En un país dominado por el agua, los puentes forman parte indiscutible del paisaje holandés. Uno puede imaginar, sin temor a equivocarse, que no hay pueblo sin un puente que cruce un canal, ni espacio verde sin una pequeña plataforma para salvar una de las zanjas que delinean el campo y desembocan en los pólderes. Y aquí no se queda la cosa, porque en el país más densamente poblado de la UE, los puentes son esenciales para regular el tráfico, para separar a los que van en bici de los que circulan en coche o incluso dentro de un avión. Porque, quién no se ha quedado con la boca abierta al ver cruzar un Boeing 747 por el puente de la autopista A4 a su paso por el aeropuerto de Schiphol. En un país sin montañas y con un terreno húmedo y poco profundo, los puentes sustituyen a los túneles, y en las ciudades, conectan barrios antiguos con otros nuevos donde antes el agua era la frontera. En Gaceta Holandesa hemos localizado cinco puentes que cuentan mucho del país y en los que merece la pena pararse, porque no se trata sólo de pasar al otro lado: esto son puentes para peatones o ciclistas que se encuentran, además, en lugares únicos que pueden hacer de la excursión, una escapada diferente y reveladora.
El puente de Moisés (Mozesbrug)
No puede haber mejor nombre para este puente que ofrece la experiencia de cruzar, verdaderamente, por entre las aguas. Construido en Fort de Roovere, uno de los fuertes centenarios de la antigua línea defensiva o “waterlinie”, el Mozesbrug atraviesa el canal más próximo, desde la parte alta de un lado, bajando hasta el agua y volviendo a elevarse otra vez en el otro extremo. Sólo para peatones, su sencilla estructura de madera y sus estrechas dimensiones favorecen la experiencia única de sentirse cuál Moisés o, por qué no, en medio de una trinchera imaginada. Los arquitectos responsables RO&AD realizaron el proyecto en 2010 con una función recreativa, para permitir que ciclistas y caminantes puedan cruzar el foso del fuerte fácilmente. Desde entonces, el puente ha cosechado más premios de los esperados, como el de “Construcción del Año” por la revista americana ArchDaily y se ha convertido en una atracción turística en sí misma, algo que sus creadores nunca imaginaron. La visita al puente y al Fuerte de Roovere se puede completar con una subida a la torre contemporánea edificada al lado, que ofrece una magníficas vistas de la región.
Muy cerca se encuentra la localidad de Bergen op Zoom, conocida por su casco histórico, pintoresco y coqueto, y por contar con el palacio más antiguo del país, Markiezenhof, del siglo XV, hoy convertido en museo de la ciudad y cuyo interior merece una visita. A las afueras de la ciudad se puede disfrutar de un agradable paseo por el área protegida de Brabantse Wal, una zona natural de marismas, dunas y bosque apreciada por contar con suaves colinas que trastocan la planicie habitual del paisaje holandés. Para los que busquen una escapada de fin de semana, el hostal Stayokay está situado en medio del bosque y ofrece un ambiente moderno y acogedor a buen precio.

