“El volkstuin (huerta urbana), como lugar de recreación para toda la familia, debe obtener su derecho a existir. Arrimemos el hombro y avancemos” decía una publicación del AVV (Unión General de Organizaciones de Volkstuinen de Holanda) de marzo de 1929.

La mejor manera de conocer la vida de una ciudad es recorrer sus periferias, porque ahí es donde realmente vive la gente y desarrolla sus actividades. Si os dais una vuelta por la periferia de las ciudades holandesas seguro que os encontraréis con algunos complejos de casitas de madera, pintadas de vivos colores algunas de ellas, con sus pequeños invernaderos, jardines y huertas. Estos son los llamados volkstuinen, huertos o jardines populares, que muchos habitantes de la ciudad alquilan cuando su vivienda no dispone del terreno suficiente.

Historia de los volkstuinen

La historia de estos jardines es tan antigua como la de las ciudades y siempre han existido para paliar el hambre de sus habitantes. Por esa razón en la primera mitad del siglo XIX algunas organizaciones de caridad alquilaban pequeños terrenos a las familias pobres de obreros, creando las llamados jardines o huertas caritativas. Más adelante serían los industriales, los directores de las minerías y los sindicatos obreros los que alquilarían los terrenos a sus empleados y sindicalistas cambiándole el nombre por huertas o jardines obreros.

A mediados del siglo XIX se le añadió otro valor: según el médico alemán Daniel Gottlieb Moritz Schreber existían también razones morales para desarrollar estos complejos de huertos que eran usados por las clases obreras con el objetivo de generar disciplina y actividades saludables entre los niños y la juventud. Según la visión pedagógica de Moritz Schreber, estos huertos obreros conformaban entornos naturales donde los niños podían jugar aprendiendo además de obtener alimentos frescos y sanos con su propio trabajo. A su vez se esperaba que el cultivar futas y verduras propias produjera un aumento de la capacidad laboral y una mejora en la condición moral del obrero. El trabajo duro e intenso lo convertiría en una persona mejor y más feliz

Este pensamiento se desarrolló sobre todo en Europa Occidental, donde las huertas se usaron para educar a la población adulta, el llamado “volksopvoeding” (educación pupular), cobrando significados diferentes según el país. Así, en Bélgica sería usado como arma contra el socialismo, ya que el disponer de un terreno propio del que obtener productos acercaría al obrero más al capitalismo, alejándolo de los movimientos obreros. Mientras que en Holanda se veía más como la posibilidad de hacer más fuerte al obrero en su lucha: los excesos capitalistas podían ser combatidos con el descanso y la posibilidad de obtener sus propias verduras frescas.

En Holanda el primer jardín obrero se creó en 1838, en Frankener (Friesland), al que le seguirían muchos más en las tres provincias del norte, que era donde más pobreza existía con respecto al resto del país. Estos jardines se alquilaban por una cantidad mínima con la intención de que los obreros lo mantuviesen en su tiempo libre para el cultivo de patatas y verduras de consumo propio, teniendo un objetivo económico ya que se ahorraban dinero que de otra manera deberían gastar en la compra de alimentos.

Con el inicio de la primera guerra mundial se torna indispensable la creación de huertas a nivel municipal, pasándose a llamar “orlogstuinen” (jardines de guerra) para garantizar la producción de alimentos para la población. Es entonces cuando surgen organizaciones como el Bond van Huurders van Volkstuinen (Asociación de inquilinos de jardines o huertos populares) y el Bond der Volkstuinders (Asociación de jardineros populares) que más tarde darían lugar a una asociación a nivel nacional e impulsaría una ley que reconociera su existencia y defendiera sus derechos.

Plano del huerto popular Wie zaait zal oogsten (El que siembra recoge), en Haarlem

Ya en 1921 se produce un cambio. Los jardines ya no son necesarios para paliar el hambre y aparece un uso nuevo: el jardín o huerto popular (volkstuinen), que se diferenciaría del obrero porque en él ya no se producen sólo cultivos de alimentos sino también de flores, siendo la función principal la recreación al aire libre en lugar de la manutención. Esta situación se revirtió durante la Segunda Guerra Mundial y se volvió a retomar al finalizar esta. A partir de los años cincuenta se sumaron otras razones para justificar su existencia, como su aspecto social, higiénico y cultural.

Los jardines populares hoy en día

Hoy en día, en países como Alemania, Austria y Dinamarca, los jardines o huertos populares están protegidos por su valor cultural e histórico. En Holanda no es así, muchos de ellos están en peligro por encontrarse ubicados en emplazamientos urbanos relativamente céntricos, por lo que el valor del suelo los hace muy interesantes para el desarrollo de vivienda y la especulación.

Su función también se ha ido modificando con el tiempo: actualmente los jardines populares se ven como una manera de combatir el estrés. Y es que según la Universidad de Estudios Agrícolas de Wageningen, la jardinería es más efectiva para reducir el estrés que, por ejemplo, leer un libro.

Su renovada popularidad ha tenido que ver en gran parte con un movimiento cultural a nivel internacional contra el consumo, que hizo que se desarrollara la agricultura urbana. Como pueda ser el movimiento “Guerrilla Gardening”, que nació en Nueva York en 1973, donde se cultivaban tomates en solares vacíos y que el británico Richard Reynolds volvería a impulsar a través de su página web. En 2008 publicaría un libro, On Guerrilla Gardening: A Handbook for Gardening Without Boundaries, en el que se dejaban ver ciudades donde estos “terroristas” andaban activos, como en Ámsterdam y Róterdam.

A su vez, diversas investigaciones de la universidad de Delft señalan que la agricultura urbana hace que tengamos una mayor conciencia de los alimentos que consumimos además de generar una mayor cohesión en el barrio y ayudar a mejorar la salud mental y física de los habitantes, ayudando a la reintegración de proyectos con objetivos educativos. Como veis parece que en ocasiones volvemos un poco a los tiempos del doctor Daniel Gottlieb Moritz Schreber.

Pero esto no es todo, la idea del jardín popular, como medio de consumo independiente se ha seguido desarrollando y ha tomado otras formas más complejas, como el caso de grupos de urbanitas que conforman cooperativas para la creación de granjas, alimentándose así de los cultivos que producen de forma responsable y sostenible.

De momento lo dejamos aquí, a modo de reflexión sobre la posibilidad de hacerse con un pedacito de terreno en uno de los muchos jardines populares de este país o en vuestras propias ciudades para poder disfrutar de una zona verde propia, ya sea de cultivo propio o para, simplemente, disfrutarla.