Ecólogo investigador en la universidad más reputada de Holanda y la primera a nivel mundial en estudios agrícolas y medioambientales, Wieger Wamelink es conocido en Holanda por su empeño en lograr un huerto en Marte, y otro en la Luna. Junto a su trabajo habitual, desde 2012 y gracias a campañas de crowdfunding, experimenta con una decena de verduras, legumbres y tubérculos que crecen en kilos de tierra comprada a la NASA y que simula al suelo marciano y al lunar. Si bien queda mucho camino por recorrer, la segunda cosecha de este año le ha demostrado que va por buen camino: los tomates se podían comer y la rúcola ya crecía mejor en la tierra lunar. Ahora prueba con lombrices y pronto lo hará con bacterias y abejorros. Aunque admite que queda mucho antes de poder ver una colonia humana en Marte o la Luna, está convencido de que su investigación contribuirá a que algún día, los humanos que emprendan este viaje sin retorno no tengan que renunciar a una ensalada de rúcola con tomate o a una buena ración de patatas.

Este es un proyecto personal que usted realiza junto a su trabajo diario como investigador en Wageningen. ¿Cómo empezó todo?

Mi trabajo diario se centra en estudiar cómo se adaptan las plantas a distintos entornos y terrenos, por lo que este proyecto personal está bastante relacionado con mi día a día. En 2012 decidí investigar sobre esto en mi tiempo libre y obtuve 25.000 euros del instituto de la universidad. Pero lo que parecía que iba a ser un estudio teórico se volvió mucho más interesante al saber que la NASA vendía muestras de esta tierra que simula a la de Marte y la Luna. Así que compré algunos kilos y empecé a experimentar. Desde el principio el proyecto despertó mucho interés, sobre todo en los medios de comunicación, y gracias a eso logré más dinero a través de crowdfunding. Todavía sigo trabajando sólo en mi día libre, los viernes, pero ya cuento con financiación suficiente para pagar a varios investigadores aquí, en Delft y en Londres, cada uno dedicado a algo diferente. Porque lo cierto es que si no me equivoco, somos los únicos científicos trabajando en esto y hasta ahora no se había hecho nada. En la Estación Espacial Internacional, por ejemplo, no utilizan tierra para el pequeño huerto que tienen, sino un gel a base de agaragar.

Su investigación parte de una premisa que suena a ciencia ficción y es que usted habla de un viaje sin retorno…

Así es, toda la investigación la realizamos basándonos en el supuesto de que no volvemos a la Tierra por lo que es imprescindible no desechar nada y utilizar los recursos que tenemos allí. Se trata de lograr un ecosistema cerrado en el que los desechos que generamos, desde las raíces y restos de las plantas que no nos comeríamos hasta nuestros propios desechos, vuelvan a la tierra en forma de compost, que lombrices y bacterias descompondrían para hacerla más fértil. El agua no sería un problema porque la que se evapora vuelve a penetrar en la tierra y así sucesivamente. Y las lombrices crearían surcos que ayudan a la irrigación. Ya tenemos casi todo el ciclo comprobado, aunque para los desechos hemos tenido que usar los excrementos de cerdos porque, por ley, no nos está permitido manipular ni trabajar con los de origen humano. Espero que en un futuro se pueda.  El año que viene nos vamos a centrar en investigar ciertos tipos de bacterias y en ver cómo funciona con los hongos, que también son muy necesarios porque ayudarían a las plantas a expandir sus raíces y a hacer mejor uso de toda la tierra disponible. El reto más complicado de todo esto será el poder llevar con nosotros únicamente las bacterias que nos interesan y lograr que interactúen bien en un ecosistema sostenible.

¿Por qué son tan importantes las bacterias para su proyecto?

La tierra de Marte y la de la Luna no contiene nitratos, que son nutrientes esenciales para el crecimiento de las plantas. Algo hay, pero en cantidades muy pequeñas. Para producir lo que necesitamos, las bacterias vivirían en simbiosis en las raíces de leguminosas como los guisantes, por ejemplo, y podrían obtener el nitrógeno del aire y transformarlo en nitrato que las plantas pueden aprovechar. Por eso es esencial contar con ellas.

