Desde hace décadas, Holanda exporta una imagen de país multicultural y avanzado que casa muy bien con la vida de las grandes ciudades del Randstad, pero que deja de lado casi dos tercios de su territorio. Mientras los miles de turistas que visitan Ámsterdam a diario corroboran estos estereotipos, las regiones más rurales, más calvinistas y cerradas, se quedan para los holandeses y los extranjeros más atrevidos. Entre ellas se encuentran las que forman parte del llamado Bible Belt, un cinturón bíblico que recorre el país de este a oeste y donde las tradiciones de la religión protestante todavía dominan la vida diaria. A un menor consumismo y una mayor cohesión social se suman las misas de domingo y el recelo al diferente. Gaceta Holandesa ha viajado al núcleo del Bible Belt, el pueblo de Staphorst, donde casi la totalidad de la población es protestante y de los cuales un tercio se declara ortodoxo.

​Granjas impecables se suceden en la carretera de entrada a Staphorst, la llamada capital del Bible Belt, al norte de Holanda. En este pueblo del interior la vida pasa despacio y nada hace pensar que aquí se vive diferente. Solo cuando alguna que otra mujer vestida de oscuro, con falda y cofia, sale de uno de los comercios del centro, la estampa cuenta otra historia: la de los miles de vecinos protestantes ortodoxos que visten de luto, acuden a misa a diario y prefieren desmarcarse de los avances en los que su país es pionero. Entre ellos se desató en 2013 un brote de sarampión porque muchas de las familias se niegan a seguir el calendario de vacunación que impone el Estado. Votantes del SGP, el partido protestante ultra-conservador, que hasta hace poco no admitía a mujeres entre sus afiliados, son firmes defensores de la vida tradicional, del domingo de descanso en el que hacer deporte está prohibido y de los valores familiares que según ellos se han perdido en el resto del país. “Para los holandeses, lo que ocurre en el Bible Belt es un mundo aparte. Al no tener apenas relación con la sociedad más creyente, suelen creer que los que viven ahí son todos iguales. Porque si bien es cierto que en estos pueblos la religión domina su forma de vida, desde la manera en la que uno se viste hasta la gente con la que se relaciona, la mayoría se van a abriendo poco a poco” explica Johan Roeland, profesor de Medios de comunicación, Culturas y Religión de la universidad VU de Ámsterdam.​

Y es que de los 16.000 habitantes que tiene Staphorst, algo menos de un tercio forman parte de la congregación Protestante Reformada, la más ortodoxa de las múltiples que existen en el protestantismo calvinista de Holanda. Sus fieles son los comúnmente llamados “los medias negras” (Zwarte Kousen) y de su forma de vida nacen los estereotipos que los holandeses de la ciudad atribuyen a los del Bible Belt. “Es injusto meter a todos en el mismo saco. Staphorst es un pueblo donde también hay cierta diversidad. Si bien es cierto que la mayoría somos cristianos practicantes, los protestantes más ortodoxos que deciden no vacunar a sus hijos son sólo una parte pequeña de la población” defiende Theo Segers, alcalde del pueblo desde hace un año y medio y militante de Christen Unie, un partido de corte protestante, progresista y moderado.

Una de las granjas en la calle principal de Staphorst © Fernández Solla Fotografie

Una de las granjas en la calle principal de Staphorst © Fernández Solla Fotografie

Esto no es Fuenteovejuna

Al igual que en otros municipios religiosos, en Staphorst existen 11 iglesias o congregaciones independientes y entre sus fieles la relación no es tan fluida como cabría esperar. “Junto a la rama más radical, existe la Herstelde Hervormde Kerk (Iglesia Reformista Actualizada), que están más en la cultura de hoy. No hace falta vestir diferente, se puede formar parte de la sociedad y seguir creyendo de la misma manera en Dios. Para los reformados los avances culturales y sociales son una amenaza mientras que nosotros entendemos que hay que estar abiertos a estos cambios adaptándolos bien a nuestra vida” explica Pieter van den Berg, sacerdote de la Gereformeerde Kerk Vrijgemaakt Staphorst, una de las iglesias minoritarias que cuenta con unos mil miembros. Aunque a menudo muchos de los vecinos del pueblo tengan que pasar por el aro de decisiones que van en contra del aperturismo que querrían, dicen preferirlo así porque a cambio viven en un lugar donde la cohesión social es mucho mayor que en el resto del país. “Los protestantes más ortodoxos han sabido preservar su identidad y con el paso del tiempo eso les ha hecho más fuertes, construyendo comunidades con sus propias costumbres, colegios, medios de comunicación y partidos políticos” explica Roeland. Esto no impide que surjan problemas como los provocados por la crisis de los refugiados, cuando gran parte de los Staphorsters se negaron a crear un centro de acogida. “A muchos de los sacerdotes nos pareció fundamental ayudar, porque la vocación de servicio y de auxilio al necesitado debería prevalecer sobre todo lo demás. Pero para otros esto era un reto demasiado grande y los voluntarios que echaron una mano venían más de las iglesias modernas que de la reformista, la más conservadora de todas” detalla Pieter van den Berg. Porque lo que parece claro es que integrarse en estas comunidades tan cerradas no es tarea fácil, tampoco para los cristianos y holandeses que vienen de otro lugar de Holanda. El mismo Van den Berg relata esta experiencia y afirma que “siempre se ve la diferencia entre los auténticos Staphorsters y los que venimos de fuera. Aunque al cabo del tiempo nos sentimos muy a gusto aquí, debo decir que el ser sacerdote nos facilitó las cosas a mí y a mi mujer”.

