tu ciudad.

 

Si la soledad es una situación que ya de por sí experimentan muchas madres cuando acaban de dar a luz, en el caso de las madres migrantes esto se acentúa aún más

También es muy importante no olvidar que el auto-cuidado es esencial. No nos podemos olvidar de que más allá de madres o padres somos también individuos con necesidades, emociones, pensamientos, deseos, etc. Escuchar todos estos aspectos de nosotros mismos, validarlos y dedicar tiempo a nutrirlos es imprescindible.

Otra dificultad con la que nos podemos encontrar es la diferencia de parámetros de «lo que es normal» asociados con la crianza, que se trastocan al vernos en un contexto nuevo y desconocido: la curva de crecimiento del consultatie bureau, el tratamiento de las enfermedades leves infantiles, la alimentación, la socialización, etc. Cada aspecto de la crianza supone para los padres y madres migrantes un doble reto: el del desconocimiento de la etapa de desarrollo en concreto y el desconocimiento de los usos y costumbres que tiene el país respecto a ello. Por ejemplo, mientras que en muchas partes de Holanda no se ven cochecitos de bebé ni niños más tarde de las nueve de la noche por la calle, en países hispanohablantes y del sur de Europa no es raro ver padres paseando con sus carritos o cenando con niños y jugando a esa misma hora.

Finalmente, la maternidad y la paternidad comparten con el proceso migratorio que son situaciones de cambio que nos invitan a desaprender, a descubrir zonas de nosotros mismos que creíamos olvidadas y a adquirir nuevas habilidades. Aprender a observar estos procesos con perspectiva nos puede ayudar a vivirlos de forma constructiva.