Pero llevarlas allí es algo que, según el protocolo de protección planetaria actual, está totalmente prohibido…

Sí, así es, pero la única respuesta es que el protocolo vigente tendría que cambiar. Y si algún día se pone en marcha algo como una colonia en Marte, no hay duda de que esta regulación no serviría porque hay muchos otros aspectos que habría que actualizar. En todo caso, con las misiones tripuladas ya se vulneraría este aspecto del protocolo en cierta manera porque, desde el punto de vista de la prevención frente a microorganismos, el ser humano es la principal amenaza: nosotros estamos llenos de bacterias.

Vídeo de la NASA sobre los experimentos que se llevan hoy a cabo en la Estación Espacial Internacional para cultivar plantas: todas resultaron ser comestibles.

Además de los hongos y las bacterias, usted quiere llevar para allá abejorros, ¿lo cree posible?

Con ellos nos aseguramos la polinización en nuestros cultivos así que, sí, si queremos instalarnos en otro planeta, todo esto tiene que ir para allá, abejorros también. Si no, no se puede hacer algo así en Marte, no hay duda. Y hablamos de abejorros y no de abejas porque en este último caso haría falta llevarse la colmena, mientras que con los abejorros no es necesario porque hibernan durante los seis meses que duraría el viaje. Respecto de si es posible, no niego que queda mucho camino por recorrer en esta investigación. Según estimamos los que estamos trabajando en esto, podríamos obtener resultados aplicables en diez años si lográramos la financiación suficiente para trabajar a tiempo completo en ello. Y esto no es así por el momento. Pero tenemos tiempo, y sí, es posible.

La tierra que utiliza para su huerto simula a la de Marte y a la de la Luna pero está obtenida aquí en nuestro planeta, ¿cómo puede estar seguro de que lo que cultive en ella funcionaría allí?

Ambas muestras se las he comprado a la NASA que, tras muchas pruebas, han creado un tipo de tierra que aseguran que se asemeja en un 99 por ciento a la que podríamos encontrar en Marte o la Luna. La que comercializan como tierra de la Luna procede de un volcán de Hawaii y la han procesado después para que tenga este aspecto carbonizado y más polvoriento. La de Marte es del desierto de Arizona. En ambos casos, aunque la semejanza es casi total, ese 1 por ciento juega un papel esencial en nuestra investigación y podría alterar totalmente nuestras conclusiones. Porque desde hace un año y medio sabemos que el suelo marciano contiene perclorato, unas sales con cloro en avanzado estado de oxidación y que serían muy dañinas para el consumo humano. Si contamos con las bacterias, éstas podrían descomponerlas, pero aun así, es un elemento que no estamos teniendo en cuenta porque en estas muestras no está presente. Creo que en cualquier caso cabría la posibilidad de que la presencia de perclorato fuese menor en capas subterráneas del suelo marciano, por lo que se podría pensar en un cultivo con esa tierra menos superficial.

 ¿En qué lugar del camino se encuentra?

Cuando empecé pensé que si obteníamos una buena cosecha estaríamos a medio camino y ahora que ya lo hemos logrado me doy cuenta de que todavía estamos en el principio. Queda mucho por experimentar y las pruebas con bacterias y hongos serán mucho más complicadas. Hacer crecer las plantas fue mucho más sencillo de lo que creímos porque, aunque la tierra contenía metales pesados, estos finalmente no fueron absorbidos en grandes cantidades y cuando testamos la cosecha resultó que se podía comer sin ningún problema.

¿Es tan segura como la que cultivaron con tierra común?

¡Incluso más! Teníamos las tres muestras, la marciana, la lunar y la terrestre, y cuando testamos ésta última, que la había comprado en un centro de jardinería de por aquí cerca, resultó que contenía más plomo que las otras dos. En todos los casos estaban muy por debajo de los niveles máximos pero sirvió para confirmarme, como ecólogo, que la tierra que usamos ya está contaminada. 

Arriba, una de las pruebas con rúcola, bajo luz LED. A la derecha, muestra ficticia de uno de los estratos terrestres, en el edificio de la universidad. © Fernández Solla Fotografie

¿Qué propiedades tienen la tierra lunar y la marciana?  

