Para Sara, una chica de 32 años que vive en los Países Bajos desde hace seis años, el momento en el que pasó más vergüenza ocurrió en una visita al Consultatie Bureau, lo que en el sistema holandés conforma la consulta pediátrica a la que se acude con los niños y niñas en su primera infancia. Sara había decidido poner en práctica su neerlandés, que llevaba estudiando desde hace meses, y hablar con la profesional que le atendió en este idioma. Sara recuerda que comenzó a hablar construyendo frases algo rudimentarias, con un vocabulario limitado, pero tratando de explicarse de forma clara y simple. Para ello eligió una pregunta sencilla, que no supusiera mucho esfuerzo descifrar o entender, y que no fuera demasiado relevante ni de vida o muerte. Sara tuvo que prepararse mentalmente unas horas antes, convencerse de que quería intentar mantener una conversación normal con una persona holandesa en una situación común en los Países Bajos como es ir a pesar y medir a tus hijos. Sara comenzó a hablar, despacio y dudando, eligiendo las palabras con cuidado. Pero pronto comenzó a notar un cambio sutil en la cara de la profesional que ese día la atendió. Tal vez fue un cambio en la forma de mirarla, una especie de mueca de esfuerzo, como cuando estás cogiendo un objeto muy pesado, como cuando haces algo que te cuesta mucho. Sara percibió este cambio en el gesto de la persona que la atendía y conforme seguía hablando, Sara se sentía más y más fuera de lugar. La persona al otro lado de la mesa finalmente le ofreció hablar en inglés y, aunque supuso un alivio, por otra parte Sara confiesa que se sintió ¨ridícula¨. Intentó hacer un esfuerzo por expresarse, pero su interlocutor no la entendió. Para ella el ofrecimiento de cambiar al inglés fue como una constatación de que su neerlandés precario no era suficiente, de que ella no podría encajar jamás. Sara reconoce que sintió tanta vergüenza que en seguida se rio para quitarle hierro al asunto y cambió inmediatamente al inglés, no sin antes disculparse con la profesional por su ¨mal holandés¨.
Este es un caso de una persona ficticia que mezcla experiencias de varias personas migrantes y momentos de vergüenza viviendo en Países Bajos. Muchos nos podremos sentir identificados con este sentimiento que por supuesto no es exclusivo del proceso migratorio. Sin embargo, cuando vivimos en otro país y nuestra identidad se ve tan afectada -sobre todo en ciertos momentos- de forma práctica, como cuando estamos aprendiendo el idioma y no nos sentimos seguros aún, la vergüenza y nuestras experiencias más reprimidas con este sentimiento afloran, a veces de manera inconsciente. Vivimos entonces esos típicos momentos de ¨tierra trágame¨. Pero ¿para qué sirve la vergüenza?
¿En qué consiste la vergüenza?
Paul Gilbert es psicólogo e investigador de la universidad de Derby, en Reino Unido. Gilbert desarrolló el modelo de trabajo de la Terapia centrada en la Compasión, un modelo de trabajo en terapia que nos enseña a utilizar las herramientas para tratarnos mejor cuando más lo necesitamos: cuando sufrimos. Mucho de este sufrimiento y este maltrato que nos damos a nosotros mismos en innumerables ocasiones tiene su origen entre otros aspectos en la vergüenza: un sentimiento muy humano y que nos ha estado acompañando toda la evolución. Según Gilbert, los humanos hemos evolucionado para querer crear sentimientos positivos sobre nuestro self en la mente de los otros. Los seres humanos adquirimos la capacidad de imaginar o inferir lo que otras personas sienten o piensan alrededor de los dos años de vida: esta capacidad se conoce como teoría de la mente y es muy importante para la vida en sociedad. Por lo tanto, es comprensible que queramos o deseemos aparecer de forma positiva ante otros. Desde un punto de vista meramente evolutivo esto es lo más práctico también. Por lo tanto, el sentimiento de vergüenza se supone que garantiza que la imagen que queremos dar a los demás es aquélla que asegura que se nos quiere y se nos cuide, que se nos respeta y se nos valora. Como recuerda Gilbert, para los seres humanos es muy importante encontrar aceptación y pertenencia. Y no sólo en nuestro núcleo familiar o más cercano. También cuando migramos esto se convierte en una necesidad vital. Por lo tanto, tiene sentido que en el proceso migratorio nos encontremos a menudo con situaciones en las que la vergüenza aflora.
¿Cómo respondemos cuando sentimos vergüenza? Hay muchas maneras en las que podemos reaccionar o responder cuando sentimos vergüenza. En primer lugar, hay que tener en cuenta que cuando nos encontramos en ese tipo de situaciones nos podemos sentir agredidos o agraviados personalmente, independientemente de si hay otras personas delante o no. Es comprensible que cuando hay más personas delante nos sintamos más vulnerables y nos afecte más la vergüenza. En segundo lugar, no hay una sola respuesta modelo, sino que cada uno responde de una manera determinada dependiendo de su historia y de sus vivencias, así como de su personalidad.
La respuesta a nivel interno puede ser la del self-monitoring o monitoreo interno, es decir, analizar y controlar cada cosa que decimos y hacemos para evitar sentir vergüenza o ser señalados de alguna manera. Otra respuesta a nivel interno es la de culparnos a nosotros mismos (self-blaming), que se traduce en ese diálogo interno con ¨nuestro dictador¨ en forma de frases tan agradables como ¨eres tonto¨, ¨eres ridículo¨, ¨por qué has dicho esa tontería¨ y otras que los lectores seguramente serán capaces de añadir a esta amable lista. A nivel externo la respuesta puede ser muy distinta, pudiendo poner en marcha una reacción defensiva, agresiva o de ataque cuando sentimos esa vergüenza. Otras veces la respuesta es simplemente paralizarse.
Cómo acercarnos a la vergüenza de forma compasiva
Podemos sentir vergüenza como personas migrantes en muchas situaciones:
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Si somos o nos sentimos excluidos.
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Si otra(s) persona(s) se entromete en nuestra vida privada.
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Experimentando recuerdos vergonzosos (para nosotros) de forma repetida, etc.
La clave, desde el punto de vista de la aceptación y la compasión, no está meramente en eliminar el sentimiento de vergüenza que por otra parte tiene una explicación compleja y tiene unos orígenes bien definidos en nuestra propia historia de desarrollo. La clave en este caso está en experimentar y llegar a conocer de qué se compone esa vergüenza en nosotros mismos, de qué está hecha, cuáles son las situaciones que más me llevan a ella y cómo suelo reaccionar o responder en esas circunstancias. Sólo conociéndola y dándole espacio podemos elegir cómo queremos responder la próxima vez que nos encontremos en tal situación. A veces consistirá en sostener de forma calmada un silencio, o en aceptar una situación embarazosa sin tener que hacer nada en concreto, o simplemente en elegir las palabras para poner límites compasivos a las personas (si es que son personas concretas) que nos hacen sentir vergüenza a menudo. Y sobre todo recordar cómo le hablarías a un amigo que está sufriendo o pasando por esa misma situación. Dirigirnos a nosotros mismos y tratarnos como tratamos a nuestro mejor amigo. Ese es el verdadero reto y el camino por recorrer para enfrentar la vergüenza con dignidad y valentía, dándonos cuenta de que hablarnos mal no sólo nos hace daño sino que además no cambia nada. Intentemos, una vez al día, decirnos una frase amable y observemos el efecto que tiene. Esa es mi invitación para este mes. ¿Te apuntas?