La primera vez que Chas Gerretsen (78) se colgó una cámara al cuello fue mientras trabajaba como cazador de cocodrilos en Australia, a comienzos de los años sesenta. Dejó su país natal para recorrer el mundo y vivir en primera persona experiencias de las que la mayor parte de la gente huye. Trabajó como reportero de guerra en Vietnam y Camboya hasta que en 1973 la actualidad le llevó a Chile, donde cubrió el golpe de Estado de Augusto Pinochet el 11 de septiembre. La excepcional manera de documentar esos días de miedo y caos, desde las calles tomadas por los militares hasta el retrato sentado de un Pinochet amenazante, dieron la vuelta al mundo y le valieron la medalla de oro Robert Cappa al valor y a la labor periodística. Tras conocer la guerra, Gerretsen dirigió su carrera a Hollywood, donde trabajó como fotógrafo en filmes como Apocalypse Now y retratando a grandes actores del momento, como Tom Hanks y John Travolta. Casi treinta años después de aquella primera aventura australiana, y con decenas de miles de fotografías que desdibujan los límites entre la realidad y la ficción, Chas Gerretsen abandonó la fotografía y se fue a navegar por el mundo. Hace unos meses lo encontramos en Alemania, desde donde nos concedió esta entrevista, tras la inauguración de la primera retrospectiva que Holanda dedica a su trayectoria profesional, en el museo Nacional de Fotografía en Róterdam.
Por primera vez, el museo nacional de Fotografía le dedica una exposición individual, tras décadas de silencio. ¿Llega tarde este reconocimiento en su país?
Hasta 2019 nadie prestó atención a mi archivo fotográfico. Holanda debe tener unas 80.000 fotos mías pero nadie se ha interesado nunca por ellas, excepto un par de las que hice durante el golpe de Estado en Chile en 1973. Hace tres años mis fotos cobraron interés porque el cine Kino de Róterdam iba a presentar el final cut de la película de Francis Ford Coppola, Apocalypse Now. La persona responsable de ventas del Fotomuseum les contó que en su colección tenían todas las fotos que yo había tomado durante el rodaje, en el que trabajé como fotógrafo. Los de Kino se quedaron tan sorprendidos al ver todo ese material inédito que nos pidieron realizar un breve documental sobre ellas y así fue como salieron a la luz. Casi diez años antes yo había preguntado al museo de fotografía si estarían interesados en realizar una exposición con mis fotos pero me dijeron que no, que no había dinero, no había tiempo. El director era otro y sencillamente no les interesó. Y yo tampoco he insistido porque la verdad es que, en los años que trabajé como fotógrafo, nunca perseguí exponer mis fotos.
Abandonó la cámara en 1989 y ya no ha vuelto a realizar más fotos, ¿qué supuso para usted ser fotógrafo?
Era mi libertad y una auténtica diversión, disfrutaba mucho del proceso creativo, y muy poco de venderlas. Nunca me interesó el aspecto comercial. La fotografía me daba la oportunidad de ver y de vivir experiencias únicas que no habría podido tener si hubiese elegido una vida más convencional. Sin el carné de prensa, sin la cámara conmigo, nunca habría podido vivir una guerra en primera persona, acceder a la Casa Blanca o conocer a Allende y a Pinochet. También la fotografía me permitía contarle a mis padres dónde estaba, lo que veía, y hacerles saber que estaba bien. Porque estaba tan lejos que el contacto con la familia era muy complicado, llamar por teléfono desde Vietnam era muy caro y a menudo imposible. Y por último, la fotografía se me presentó, por casualidad, como una manera de ganarme la vida, porque podía vender mis fotos y con lo que ganaba podía seguir viajando. Empezó como una manera de mostrar a mis padres lo que pasaba en el mundo y después se convirtió en un trabajo, algo con lo que yo esperaba mostrar a la gente cómo era la guerra en un sitio tan lejano como Vietnam, con la esperanza de tener un efecto en ellos. Aunque esto último apenas ocurría.
¿Por qué?