Arriba, la iglesia que la congregación de Van den Berg alquila a otra comunidad para celebrar los oficios religiosos. A la derecha, Pieter van den Berg en un momento de la entrevista © Fernández Solla Fotografie

Arriba, la iglesia que la congregación de Van den Berg alquila a otra comunidad para celebrar los oficios religiosos. A la derecha, Pieter van den Berg en un momento de la entrevista © Fernández Solla Fotografie

Creyentes en un país laico

Los protestantes del Bible Belt viven en un país donde la mitad de los habitantes no profesa ninguna religión y en el cual un cuarto de la población es católica y solo un 16 por ciento es protestante. A pesar de representar la tradición judeo-cristiana que partidos como el de Geert Wilders vinculan a la identidad holandesa, lo cierto es que hoy en día son una minoría. “En Holanda la religión es cada vez menos importante. Es evidente que no compartimos leyes como la de la eutanasia, el aborto o la muerte por cansancio vital y que esto se apruebe en Holanda nos hace sentir como unos extraños en nuestro propio país” relata Van den Berg. Él es uno de los sacerdotes que hace un esfuerzo por acercar a las distintas congregaciones y el pasado año organizó una visita a una comunidad evangélica ghanesa en el sur de Ámsterdam, todo un choque para muchos de los habitantes del pueblo que no habían salido nunca de la región. En una entrevista posterior, una de las asistentes, madre de cinco hijos, aseguraba que la experiencia había sido enriquecedora pero extraña porque le costaba creer que aquél barrio tan exótico estuviera en Holanda. Ya sea por los estereotipos que ellos tienen de la sociedad de fuera del cinturón bíblico, o viceversa, la consecuencia es que la población de estos pueblos se mantiene estable, tal y como explica Johan Roeland: “Desde el punto de vista sociológico son sociedades muy bien organizadas y estructuradas en las que se paga un alto precio si alguien se va del pueblo porque volver a ellas es muy difícil. Por eso gran parte de la gente se queda, no se atreve a marcharse”. Roelien van den Haar tiene 22 años y tras finalizar sus estudios en Zwolle, la ciudad más cercana, ha decidido volver a Staphorst y tiene claro que no se irá del pueblo: “aquí tengo a mi familia, a mis amigos, a todo el mundo. No puedo vivir sin ellos”. Al igual que otros muchos chicos que han salido del Bible Belt, ha tenido que defender las bondades de su pueblo frente a los que se preguntaban cómo podía vivir a gusto allí. “La gente piensa muy mal de Staphorst, solo porque aquí somos creyentes. Que si no podemos hacer muchas cosas, que si vivimos en el pasado: los medios de comunicación han dicho muchas cosas negativas de nosotros” cuenta Roelien.

​En las últimas elecciones generales se ha visto cómo el Islam y el terrorismo islámico han dado lugar a un discurso centrado en la identidad holandesa. Para muchos expertos como Roeland esto ha servido para llamar la atención no solamente del Islam, sino del resto de religiones en Holanda, entre ellas la protestante. “De repente se le vuelve a prestar atención al Bible Belt: algunos políticos como Wilders lo han usado para su retórica nostálgica mientras la sociedad en general se ha vuelto más contraria, y critica de una forma mucho más severa esta religiosidad que se ve como radical”. Por su parte, el sacerdote Pieter van den Berg se muestra pragmático y afirma que “la libertad de culto es algo intrínseco a la sociedad holandesa y el hecho de que el seis por ciento de los holandeses sea musulmán no me parece una amenaza en absoluto”. Para él, el riesgo es otro: “cuando los creyentes de otras religiones vienen a Holanda, les parece que llegan a un país cristiano, cuando para nosotros ya no tiene mucho de cristiano. Lo vemos como un país laico en el que caben todo tipo de culturas y religiones y la nuestra es una de las minoritarias. Creer en Dios ya no es lo habitual. Somos suficientemente ricos y vivimos en un país tan desarrollado que Dios ya no es necesario”.

