Muchos recordarán la última edición de los premios Nobel por la polémica en torno al cantante Bob Dylan. Pero en aquella ceremonia del pasado diciembre en Estocolmo, el que sí estaba sentado esperando recibir su galardón era el químico holandés Ben Feringa, catedrático de la universidad de Groningen. Su estudio de las máquinas moleculares y el desarrollo del primer nanocar le han valido el máximo reconocimiento, algo que él atribuye a décadas de trabajo constante y a una firme determinación por convertirse en científico. El segundo de diez hermanos, creció en una granja en la provincia de Drenthe y ha desarrollado toda su carrera profesional en el norte de Holanda. Hasta la fecha, veinte holandeses han recibido el Nobel, cuatro de ellos de Química, una excelencia que puede guardar relación con la opinión de Feringa de que las universidades holandesas saben cuidar a sus jóvenes talentos.
Según usted, la “mejor manera de predecir el futuro es inventarlo”. Esta declaración parece proceder más de un ingeniero que de un científico…
Somos químicos que nos dedicamos a diseñar y crear nuevas moléculas que antes no existían así que desde ese punto de vista sí que se podría llamar ingeniería molecular porque además la esencia de la química se basa en el principio de que podemos cambiar moléculas y crear otras nuevas que nunca existieron antes. Los químicos hacemos todo tipo de moléculas, desde las que usamos para hacer fármacos, hasta las del plástico o el detergente en polvo. En nuestro caso, el mío y el de mis otros dos compañeros con lo que comparto el Nobel, nos dedicamos a diseñar máquinas que se mueven, estructuras moleculares con funciones mecánicas.
Y en este campo, ¿qué línea de investigación está avanzando más rápido o se le está prestando mayor atención?
Son muchas las ramas de investigación en las que se está innovando mucho. Los científicos están trabajando en nuevos materiales que se podrán contraer o expandir; nuevos sistemas de almacenamiento de información o lo que nosotros hacemos, los llamados “fármacos inteligentes”, y todos estos avances se están produciendo hoy en día. En este momento, en nuestro grupo estamos muy centrados en crear fármacos que tengan una función dinámica, es decir, que podamos inyectar un antibiótico y que desde fuera se pueda activar y desactivar para que el paciente tenga su dosis sin necesidad de tomarla por boca varias veces al día. Se lograría una eficacia mayor del antibiótico y no habría sobrante, no se contaminarían las aguas con los restos que no usamos.
En el ámbito de los robots moleculares, ¿qué nuevas aplicaciones podremos ver en un futuro próximo?
Todo esto de los nanocars y las máquinas moleculares está en una fase inicial y estoy seguro de que en unos años empezaremos a ver muchos descubrimientos e invenciones fascinantes en este campo, sobre todo en lo que tiene que ver con los materiales inteligentes. Es difícil predecir en qué dirección iremos pero lo que ya sabemos es que una vez que ya somos capaces de diseñar funciones dinámicas, moléculas que ya no sean estáticas sino que se muevan, entramos en todo un mundo de nuevas posibilidades. No me sorprendería ver dentro de diez años materiales autoreparables: por ejemplo, que tras un roce, la pintura de nuestro coche se repare por sí sola. No sé si tendremos la versión comercial pero una vez que se logra el primer descubrimiento de algo como estos materiales inteligentes, la rueda se pone en marcha. En cuanto a las máquinas “nano”, creo que podrán ser una realidad aplicable en treinta o cuarenta años. Hasta ahora lo que nosotros hemos logrado es dar con los fundamentos para poder desarrollar esta investigación en un futuro. Pero nadie sabe en qué quedará todo esto ni si la ciencia avanzará en la dirección que nosotros predecimos ahora.

Imagen virtual del nanocar desarrollado por Ben Feringa y su equipo en la Universidad de Groningen
El nanocar, un lego diminuto
Se trata del vehículo más minúsculo del mundo, creado a partir del primer motor molecular sintético. Las moléculas que lo conforman se desplazan gracias a una fuente de luz y calor que las hace girar en varias direcciones. Este tipo de estructura molecular podría servir en un futuro próximo para suministar fármacos de forma local en cualquier parte del cuerpo humano. La revista Nature publicó un extenso artículo sobre ello.
Tras obtener el Nobel, ¿espera que su trabajo reciba más financiación?
No, no recibimos más financiación tras la obtención del Nobel ni creo que la recibamos. Nuestras subvenciones se van renovando periódicamente y el año pasado por ejemplo, obtuvimos más financiación de la Unión Europea que nos ayudará mucho para poner en marcha este programa de motor molecular en los próximos años. Pero lo que está claro es que el Nobel no cambia la velocidad a la que podremos avanzar: se lleva investigando en esto más de treinta años por lo que este premio es, sobre todo, un buen reconocimiento a toda nuestra labor.
