Annelien de Dijn es catedrática de la universidad de Utrecht y desde hace unos meses se ha dado a conocer entre la opinión pública holandesa por su libro «Freedom» (Harvard University Press), con el que hace un intento por dar una explicación histórica al concepto político de libertad. En sus más de 400 páginas, esta historiadora belga afincada en Ámsterdam bucea en más de dos mil años de Historia y argumenta cómo, durante siglos, las sociedades occidentales han apoyado una idea de libertad muy distinta a la que tenemos hoy en día y que nació hace sólo dos siglos. Paradójicamente hoy, en cualquier ciudad de Holanda, su libro, con la Marianne luciendo en su portada y la palabra Libertad en grandes letras, queda expuesto, pero inalcanzable, en el escaparate de una librería que ha cerrado sus puertas al público.

Ha pasado más de siete años escribiendo su libro «Freedom» y es precisamente ahora, cuando más reflexionamos sobre nuestras libertades en medio de una pandemia, que este sale a la luz…
Sí así es, no podía imaginar que mi libro fuese a ser sobre un tema tan de actualidad cuando se publicara. Como todo el mundo, el estallido de esta pandemia me pilló por sorpresa y no dejó de sorprenderme lo que vino después, cuando los gobiernos empezaron a tomar medidas tan estrictas para contenerla, algo que no tiene precedente histórico. Pandemias las ha habido anteriormente pero incluso en la de la gripe de 1919 los gobiernos no respondieron de manera tan fuerte como ahora, ya fuera porque no podían apoyarse en la virología de entonces para entender lo que pasaba o porque sentían que no les correspondía actuar para frenarla. Si bien actualmente todos los gobiernos en el mundo han tomado acción, ha habido diferencias en el cómo. Y del holandés me sorprende la manera en la que han volcado toda la responsabilidad en sus ciudadanos, individualmente. Para mí esto refleja una herencia fuerte de la idea de libertad en su sentido negativo, la que establece que el ciudadano debe poder hacer lo que él quiera. En mi opinión, la pandemia nos ha mostrado el déficit de este concepto de libertad.

¿De dónde procede este concepto de libertad individual tan arraigado en la sociedad holandesa?, ¿podría darnos una explicación histórica?
Los Países Bajos juegan un rol importante en mi libro porque es cierto que la devoción por la libertad tiene una larga historia en este país y se remonta a sus orígenes como nación. Tras la guerra de los 80 años, cuando los holandeses se rebelaron contra el rey Carlos I de España y fundaron el Estado idependiente de las Provincias Unidas, se sintieron eminentemente libres, porque no tenían un rey que les gobernara, algo único para el contexto europeo de la época. Los Países Bajos era un pueblo que se autogobernaba a través de los estatúderes, entre los cuales había miembros de la casa de Orange-Nassau. Si bien eran los gobernadores del país, no tenían tantas prerogativas como otros monarcas. Y esto era algo extraordinario en el siglo XVI en Europa, lo que no significa que fueran muy democráticos, ya que el poder residía en una pequeña élite de hombres llamados regentes que se elegían entre ellos para gobernar, pero sí era un poder más repartido que el que había en otros gobiernos del continente. Históricamente fue entonces cuando los holandeses forjaron su idea de la libertad, que significaba ser capaces de gobernarse a sí mismos en un Gobierno participativo. A finales del siglo XVIII hubo una gran revuelta popular contra el poder gobernante, al igual que en Francia y en otros países, lo que dio lugar a la llamada república democrática de Batavia. Y un siglo después se convirtió en una monarquía, cediendo el poder a una élite todavía más intocable que la anterior y dando lugar a una época llamada «nuevo absolutismo». Entonces, al igual que en el resto del mundo occidental, esto grupos influyentes, temerosos de perder el poder por esta nueva democracia parlamentaria, comenzaron a redefinir el concepto de libertad.

Y es entonces como, tal y como explica usted en su libro, nace la idea de libertad que impera hoy en día en Occidente, ¿en qué consiste?
Así es, en el siglo XIX las élites gobernantes empezaron a proclamar que la verdadera libertad no consistía en poder participar en el proceso democrático sino en proteger las libertades individuales, principalmente la del derecho a la propiedad. En su nueva redefinición afirmaban que esto no nos alejaba para nada de la idea de libertad sino al contrario, que la preservaba. Y así se forjó este mito de libertad individual en oposición con el Estado, dibujándola como si fuera una burbuja infranqueable alrededor de cada uno de nosotros. Muchos argumentan que este individualismo proviene de la Reforma protestante, algo en lo que yo no estoy de acuerdo. Tanto Lutero como Calvino no estaban preocupados por la libertad en estos términos: para ellos la libertad consistía en vivir tal y como Jesús y la Biblia querían que viviéramos, libres de pecado.