Theo Segers, alcalde de Staphorst

“Staphorst es un pueblo cerrado, de tradiciones muy arraigadas, pero se va abriendo poco a poco”

De su experiencia como funcionario en el ayuntamiento de un pueblo en el Randstad y ahora como alcalde de Staphorst, ¿qué diferencias principales ha notado en la gente de cada pueblo?

Quizás lo más distinto es la cultura del este y del oeste del país. En el Randstad decimos las cosas como las pensamos,  somos directos, y además tendemos a vendernos bien. Mientras que los de aquí, del este del país, son gente más humilde, más reservada, que no presume nunca de sí mismos. Cuando llegué a Staphorst, al pueblo lo reconocieron como el municipio más sostenible de Holanda. Y al preguntar cómo podíamos hacer publicidad de esto, todos me dijeron que lo dejara estar, que no hacía falta decir nada. Eso no habría pasado nunca en Oudekerk. Mientras en el Randstad agrandamos las noticias pequeñas, aquí es al contrario.

Hace unos años el ministerio de Sanidad alertó de un brote de sarampión en el Bible Belt porque muchos habitantes no vacunaban a sus hijos, ¿qué responde a esto?

Son los protestantes más ortodoxos los que en efecto deciden no vacunar a sus hijos y estos son sólo una tercera parte de la población. Todos ellos son además votantes del SGP, (partido protestante ultra-conservador) y a mí por ejemplo me ven como un creyente moderado porque creo en la libertad de elección de cada uno. Así que aunque puedo decir que aquí hay libertad…lo cierto es que es difícil lograr que cada uno tenga su espacio y se exprese sin problemas. Es complicado. Aunque esta mentalidad puede tener que ver también con la vida en un pueblo pequeño, donde todo se comenta y se critica. Y no ayuda el que desde hace unos diez años la imagen de Staphorst se haya caricaturizado: que si la gente aquí no usa el coche, que si no tienen televisión….Este es un pueblo de buena gente, muy agradable, donde puedes encontrar quinientas mujeres vistiendo el traje típico de antaño, es cierto, pero eso no tiene por qué ser negativo.

Staphorst cuenta con casi una docena de congregaciones independientes, ¿qué tal es su relación con todas ellas?

Nos reunimos una o dos veces al año y cada domingo acudo a la iglesia de cada una. En Staphorst viven 16.000 personas en tres barrios separados entre sí y tenemos 11 iglesias. Aunque parezca mucho, todavía hay algunos vecinos de aquí que se van a Zwolle el domingo para la misa de su iglesia (sonríe). Los protestantes tenemos muchísimos grupos, denominaciones y congregaciones distintas. Nada que ver con los católicos. A mí personalmente me avergüenza un poco esta tendencia de los holandeses de montar congregaciones por todas partes. En cuanto hay un grupo pequeño de personas que piensan diferente, ponen en marcha una iglesia nueva. No va acorde con lo que Jesús no enseñó de vivir todos juntos en comunidad. Pero es así. Y en consecuencia la relación entre los vecinos no es tan buena como debería ser. No puede ser que haya personas que no se saludan por la calle en un pueblo tan pequeño solo porque no forman parte de la misma congregación. Mi intención en los próximos años es, principalmente, acercar a las distintas comunidades.

¿Qué imagen quiere usted exportar de Staphorst?

Yo no soy de aquí, y por lo tanto creo que puedo hablar con cierta neutralidad acerca de lo que veo. Este es un pueblo cerrado y de tradiciones muy arraigadas. Es importante trabajar para lograr que se vaya abriendo poco a poco pero al mismo tiempo, quiero defender que se les respete, a ellos y a sus tradiciones: acabar con los estereotipos y la burla y que se le vea como el pueblo agradable que es. Porque podrán ser muy conservadores para muchas cosas como el no hacer deporte el domingo pero a cambio es un pueblo con una cohesión social enorme. Cada granja aquí es una pequeña comunidad en sí misma en la que los niños mayores llevan a los menores la colegio y los adultos cuidan de los abuelos. Yo he visto aquí a ancianos de noventa años, con una demencia severa, que no viven en una residencia sino en su casa, cuidados por sus hijos. Y eso es algo que en el resto de Holanda no es habitual y de lo que yo me siento orgulloso.