Con más de 125 años de historia, capital en Eindhoven y una población que a finales del siglo XX rozaba las 340.000 personas, se podría decir que un día existió un país con nombre de maquinilla de afeitar. O de radiocasete, o de cepillo de dientes. La empresa Royal Philips es, junto a Unilever y Shell, una de las tres multinacionales neerlandesas que han escrito con pluma propia parte de la historia reciente de los Países Bajos. Su capacidad de reinventarse, pasando de fabricar bombillas a diseñar el cd o a desarrollar última tecnología para el sector sanitario, ha provocado que no haya en el mundo ni un hogar que no tenga uno de sus productos. A imagen y semejanza del país en el que nació, Philips se ha adaptado a los nuevos tiempos invirtiendo gran parte de sus recursos en diseño e innovación, al mismo tiempo que ha mantenido la sangre fría para sacrificar a la mitad de su plantilla y así sobrevivir a su primera crisis, en los años treinta, o para enfrentarse a la competencia asiática en los noventa. Esta es la radiografía de un gigante que nació a finales del siglo XIX en una pequeña fábrica del sureste de Holanda, cuando un día, Gerard Philips encendió una bombilla.

A nadie que visite la ciudad holandesa de Eindhoven se le escapa la presencia de Philips. Desde su equipo de fútbol, el PSV, cuyas siglas responden al club deportivo de la compañía (Philips Sport Vereiniging) hasta la Academia de Diseño, un referente internacional que se gestó en 1947 en los despachos de Philips, la ciudad no puede entenderse sin la influencia de esta empresa. Todo empezó en 1891, cuando Gerard Philips adquirió una fábrica vacía en la zona De Knip. Dos años después, él y su hermano Anton comercializaban 45.000 bombillas incandescentes. Si bien Gerard Philips ha pasado a la historia como un gran inventor, para el sociólogo y catedrático emérito de la Universidad de Ámsterdam, Ad Teulings, “este nunca pasó de ser un buen artesano que supo aprovechar la falta de legislación de patentes en Holanda para copiar los productos de sus competidores” según se lee en uno de sus artículos publicados en la revista académica The Social Scientist. Avispados emprendedores, los Philips supieron cómo liderar el mercado de las lámparas incandescentes a principios de siglo, situándose en poco tiempo por detrás de la alemana Siemens y de la americana General Electric. Y lo lograron, también, gracias a Eindhoven. Y es que según explica Teulings, producir en una ciudad pequeña donde los costes eran más bajos que en la capital o que en Róterdam, con tradición industrial y cerca de la frontera con Alemania y Bélgica, fue una de las claves del éxito.

Dos guerras “beneficiosas”

De la bombilla a la radio, de ésta al televisor pasando por la maquinilla de afeitar, y años después el radiocasete, el cd y los aparatos sanitarios para terapias guiadas por imagen. Los hitos de la historia de Philips parecen no tener una conexión lógica entre ellos, si bien todos están relacionados con los inicios de la compañía. El desarrollo de productos para la salud, en los que hoy se centra, tienen su origen en la Primera Guerra Mundial. “Cuando Holanda se declaró neutral y se cerraron las fronteras con Alemania, unos médicos del hospital de Eindhoven acudieron a Philips para pedir si la empresa podía reparar sus aparatos de rayos X, ya que eran de marca alemana y no tenían manera de obtener los componentes para arreglarlos” relata Sergio Derks, conservador del museo Philips, “después de repararlos, un año después Philips lanzó su primer aparato para el diagnóstico por imagen y esto supuso el comienzo de lo que es hoy”. La década que vino después fue una de las más exitosas de Philips, con la comercialización de la primera radio en 1927. La empresa comenzó a emitir en onda corta a través de una emisora que tras la Segunda Guerra Mundial pasaría a convertirse en Radio Nederland Worldwide, el servicio internacional de la radio pública holandesa. Tras su lanzamiento, en tan sólo tres años se vendieron hasta un millón de radios tanto dentro como fuera de Holanda, hasta que el crack del 29 sumió a la empresa en una grave crisis que provocó el despido de cerca de 10.000 personas, la mitad de su plantilla. Pero la radio seguía ahí, como el producto estrella de la compañía, y su presencia se reforzó todavía más con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Durante los años de la guerra, según escribe Ad Teulings “Philips recibía suculentos contratos para la fabricación de material militar tanto de un bando como del otro” produciendo radios desde Eindhoven y Berlín para los alemanes y desde su sede en Nueva York y Londres para los aliados. Entre 1940 y 1943 el cien por cien de la producción de Philips en Eindhoven se exportaba a Alemania, un posible colaboracionismo que, desde la compañía, Sergio Derks niega: “todas las empresas holandesas se vieron obligadas a trabajar para los alemanes si querían sobrevivir, esto no se puede llamar colaboracionismo; de hecho Frits Philips ayudó a cientos de trabajadores judíos”.

