Al contrario de lo que parece, los Países Bajos tienen más de improbable que de verosímil, de predecible. Su mismo origen se sustenta en la cabezonería de unos habitantes que hace siglos se empeñaron en levantar un país sobre un terreno inestable, fangoso y por debajo del nivel del mar. Quizás por esta improbabilidad de base, hoy vivimos en un lugar donde casi todo está organizado y queda poco hueco para el azar en la rutina diaria. Lo mismo ocurre con sus espacios naturales y sus parques urbanos: están enclavados en un ordenamiento territorial donde todo, verde, vivienda e infraestructuras, debe encajar como un puzle al que no le puede faltar una sola ficha. Es este rompecabezas el que da lugar a espacios de recreo tan improbables como un gran parque a nueve metros del suelo; un laberinto de colinas cónicas en una isla artificial o un jardín en un puente sobre unas vías de tren. Recorremos siete puntos del mapa de Holanda donde la naturaleza es todo menos salvaje y donde el diseño se funde con la funcionalidad para ofrecer al paseante una experiencia única y diferente. Porque son estos rincones de paisaje geométrico y rectilíneo, de flora en apariencia salvaje, los que nos muestran la Holanda más auténtica: la intervenida, la densamente poblada, la más extraña, la del horizonte imperturbable.
Un parque en los fuertes cententarios de Utrecht
Al norte de Utrecht se encuentra el fuerte Werk aan ‘t Spoel, construido como una esclusa en 1794 y que después formó parte de la llamada Nederlandse Waterlinie, o línea defensiva de flotación compuesta por más de cuarenta fuertes tras los cuales, durante siglos, los holandeses inundaban de agua determinadas zonas para impedir el paso de tropas de infantería enemigas. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, esta espina dorsal que recorre el país de norte a sur contiene numerosos fuertes reconvertidos en originales espacios. Entre los indispensables se encuentra Werk aan ‘t Spoel, por su oferta cultural y su original arquitectura, en un amplio complejo donde conviven restos de muralla y búnkeres con un anfiteatro al aire libre y una casa para un artista en residencia. Si bien cuentan con más actividades en verano, otoño es una época más tranquila en la que poder pasear por el bosque y los búnkeres, y reservar una visita guiada para conocer la historia del lugar. El restaurante permanece abierto todo el año.
- Fort aan ‘t Spoel. © Rob ‘t Hart
- Het werk aan de Groeneweg, desde el aire. © Philip van Roosmalen
Y si el día da de sí, nada mejor que completar esta visita con un recorrido por el parque Het Werk aan de Groeneweg, al otro lado del río Lek, muy cerca del fuerte Honswijk. Se trata de una trinchera doble con muros de tierra y 55 refugios colectivos que data de 1918. En 2015 el estudio de paisajismo REDscape fue el encargado de restaurar esta zona y convertirla en un pequeño parque – apenas diez hectáreas – de acceso libre. Caminar por las trincheras rehabilitadas es como viajar en el tiempo, mientras las pequeñas pirámides de hierba donde se esconden los refugios colectivos aportan al lugar un aspecto de ficción, extraño y solitario. Algunos de estos refugios pueden visitarse por dentro.
Un parque sobre un tejado en Róterdam
Si bien ya son muchas las iniciativas de este tipo, de azoteas, áticos y tejados que se convierten en zonas verdes para los vecinos de las grandes ciudades, pocas pueden competir con este parque a nueve metros del suelo, uno de los mayores de Europa de esta índole. El Dakpark de Róterdam se extiende a lo largo de 1.200 metros de tejado, sobre el cual se asientan un parque infantil, un huerto vecinal, metros de verde para pasear e incluso una granja de gallinas y ovejas. Todo ello sobre los escaparates de una decena de tiendas y oficinas, a la altura de la calle. Esta insólita solución fue el resultado de más de quince años de planificación urbana para darle a cada colectivo lo que exigía: mientras los vecinos del barrio demandaban un parque, la autoridad portuaria, dueña del terreno, quería construir oficinas. Al ayuntamiento, por su parte, le venía bien un dique para proteger esta lengua del puerto. Antes de convertirse en zona verde, en este lugar se encontraba la línea de ferrocarril que transportaba la fruta previamente descargada en el puerto. La criminalidad y la contaminación marginalizaron el barrio durante décadas. El Dakpark ha llevado a esta esquina de la ciudad la innovación que caracteriza a Róterdam y con ella un nuevo atractivo turístico y de recreo para miles de personas, revalorizando una zona deprimida y conectando a sus vecinos entre sí.
Un parque en una isla artificial
«La inundación se desarrolla según lo previsto» anunciaban las autoridades locales a la población de Werkendam cuando el 10 de febrero de 2020, el río Nieuwe Merwede se desbordaba de su cauce y anegaba hectáreas de terreno entre las provincias de Zuid Holland y Noord Brabant. Fue la primera vez que el nuevo pólder de Noordwaard, construido cinco años antes, se inundaba, manteniendo las carreteras y viviendas a salvo gracias a canalizar el agua y a darle así espacio al río. Para construir este pólder, una de las medidas estrella de este programa gubernamental para hacer frente a las crecidas, fue necesario arrastrar y extraer toneladas de tierra con las que se levantaron nuevos diques y se crearon nuevas islas. En una de ellas se encuentra el nuevo museo del parque nacional Biesbosch, el mayor delta de agua dulce de Europa y uno de los espacios naturales más visitados del país. Además de la exposición permanente, el complejo cuenta con otra temporal de arte contemporáneo y un restaurante, todo ello bajo un tejado de hierba natural por la que asoman fachadas de cristal en triángulo. Alrededor, un parque de colinas artificiales por las que serpentea un sendero que desemboca en un mirador remata el paisaje inusual y sorprendente de esta isla salida de la nada. Pero estos pabellones hexagonales no solo son originales por su arquitectura sino también por su carácter sostenible: mientras el tejado natural proporciona un aislamiento adicional, la temperatura interior se regula gracias a un suelo radiante cuyas tuberías se calientan con la energía de una caldera de biomasa. En verano, el agua del río pasa por este mismo sistema enfriando el edificio.