La tierra lunar es mucho más difícil de cultivar que la marciana. Ambas son hidrofóbicas, lo que quiere decir que el agua se queda en la superficie y tarda mucho en penetrar. Pero en el caso de la Luna, es todavía más. Teníamos que regarla dos veces al día. Y en segundo lugar tiene partículas afiladas que podrían dañar las raíces de las plantas y, sobre todo, impedir que las lombrices sobrevivieran. También contiene metales pesados, como la tierra marciana, entre ellos aluminio, que es muy tóxico para las plantas. Todo esto hizo que el primer año gran parte de la cosecha no saliera bien. Pero añadimos materia orgánica y además de absorber el aluminio, le aportaba muchos nutrientes a la tierra. Con la tierra marciana no hemos tenido ningún problema, es sorprendente lo bien que se ha desarrollado todo. Hasta ahora que hemos plantado un manzano y no va tan bien. No sé por qué. No sabíamos qué esperar de todo esto porque aunque la NASA está trabajando en esto, todo va muy lento.

Si teorizamos sobre la posibilidad de instalar una colonia en otro planeta, la Luna se presenta como un reto mucho más plausible que Marte, una pena que su tierra sea peor…

Bueno, como científico yo lo veo como un reto apasionante, el lograr que sea posible cultivar verduras en la Luna. Que las lombrices hayan sobrevivido ya es todo un éxito. Y sí, estoy de acuerdo en que la Luna es un destino mucho más realista, por eso tenemos que seguir experimentando. Es muy probable que en pocos años veamos una misión tripulada china, así que nos vamos acercando.

¿Qué tipo de verdura no funciona, alguna que tendríamos que descartar de la dieta marciana o lunar?

Hemos tenido problemas con las espinacas, aunque creo que tiene que ver con las horas de luz en el invernadero, porque en seguida crecían flores en la planta. Si redujéramos la exposición al sol creo que el problema se resolvería. Y parece ser que también es complicado cultivar cacahuetes. Esto lo sabemos gracias a un grupo de estudiantes de VVO (secundaria): contamos con más de veinte grupos que están trabajando en esto. Y a unos cuantos de ellos les hemos pedido que prueben con frutos secos y no ha funcionado. Aunque todavía tenemos que comprobar sus conclusiones. El año que viene experimentaremos de nuevo con patatas porque las que cultivamos ¡no paraban de crecer! Al parecer hacía demasiado calor en nuestro invernadero. Y la patata sería una fuente de energía esencial y una base estupenda para la dieta. Según todas las que hemos ido probando, me extrañaría que hubiese alguna especie que no se diera bien.

La cúpula que ideó el equipo de Wamelink para recrear un posible invernadero en Marte, en el festival de música Lowlands de este año © Wieger Wamelink

¿De dónde obtendrían la luz las plantas?

Las horas de luz sólo podrían ser a partir de luces LED ya que, según me han asegurado varios ingenieros, todavía no se sabe si sería posible construir un invernadero que resista la diferencia entre no tener atmósfera fuera y tenerla dentro. Además, cualquier ventana o infraestructura similar no podría impedir el paso de la radiación cósmica y al parecer eso sería perjudicial para las plantas. La investigadora de Delft está trabajando sobre ello, analizando los posibles efectos de esta radiación en los cultivos.  Para resolver el problema del invernadero diseñamos una cúpula que nos parece que podría funcionar y sí se podría desarrollar con la tecnología de hoy en día.    

¿Compraría un billete para uno de estos viajes sin retorno?

No, dos horas de vuelo ya me parece mucho así que puedo decir con seguridad que, incluso si se lograra algo así en las próximas décadas, nunca iría a Marte. Quizás si necesitan a alguien con mi perfil en la Luna, podría considerarlo. Pero sólo si el billete es de ida y vuelta.

Arriba, tres rúcolas plantadas en tierra común, la que simula a la Luna y a Marte. En el otro extremo, pequeñas muestras de cada una de ellas. © Fernández Solla Fotografie