Empezamos el año atrincherados en casa con un par de amigos y unas botellas de cava, dispuestos a sofocar cualquier incendio involuntario que pudiera surgir a raíz de la “orgía” pirotécnica con la que se recibe al Nuevo Año en Holanda. Esta vez el espectáculo nos dejó sin habla. Unos impresionantes castillos de fuegos artificiales se elevaron sobre nuestras atónitas cabezas con peligrosa cercanía.
Cuando el aire se llenó de pólvora y empezaron a llover ceniza y chuzos de cartón, dejé a los nativos disfrutando del show en la terraza y me refugié en la sala con Obi: un labrador negro con algo de sobrepeso, cuya hermosa sonrisa canina se ensanchó significativamente en cuanto me vio aparecer. Los animales de compañía lo pasan fatal por estas fechas. Para tranquilizarlo me instalé en el sillón con la fuente de los oliebollen, gentileza de sus dueños que no pueden concebir la Nochevieja sin estos tradicionales buñuelos de pasas, y compartí un trozo generoso con él. Mi nuevo amigo se lo tragó en un segundo y clavó a continuación sus ojos suplicantes en mí. Tras hincarle el diente a este típico dulce holandés, decidí cederle mi parte con gusto. Este año los oliebollen eran tan pesados como las atronadoras detonaciones que retumbaban en el vecindario.

Una mujer y una niña corren en el boulevard de Scheveningen para refugiarse de la lluvia de fuego producida por el fuerte viento durante la celebración de Año Nuevo. © Dick Teske
Pero no tanto como la resaca que esta noche de excesos ha dejado en La Haya. En esta ciudad normalmente tranquila, sede del gobierno y otras ilustres instituciones del país, la Nochevieja estuvo a punto de convertirse en una tragedia. La tradicional hoguera de Scheveningen, la principal playa de la ciudad, se convirtió en una torre ardiente de tinte medieval que alimentó una lluvia de fuego que cayó sobre los barrios más cercanos a la playa. Gracias a la magnífica actuación de los bomberos, finalmente todo se quedó en un susto descomunal. Los cuantiosos daños materiales son harina de otro costal.
A la espera de que se complete la investigación y se depuren responsabilidades, empiezan a oírse voces que consideran que ya va siendo hora de que la celebración pirotécnica del Nuevo Año se deje en manos de profesionales. Mientras tanto, los dirigentes políticos se resisten a tomar una medida a priori impopular y siguen deshojando la margarita sobre si prohibir o no el uso de fuegos artificiales por parte de particulares.
Dicen que en política, como en muchas otras cosas en la vida, todo es cuestión de timing. Estimados dirigentes no se lo piensen más. Escuchen a los bomberos, policías, cirujanos y demás personal al que le toca lidiar con los estragos de la “fiesta”. It is time!