Se suele decir que Holanda es un país densamente poblado pero pocas veces se observa que, sin embargo, las ciudades solo ocupan un 15% del territorio mientras que la mayor parte, un 60% de la superficie del país, se utiliza para la agricultura y la ganadería. El país es un gran campeón internacional en esos campos, especialmente por su apuesta a la investigación y a la tecnología, que ha permitido un rendimiento en la producción de los mayores del mundo. Este nivel productivo, junto al valor añadido agregado a los productos primarios para su exportación, sitúan a Holanda en el segundo puesto mundial detrás de los Estados Unidos en ganancias obtenidas por las exportaciones agrícolas y de alimentación (agri & food), a pesar de las enormes diferencias territoriales entre estos dos países. Y es que la gran parte de los productos que se cultivan en Holanda se exportan, y viceversa: la mayor parte del alimento que se consume en Holanda se importa.
Del suelo a la boca
Detrás de nuestros alimentos hay una cadena de agricultores y pescadores, fabricantes de alimentos, comerciantes, transportistas y minoristas que forman lo que llamamos “sistema alimentario”. Este sistema y cómo se ha conformado a lo largo del tiempo hasta hoy en día determina en gran medida lo que llega a nuestra mesa y el impacto que esto tiene sobre el medio ambiente.
Los holandeses, como sabemos, siempre han sido buenos comerciantes y esta aptitud es también la que han aplicado en el campo de la alimentación en este último medio siglo. Holanda exporta casi toda su producción mientras que lo que se consume dentro del país es en su mayor parte adquirido en otros países del mundo
Revolución Verde
Tras la Segunda Guerra Mundial se disparaba la producción agropecuaria europea con la llamada “Revolución Verde”, que llegaba desde los Estados Unidos a través del uso de diversas tecnologías, tales como maquinarias, plaguicidas, herbicidas y fertilizantes, así como nuevas variedades de cultivos de alto rendimiento, descartando las especies menos productivas. Esto fue necesario para alimentar a la Europa de posguerra y asegurar la viabilidad de la agricultura y la ganadería en el continente que políticamente se estaba remodelando. Es así como los subsidios a la agricultura y a la ganadería se llevan todavía hoy en día alrededor del 50 por ciento de todo el presupuesto de la Unión Europea. Lo que viene regulado desde hace más de medio siglo por “Política Agrícola Común” (PAC). Estas políticas han sido fundamentales para potenciar la producción y el intercambio de productos en el continente, pero también es responsable del divorcio entre el campo y la ciudad y de los problemas ambientales a los que hoy nos enfrentamos, por lo que se espera una nueva reforma importante para el período 2021-2027.
Medio ambiente
Un problema con el que nos encontramos es que el sistema alimentario establecido en ese momento centró sus objetivos en la producción, descuidando las consecuencias negativas que irían surgiendo y que acabarían extendiéndose como una mancha de aceite por todo el mundo, afectando especialmente a los países en desarrollo, porque justamente es allí donde hoy se produce la mayor parte de la materia prima consumida o reprocesada luego en Europa. A través de esta visión, que sólo apunta a la producción, se hace un uso intensivo del suelo, agotando su fertilidad; arrasando con producciones y especies locales; haciendo desaparecer bosques y zonas naturales; agotando fuentes de agua y contaminando el ambiente con agroquímicos, que afectan a las poblaciones cercanas, las cuales no disfrutan de los productos ni participan de las ganancias obtenidas.
Podemos entender el impacto territorial y fundamentalmente el ambiental de las actividades agropecuarias si observamos cómo ocupamos el suelo a nivel planetario. Las ciudades suponen el 0,5 por ciento de la superficie planetaria, frente a un 37 por ciento dedicada a la agricultura y un 28 por ciento a los bosques, mientras que el resto son zonas desérticas o semidesérticas. En Holanda, esta proporción es de un 15 por ciento de superficie urbana, un 60 por ciento agrícola, un 14 por ciento de bosques y naturaleza y un 3 por ciento de superficie recreativa.
Cambiar el sistema
Nuestros sistemas alimentarios se encuentran en crisis, algo más sencillo de decir que de cambiar. La inseguridad con las cosechas por las sequías, la escasez de terrenos fértiles que cultivar y la consecuente pérdida de zonas naturales vitales nos alertan sobre la presión que estamos ejerciendo sobre la naturaleza y sus consecuencias. ¿Estamos, al menos, consiguiendo alimentarnos? Lamentablemente se ha comprobado que esta intensificación de la producción no ha logrado mitigar el hambre en el mundo, ni siquiera en Europa, donde todavía un 17 por ciento de la población adulta pasa hambre. Se ha constatado, además, que los métodos para conseguir multiplicar la producción resultan en alimentos menos nutritivos, lo que podría estar detrás del aumento de enfermedades como el cáncer, la diabetes y la obesidad, lo que provoca un importante aumento de los costos en salud. Y lo peor de todo, el despilfarro: en el mundo, un tercio de los alimentos que se producen en un año se desperdicia. Sólo en Holanda unos 800 mil kilos de alimentos terminan en la basura cada año.

Ruralidad de paso © Susana Aparicio Lardiés
Soluciones
Agricultura urbana, alimentos orgánicos, producir y consumir localmente y comer productos de temporada son premisas que suenan desde hace tiempo y que empiezan a practicarse en Holanda como un intento de recuperar los lazos entre las ciudades y el campo, perdidos con la intensificación de la producción que se comenzó a mediados de siglo pasado.
En este contexto se presentaba el pasado 10 de julio el documento ‘Propuesta para las principales líneas de un Acuerdo Climático’, la respuesta holandesa a la Convención Internacional del Clima de París de 2015. Lamentablemente la reducción de las emisiones de CO2 al 49% para 2030 no se ven reflejadas en planes concretos, especialmente en las dos actividades que más impactan el medio ambiente, como son la industria y la agricultura y ganadería, y se han evitado proponer modificaciones consistentes que afecten a la producción, por lo que no queda claro cómo se lograrán los objetivos. En cambio, el preacuerdo pone énfasis en la responsabilidad del consumidor y apuesta por que se produzcan cambios importantes en nuestros hábitos, como la reducción del consumo de carnes o la mayor presencia de productos locales y orgánicos en las mesas holandesas. Como en el tema de la transición energética, algunos temen que se traslade el costo de las decisiones a los habitantes, algo que podremos ver cuando este preacuerdo se convierta en políticas concretas. Lo que probablemente comencemos a percibir en los próximos años es un aumento de los lazos entre las ciudades y el campo, algo que debería ir modificando nuestros hábitos de consumo, pero fundamentalmente debería hacernos concientes de que es tiempo de construir un nuevo sistema alimentario basado en el respeto a la naturaleza y también solidario con los pueblos con los que cada día, a través de sus productos, nos sentamos juntos a la mesa.
Fotografías de Susana Aparicio Lardiés, expuestas en el Festival de Fotografía Emergente de Barbastro (Huesca, España) del pasado mes de junio, que estuvo dedicado al tema «Rural».
Muy interesante blog, animo con vuestro trabajo