Mientras preparo la escritura de este artículo, me pregunto por qué en español no existe una palabra para designar el sentimiento que se experimenta cuando se echa de menos el propio hogar que, aunque lejano, sigue presente en nuestro país, en nuestra ciudad de origen. El idioma inglés tiene la palabra perfecta, aquella que tiene la capacidad de emitir un significado profundo y complejo en su unidad: homesickness. Traducida literalmente, significa «la enfermedad del hogar». El idioma neerlandés no se queda atrás y también posee una palabra para designar este sentimiento: heimwee, que tiene el mismo sentido de dolor (wee, woe en inglés) y hogar (en idiomas nórdicos heim significa hogar). En el idioma español se suelen utilizar términos como añoranza, nostalgia o morriña. Tal vez sea este último término prestado del gallego el que más se ajusta a este sentimiento, pero lo cierto es que no son términos exclusivos para expresarlo, como sí lo hay en otras lenguas. Y no olvidemos la preciosa expresión francesa mal du pays, una expresión envolvente y tremendamente intuitiva.  

Lo que está claro es que no es porque las personas migrantes hispanohablantes no echemos de menos nuestro hogar, nuestro país, nuestra ciudad. No será porque no suframos de ese mal de vez en cuando, de ese dolor, de esa afección, de sentir que hemos perdido algo, aunque ello siga existiendo. De hecho, ¿no es ese el peor dolor que puede haber? Teniendo en cuenta que los sentimientos que somos capaces de nombrar y etiquetar atenúan el dolor que nos causan, podríamos decir que no nos atrevemos a nombrar lo que nos causa tanto sufrimiento muchas veces en el proceso migratorio: echar de menos nuestro hogar.

Definición y características

Podemos definir la añoranza del hogar como la experiencia que ocurre tras una transición geográfica, como cuando una persona abandona su hogar, familia y amigos, para empezar a vivir en otro lugar (Fisher, 1989). Es decir, es el sentimiento que puede estar presente cuando nos trasladamos a vivir a otro país ya sea para estudiar durante un corto período de tiempo, como una beca Erasmus o un máster, o bien para comenzar una nueva vida en otro país sin límite de tiempo. No es una enfermedad mental, no es un problema grave, aunque muchas personas lo vivan como algo extremadamente negativo en sus vidas. Es un sentimiento, una experiencia normal en el proceso migratorio pero que puede derivar, si se prolonga en el tiempo, en otras problemáticas. A veces acompaña a síntomas depresivos o de ansiedad, y otras veces se presenta sólo y es pasajero.

Todo el abanico de experiencias migratorias puede llevar consigo sentimientos de añoranza del hogar. Contrariamente a lo que pudiéramos pensar, es un sentimiento que no está relacionado con una edad determinada, sino que puede surgir en cualquier momento de la vida. Shirley Fisher es una investigadora con un amplio trabajo en el ámbito de la añoranza del hogar. Según ella, este sentimiento es más propenso a aparecer cuando realizamos tareas pasivas que nos llevan a pensar constantemente en el hogar que dejamos atrás. No en vano, el componente rumiativo de la añoranza del hogar es muy importante para su intervención, ya que son estos pensamientos circulares en los que nos quedamos enganchados los que tienen un papel esencial en la vivencia negativa de la añoranza.

En la edad adulta este sentimiento tiende a ser escondido por ser considerado algo infantil. Todos podemos recordar aquel momento en nuestra infancia en el que pasábamos unas semanas lejos de nuestra familia y cómo echábamos de menos a nuestros padres, sus voces, nuestra cama, cómo era de importante para esos niños que fuimos el momento de la llamada que se permitía hacer una vez a la semana. Sin embargo, también en la edad adulta es una experiencia muy común. Por ejemplo, entre estudiantes de intercambio en la universidad es una de las quejas que más se escuchan. La investigación científica, de hecho, ha demostrado la importancia de hablar acerca de estos sentimientos para crear ese espacio que nos permita aceptarlos como algo normal.

Hay algunos factores que pueden dificultar la forma en que sobrellevamos la añoranza del hogar (Fisher, 1989). Hay factores circunstanciales, como por ejemplo la falta de conocimiento del idioma del país de acogida. También hay factores personales, relacionados con características de personalidad de cada individuo, véase una alta introversión o falta de confianza en uno mismo o no haber viajado nunca. Por último, hay factores situacionales, como el estado de la vivienda, el tiempo o la situación económica. Todos estos factores ejercen una influencia en la forma en que se presenta la añoranza del hogar.

Comprometerse con el nuevo destino

La investigación llevada a cabo por Shirley Fisher confirma que uno de los aspectos más importantes para vivir la añoranza del hogar de forma adaptativa es comprometerse con el nuevo ámbito en el que nos encontramos. Es decir, encontrar aspectos del nuevo ámbito, en nuestro caso del país de acogida, con los que estemos dispuestos a comprometernos. Para esto es muy importante tener en cuenta cuáles son nuestros valores. En otras palabras, que reconectemos con las razones que nos hicieron migrar en primer lugar, si fue de forma voluntaria. En el caso de los estudiantes de intercambio, por ejemplo, un valor sería «ser mejor profesional en el futuro», lo cual nos reconecta con nuestra decisión de estudiar un máster. O en el caso de un profesional que se ha mudado por trabajo el valor puede ser «experimentar otras formas de trabajo». O alguien que ha decidido acompañar a su pareja por motivos laborales puede que su valor sea «apoyar a mi pareja». Estos son tan sólo ejemplos, pero cada persona migrante puede encontrar sus propios valores respecto a la decisión de migrar.

Cuando encontramos nuestros valores, esas direcciones vitales que dirigen nuestros objetivos y nuestras acciones, es más fácil encontrar aspectos con los que comprometerse en la nueva situación. Por ejemplo, algunos pueden ser: «voy a aprender un nuevo idioma» o «voy a conocer otra cultura». Comprometernos con diferentes aspectos no va a hacer que la añoranza del hogar desaparezca, no vamos a dejar de echar de menos nuestra casa, a nuestra familia. Esto es algo que las personas migrantes conocemos bien y que aprendemos con el tiempo: convivir con el sentimiento de añoranza de lo que no se ha perdido. Comprometernos con el nuevo ambiente va a hacer que aprovechemos lo que este nos puede aportar y salir de ese círculo de pensamientos acerca de lo que dejamos atrás.

Ya he escrito en anteriores artículos que para sentirnos incluidos en la cultura del país de acogida no es necesario abandonar todo nuestro bagaje cultural. Del mismo modo, no dejarnos arrastrar por la añoranza del hogar no significa cortar todo lazo que nos una con nuestro hogar. De hecho, conservarlo y hablar frecuentemente con nuestros seres queridos, hacer visitas cuando podemos, o decorar nuestro espacio con algunas cosas que nos transporten a nuestra casa es importante para sobrellevar este sentimiento. Las personas migrantes nos vemos obligadas, en muchas ocasiones, a mantener un equilibrio difícil, aquel que se mantiene cuando tienes un pie en dos sitios distintos. Qué difícil, pero qué gran habilidad podemos aprender. Cual volatineros, atravesando dos orillas por ese hilo casi invisible que separa, muchas veces, la mente del corazón.