Hace ocho siglos gran parte del territorio de los Países Bajos se encontraba por encima del nivel del mar. Hoy es menos de la mitad del país y en las zonas más pobladas como la región del Randstad, el 90% del territorio se sitúa entre cuatro y siete metros por debajo. Tradicionalmente un país de marineros y agricultores, el agua ha sido su principal fuente de riqueza pero también su mayor amenaza. El gobierno aprobó el año pasado un nuevo plan de gestión del agua con el que pretende controlar el riesgo de inundaciones hasta 2050. Pero, ¿hasta qué punto es posible?

Mientras el nivel del mar aumenta una media de tres milímetros al año, casi el doble que durante la primera mitad del siglo veinte, en el interior de Holanda, el suelo se hunde un centímetro anual a causa del drenaje de los pólderes y de la intensa actividad industrial, entre otros motivos. El gobierno holandés tiene la tarea ingente de controlar las crecidas del agua, no sólo en la costa sino también a lo largo de los ríos, principalmente del Rin y el Mosa. Lo hace a través de varios proyectos nacionales como el Programa Delta y el llamado Espacio para el Río que suponen casi 1.500 millones de euros del presupuesto anual, unas medidas a gran escala con las que pretenden asegurar al país frente a inundaciones. Pero tal y como afirma el responsable de tecnología de diques del instituto Deltares, Meindert Van, “las medidas de seguridad que tenemos son muy altas porque el riesgo de un gran impacto también es muy alto. Mientras en gran parte del mundo una fuerte tormenta o el desbordamiento de un río anegaría sólo parte de una gran ciudad, aquí sería bien distinto, lo inundaría todo”. Ante la alta probabilidad, la única solución reside en la prevención. Es por esto que los miles de kilómetros de diques que existen a lo largo del país presentan un riesgo de rotura de uno por cada 10.000, una probabilidad bastante baja si se compara, por ejemplo, con la de los diques de Nueva Orleans, en Estados Unidos, donde es de uno por cada 300. Hace diez años, cuando colapsaron tras el huracán Katrina, estaban en tan mal estado que el riesgo de un desastre de gran magnitud era del uno por ciento. En este sentido Holanda presume de tener el sistema de prevención más seguro del mundo, eso sí, siempre que las previsiones se cumplan.

Echarle un pulso al mar

En 1953, la región de Zelandia al sur de Holanda sufrió una de las mayores inundaciones de la historia del país al adentrarse el mar a causa de una fuerte tormenta, causando más de 1.800 muertos. Desde entonces y durante treinta años, a través del Programa Delta se construyeron más de tres mil kilómetros de diques en la costa y cerca de 10.000 kilómetros en el interior, alrededor de los pólderes y a lo largo de los ríos. Aunque todavía es necesario reforzarlos periódicamente, esta obra de enorme envergadura ha logrado acallar al mar haciendo que la costa sea un lugar más seguro que las cuencas de los ríos, según publicó el año pasado la autoridad estatal encargada de la gestión del agua. En su informe Nederland in Kaart explicaba que uno de los puntos negros de la costa holandesa era la localidad de Katwijk, un riesgo que ya se ha minimizado construyendo unas dunas artificiales más altas que además albergan un parking público debajo. Tal y como explica Gerard Doornbos, dijkgraaf o responsable del comité del agua de la región de Rijnland: “Hemos reforzado la costa teniendo en cuenta los efectos del cambio climático y el peor escenario posible y puedo decir que hemos asegurado esta zona de la costa al menos para los próximos cincuenta años”. Por ejemplo, se ha considerado un aumento del nivel del mar de entre ochenta centímetros y un metro en los próximos cien años, el triple del pronóstico actual teniendo en cuenta un crecimiento anual constante de tres milímetros. Además, el dique tiene una altura de al menos seis metros respecto del mar, contando así con la probabilidad de que olas tan altas no le sobrepasen. Como el impacto provocado por una tormenta es casi imposible de predecir, estos diques de la costa están reforzados con capas gruesas de materiales resistentes como piedras, asfalto o incluso muros internos de hormigón para protegerlos de las grandes olas.

Además, las dunas se abastecen periódicamente de arena, una medida de prevención muy efectiva pero poco duradera ya que la arena se desplaza continuamente. Para atajar este problema, el gobierno puso en marcha en 2011 uno de los proyectos más innovadores: el Zandmotor. En unos meses se construyó una península de arena con forma de garfio en la playa de Ter Heijde (Zuid-Holland) de dos kilómetros de ancho y un kilómetro de profundidad, ganándole este terreno al mar. El objetivo es que sean la propia acción del mar y del viento las que vayan desplazando estos kilos de arena a lo largo de la costa holandesa, nutriéndola de norte a sur sin necesidad de hacerlo de forma artificial. Han pasado cuatro años y la península, antes de desaparecer por completo, se ha convertido en el paraíso de los kitesurferos por su extensión abierta y de las familias por su laguna de agua templada.

