Dicen que las islas hacen volar la imaginación. Esta, además de encandilar al mundo del arte con sus paisajes y tener su propio Festival de Storytelling, atrae a todo tipo de visitantes en busca de esa singular combinación de bosques, playas kilométricas en las que olvidarse de todo y pueblos con encanto, que cuentan historias ancestrales sin descuidar las necesidades del viajero moderno o las de su propia subsistencia. Y es que, si hay algo que define a la tercera isla más grande de las Frisias, la cadena de islas holandesas situadas entre el Mar del Norte y el Mar de Wadden, es su visión y capacidad para seguir renovándose. Visitarla en invierno promete una experiencia diferente y única.  

Quizá esté ligado a sus orígenes: durante siglos gozó de un alto grado de independencia –se mantuvo neutral en la Guerra de los 80 años y en la primera Guerra Anglo Holandesa- hasta que acabo incorporándose al patrimonio de los Orange Nassau en el siglo XVIII. Lo cierto es que Ameland tiene personalidad propia – es uno de los lugares donde la cultura isleña está más viva, incluso entre los jóvenes–; y sus habitantes, los amelanders, son gente emprendedora cuyo compromiso con la sostenibilidad y el medio ambiente ha convertido a esta isla de 268.50 km² en un modelo inspirador. Llevan años trabajando para adquirir otro tipo de independencia, la energética, y cubrir las necesidades de la isla mediante el uso de energías respetuosas con su entorno natural, uno de sus principales tesoros.

Con estas credenciales, no es extraño que Ameland siga copando las listas de las mejores playas o los pueblos más bonitos de Holanda. En esta parte de la costa favorecida por las focas, abundan los museos y ondea la bandera azul, signo de la calidad de sus aguas y de la limpieza de sus playas, desde hace 33 años. Y por si esto fuera poco, sus reservas naturales acogen a casi el cuarenta por ciento de la flora de los Países Bajos y sirven de refugio a miles de aves. Todo un lujo para el viajero que quiera disfrutar de lo mucho que este destino norteño tiene que ofrecer, también en invierno.

 

En la parte occidental se concentran algunos de los lugares que no hay que perderse: el pueblo de Hollum, el faro o el Museo Marítimo Abraham Fock. Una visita a esta zona se puede combinar con un relajante paseo a través del bosque (Hollumerbosch), las dunas o la playa. Recorremos la isla en la ruta del oeste. 

Un coloso con traje de rayas

Con sus 55 metros de altura, el faro de Ameland es el más alto de los que iluminan el Mar de Wadden y una de las imágenes más icónicas de la isla. Situada en las afueras del Hollum, esta impresionante construcción de silueta rojiblanca es hoy un museo que va desgranando su historia y la de aquellos que lo manejaron, a lo largo de sus quince pisos. Los visitantes que consigan completar el ascenso – la subida es empinada– son premiados con estupendas vistas del pueblo, a sus pies, y de la costa: en los días claros se vislumbra la isla vecina, Terschelling.

Vista panorámica del faro de Ameland, uno de los más fotografiados de las islas Frisias. Foto: Pixabay

El espectáculo más auténtico

Desde el faro se puede optar por bajar directamente hacia la playa o continuar por las dunas en dirección sur hasta dar con el final del sendero Tjettepad, donde se encuentra la tumba de los héroes de la isla: los caballos de la brigada de rescate marítimo que perdieron la vida durante un trágico accidente, cuando trataban de salvar a los ocupantes de un velero alemán.

La responsabilidad del rescate marítimo ya no descansa sobre las espaldas de los equinos de la isla, pero esta práctica esencial, que desempeñaron durante casi dos siglos, se ha mantenido viva para ilustrar el pasado de Ameland y se ha acabado convirtiendo en su evento más popular. La demostración, en la que participan diez vigorosos caballos, sale del Centro Marítimo Abraham Fock, punto en el que se les colocan los arneses y empieza la ardua tarea de tirar del pesado bote de salvamento hasta llegar a la playa. Un espectáculo único y rebosante de autenticidad que culmina en la playa con todo el equipo de salvamento (hombres y caballos) en el mar. Se suele celebrar una vez al mes. Para conocer las fechas exactas hay que ponerse en contacto con la oficina de turismo.