Porque la gente cree lo que quiere creer, prejuzga lo que los medios le dan sin mayor esfuerzo, solo una minoría está dispuesta a cuestionar sus ideas. Da igual que las imágenes le muestren otra realidad que ellos no conocen porque al no entenderla, la interpretan según sus prejuicios. Así funcionamos. En seguida me di cuenta de que era inútil proponer a los lectores que reflexionaran a través de mis fotos. Muy pocos piensan, muy pocos, para la gran mayoría es más cómodo no hacerlo, más agradable seguir inmerso en sus creencias. Preferimos no mirar las fotos de las mujeres y los niños víctimas de un bombardeo en Yemen, porque queda lejos, no nos afectan, y centramos toda nuestra atención en las inconveniencias del día a día.
Se fue de Holanda con 18 años, en 1961, ¿por qué no ha vuelto?
Al principio solía volver una vez cada dos o tres años. Recuerdo que en una de estas ocasiones fui a buscar trabajo como fotógrafo a la oficina de Empleo. Lo primero que me preguntaron es si tenía un diploma que lo atestiguara, a pesar de mostrarles recortes de artículos con mis fotos en revistas internacionales como Newsweek o Time. Incluso para abrir una tienda de fotografía hacía falta un diploma y no valía la experiencia demostrada. En Holanda, en el mundo Occidental, se promueve la mediocridad, todos iguales, uno no tiene que ser bueno sino necesario. Sencillamente no había nada para mí en Holanda. Cuando la agencia Gamma publicó el libro con las fotos que había tomado durante el golpe de Estado de Chile, en Francia se vendieron 3.000 ejemplares en tres meses; me traje el libro a Holanda y ni una editorial, ni una revista, ni un periódico, se interesó o publicó nada. Siempre me mantuve como fotógrafo freelance, y mientras en otros países europeos las agencias y los medios me encargaban historias, en Holanda nada, a pesar de estar registrado en una de las agencias holandesas. No sé por qué, pero así era.
En la exposición hay una carta que usted le escribe a su madre en la que le confiesa sentirse diferente al resto de los jóvenes de su entorno.
Sí, porque ya desde niño era un incrédulo, me costaba mucho aceptar aquello en lo que otros creían. Cuando un pastor protestante me habló de la inmensa suerte que él había tenido de pertenecer a esa religión, la poca fe que podía tener se fue para siempre. No entendía esos fundamentalismos estúpidos, ni el religioso, ni el político ni el ideológico.
De reportero de guerra a fotógrafo en Hollywood, ¿qué aprendió de cada una de estas vidas y por qué cambió de una a otra?
Me hice fotógrafo publicitario y de cine cuando volví a Estados Unidos después de haber trabajado en el rodaje de Apocalysis Now. Para la película de Francis Ford Coppola me contrataron porque buscaban a un fotógrafo que hubiese vivido la guerra en primera persona. Y lo demás digamos que surgió por sí solo. Más adelante, cuando tuve mi propia agencia en Los Ángeles, se convirtió en un trabajo con el que me ganaba bien la vida.
En cuanto a lo que he aprendido, realmente es lo mismo una y otra vez, en cualquier contexto: somos egoístas por naturaleza. Cuando tenemos un coche, comemos tres veces al día y nuestras necesidades están cubiertas, podemos ser benevolentes y pensar en los demás. Pero cuando se es pobre o vivimos en medio de una guerra, nuestra propia supervivencia nos hace centrarnos en nosotros mismos. Y si a cualquiera de nosotros que lo tenemos todo nos quitan un poco, como hemos visto en la pandemia, nuestros países se comportan de manera absolutamente egoísta y nosotros también, criticando al vecino porque se salta la cuarentena o increpando al de al lado porque no lleva mascarilla. Como seres humanos que somos, no hay nada que nos importe más que nuestra propia vida o aquella de nuestros familiares más cercanos. Y esto último lo pondría en duda. La religión nos enseña que debemos darnos a los demás, pero desafortunadamente esta entrega solo pasa cuando ya lo tenemos todo, cuando nuestra vida no peligra. Porque vivimos asustados.
