Joop Bouma es periodista y un buen conocido de la profesión en Holanda. En 2018 ganó, junto a su colega de AVOTROS Jet Schouten, el premio al periodista del año por su investigación sobre la escasa regulación en torno a los implantes médicos. Los llamados Implant Files se convirtieron en un proyecto a nivel mundial en el que participaron profesionales de 36 países, gracias al liderazgo de la misma asociación americana que desveló los Papeles de Panamá en 2016. Nacido en Leeuwarden, fue en esta ciudad del norte en la que empezó su andadura como periodista, antes de pasar a la redacción de Trouw en Ámsterdam donde escribe desde hace más de treinta años, los últimos en la sección de sostenibilidad y medio ambiente. A un año de jubilarse y tras recibir el mayor reconocimiento de parte de sus compañeros de profesión, Gaceta Holandesa charla con él de salud, ecología, religión y el placer de poder dedicarse toda una vida a la vocación de informar.

Usted es periodista de investigación, especializado en temas relacionados con la industria farmacéutica o el tabaco, ¿por qué estos dos mundos? 

En realidad lo que a mí me ha atraído siempre son las empresas que trabajan en sectores sumamente regulados, como es el caso del tabaco o la industria farmacéutica, que a la vez generan mucho dinero. Me parece muy interesante conocer cómo buscan los agujeros legales y cómo intentan constantemente sobrepasar los límites para vender sus productos. Para un periodista, investigar estas fronteras entre lo legal y lo ilegal es fascinante. Además es un mundo muy cerrado donde las fuentes no son fácilmente accesibles. Los empleados incluso firman una cláusula de secreto profesional en sus contratos.

¿Es sencillo acceder a las fuentes en Holanda?

Sí, en general se pueden contactar fácilmente, excepto las del Gobierno. A las fuentes gubernamentales se accede con dificultad. En Estados Unidos, por ejemplo, es al contrario: cualquier periodista puede contactar a un funcionario estatal y recibe una respuesta. Aquí, toda la comunicación pasa por los responsables de prensa, portavoces, asistentes personales, mánagers y no sé quién más que hace sentir al periodista como si se moviera en un espacio acotado. Porque en Holanda existen más portavoces que periodistas, de verdad. Y ellos pueden influir en las declaraciones de una fuente y además nos piden revisar el texto antes de publicarlo, eso es muy habitual. Pero dicho esto, no cabe duda de que Holanda es un país maravillosamente libre, donde los periodistas pueden hacer lo que quieran. Recuerdo cuando en 1995 la Asociación Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) invitó a unos sesenta periodistas de investigación de todo el mundo a una conferencia en la que dio una charla el periodista del Washington Post que desveló el caso Watergate, Bob Woodward. Lo primero que nos preguntó fue quién de nosotros había sufrido amenazas o había sido atacado alguna vez. Yo pensé que vaya pregunta, pero en seguida, varios de mis colegas, sobre todo de América Latina, levantaron la mano. Entonces me di cuenta de la suerte que tenemos en Europa. Porque aquí en Holanda, el mayor riesgo que puedo correr es que un lector tome represalias contra mí, algo que no suele llegar lejos. La libertad de prensa que tenemos es enorme, realmente podemos escribir sobre lo que queramos.

Joop Bouma, en un momento de la entrevista, en la sede del periódico Trouw en Ámsterdam. Foto: Alicia Fernández Solla

En España las fuentes no suelen pedir leer el artículo antes de que se publique…

Y en este caso España funciona mejor que Holanda, porque esto significa que hay una mayor confianza en los periodistas. Las personas a las que entrevistamos hacen su trabajo igual que yo hago el mío, y si algo está incorrecto, entonces rectificaremos a posteriori y no pasa nada. Durante años he dudado de esta práctica pero debo reconocer que me he vuelto más comprensivo. Porque los periodistas cometemos errores, como todo el mundo, y la experiencia me ha enseñado que la mayor parte de la gente corrige lo que ven incorrecto pero nada más, aunque sigue habiendo otros que aprovechan para quitar comentarios que sí habían hecho. Así que hay que estar pendientes de que eso no ocurra.

¿Cómo fue con su último trabajo, Implant Files? Supongo que no mandó antes el artículo a las empresas de las que habla.

