Louise Vet es ecologista y optimista, dos adjetivos que parecen repelerse. Miembro de la Real Academia Neerlandesa de las Artes y las Ciencias y directora del Instituto Nacional de Ecología (NIOO-KNAW), lidera múltiples investigaciones que proponen nuevas maneras de trabajar con la naturaleza para recuperar la biodiversidad y ayudar a pisar el freno del cambio climático. Porque a medida que la especie humana crece, en número y desarrollo, el mundo que le rodea se empobrece. Ante esta evidencia, ella prefiere dar soluciones y ser constructiva, a pesar de reconocer que el futuro no pinta bien. No rendirse es su máxima. La nueva sede del instituto, un edificio vivo y cien por cien sostenible, es su ejemplo.
Fue en 1962 cuando el movimiento ecologista comenzó a raíz de la publicación de La Primavera Silenciosa: ¿está satisfecha con los cambios y los logros que se han acometido en las últimas décadas respecto del medio ambiente?
Creo que se ha hecho un trabajo muy bueno si tenemos en cuenta de donde veníamos. En Holanda por ejemplo, en los años cincuenta era tremendo el uso que se hacía del agua y de los pesticidas y fertilizantes. El libro de Rachel Carson fue revelador, salir de todo aquello es un logro increíble y hacerlo con el control que tenemos hoy en día es muy positivo. Avanzamos mucho en este sentido, pero hemos retrocedido en otros, como en la agricultura intensiva. Es incomprensible que aquí, en una superficie terrestre del tamaño de un sello, donde vivimos 17 millones de personas, tengamos la segunda mayor producción mundial de alimentos después de Estados Unidos. Aunque hemos reducido el uso de fosfatos y nitratos, seguimos teniendo el nivel más alto de pesticidas químicos en uso y hemos disminuido la biodiversidad agrícola en todos los aspectos. Así que, sí, hicimos cosas muy buenas por el medio ambiente pero desde el año 2000 también hemos ido perdiendo mucho, por la enorme intensificación y el aumento de las exportaciones y el comercio.
¿Hay vuelta atrás?
Ese es el reto de los científicos de hoy en día, ¿cómo podemos saber dónde está el límite desde el que ya no hay vuelta atrás? Para ello medimos la resiliencia de los ecosistemas, es decir, el tiempo que tardan en volver a las dinámicas del principio. Y parece que todavía estamos en un momento bueno, en el que el tiempo de recuperación es relativamente corto. Si habláramos de una persona enferma, diríamos que es lo que tarda en volver a estar sano. Pero sabemos que llega a un punto en el que la enfermedad no da tregua y el empeoramiento se acelera. Ese es el límite que tenemos que poder ver y para eso hay que conocer las señales de alerta que nos avisan. Por ejemplo, volviendo a la agricultura, la presión que recibe el suelo con esta intensificación no tiene vuelta atrás. Pero en algunos lugares en China, España, Ruanda y otros países se están llevando a cabo proyectos de regeneración de ecosistemas dañados durante décadas y funciona. La tierra se recupera totalmente y la naturaleza vuelve, porque la agricultura todavía no había llegado a ser tan intensiva como para que no hubiese punto de no retorno. En Granada por ejemplo, la iniciativa Commonland, en la que participamos muchos especialistas, está regenerando más de medio millón de hectáreas de tierra degradada. Son inversiones a largo plazo: está claro que no es fácil porque supone esperar hasta veinte años antes de volver a tener ingresos, pero a largo plazo permite que el área sea mucho más productiva que antes. Estos tiempos tan largos no les gustan a los políticos y por eso estas iniciativas son de capital privado. Pero la buena noticia es que se puede hacer.

A la izquierda, muestras de algas en el laboratorio del instituto. A la derecha, Louise Vet en su despacho, en un momento de la entrevista © Fernández Solla Fotografie
Esto que menciona es un ejemplo de que los científicos suelen ir por delante de las iniciativas políticas, sobre todo en el medio ambiente ¿Por qué no hay un mejor entendimiento entre la clase política y la científica?
