Hombre rico, hombre pobre
Aunque conocemos datos generales de su vida que nos permiten crear un relato sobre él, Vermeer es una figura un tanto misteriosa a la que ni siquiera podemos ponerle cara, al menos no de una manera fehaciente.
Procedente de una familia protestante, había subido varias escalas sociales al casarse con la católica Catalina, pese a la probable oposición inicial de la acaudalada madre de esta.
Teniendo en cuenta su estatus y profesión, resulta insólito que no haya ningún autorretrato suyo. Rembrandt pintó decenas. El rostro elusivo de Vermeer podría ser el de la figura masculina situada en el extremo izquierdo de una de sus pinturas, ‘La Alcahueta’. El gorro negro, propio de los pintores de la época, y la coincidencia de atuendo con el pintor sentado de espaldas en otra de sus obras, ‘El arte de la Pintura’, son los elementos que delatarían el supuesto “cameo” de Vermeer.
Los últimos tres años de su vida tuvieron que ser duros, no vendió ni un cuadro propio ni ajeno. A su muerte, Catalina acabaría saldando la deuda que la familia tenía con el panadero local, con pinturas de su marido.
El caso Vermeer
Vermeer cayó en el olvido hasta que, en el siglo XIX, el crítico Teófilo Thoreé lo rescató con sus entusiastas alabanzas. Su escasa producción -se estima que pintó entre 40 y 50 cuadros a lo largo de su vida, unos dos o tres al año- se convirtió en un producto muy codiciado a principios del siglo XX. Desde entonces, las icónicas pinturas de Vermeer se han ido convirtiendo en las estrellas de los museos que las albergan y se han visto confrontadas también con el lado oscuro de la fama: robos, falsificaciones, asaltos, explotación desmedida de su imagen…
Uno de los falsificadores de arte más famosos de la historia, Hans van Meegeren, estuvo a punto de ser sentenciado a muerte en 1945, cuando seis de sus Vermeers aparecieron en la colección privada de Goering. Para librarse de la acusación de haber vendido arte robado a los nazis (tal era la calidad y semejanza con los originales), tuvo que coger el pincel de nuevo y mostrar su técnica.
‘La Carta de Amor’ fue sustraída del Museo de Bellas Artes de Bruselas durante una exposición temporal en 1971. Separada toscamente del marco que la encuadraba con la ayuda de un pelador de patatas, acabó enterrada bajo la hojarasca en un bosque, hasta que se negoció su rescate. Si tienen entrada para la actual retrospectiva del artista, pueden comprobar la calidad de su restauración durante su visita. De la suerte de otra célebre pintura de Vermeer, ‘El Concierto’, que fue robado en Boston en 1990, no se sabe nada, pese a la cuantiosa recompensa ofrecida para recuperarlo.
Pero la obra más famosa de Vermeer es sin duda ‘La Joven de la Perla’. Su imagen, conocida en todo el mundo, ha inspirado a escritores y cineastas y se utiliza tanto para anunciar refrescos como para vender bolsos. A la original, sin embargo, el estrellato le permite ser muy selectiva, apenas viaja. Hizo una excepción con el Rijksmuseum pero, tras compartir cartel con otras joyas del pintor al inicio de la exhibición, ya está de vuelta en casa: el museo Mauritshuis de La Haya. Si quieren disfrutar de la esencia de Vermeer, con algo más de espacio a su alrededor, ya lo saben. A veces menos es más.