No, no, porque además una investigación de este tipo se basa sobre todo en documentos, y en las reacciones de políticos o de altos funcionarios a los que evidentemente no les voy a mandar el texto para que lo chequeen. Además, en este caso se trataba de una investigación tan grande, realizada a nivel internacional en muchos países del mundo, que fue la propia asociación ICIJ la que envió todos los artículos a un abogado quien comprobó que todo estaba bien. Aquí contamos con un científico que participó y al que sí le enviamos el texto. Otras fuentes sencillamente ni contestaron. Es la primera vez que me pasa en toda mi larga carrera, que una compañía, Abbott, hace caso omiso, totalmente, de mi petición. Llamé a su sede en Inglaterra, a la de aquí en Holanda, contacté personalmente con su director, y nada. Así que decidí publicar esto al final de uno de los artículos, con el nombre y el apellido de las personas con las que intenté hablar. Jamás me había pasado. La tabaqueras, por ejemplo, siempre contestan, lo que dicen puede ser un sinsentido, pero al menos responden. Al comentarlo en la asociación americana, al parecer es algo que ocurre cada vez más a menudo en otros países.

Gracias a Implant Files ganó usted en 2018, junto con su compañera Jet Schouten, el premio al mejor periodista del año. ¿Qué beneficio tuvo hacer esta investigación con ICIJ, la asociación responsable de desvelar los Papeles de Panamá?

En primer lugar se logró internacionalizar. Nos dimos cuenta de que hoy en día ya hay problemas, como este de los implantes defectuosos, que afectan al mundo entero. En segundo lugar, al trabajar todos los periodistas bajo el paraguas de esta asociación, aquellos que podrían ser amenazados tenían la posibilidad de denunciarlo y de sentirse protegidos por el resto. Porque en asuntos que pueden implicar violencia, tráfico ilegal o espionaje, un sólo periodista es mucho más vulnerable que un grupo. Así que al ir todos juntos, los que trabajan en países con menos libertad de prensa están más protegidos.

Esta asociación, ¿financió la investigación?

No, la asociación es muy pequeña y aunque en gran medida está financiada por entidades holandesas, ella no pagó los gastos de esta investigación. Fueron los propios medios de comunicación los que la financiaron en sus respectivos países.

Después de publicar toda la información, ¿ha cambiado algo el mercado de los implantes, al menos en Europa?

No, la verdad es que en Holanda no ha cambiado mucho el panorama y en Europa tampoco. Se ha debatido en el Parlamento Europeo pero eso es todo. En Estados Unidos sí parece ser que la normativa se ha actualizado. En Europa, todavía hoy, los pacientes que se someten a una operación para un implante siguen sin tener ni idea de lo que les están introduciendo en su cuerpo. Las pruebas no se han vuelto más restrictivas que antes, y los implantes pasan al mercado mucho más rápidamente que un medicamento, para el cual pueden pasar hasta 10 años antes de que obtengan la luz verde para comercializarlo.

¿Cuál es el reportaje o la investigación que más le ha marcado en su carrera?

Por los años que he estado investigando sobre la industria tabaquera se puede decir que soy el único periodista que durante tanto tiempo y de una manera tan intensiva ha escrito e informado sobre el tema. Pero los Implant Files también los he disfrutado mucho, por la complejidad del tema y porque además no teníamos nada desde donde empezar, ninguna filtración. Fue mi colega Jet Schouten, de la cadena de televisión AVOTROS, la que me contactó para que lo investigáramos juntos, después de ver lo fácil que fue patentar una simple malla de mandarinas (como implante contra el desprendimiento de útero). Fuimos a pasear un día que hacía muy bueno, en Hilversum, y allí me convenció. Una semana después fui a Londres a una reunión con el director de ICIJ y cuando le comenté acerca del proyecto, inmediatamente me dijo que le llamáramos para reunirnos e impulsarlo. Le pareció una investigación fascinante porque no se parecía a los Papeles de Panamá, esto no era de inversiones financieras sino que iba de personas normales y corrientes.

Un país tan competitivo como Holanda, ¿puede ser al mismo tiempo líder en sostenibilidad?

