El nacimiento del fútbol tuvo lugar en Inglaterra, a mediados del siglo XIX. En sus orígenes y en su posterior consolidación, fue considerado exclusivamente para chicos, masculino por excelencia (y en algunos países, sobre todo latinoamericanos, como el mío, persiste ese pensamiento). Debieron pasar muchas décadas para que las mujeres se interesaran en su práctica.
El fútbol era considerado un deporte brusco, grotesco, muy distante a lo que se esperaba de una «chica de su casa» en las décadas anteriores a los años setenta, donde la división sexual del trabajo y de prácticas asignadas a cada sexo estaban bien diferenciadas.
No sé con certeza si a la mujer no le gustaba el fútbol, si su gusto estaba influenciado por las costumbres o si no se le permitía que le gustase. Pero si sé que, a partir de las conquistas en derechos, algunas comenzaron a practicarlo o por lo menos dejaron de visualizarlo como algo ajeno a ellas.
Lamentablemente, no en todos los países la ideología de género ha calado de la misma manera. En los llamados «primer mundistas», los cambios han sido más significativos y profundos. Y en lo que al fútbol se refiere, en los Países Bajos las chicas se han profesionalizado y son de las mejores del mundo. Desde pequeñas las niñas pueden elegir «correr detrás de la pelota» sin ser cuestionadas por los adultos o sus pares, es decir, sin ser discriminadas, porque incluso existen ligas mixtas donde niños y niñas comparten la misma pasión y alegría por jugar. Luego en la adolescencia, las chicas pueden continuar la práctica y una vez adultas profesionalizarse al igual que los hombres. Si bien la brecha salarial existe, parece que en este país nos acercamos a la igualdad.
En mi tierra, Uruguay, donde orgullosamente puedo afirmar que, pese a su escasa población de tres millones y medio, el fútbol masculino ha alcanzado la gloria en varias ocasiones (mundiales, copas Áméricas, medallas de oro olímpicas), el femenino aún no ha logrado ni la profesionalidad ni la visibilidad que se merece. Por supuesto que ha habido avances con respecto a mi niñez: hoy existe una mayor cantidad de equipos compitiendo; hay más periodistas mujeres que analizan fútbol, incluso relatan, pero aún continúan siendo estigmatizadas por algunos sectores de la sociedad. Tengo la esperanza de que a futuro se logre (como sucede aquí, en Estados Unidos, en España o Alemania) que el fútbol sea simplemente un deporte más, sin género asociado.
Y es por esta razón, por la igualdad de género existente, que aquí siento que puedo amar el balón sin ser juzgada. Y eso es muy lindo y gratificante. Hoy, por primera vez en mi vida, estoy jugando al fútbol, cumpliendo mi mayor sueño. Por mi posición en la cancha, defensa, debo ser ruda, impedir que las delanteras conviertan goles en mi valla. Intentando por todos los medios defender a mi equipo, he recibido muchos golpes. Pero eso no es problema, me gusta. Las mujeres aquí en Holanda tienen un estado físico admirable, son muy fuertes, y personalmente me motiva para mejorar cada día como jugadora. A veces las pecho y me caigo yo. Y confieso que es un poco frustrante, sin mencionar que todas me sacan dos cabezas.
El deporte aquí, no es sólo la realización de actividad física en sí misma: es el principal medio de sociabilidad. Se comienza desde edades muy tempranas y eso les permite una mejor calidad de vida.
Gracias a este país, soy Milka sin miedos.
Gracias a mi país, juego como una verdadera charrúa, la garra está presente.