San Nicolás ha llegado y este año lo ha hecho escoltado por las fuerzas de seguridad. No se trata de una broma, ni de un golpe de efecto periodístico. Un año después de que un grupo de defensores de Zwarte Piet, el tradicional paje de tez oscura, cortara la autopista A7 e impidiera una manifestación de los que lo consideran un símbolo racista, la discusión sobre el negro Pedro ha dejado de ser un debate dialéctico, apoyado por acciones puntuales de unos y otros, para convertirse en una batalla campal muy alejada de la fiesta infantil.

Cuando mis hijos eran pequeños, San Nicolás y su numeroso séquito de rostros oscuros y ojos celestes desembarcaban a escasos doscientos metros de nuestra casa, un sábado de finales de noviembre a las 10 de la mañana. Dada la hora –noviembre es un mes muy frío y en mi familia tendemos a hibernar–, mi mayor preocupación, antes de salir corriendo en cuanto oíamos la sirena del barco, era que el personal fuera abrigado y con la cara lavada. Y el desayuno solía ser un evento alborozado en el que se contaba el botín de golosinas resultante. Es natural que las tradiciones evolucionen. No lo es tanto que hoy en día los padres tengan que tener en cuenta la seguridad de sus hijos, antes de considerar si acudir a un evento de este tipo.

Lo cierto es que cuesta reconocer a Holanda, el país del consenso político, en las actuales imágenes de emociones desatadas, violencia y resurgimiento de un racismo rancio que han secuestrado la fiesta de San Nicolás con su intransigencia. Los recientes disturbios en torno a los desfiles en ciudades como Groningen o La Haya, evidencian una creciente polarización de ciertos sectores de la sociedad holandesa que al parecer ven peligrar su identidad y se aferran al pasado más tradicional. Y aunque las acciones del otro bando, los detractores del negro Pedro, han sido en su mayoría pacíficas, también entre sus filas hay elementos radicales que encuentran ahora justificación para sus argumentos más extremos.

Dicen que a veces el paciente tiene que empeorar antes de mejorar. Éste, en concreto, necesita además grandes dosis de una medicina llamada diálogo.

Espero que ya hayamos vivido lo peor y que el año que viene San Nicolás y sus pajes, sean del color que sean, puedan repartir juguetes y caramelos entre los niños de Holanda sin necesidad de guardaespaldas. De lo contrario, me temo que el próximo Prinsjesdag (día en que se presentan los presupuestos anuales ante el Parlamento) el ministro de finanzas va a necesitar un maletín separado para la partida de la policía…