Holanda es un país de pastores (predicadores protestantes) y comerciantes. Queremos ser líderes en derechos como la eutanasia o tener una regulación más libre del consumo de drogas blandas, pero cuando empieza a entrar mucho dinero entonces dejamos de lado la causa y nos preocupamos por proteger el dinero. Y empezamos a hacer la política del pólder, hablar y discutir, y nada más. Esto mismo le pasa a Holanda con la sostenibilidad: el país va francamente mal. Queremos ser los primeros exportadores de lácteos, el país que alimente a medio mundo, estamos muy orgullosos de lo competitivos que somos, pero al mismo tiempo, el problema de las emisiones de dióxido de nitrógeno por la producción agrícola aumenta y en ningún otro lugar de Europa el terreno, el suelo, está tan desgastado como aquí. Y mientras en universidades como la de Wageningen se investigan nuevos métodos de cultivo que podrían permitir a muchos países producir lo que importan, a Holanda no le interesa realmente porque entonces se quedaría sin el negocio de exportar o importar esos productos. Cuando Holanda va a Europa con sus grandes palabras sobre sostenibilidad, sólo son eso, palabras, porque aquí, la naturaleza y la biodiversidad sólo van a peor. Somos un país de pólderes donde hay gente con la boca muy grande, como los predicadores, que todo lo saben. Tiene que pasar mucho en Holanda para que el medio ambiente mejore.

Trouw concede cada año el premio a los 100 holandeses que más hacen por la sostenibilidad, ¿qué podría decir de los premiados de este año? ¿qué tienen en común?

Por primera vez en once años hemos querido hacerlo de abajo arriba, premiando a los ciudadanos que han llevado a cabo iniciativas que marcan la diferencia. Casi siempre están relacionadas con la energía, gente que se une para montar molinos de viento que les proporcione energía, por ejemplo. Pero para mí lo más interesante es comprobar que cada vez hay más personas interesadas en limpiar su propio entorno, uno a uno, en distintos lugares, ciudadanos que se dedican a recoger las botellas de plástico o las colillas. Y cada vez son más los que lo hacen. Entrevisté a una mujer en Gelderland que hacía esto, recoger a diario las colillas porque, además de ser basura, en ellas hay restos de plástico que, al entrar en contacto con el agua, contaminan hasta 8 litros por colilla. Estas son las personas que pueden lograr el cambio, porque pueden influir a otras. Por eso les admiro mucho y me parece estupendo que se les reconozca.

El suyo es un periódico de ideología protestante, ¿cuánto queda de los medios de comunicación de hace unas décadas que formaban parte de los llamados pilares sociales (según su religión, los católicos y los protestantes se informaban a través de distintos periódicos o televisión)?

Antes era así, en efecto, pero ha cambiado mucho, ya no queda nada de eso. Mi padre era muy cristiano y siempre leía Trouw hasta que el periódico se fue un poco a la izquierda y entonces dejó de leerlo. En los sesenta, la sociedad holandesa estaba muy segregada según su religión e ideología, por ejemplo con las televisiones: la TROS era para el trabajador corriente (de ideología conservadora), Vara era para los socialistas, NCRV para los protestantes y KRO para los católicos. Todo eso ya ha desaparecido. Lo que sí ha quedado en Trouw es su carácter social y filosófico, humanista. Tenemos una sección sobre religión donde publicamos sobre todas las creencias. Antes, que alguien leyera Trouw y no fuera a la iglesia era sencillamente impensable.

Rincón de la sección de religión y filosofía en la redacción del periódico. Foto: Alicia Fernández Solla

¿Qué tal va su periódico?

El grupo al que pertenecemos (De Persgroep, al que también pertenecen De Volkskrant y Het Parool) va muy bien, y Trouw lleva años generando beneficio. Porque en nuestro caso tenemos la suerte de contar con un lector muy fiel, y nos pasa algo muy especial: el perfil es el de una persona muy comprometida con su entorno y con la sociedad. Cuando celebramos el día de los lectores y les invitamos a venir a la redacción, me sorprende ver que son personas de todas las edades pero todos tienen esto en común. Algunos hacen voluntariado en su barrio, son trabajadores sociales, activistas del medio ambiente, es gente realmente entregada con un estilo de vida muy particular, y eso se traduce en una gran lealtad.

¿Le ha costado mucho adaptarse a la nueva manera de informar, a través de internet?

Llevo más de treinta años trabajando en Trouw y los cambios han ido llegando por sí solos, sin darme cuenta. Creo que es porque, aunque ahora hay que publicar antes y más rápido, la esencia de mi trabajo no ha cambiado nada. Nuestros lectores, al menos, siguen leyendo tanto o más que antes. En todo caso, yo me jubilo el año que viene y puedo decir que he disfrutado mucho todo este tiempo.

¿Qué significa en Holanda ser premiado como el periodista del año?

Nada (ríe), es muy gratificante recibir el reconocimiento de tus compañeros de profesión pero aparte de eso, no es un premio que te abra puertas ni nada por el estilo.