Son pocos los países que escapan a la ola de telerrealidad que invade la televisión del siglo XXI. Un fenómeno en el que los holandeses han tenido mucho que ver: Big Brother (Gran hermano) y The Voice (La Voz) son probablemente los ejemplos más notorios de realities que salieron de la “cocina” del productor holandés John de Mol y dieron la vuelta al mundo. No es un formato que me entusiasme, pero este verano no pude evitar “engancharme” a la dosis de escapismo y telerrealidad servida por RTL 4, uno de los canales de televisión más comerciales de Holanda, que en esta ocasión explotaba la fascinación de los holandeses por el sur de Europa.
Andaba “zapeando” en esa franja horaria en la que es demasiado tarde para empezar cualquier actividad significativa, pero aún te resistes a meterte en la cama, cuando me crucé con la imagen de una mujer alta y robusta, que subía por las empinadas calles de un típico pueblo andaluz, seguida por una joven rubia con la que departía enérgicamente en neerlandés. De vez en cuando se detenían ante una puerta y, tras una conversación algo surrealista, le endosaban unos tomates a la dueña de la casa, que daba las gracias sin saber qué cara poner, ante el español brusco con tintes germánicos, que contrastaba con el gesto generoso de las dos extranjeras. La ofrenda era parte de la campaña para ganarse el favor de los habitantes de Polopos, un pequeño pueblo de la Alpujarra granadina que, durante unos meses, ha sido el escenario en el que cinco familias holandesas han competido por hacer realidad su sueño de vivir bajo el sol y escapar del ritmo frenético del Randstad.
Primer programa de «Het Spaanse Dorp – Polopos» emitido este verano en RTL4
Lejos de buscar la humillación del concursante, las pruebas, que debían completar semanalmente, se enfocaban en insuflar nueva vida al pueblo. Dicho esto, como en todo reality que se precie, las rencillas (muy civilizadas) entre los participantes fueron debidamente registradas por la cámara, al igual que los frecuentes ‘asaltos’ a la lengua española, que me recordaron mis memorables meteduras de pata con el neerlandés. “Nosotros aquí hacer niños,” decía con entusiasmo una pareja, mientras le mostraba al alcalde el progreso de las obras en la ruina que les habían adjudicado como parte del proyecto. “Tuvimos una sueña parra vivir y trabajar a Polopos”, pronunciaba otra concursante durante su emotivo discurso, poco antes de que se hiciera público el veredicto del pueblo sobre la familia ganadora.
El programa sobre las aventuras de los poloperos venidos del norte finalizó hace un par de semanas y es poco probable que nos enteremos de cómo les va en sus casitas blancas encaramadas a la montaña, desde la que se ven las aguas brillantes del Mediterráneo. El verano acaba de dar sus últimos coletazos y en breve los árboles perderán sus hojas y la televisión se llenará de otras historias efímeras. No obstante, me gustaría creer que ahora que se han ido las cámaras y no hay un premio de por medio, la matriarca de la familia Rutten seguirá ayudando a sus vecinas. Y que esta peculiar simbiosis, entre la superpoblada Holanda y la España que se vacía, puede ser un modelo ventajoso para ambas. De momento, a Polopos, el programa Het Spaanse dorp, le ha reportado cinco casas restauradas (o en vías de), una tienda, una interesante ruta cultural, varios pequeños negocios hosteleros y once nuevos residentes. No está nada mal para “el pueblo pequeño que alberga el mundo”, como lo han rebautizado los ganadores del concurso, una pareja de artistas de mi “pueblo», Leiden.
Soy descendiente de familias de pólipos, me emocionado con el articulo publicado, tuve oportunidad de conocer el pueblo y su gente la taberna del holandés, era sábado de gloria, con una luna que parece que la abrazamos y planteaba a todo el pueblo