En Holanda existen 2.430 residencias de mayores, incluidas las llamadas residencias asistidas, en las que las personas que ingresan requieren atención las 24 horas del día. Con la entrada en vigor de la nueva ley para la asistencia sanitaria a largo plazo (Langdurigezorgwet), el Gobierno pretende que cada vez sea mayor el número de personas que permanece en su casa y que los cuidados se realicen a domicilio. Mientras muchas residencias están echando el cierre otras siguen con una larga lista de espera. Es el caso de Hogeweyk, en Weesp, cerca de Ámsterdam, un barrio de 23 casas con peluquería, tienda de alimentación, restaurante y un teatro. Nada sorprendente salvo que todos sus habitantes padecen demencia.​

Estamos en un restaurante cualquiera de Holanda cuando el señor Jansen* se acerca a nuestra mesa y me pregunta si tengo dinero para prestarle. Debe tener en torno a ochenta años y tras saludar a mi entrevistado me enseña lo que él llama su medalla, que guarda con mimo en su bolsillo: “el abuelo es el mejor” se lee en el llavero que sus familiares le han regalado, supongo que en una de sus visitas a su nuevo hogar, una casa que comparte con otras seis personas y que no queda lejos del restaurante. “Antes de venir a vivir aquí, este señor llevaba tiempo encamado porque sus familiares temían que le pasara algo” me cuenta Eloy van Hal, co-fundador de Hogeweyk, comúnmente llamado “el pueblo demencia”. El señor Jansen es uno de los 150 habitantes de esta residencia geriátrica asistida y lleva una vida aparentemente normal a pesar de sufrir demencia en estado avanzado. Se trata de un experimento único en el mundo, un nuevo concepto que Van Hal y su equipo han madurado durante 25 años y que después de ocho en marcha, han demostrado que es posible: “Las personas con demencia tienen dificultad para entender el mundo que les rodea pero todavía tienen mucho que decir, pueden expresar sus opiniones y pueden moverse. Aquí intentamos que su vida sea lo más parecida posible a la que tenían antes de enfermar: con una estructura y una rutina como la que tenemos tú y yo, con su desayuno, su comida y su cena, las salidas a la calle y las actividades diarias. Y vemos que gracias a esta libertad padecen menos estrés, son menos agresivos y están menos irritables” relata Van Hal.

El placer de pelar patatas

En un país donde saltarse el protocolo suena a sacrilegio, los de Hogeweyk lo tienen complicado para defender su concepto frente a aseguradoras, inspectores del ministerio y familiares. Según la ley, los pacientes con demencia severa deben estar vigilados las 24 horas del día; contar con suficientes especialistas como fisioterapeutas o psicólogos y vivir en un entorno seguro. Además, el Estado cubre media hora de actividad lúdica a la semana, por paciente. En Hogeweyk lo hacen diferente: “Contamos con más trabajadores sociales o asistentes porque tenemos uno por vivienda, pero con menos psicólogos o fisioterapeutas porque no nos hacen falta tantos. La actividad lúdica la ofertamos a cualquier hora y nuestros residentes pueden hacer lo que les plazca, desde pasear hasta pelar patatas, si es algo que llevan haciendo toda su vida”. Utilizar un cuchillo, planchar, pelar patatas, todas ellas son actividades que entrañan riesgos difíciles de justificar. De Hal defiende que la clave está en conocer muy bien a cada residente, en saber de lo que es capaz según el estadio de su enfermedad. En este momento, de los 150 residentes, unos cuantos pueden manejar su propio dinero de bolsillo y otro par cuenta con una plancha en su vivienda. Pero todos tienen una cocina bien equipada con cuchillos que cortan y una lavadora en la que pueden hacer la colada con ayuda del trabajador social. La pregunta que a menudo surge es si permitir esto no es una irresponsabilidad. “La mayor parte de la gente que vive aquí ha manejado un cuchillo durante setenta años y sabe lo que es y cómo se usa. Estamos seguros de que no van a cogerlo para matar a alguien porque las personas con demencia no están locas” detalla Eloy, quien añade que “siempre puede ocurrir un accidente, pero de la misma manera que puede pasar fuera, en la sociedad”.