Annelien de Dijn, en la Westergasfabriek de Ámsterdam. © Alicia Fernández Solla

El concepto de libertad es muy amplio, como bien dice, podemos hablar de libertad religiosa o moral, pero usted no ha querido entrar en ese terreno, ¿por qué?
Si bien es un debate que me parece sumamente interesante, como historiadora política, en el libro no entro a argumentar el concepto moral de libertad, que puede estar relacionada con la libertad religiosa, en temas como si estamos predeterminados o no. He partido de la asunción de que existe el libre albedrío, de que nosotros decidimos cómo queremos vivir nuestra vida, y a partir de ahí he querido investigar cómo los ciudadanos hemos ejercido esta libertad junto con otras personas, en sociedad, cómo se han ido creando las instituciones libres que nos han gobernado a lo largo de la Historia.

Ahora que menciona a las instituciones democráticas, ¿se puede establecer un paralelismo entre esta revuelta de las élites del siglo XIX y el movimiento populista actual contra el llamado «establishment» institucional?
Soy un poco escéptica del análisis que se hace del populismo. La idea de que estamos viviendo una rebelión de una masa popular contra la élite política, no sé hasta qué punto es cierto. No debemos olvidar que Donald Trump perdió el voto popular dos veces, y si llegó a ser presidente es debido al sistema electoral estaodounidense, que prioriza a las minorías y a las comunidades rurales. Se puede argumentar algo similar en Holanda: Geert Wilders, aunque obtiene un porcentaje muy alto de votos, este no deja de ser del 15 por ciento. Es preocupante, sí, pero no olvidemos que el 85 por ciento de los ciudadanos holandeses no vota a estos políticos. Lo que ocurrió en el siglo XIX fue distinto.

¿Por qué?
Porque a lo largo de la Historia, hasta el siglo XIX, los revolucionarios siempre se han levantado contra el poder autoritario y los monarcas absolutistas, demandando que la esfera de Gobierno se expandiera, para que hubiera una mayor participación del pueblo en el Estado. En el siglo XIX nace un movimiento contestario liberal que asegura que, por ejemplo, el sufragio universal no otorgará una mayor libertad. La idea emancipadora de la libertad, de que más gente participara del poder, se fue acallando. Y actualmente, el concepto liberal de libertad es el que impera, en todos los partidos políticos, no solo en los de la extrema derecha. Yo creo en la libertad como un ideal por el que merece la pena luchar, que nos puede inspirar para resistir la opresión de unos pocos sobre la mayoría. Pero lo que me sorprende es que este no es el significado que damos a la libertad hoy en día. Muchos partidos políticos usan el término libertad en sus siglas, desde el VVD hasta el mismo PVV de Wilders, este último, ¿qué tipo de libertad es aquella que proclama todo para los suyos, excluyendo al resto? Los partidos de izquierdas también han dejado de hablar de esta idea clásica de libertad, que históricamente habían abrazado al afirmar que el socialismo era el sistema que devolvía el poder al pueblo.

¿A qué cree que se debe este giro de la izquierda?
Creo que se debe a una herencia de la Guerra Fría. Hasta los años cincuenta, en general, la izquierda proclamaba de manera sistemática que ellos eran los que luchaban por la libertad, tal y como se entendía antes del siglo XIX: usar el poder del Gobierno para lograr un cambio progresista que combatiera a las élites económicas. Cuando en varios países europeos como Francia o Bélgica los partidos comunistas lograron grandes victorias electorales, el resto de votantes y de líderes temieron que esto diera lugar a una ingerencia de Stalin en Europa Occidental. Surgió entonces una resistencia a la idea clásica de que para permanecer libres debemos ser críticos con el poder, incluso si este emana de un sistema democrático. El miedo al comunismo era mayor.

Pero revolucionarios que combatieron el poder imperante en nombre de la libertad acabaron instaurando un nuevo régimen tan opresor como aquél contra el que luchaban.
Tienes toda la razón. Si miramos al siglo XX, el ideal de libertad se ha usado en numerosas ocasiones para legitimar régimenes tremendamente brutales y opresivos. Cuba y Rusia son ejemplos de esto. Pero creo que quizás porque vivimos en Occidente, somos muy conscientes de este peligro y no tanto del que deriva de esta otra idea individualista de la libertad. Porque ahí está Estados Unidos, el país más rico del mundo (en riqueza nacional), donde la esperanza de vida de sus habitantes está decreciendo, algo incomprensible. Una de las múltiples razones que explican esto es su concepto de libertad individual y de que la intervención del Estado debe ser la menor posible.