Entonces, el denominador común ¿es el egoísmo y el miedo?
La base de todo lo que somos, el motor vital, es el miedo. Miedo a no ser aceptados por los demás, a lo que puedan pensar de nosotros, a morir… Y eso lo he visto en todos los lugares y personas que he fotografiado, desde el actor más famoso al soldado más vulnerable. Y la propaganda se aprovecha de ese miedo. En las sociedades más desarrolladas, como la holandesa, la gente se ha vuelto más débil. Todo está organizado para alertarte de los peligros que acechan, una voz que te avisa de que vigiles tu equipaje en la estación; una alarma en el coche para recordarte que debes ponerte el cinturón de seguridad; las advertencias son constantes mientras los días pasan sin sorpresas, sin hechos inesperados, ni buenos ni malos. Para mí esto no es vivir, es existir, sin más. Por culpa de este miedo la mayor parte de la gente prefiere no reflexionar, seguir las normas sin cuestionarlas, busca seguridad, poder ir a su trabajo cinco días a la semana a hacer casi lo mismo, un día tras otro, no tener problemas y que los de personas desconocidas no les afecten, menos si están en Ucrania o en Siria. Los pocos que no hacen esto son los folloneros.
Usted, ¿no ha vivido, no vive, con miedo?
En mi caso mi curiosidad ha sido mayor que mi miedo, y cuando ha ocurrido al revés, he parado. Por supuesto que estaba muerto de miedo cuando los fotógrafos nos íbamos con los soldados al frente, en Vietnam, no tanto por morir sino porque me hirieran de gravedad. Pero la excitación, la adrenalina del momento, era mayor. La curiosidad es como una lucha constante con uno mismo.
Esta curiosidad de la que habla recuerda a la que tiene un niño que a ojos de su madre va a hacer algo peligroso y le frena. ¿Cree que sobreprotegemos a los hijos?
Todos los padres intentan evitar que sus hijos se hagan daño, es normal. En mi caso no lo conseguían, siempre fui un niño muy libre, le di muchos disgustos a mis padres, esa es la verdad. En una ocasión estaba con mi primo pasando unos días en la casa familiar que teníamos en Schiermonnikoog. Debía tener unos diez años. Nos fuimos solos a hacer una excursión y nuestros padres nos dieron a los dos dinero para coger el autobús de vuelta. Yo preferí volver haciendo auto-stop y guardarme lo que me habían dado mientras mi primo tomó el autobús. Él siempre hacía lo que sus padres decían, y le ha ido muy bien en la vida, ha tenido una carrera de éxito. Mi familia se enfadó mucho conmigo porque llegué tardísimo, sin avisar. Pero yo había disfrutado mucho conociendo y hablando con toda la gente que me llevó a casa. Toda mi vida he sido igual. Realmente siento que la mayor parte de los niños no logran ser lo que les gustaría en la vida: por agradar a otros, por miedo, acaban dedicándose a otra cosa.
Su trabajo se ha dado a conocer recientemente gracias a Twitter. Creó su cuenta hace dos años y en solo unos días obtuvo 20.000 seguidores gracias a las imágenes que publicó de Chile. ¿Por qué cree que sus fotos suscitaron tanto interés décadas después?
No estoy seguro, quizás es porque por primera vez muchos jóvenes chilenos veían imágenes de aquello que habían oído contar a sus padres. Las manifestaciones, la tensión en las calles, las primeras horas de Pinochet, todos estos momentos cruciales de su historia apenas se han mostrado en Chile. Durante mucho tiempo fueron tabú. Cuando salieron las fotos en Twitter, me contactaron tres editoriales chilenas interesadas en hacer un libro de ellas. Un tiempo después todas se han echado atrás, y no sé por qué, no sé si es porque sigue siendo un tema sensible o si hay otros motivos.
Cuando tomó las fotografías del golpe de Estado ¿le preocupaba el uso político o propagandístico que los medios podrían hacer de ellas?