​La historia les conoce como el Comando Philips. Cuando en 1942 las fábricas de Philips en Eindhoven fueron bombardeadas por los aliados, gran parte de los trabajadores judíos se quedaron sin la protección de la empresa y fueron deportados al campo de detención de Vught. A cambio de aceptar el encargo de los alemanes de montar un taller industrial en este campo, Frits Philips impuso varias condiciones para proteger a sus trabajadores prisioneros. Entre 1943 y 1944 hasta 1.200 personas, entre ellos 600 judíos, fabricaron componentes como tubos de radio mientras se les concedía algunos privilegios, como una comida extra al día o una menor vigilancia. Un año antes de finalizar la guerra, todos ellos fueron deportados a Auschwitz y Dachau. Reconocidos como obreros cualificados y miembros del “Grupo Philips”, 382 de los 496 judíos deportados que trabajaban en Philips se salvaron de las cámaras de gas y sobrevivieron a la guerra. Como si de un Schindler holandés se tratase, el hijo del fundador de la compañía fue reconocido por su labor y en 1996 recibió el premio Yad-Vashem de parte del gobierno israelí.

Los españoles de El Prado

La bonanza de los años cincuenta y sesenta junto a la aparición del televisor supuso el boom definitivo de la compañía. Sus maquinillas de afeitar se vendían en todo el mundo y la radio dio paso a un nuevo departamento de sonido donde se creó el reproductor de casete y el primer radiorecorder, que permitía grabar de radio a casete y que además era portátil. Philips instaló fábricas por todo el país, desde Den Bosch hasta Zwolle o Drachten, siempre en pequeñas ciudades. “La empresa buscaba zonas rurales porque allí había excedente de mano de obra poco cualificada; no tenían competencia; podían influir en la política local y los trabajadores eran más dóciles que en Róterdam, donde los sindicatos tenían más fuerza” escribe Mila Davids, de la Universidad Técnica de Eindhoven, en un artículo académico sobre la red industrial de Philips. Además de su propio servicio de Telex, su servicio de correos o su emisora de radio, en Eindhoven la empresa construyó hasta 400 viviendas para sus empleados y la zona industrial de De Strijp pasó a llamarse la Ciudad Philips.

A los miles de trabajadores holandeses procedentes de todo el país, se sumaron, a principios de los sesenta, los primeros extranjeros, en su mayoría españoles. “A Frits Philips le gustaban los españoles porque era gente muy beata y que estaba acostumbrada a recibir órdenes del patrón” cuenta Miguel Angel Luengo, español residente en Eindhoven y ex trabajador de Philips. Así fue cómo en 1963 llegaron los primeros extremeños a la región, muchos de ellos técnicos de aparatos eléctricos en busca de una vida mejor. Para ellos la compañía edificó la llamada Residencia El Prado, un complejo de bungalós de una planta junto a una cantina con un comedor colectivo. Durante casi dos décadas, hasta su cierre en 1980, El Prado era el lugar al que llegaban los empleados españoles de Philips, todos hombres, y para la gran mayoría este era su primer contacto con Holanda. “Debíamos de ser unos 200 españoles, repartidos en casas con dos habitaciones en las que dormían hasta ocho personas” recuerda Miguel Carvajal Moreno, que dejó Barcelona en 1965 para trabajar en Holanda y todavía hoy reside en Eindhoven. Ha trabajado cuarenta años en Philips, desde los veinte hasta que se prejubiló en 2005, tras el cierre de la unidad de fabricación de tubos para televisión. “Yo he sido mecánico y me vine a Holanda con un primo que me animó a probar suerte y a trabajar unos meses antes de empezar el servicio militar. Al final me quedé cincuenta años: aquí seguí trabajando en lo mío, me casé, tuve dos hijos y ahora tengo nietos, todos en Eindhoven” relata Miguel. Él fue uno de los primeros españoles que contrató la compañía y de los pocos a los que no despidieron en la llamada Operación Centurión, un ERE masivo y sin precedentes en Europa por el que Philips dejó en la calle a 45.000 de sus 250.000 empleados en 1990.