© Alicia Fernández Solla

¿No cree que este concepto de libertad sucede al anterior después de que la lucha por la libertad diera como resultado la instauración de democracias parlamentarias en la mayor parte de los países occidentales?
Suelo escuchar esto a menudo y sí, esta posibilidad es muy plausible pero al mismo tiempo no lo es. Si bien es cierto que en los años cincuenta se alcanzaron niveles de democracia, sobre todo en Occidente, más altos que en cualquier otro momento de nuestra Historia, todas ellas están gestionadas al extremo, lo que reduce en cierta manera su calidad. El compromiso político de los ciudadanos con las instituciones democráticas que les gobiernan es relativamente limitado: votamos cada cuatro o cinco años, lo que es un período de tiempo bastante largo, y la participación es voluntaria, por lo que muchos pueden sencillamente no involucrarse. Si nos vamos al ámbito económico, la falta de democratización es todavía mayor. Grandes compañías se gobiernan como si fueran pequeños reinos escapando con relativa facilidad del control del poder ejecutivo y judicial. Queda mucho camino hasta lograr una democracia plena en nuestras sociedades actuales.

En los años que le ha llevado escribir el libro, ¿qué hallazgos inesperados se ha encontrado en el camino?
Tuve la idea de escribir este libro sobre el concepto de libertad cuando viviendo en Estados Unidos, me sorprendió la reacción negativa de muchos americanos a la puesta en marcha del Obamacare, porque me costaba entender qué tenía de malo para ellos que más gente pudiera acceder al sistema de salud. Y eso me llevó a querer indagar, en profundidad, acerca de cómo las sociedades hemos entendido el concepto de libertad a lo largo de nuestra Historia. Como historiadora, no estoy especializada en la Antigüedad, y estos fueron los capítulos que me parecieron más interesantes de escribir. Porque para nosotros hoy en día, las democracias de la Grecia Antigua o del Imperio Romano no nos parecen nada democráticas: las mujeres y los extranjeros estaban excluidos, tenían esclavos… Pero lo que me sorprendió fue cómo, a pesar de todo esto, estas democracias hacían un gran esfuerzo por involucrar a los ciudadanos de a pie. Por ejemplo, en Atenas los hombres podían votar a la asamblea popular de la ciudad y para asegurar que todos lo hacían, el Gobierno daba un estipendio a todos ellos, de tal forma que también los más pobres podían dejar de trabajar ese día y acudir a la votación. Descubrir esto me pareció muy interesante porque, incluso en la actualidad, este esfuerzo ya no se hace, y quizás redundaría en una mayor participación ciudadana.

Durante esta pandemia se ha argumentado que a los países menos democráticos les ha ido mejor que a los de la Unión Europea, porque podían imponer restricciones y vigilar a su población más fácilmente. ¿Qué opina usted?
Creo que para una demócrata convencida como es mi caso, este es quizás el precio que debemos pagar para vivir en un lugar como Europa. Como decía antes, aunque tenemos altos niveles de democracia, me preocupa la desconexión de las instituciones europeas con sus ciudadanos, que Bruselas acabe dominado por un grupo de tecnócratas que, como vimos con la crisis del euro, tomen decisiones que los europeos no saben de dónde vienen ni para qué sirven. Necesitamos organismos como la Unión Europea, yo soy una firme defensora de ella, pero hay que encontrar mecanismos mejores para que la ciudadanía ejerza un control real sobre estas instituciones complejas y supranacionales, porque ahora mismo estos mecanismos son mas diplomáticos que democráticos.

Usted es profesora de Historia Política en la universidad de Utrecht, ¿cómo reaccionan sus estudiantes a su planteamiento de la libertad?
Cuando llegan a clase el primer día suelo preguntarles qué es para ellos una sociedad libre. Un 90 por ciento responden que una sociedad libre es aquella en la que cada uno puede hacer lo que quiera sin que el Gobierno le moleste demasiado. El concepto liberal de libertad está muy dentro de todos ellos y mi labor como profesora es mostrarles, sin convencerles, que hay otras formas de entender la libertad. Desde que estalló la pandemia su idea de libertad sólo se ha visto reforzada, y yo lo entiendo, son jóvenes a los que el Gobierno les prohíbe socializar y salir por ahí. Es totalmente comprensible.

Sólo espero que para los retos mayores que se nos presentan, como el cambio climático, el concepto pre moderno de libertad vuelva, porque la verdadera libertad es un bien público que requiere del esfuerzo colectivo. No necesitamos un Estado paternalista pero sí Gobiernos fuertes que se sometan al escrutinio permanente de sus ciudadanos. Es complicado, porque requiere del compromiso de todos y de una involucración mayor en la política. Pero esto es la democracia, no se trata sólo de votar, sino de tener la posibilidad, la libertad, de reclamar a nuestros políticos que respondan ante sus obligaciones y que nos representen como deben.