Estos ríos sí que suenan

“Podemos pasarnos la vida haciendo los diques más y más altos pero al final lo que nos protege del desbordamiento de un río es darle más espacio al agua”, así explica Gerard Doornbos la idea detrás del proyecto Espacio para el Río, implementado a nivel nacional y que se estará listo este año. Además de otorgar más espacio entre los ríos y las zonas habitadas para que el agua pueda extenderse en caso de desbordamiento, institutos como Deltares desarrollan nuevas tecnologías para inspeccionar la altura y la resistencia de estos diques. Se trata de reforzarlos a través de muros de acero o de cemento; geotextiles colocados en el subsuelo del dique para evitar que el agua penetre y lo erosione o terraplenes entre el pólder y el río. “Cuando el agua de un río se desborda, lo hace lentamente, en unas dos semanas, y además podemos preverlo. Aun así,  el riesgo de inundaciones en estas regiones es mayor que en la costa porque muchos están dañados como efecto del crecimiento económico tan rápido que hemos tenido” detalla Meindert Van alertando de que “el valor de este terreno es tan alto que una crecida incontrolada tendría unas consecuencias muy graves para la economía del país”.

Los proyectos e iniciativas que implementa Holanda para evitar inundarse atraen la atención internacional y en muchas ocasiones, expertos holandeses asisten a otros países en la prevención de desastres relacionados con el agua, como ocurrió con el Katrina en Estados Unidos. Para Doornbos, la diferencia esencial radica en que los holandeses no esperan a que el desastre ocurra para implementar estas medidas. Hace más de cincuenta años que Holanda no sufre una tragedia por culpa del agua y en parte es gracias a la voluntad política. Por ejemplo, se acaba de aprobar un presupuesto de 20.000 millones de euros para el nuevo programa Delta que arranca este año y culmina en 2050. Por su parte, Meindert Van opina que “no es que en Holanda lo estemos haciendo mucho mejor que en otros lugares del mundo, es que el impacto sería tan desastroso que no nos queda otra opción si queremos seguir viviendo aquí”.


Gerard Doornbos: “En nuestra región, la probabilidad de una catástrofe dramática es muy baja, pero las consecuencias serían desastrosas para la economía del país”

Gerard Doornbos es vicepresidente de la Unión de Autoridades del Agua o Waterschappen y responsable de la de la región de Rijnland, que abarca desde el norte de La Haya hasta el sur de Ámsterdam y por el este hasta Gouda. Nombrados por el rey, estos “alcaldes” lideran una de las instituciones más centenarias de Holanda, creada en el siglo XIII y todavía hoy esenciales para la gestión de la cantidad, calidad y seguridad del agua en cada región. Las elecciones de estos comités del agua son las únicas, junto con las municipales, en las que los residentes extranjeros tienen derecho a voto.

Usted es responsable de controlar el nivel del agua en una región con el 90% de la superficie bajo el nivel del mar y donde se genera más de la mitad del PIB del país. ¿Cómo logra estar tranquilo?
El equilibrio entre el riesgo y las consecuencias es precisamente la clave con la que tenemos que trabajar. En nuestra región, donde también se encuentra el aeropuerto, la probabilidad de una catástrofe dramática es de 1 sobre 10.000, muy baja, pero las consecuencias serían desastrosas para la economía del país. Pero yo estoy tranquilo porque trabajamos constantemente en la prevención a largo plazo: reforzar los diques de cara a 2050 ya se ha pensado y ya lo hemos hecho teniendo en cuenta el peor escenario posible en un futuro.

Para todo esto hace falta mucha financiación…
Sí, y nosotros la obtenemos directamente del impuesto sobre la gestión del agua. Somos los que lo recaudamos y los que decidimos qué hacer con ese dinero de forma casi independiente respecto del gobierno. En 2015 hemos contado con 180 millones de euros de presupuesto y debo decir que apenas recibimos quejas de los contribuyentes. A nadie le gusta pagar impuestos pero en este caso, todos lo consideran necesario. Nuestro trabajo es asegurarnos de que el nivel del agua se mantiene estable en cientos de puntos de la región, en ríos, en pólderes, teniendo en cuenta la distinta actividad económica. Es mucho trabajo.

Y a pesar de todo, las últimas elecciones celebradas el año pasado estuvieron rodeadas de polémica sobre la utilidad de las autoridades del agua, ¿por qué?
Lo sorprendente es que a pesar de que vivimos en un país donde la mitad del territorio corre riesgo de inundarse la gente parece que da por sentado que el trabajo para prevenir esto tiene que hacerse y además muy bien. Yo a veces digo, de forma algo cínica, que nuestro problema es entonces que hacemos nuestro trabajo demasiado bien, que a la gente no le preocupa lo que hacemos porque no les damos motivos: ven que los impuestos que pagan para la gestión del agua son relativamente estables y que en general nuestro trabajo sale adelante. Si hubiésemos protagonizado un escándalo, más gente habría ido a votar en nuestras elecciones. Además, desde hace años se está haciendo un esfuerzo por reducir costes manteniendo la eficiencia. La prueba está que en los años cincuenta había 2.500 waterschappen y hoy en día sólo 23.

Volviendo a la prevención de inundaciones, se puede intentar reducir la probabilidad al máximo pero no se puede negar que Holanda es vulnerable y más su región…
Cuando uno llega a Schiphol, en la pantalla del avión se puede leer que se está aterrizando a -5 metros, cuando lo esperable sería que fuera como máximo cero, y eso es un logro que ya no sorprende a nadie. El aeropuerto se construyó donde antes había un lago, el Harlemmermeer. Este es uno de tantos ejemplos que me llevan a asegurar que Holanda está protegida contra el aumento del nivel del mar. Ahora bien, pensando en cientos de años tengo mis dudas de que éste siga siendo un lugar seguro del planeta para vivir. ¿En 2.500 años? Ni idea. ¿En un siglo? Asumo mi responsabilidad de que para mis hijos y nietos éste es un lugar en el podrán vivir felices, sí.