Es muy frustrante. Nada es tan complejo como un ecosistema o un ser vivo, por eso es muy difícil dar con predicciones que sean evidencias irrefutables. Y los políticos quieren precisamente esto: soluciones a corto plazo y seguridad del cien por cien. Hacemos un gran esfuerzo para llegar a los políticos y al público general y, aunque está aumentando mucho en los últimos años, sigo creyendo que hacemos más e investigamos más de lo que finalmente se habla. Y espero que logremos convencerles de que trabajar con la naturaleza es más productivo que hacerlo contra ella, aunque sea a largo plazo.
Según usted la clave del cambio está en convencer con el ejemplo, ¿no es así?
Sin duda, la mejor manera de impulsar todo esto es a través de grandes ejemplos de empresas que han abrazado un nuevo modelo de economía circular. Es importante que las empresas pasen de la economía lineal de producir, consumir y tirar a la circular. Aunque no del todo, Unilever, Philips, están empezando a hacerlo y su éxito es incuestionable. Científicos, empresarios, políticos y consumidores tenemos que estar dispuestos a dar el cambio. Ejemplos como el de la empresa Interface son muy esperanzadores: es un fabricante de moquetas que desde hace décadas compra el nylon que necesita a cooperativas de pescadores en Filipinas y África Occidental. Los pescadores reciben ingresos, la compañía las fabrica con estos materiales usados y todos sus residuos se reciclan. Les va muy bien y es un sistema que realmente funciona y es sostenible. Ellos consideran que el producto que venden debe tener un valor diferente del beneficio que reporta el producto. El proceso de producción, los materiales que se utilizan…también lanzan un mensaje al consumidor. Para muchas de estas empresas es una lucha constante por lograr mejorar las cosas dentro de un sistema que está construido para funcionar de otra manera, basado en maximizar la producción. Pero hay espacio para construir este nuevo modelo, creo firmemente en esto: se puede hacer bien desde el principio.
Hablar de economía circular supone hablar de nuevas tecnologías y de avances que cuesta dinero implementar, ¿cómo se puede hacer accesible a todo el mundo?
Esto hay que plantearlo de otra manera. El mundo occidental es el peor en la forma de implementar la economía lineal. Si miramos a muchas comunidades africanas, éstas viven todavía en un modelo muy cercano al circular: cuando un objeto se rompe siempre se busca la manera de repararlo y aplican muchas soluciones que son mejores que las nuestras. Sus iniciativas son muy locales y en cuestiones como la energía, pueden pasar a la solar de una forma mucho más rápida que nosotros porque en muchos lugares la infraestructura para la red eléctrica es inexistente. Otros aspectos como el saneamiento y la gestión de aguas residuales se pueden adaptar fácilmente a un modelo circular con avances que se toman de Occidente y que no son muy caros. Lo realmente caro es transformar toda una infraestructura en otra distinta, pero si la que se tiene es muy sencilla, adaptarla cuesta poco. A nosotros nos pasó precisamente esto al construir este edificio: queríamos depurar las aguas negras con un sistema propio a través de unas algas que limpian el agua y nos permite usarla de nuevo. Pero al ser un laboratorio, la ley prohíbe reutilizar ese agua debido al riesgo de que contenga restos bacteriológicos. Así que a pesar de contar con toda la tecnología para ser autosuficientes, hemos tenido que conectar el edificio al alcantarillado municipal. Por eso yo diría que en el caso de la economía circular, los países menos desarrollados juegan con ventaja porque están más cerca de la forma tradicional de usar los recursos.

Maqueta de la depuradora de algas diseñada para el NIOO para reutilizar el agua filtrada en los inodoros del centro. © Fernández Solla Fotografie
Ha mencionado a las algas y esto me lleva a preguntarle por el fósforo, ¿por qué es vital para el futuro de la humanidad?