Yo tenía un amigo fotógrafo Sylvain Julien, que fue quien se encargó de sacar mis fotos de Chile cuando el país se cerró totalmente tras el golpe. Él era muy de izquierdas y se negaba a vender sus fotos a la prensa más conservadora. Yo no estaba de acuerdo con él, le decía que todos los medios, de izquierdas y de derechas, iban a acabar usando nuestras fotos como les diera la gana y que nosotros no tendríamos control alguno sobre el mensaje. Era más pragmático ofrecerlas a todos por igual y tener más posibilidad de ganar dinero con ellas. Porque el sesgo no se produce cuando el medio publica una foto con un pie de foto u otro: el sesgo informativo ocurre en el preciso momento en el que un fotógrafo decide fotografiar una escena y no otra, encuadrar dejando fuera un detalle o prestándole toda la atención. La verdad es un punto de vista, y todos los reporteros hacen propaganda de lo que consideran su verdad. La clave está en luchar contra esta tendencia y en intentar tener en cuenta todas las opiniones, mientras somos conscientes de la nuestra y no tenemos reparo en cuestionarla.
Al fotografiar algo tan trepidante como un golpe de Estado, es fácil dejar que tu punto de vista intervenga. Recuerdo una escena en las calles de Santiago: varias personas estaban retirando carteles con proclamas comunistas, mientras soldados armados patrullaban cada esquina de la ciudad. Un fotoperiodista tomó una foto de tal forma que parecía que estos soldados estaban apuntando con sus armas al grupo de personas que estaban quitando los carteles, como si ellos estuvieran forzados a hacerlo. Pero lo cierto es que los soldados no les apuntaban a ellos y estas personas eran anticomunistas, estaban retirando los carteles porque querían. Me pareció muy injusto, estaba claramente manipulando la realidad. Yo siempre he evitado hacer algo así.
¿De qué fotos está más orgulloso?
No sabría decir, un día destacaría una y otro día otra. Para mí una foto buena es la que provoca una emoción en quien la mira, ya sea nostalgia, compasión, rabia o pena. En una de mis fotos aparece un niño soldado de apenas 10 o 12 años con un imperdible que cierra su camisa. Imaginé que podría haber sido su madre la que se lo puso, como un último gesto de cariño antes despedirse de él para, quizás, no volver a verlo más. Para mí, ese imperdible encierra toda la humanidad que puede haber en una guerra, es muy emocionante.
Y la foto que se hizo tan conocida, el retrato de Augusto Pinochet sentado, tuvo éxito porque transmitía mucho, aunque para algunos este sentimiento fuera miedo y para otros orgullo. Como es una buena imagen, los medios de un lado y de otro pueden usarla de igual manera como propaganda ideológica.
El fotoperiodismo ha dado un giro radical en las últimas décadas gracias a las técnicas de edición digital. Oganizaciones como World Press Photo lo tienen muy difícil para asegurar la veracidad de una imagen. ¿Qué opinión le merece el fotoperiodismo de hoy en día?
Sinceramente creo que nada ha cambiado. Quizás ahora es el fotógrafo quien trastoca una imagen, pero antes era el editor de la revista o del periódico. En el pie de foto del retrato de Pinochet, una revista podría elegir escribir «el héroe de la madre patria que salvó a Chile del comunismo» y otra diría, «este es el tirano que asesinó a nuestra gente». La foto es la misma pero las interpretaciones son múltiples y el reportero no tiene ningún control sobre eso. La calidad sí que creo que ha disminuido, desde que todo el mundo puede hacer una foto y cree que es publicable.
¿Por qué no ha vuelto a hacer fotos?
No sabría decir por qué, se me pasó el interés, supongo. Ahora solo hago fotos con mi móvil de las cosas que me atraen, pero ya no llevo la cámara conmigo. La exposición ha sido un buen colofón a mi carrera, es una maravilla cómo la han hecho y cuando la vi antes de inaugurarse me sentí abrumado, orgulloso de ver todo mi trabajo expuesto en un solo lugar. Ahora solo espero que anime a la gente a pensar un poco más, a pararse y a pensar. Con eso me doy por satisfecho.