​La competencia feroz de empresas japonesas y la necesidad de readaptar su estructura global para ganar eficiencia fueron los motivos principales para este borrón y cuenta nueva que hizo la compañía poco después de vivir una de sus etapas de gloria con el lanzamiento del cd en 1983. “Yo seguí trabajando en la misma fábrica a la que había entrado en 1965, producíamos tubos para los televisores. Empecé haciendo las cajas donde se empaquetaban los tubos y antes de jubilarme era jefe de la estación de recibo y envío de mercancías” cuenta Miguel. De su estancia de cinco años en El Prado dice guardar buenos recuerdos aunque “todo era muy rígido. Las comidas no eran de nuestro agrado y estaba prohibida la entrada de familiares a los bungalós”, una experiencia que contrasta con la que vivió en la fábrica donde “teníamos jefes que nos apoyaban, incluso me ofrecieron estudiar y formarme: Philips me pagó los estudios de inglés y holandés y la escuela de formación profesional”. A cambio, argumenta que los españoles eran buenos empleados que quisieron integrarse en la cultura holandesa, aunque preservando las tradiciones españolas, como la misa de domingo o las reuniones sociales en el Centro Español de Eindhoven, del que Miguel es uno de los fundadores. Cuando dejó Philips en 2005, la empresa apenas contaba con un 20 por ciento de su personal fabril en Holanda, su sede se había trasladado a Ámsterdam y la llamada Ciudad Philips se había reconvertido en un barrio de viviendas, centros culturales y de ocio, y tiendas.

Arriba la residencia El Prado para trabajadores españoles de Philips. Abajo, empleados  españoles de Philips en la cantina de El Prado a finales de los setenta. A la derecha, vista aérea de la Ciudad Philips en De Strijp, en 1980. Fotos: Archivo Philips & Eindhoven in Beeld.

Philips hoy

Cuando un consumidor adquiere un monitor o unos altavoces de Philips, se lo está comprando a la multinacional china TPV, con sede en Taipei (Taiwan), el mayor fabricante de monitores de ordenador del mundo. Y si busca unas luces LED de marca Philips, a partir de ahora tendrá que pedir las que se llamen Signify. Por el contrario, si a nuestro bebé le encantan los chupetes de AVENT o somos unos incondicionales del café de cápsulas de Senseo, nuestro gasto mensual surtirá las arcas de la Philips de toda la vida, con sede en Holanda. Desde que en 2014 la compañía vendiera su negocio de productos de imagen y sonido a TPV y este año anunciara que se desvincula de la unidad de iluminación, que a partir de ahora pasa a denominarse Signify, la empresa centenaria holandesa se centra en tecnología avanzada para el sector de la salud mientras mantiene sus productos del hogar y el cuidado personal. En la actualidad cuenta con casi 74.000 empleados y sus ventas han crecido un seis por ciento respecto de 2016. Atrás quedan los productos que le definieron durante décadas, los que marcaron las distintas épocas del siglo XX: la segunda revolución industrial y la importancia de la luz eléctrica en la producción fabril; la radio y el auge de las telecomunicaciones durante el periodo entre guerras; el televisor en la sociedad del bienestar de los sesenta; el radiocasete y el cd en los rockeros setenta y ochenta. Tal y como se lee en su informe anual, “en esta época de envejecimiento de la población, de enfermedades crónicas y recursos naturales limitados, los sistemas de salud sufren una enorme presión”. Toca pensar en salud y en vivir muchos años, en soluciones que nos hagan más fuertes y longevos. Aunque para ello haya que dejar de escuchar música. Eso sí, la maquinilla de afeitar siempre seguirá reinventándose.

Más de 125 años en imágenes