Aparte de dar cobijo a la lancha de salvamento, el Centro Marítimo es un museo que nos invita a aprender sobre la evolución de la navegación a lo largo del tiempo, a través de objetos y experiencias como la reproducción de un puente de mando: por un momento podrás sentirte como el capitán del ferri.

Espectáculo que recrea este episodio histórico de la isla. Foto: Oficina de Turismo de Ameland

Cuatro pueblos con encanto

Otro de los principales atractivos de Ameland son sus pueblos.

Hollum, un verdadero museo al aire libre de la arquitectura típica del archipiélago de las Frisias, cuenta con un cuidado casco histórico al que debe haber quedado finalista en el concurso de la ANWB (la conocida organización de automovilistas holandeses) al pueblo más bonito de los Países Bajos. Destacan las casas de los comandantes que residieron aquí durante los siglos XVII y XVIII, la época de esplendor asociada con la caza de ballenas. Sus características fachadas dejan constancia de la prosperidad vivida en esos años y revelan el rango de sus habitantes originales. Una pista, hay que fijarse en el perfil de los extremos… Para saber más sobre este fascinante periodo se puede visitar la antigua casa del Comandante Pieter Sorgdrager que alberga el Museo de historia y cultura. La historia de Hollum también se respira en el Albergue De Zwaan (El Cisne). Este establecimiento, que abrió sus puertas en 1772, hoy es conocido principalmente por su bar y café restaurante: un lugar desenfadado en el que degustar alguno de los platos típicos como la sopa de mostaza.

El museo de historia y cultura de la isla, antigua casa del comandante Sorgdrager. foto: Oficina de Turismo de Ameland

En Nes es una localidad muy atractiva en la que, además de las típicas casas de comandantes y el antiguo molino De PhenixVerwachting (la expectativa), todavía en funcionamiento, se encuentran los bares y restaurantes más animados de la isla. Una parada en el Nes Café para comer o tomar algo es ideal para probar el ambiente local.

Con apenas 350 habitantes, Ballum es el pueblo más pequeño de la isla. Aquí residían sus antiguos gobernantes, los Señores de Ameland, cuyo castillo desafortunadamente fue destruido en el siglo XIX. Hoy es la sede administrativa y pese a su pequeño tamaño tiene uno de los mejores restaurantes de la isla, Nobel

En la parte oriental de Ameland, junto a la reserva natural “Het Oerd” se encuentra Buren. En esta localidad, compuesta mayoritariamente por granjas y casas relativamente modestas, se respira el ambiente más rural de la isla. Tiene un interesante museo sobre la agricultura de la isla de en 1900 y otras actividades con las que los isleños trataban de subsistir, como la pesca y la recogida de objetos y mercancías que el mar arrastraba hasta la costa. Es un punto de partida ideal para reconocer el este de la isla en bicicleta.

Centro histórico de Nes, con la torre de la iglesia la fondo. Foto: Oficina de Turismo de Ameland

Información práctica

Cómo llegar – El ferri se toma en Holwerd, un pintoresco pueblo de la provincia de Friesland. El trayecto dura 50 minutos. Tu coche puede viajar contigo a la isla, pero conviene reservar con antelación.

Dónde alojarse – Ameland cuenta con una variadísima oferta de hoteles y casas de vacaciones. Información disponible en la página web de la oficina de turismo.

Productos locales – En la isla se produce desde Moonshine (una especie de whiskey local) hasta lana de sus propios rebaños, pero los amelanders están especialmente orgullosos de su mostaza, su tradicional pan de centeno y sus productos lácteos. No hay que perderse los helados artesanos.

Ameland en tiempos del Coronavirus – Información actualizada sobre las medidas adoptadas en en la isla en relación a la situación actual