El fósforo está en nuestro ADN y es esencial para todo organismo vivo. Y el fósforo es también uno de los tres componentes de los fertilizantes agrícolas. Se trata de un mineral limitado, sólo se obtiene en algunos lugares del mundo, como Marruecos. Un tercio del fósforo que se utiliza para los fertilizantes es marroquí. Todavía tenemos para otros 80, hasta 150 años, pero después se habrá acabado.
Y el ciclo es el siguiente: el agricultor echa el fertilizante en la tierra, gran parte de su cosecha sirve para alimentar al ganado que al expulsar sus excrementos, hace que el fósforo pase a los ríos y lagos provocando la proliferación de las llamadas algas verdeazules que son perjudiciales para la salud y destruyen el ecosistema del agua. Y los humanos hacemos lo mismo con el alimento que comemos ya que también lleva el fósforo del fertilizante. Si no hacemos nada y dejamos que el fósforo se agote poco a poco, la próxima crisis mundial será para obtenerlo. Hablamos de que habrá guerras por control del agua, pero también las habrá por el fósforo. Ahora hay un movimiento que pretende devolver el fósforo, intentando purificar el agua para recuperar el fósforo que contiene. Nosotros desde NIIOO pensamos que la solución es recuperarlo desde el inicio, porque es más sencillo, gracias a las algas. Éstas necesitan estos nutrientes, por lo que al alimentarlas con ese agua, logramos recuperar el cien por cien del fósforo. Después usamos esas algas para tratar la tierra y así vuelve este mineral a su lugar de origen. Las algas son la solución a muchos problemas graves, por ejemplo, el de los restos de medicamentos en el agua que bebemos. Nuestras investigaciones confirman que prácticamente bebemos nuestros propios antibióticos. Y es un problema gravísimo que va a peor. Si en lugares como los hospitales, donde el uso de los medicamentos es mayor, el sistema de alcantarillado fuera independiente del resto de la ciudad y utilizaran las algas para purificarla, podría atajarse el problema de una forma sencilla. Veinte de los medicamentos que hemos probado se descomponen totalmente por el efecto de las algas: el paracetamol, por ejemplo, desaparece. Así que hay un gran potencial en el uso de las algas.
¿Qué significa para usted ser ecologista hoy día?
Sentimos que estamos en medio de todo lo que se cuece. Los ecologistas deberían gobernar el mundo (entre risas), porque nuestros modelos predicen mejor el futuro y nos llevan a una forma de vida más sostenible que la que tenemos hoy en día. Se pueden lograr muchos cambios buenos, a mí no me gusta sermonear y por eso creo que esto deberíamos hacerlo juntos, empresarios, científicos, políticos…deberíamos repensar nuestro modelo económico y dar con nuevas tecnologías para tomar otro camino. Y lo bueno es que ¡es posible! Lo vemos ya con la energía solar. Hace unas décadas nos llamaban locos por hablar de las ventajas de la energía solar y ahora ya es una realidad. Y espero que tengamos grandes políticos que se preocupen por la naturaleza. Los hay en Aruba, en Costa Rica, son gobernantes que tienen muy presente su entorno y que además logran que el país avance. Y me pregunto de lo que será capaz China. Porque con la misma fuerza con la que abrazaron el modelo económico actual, están demostrando que son capaces de dar el cambio hacia la circular. Ya están tomando la iniciativa liderando múltiples proyectos a gran escala que son sostenibles y desde 2007 han ido adaptándose a esta nueva forma de producción. Han llegado a un nivel crítico y por eso su gobierno se toma muy en serio esto así que me atrae mucho lo que va a pasar en los próximos años. Vivimos un momento de la historia único.
Es muy optimista…
Sí, porque prefiero pensar que se pueden cambiar las cosas y no quedarme en el discurso catastrofista. Sencillamente, no puedo vivir con la idea de rendirme.

Tres espacios del NIOO: a la izquierda, uno de los laboratorios; en el centro, la entrada, cuyo suelo es de cemento sin tratar y a la derecha, paneles solares que abastecen de energía. © Fernández Solla Fotografie