​Especialistas como él, con décadas de experiencia en la atención geriátrica, consideran que es el miedo a un accidente el que lleva a la sociedad a inmovilizar a una persona con demencia. “La familia, el Gobierno, todo el mundo espera que en una residencia como ésta se puedan minimizar todos los riesgos del mundo exterior, para que el anciano enfermo esté a salvo. Pero eso no se puede hacer, no lo podemos garantizar. Atarles a la silla, mantenerles tumbados en la cama, son métodos que se han utilizado para garantizar esta seguridad sin darnos cuenta de que con un buen calzado, una persona con demencia puede seguir caminando fuera por su cuenta y hacer muchas más cosas de las que creemos” relata. Aunque resulta lógico, la práctica es bien distinta, porque la demencia provoca situaciones de agresividad que hay que controlar y los habitantes a menudo vagan por las calles y pueden perderse. “El que tenga una conducta agresiva no va a cambiar porque venga aquí pero estamos convencidos de que este es un lugar seguro y, con la atención necesaria, una persona así tendrá una mejor condición física y mental y será más feliz. Los accidentes ocurren, es normal, pero lo hacemos lo mejor que podemos aunque a los familiares y a los inspectores del ministerio les cueste entenderlo” sentencia Eloy.

La K que marca la diferencia

Cuando en 2009 los fundadores de esta residencia llamaron al arquitecto Frank van Dillen, éste entendió que se trataba de un imposible que merecía la pena. “Cuando se nos planteó esta idea nos pareció todo un reto lograr un espacio en el que personas con demencia pudieran ser libres, y después entendimos que, hasta en estos casos en los que la enfermedad está muy avanzada, la gente sabe diferenciar cuando está fuera o dentro de casa” cuenta a Gaceta Holandesa. Años después este estudio holandés asesora a otras residencias en países como Alemania, Italia, Estados Unidos y España que buscan implementar el concepto. “La idea de que se puede romper la barrera de la atención tradicional y ofrecer algo nuevo es posible en todas partes, pero la manera en la que esto se estructura en el espacio difiere según cada cultura. Porque los hábitos y el estilo de vida que tienen las personas que viven en Ámsterdam no son los mismos que los de los españoles en España” explica, mientras añade que el sistema neerlandés permite algo así ya que financia estas residencias casi en su totalidad, algo difícil de imaginar en otros países como Italia donde una fundación particular debe correr con todos los gastos.

​El presupuesto estatal con el que cuenta Hogeweyk es el mismo que tiene cualquier otra institución tradicional, y los residentes reciben un subsidio del Gobierno que incluye la manutención y un determinado número de servicios, pero no todos los que ofrecen en Hogeweyk. Es por esto que el restaurante o la peluquería funcionan como concesiones externas y cobran sus servicios del gasto extra que cada familia está dispuesto a asumir. Aunque disponen de tienda de alimentación y pueden tomarse un café en el bar, los que lo visitan no sacan el monedero. “Funcionamos con un sistema de prepago: a cada familia se le pide que abone una cantidad mensual, 50 euros por ejemplo, de la que vamos deduciendo estos gastos adicionales” detalla Eloy van Hal. Se trata de la única fórmula que han encontrado para poner en marcha este concepto de barrio, más compleja que la tradicional pero que les ha permitido añadir, con orgullo, la K al final de su nombre. Y es que esta residencia se llama en realidad Hogewey, un término que con K hace referencia a la palabra “barrio” en neerlandés, wijk. “Espero que la sociedad vaya aceptando que, con el envejecimiento de la población, será necesario implementar fuera un concepto parecido al que tenemos aquí, donde las personas mayores sean valoradas y se les atienda como necesitan sin que pierdan su autonomía” recalca Eloy. En este sentido, desde la ONG Ouderen Fonds trabajan para ofrecer contacto social y actividades a las personas mayores que viven en su casa, un papel esencial para combatir la soledad, uno de los principales problemas a los que se enfrentan: “Definimos soledad como el deseo de alguien de tener más contacto social del que tiene” explica su portavoz Jytte Reichert. En Hogeweyk basta con abrir la puerta y salir a la calle.​

* nombre ficticio.

Holanda envejece, en cifras

  • La esperanza de vida en Holanda ha aumentado de 79,9 años a 83,3
  • Mientras en 2017 viven 3,1 millones mayores de 65 años, para 2040 se estima que sean 4,7 millones, un cuarto de origen extranjero.
  • Un millón de personas mayores de 55 años se sienten solas, un sentimiento que se agudiza con la edad.
  • En 2015 el número de personas mayores que residían en centros geriátricos, tanto asistidos como no asistidos, era de 117.000, un 60 por ciento mujeres.
  • Dos tercios de los residentes recibe visitas de su pareja e hijos cada semana.
  • Un cuarto de los residentes salen muy poco o nunca fuera.Más información acerca de la población holandesa que vive en residencias geriátricas puede consultarse en el último informe del Centro de monitorización estatal Sociaal en Cultureel Planbureau.