- Exterior del museo del parque Biesbosch. © Ronald Tilleman
- Interior del museo. © Ronald Tilleman
Un parque en un puente
Al nuevo barrio universitario de Den Bosch, el Paleiskwartier, las vías del tren le separaban del centro histórico. Como ocurre en muchos lugares de Holanda, el desarrollo urbano traspasa la línea de ferrocarril, antigua frontera de la ciudad, dando lugar a pasos de nivel muy peligrosos que los ciclistas se aventuran a cruzar a diario. En este caso la proximidad de la estación hace que sean tres las vías que separan este barrio del resto de Den Bosch, por lo que la idea de crear una estructura elevada para los viandantes que cruzaban con o sin bici era casi una obligación. La ciudad ideó así un puente de 250 metros lo suficientemente ancho como para albergar un parque de 2.500 hectáreas. El acero autopatinable, o corten, de la estructura, contrasta con el verde de las jardineras, cuya composición floral ha sido diseñada en colaboración con el renombrado Piet Oudolf. Al caer la tarde, luces LED entre las plantas y los bancos iluminan el camino, gracias a la energía solar que el puente recoge durante el verano y que también sirve para calentar el suelo cultivado durante el invierno así como para abastecer de energía al nuevo barrio.

El Paleisbrug en Den Bosch, puente y parque a la vez.
Dignos herederos
Hubo un tiempo en el que los holandeses creaban parques y jardines sin atender a las necesidades funcionales de un ordenamiento urbano condicionado por la falta de espacio. La amenaza del agua se paliaba con diques construidos más allá de las ciudades, entre pólderes y praderas, y la densidad de población todavía no planteaba un problema. Desde el siglo XVIII hasta principios del siglo XX, la mayor parte de los parques urbanos llevaban el mismo sello: el de la familia Socher. A sus tres generaciones de jardineros y paisajistas, de origen alemán, se les deben parques como Vondelpark en Ámsterdam, Keukenhof en Lisse, Haagse Bos en La Haya, Voorlinden en Wassenaar y la residencia de la familia real Huis ten Bosch. Estanques serpenteantes, islas artificiales y caminos sinuosos siguen siendo señas de identidad de indudable belleza, y sus diseños han servido de inspiración para los paisajistas que les sucedieron. Entre ellos se encontraba Antoni Leonard Springer, hijo de un pintor reconocido de finales del siglo XVIII, Cornelis Springer. Este profesor de botánica, investigador y científico, fue además el artífice del heemtuin o parque botánico de fauna silvestre más antiguo de Holanda, Thijsse’s Hof, en Bloemendaal. Nombrado a partir del naturalista que ideó esta forma de jardín poco intervenido, este heemtuin es un ejemplo excepcional de jardinería típicamente holandesa, con plantas autóctonas y muy rico en fauna, donde el agua y el prado conviven en un espacio casi salvaje que huye del encorsetamiento anterior de los jardines románticos de Inglaterra e Italia.
- Arriba, el heemtuin más antiguo de Holanda. Thijsse’s Hof.
- El Oosterpark de Ámsterdam, con la arquitectura original al fondo y la nueva fuente. © Buro Sant en Co
A finales del siglo XIX, Springer también diseñó el Oosterpark de Ámsterdam, pero su ejecución no llegó a finalizarse. De espaldas a edificios monumentales de la ciudad como el Hotel Arena y el museo etnográfico Tropen – ambos de la misma época que el parque original – el parque entró en decadencia, a pesar de estar en uno de los barrios más codiciados de la ciudad, muy cerca del zoo. Buro Sant en Co, el mismo estudio de paisajismo del Dakpark de Róterdam, ha sido el encargado de revitalizar el parque y de dotarle de un aire nuevo, gracias al cual el pasado histórico cobra brillo junto a innovadoras propuestas como una fuente de aspecto orgánico sobre la que los niños pueden trepar y que se encuentra frente al museo, haciendo que la fachada trasera sea hoy la protagonista. El parque cuenta con varias áreas infantiles muy originales, dispuestas a ser exploradas después de una divertida jornada en el museo para niños del Tropen. Así, el Oosterpark de Ámsterdam se muestra como un buen ejemplo de fusión de varias épocas y estilos, donde se hace patente el interés centenario de Holanda por proporcionar espacios de recreo con un aspecto diferenciador, diseñando y rediseñando cada metro cuadrado de este rompecabezas improbable.
Excelente artículo, como todos los de GH: por la cantidad de pistas originales y atractivas que nos ofrece y por la brillantez con la que está escrito. ¡Un placer leeros!