Después de recibir el galardón, ¿por qué le pidió al Gobierno holandés más atención a su campo de investigación?
Porque nuestro trabajo es ciencia pura, y esta investigación fundamental está en una situación crítica. Nuestro gobierno piensa que deberíamos trabajar más en ciencia aplicada, en investigación industrial, etc. y por eso al obtener el Nobel quise hacer un serio llamamiento al apoyo de la ciencia pura porque esto es lo que nos aportará oportunidades reales en el futuro para construir una sociedad basada en nuevos principios como los de sostenibilidad. Detrás de un smartphone hay décadas de investigación para lograr la sociedad interconectada que tenemos ahora. Por eso insisto en que invertir en la ciencia fundamental es apostar por el futuro. La ciencia fundamental es lo que nos hace explorar más allá de nuestros horizontes y es la base de todo lo demás. Por eso es tan importante. A los estudiantes les tenemos que enseñar, no para que sepan qué hacer con su vida a corto plazo, sino para que tengan las miras más altas, para que se atrevan a imaginar lo que lograrán dentro de treinta años cuando lideren nuestra sociedad.
En su rueda de prensa en Estocolmo, usted mostró su preocupación por la tendencia actual de considerar a los hechos científicos como meras opiniones, ¿vivimos tiempos difíciles para la divulgación científica?
Este es un tema fundamental. A través de internet y del nuevo acceso a todo tipo de información, escuchamos a mucha gente hablar de lo que ellos creen que es un hecho científico, incluso a políticos decir que ciencia es otra opinión más. Esto es realmente peligroso: los científicos pasamos nuestra vida buscando el dato científico, a través de un método que nos permite analizar y desarrollar conclusiones basadas en una evidencia sólida. Está claro que no podemos saberlo todo con certeza pero intentamos aproximarnos fundamentando nuestro trabajo en el método científico. Esta labor de investigación no se puede equiparar a las opiniones personales de cada uno. Con el cambio climático lo vemos a diario. A través del análisis y de las conclusiones científicas se pueden tomar buenas decisiones. Lo otro no es nada, sino una mera opinión. Es realmente importante saber diferenciar ambas cosas y por eso quise destacarlo en Estocolmo. Hoy en día, hay muchos políticos que no quieren escuchar lo que les dicen los científicos. Pero esto no es nuevo, es algo inherente a nosotros. En el siglo XV, Galileo se enfrentó a la Iglesia por lo mismo, por decir lo que el poder en aquel momento no quería escuchar. Las universidades deberían alzar su voz más e influir más en nuestra sociedad.
Usted se crio en una granja en Drenthe, ¿fue difícil llegar a convertirse en uno de los mejores científicos de Holanda?
Yo crecí en un pequeño pueblo en el noreste del país y me ayudó mucho pasar tiempo con mi padre en la granja. Él era una persona que nos estimulaba mucho, a aprender, a hacernos preguntas, a maravillarnos con la naturaleza. Y en la escuela tuve profesores estupendos que lograron transmitirme el interés por la ciencia. Cuando yo iba al colegio en los años sesenta, no era habitual ver a los hijos de granjeros en el instituto y menos en la universidad. Pero a mí siempre me animaron a seguir adelante. Nunca imaginé ganar un premio como el Nobel, sólo soñaba con convertirme en un científico porque siempre estaba deseando aprender cosas que no sabía. Y hoy en día, como profesor, puedo decir que en Holanda la universidad funciona muy bien para los que empiezan a investigar porque es fácil lograr una beca y dedicarse a lo que a uno le gusta desde el principio. Eso es una gran ventaja. Aunque lograr financiación para los grupos de investigación sigue siendo una tarea complicada, en Holanda sí que motivamos mucho a los jóvenes talentos.
Como bien dice, usted es tan profesor como científico, ¿en una de sus facetas da respuestas y en la otra se hace preguntas, o son ambas indivisibles?
No se confunda, como profesor es importante dar respuestas pero todavía lo es más hacer preguntas. Siempre preguntamos a los alumnos acerca de muchos temas durante las clases, por qué esto es así o cómo se podría hacer de otra manera, para entrenarles a desarrollar el pensamiento científico desde el principio. Ambas facetas de mi profesión van unidas porque en las clases se preparan para la investigación que harán después y como investigadores, más adelante, no deben dejar de aprender. En ciencia, el signo de interrogación es mucho más importante que el de exclamación.