El castillo Markiezenhof, el más antiguo de Holanda y uno de los atractivos de Bergen op Zoom. Foto: VVV Bergen op Zoom
La Pitón (Pythonbrug)
Al noreste de Ámsterdam se esconde una pitón de acero rojo que se ha convertido en el icono de un barrio con mucha personalidad, el Oostelijk Havengebied, con su islas Borneo y Java a la holandesa. Este puente que sólo se puede cruzar a pie, simboliza la reconversión de una zona portuaria que ha tenido varias vidas. Tras caer en el abandono en los años sesenta, el área formó parte del movimiento de los vrijplaatsen de los setenta y en sus naves industriales se instalaron comunidades de artistas okupas que imprimieron un nuevo carácter al lugar. Unas décadas después el ayuntamiento decidió edificar viviendas y aparecieron nuevos barrios residenciales de casas poco comunes, con la huella de arquitectos tan conocidos como MVRDV o Herman Hertzberger. Pasear por sus calles y admirar la originalidad de cada una de ellas, con sus fachadas imposibles pero adosadas unas a otras, es una experiencia que muestra muy bien por qué la arquitectura holandesa ha logrado tanto reconocimiento internacional. El puente de la pitón es el más conocido, pero el barrio cuenta con muchos otros en sus canales más angostos que harán caer a más de uno en la tentación de desenfundar su móvil para sacar la foto. Entre tanta modernidad, el Lloyd Hotel nos transporta al pasado, cuando, en los años veinte, emigrantes del este de Europa eran alojados aquí antes de partir en barco para Latinoamérica. Y si entre tanta visita aprieta el hambre, recomendamos una parada en Oceaan Deli para cargar las pilas con un suculento bocadillo o una ración de tapas de mediterráneas.

El puente Pitón, en el barrio del noreste de Ámsterdam. Foto: Pinterest.
El puente amarillo (Luchtsingel)
En el norte de Róterdam ocurrió un milagro. En 2011 un grupo de ciudadanos se unieron para proponer un proyecto al ayuntamiento que devolviera la vida a un área al norte de la ciudad marginal y en decadencia, entonces desconectada del centro. La espina dorsal de la iniciativa era un puente de 380 metros de largo, y su financiación se haría, en parte, a través del crowdfunding: cada donante vería estampado su nombre o mensaje en una de las lamas de madera que lo componen. Y así se hizo. Varios estudios de arquitectura se pusieron manos a la obra y años después vio la luz el Luchtsingel, un espacio recuperado en los metros cuadrados próximos a la Hofstation, una estación de tren que cerró sus puertas en 2010 tras años en desuso. Hoy en día, en su tejado se encuentra un gran huerto comunitario, el más grande de este tipo en Holanda, donde además se puede disfrutar de un agradable almuerzo o tomar un café en su bar. Bajo el puente se ha creado un parque y una esplanada en la que se organizan todo tipo de eventos sociales y culturales. Se puede decir que gracias al puente amarillo esta zona de la capital del Mosa ha renacido, y recorrerlo merece la pena sólo por curiosear las firmas y nombres que se pueden leer en él. Si a alguno le entran las ganas de aportar su grano de arena a esta iniciativa ciudadana, todavía se puede “comprar” una de las lamas de madera y, por 25 euros, dejar un mensaje para la posteridad.

El puente amarillo al norte de Róterdam, en el área que hoy se llama Luchtsingel. Foto: Pinterest
La anguila (Nesciobrug)
Aunque fue bautizado con nombre de escritor, el Nesciobrug es conocido también como “la anguila” por su larga forma delgada. Se trata del puente para peatones y ciclistas más largo de Europa y sus 780 metros apenas se perciben, gracias a su estructura ligera y elegante que promete un pedaleo fácil y no dejará sin aliento al que lo traspase. Tras cruzarlo, se puede aprovechar el día para visitar la isla artificial de Pampus, un fuerte sobre el agua, con más de un siglo de historia y que forma parte de la línea defensiva de Ámsterdam, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. A él se llega con un ferry que puede cogerse poco después de cruzar el puente. Algo más lejos pero accesible en barco desde Pampus, se encuentra el castillo medieval de Muider (Muiderslot), conservado en perfecto estado y que hará las delicias de los más pequeños.
- Arriba, la isla artificial Pampus, una fortaleza militar hoy convertida en museo. Foto: Pampus. A la izquierda, el puente Nescio que comunica Diemen con Ámterdam. Foto: The Botster
El puente de San Gervasio
Si bien es cierto que los cascos antiguos de las ciudades holandesas cuentan con cientos de puentes de gran belleza y característicos del país, el puente de San Gervasio es sin duda el más conocido, columna vertebral de una de las urbes más vibrantes de Holanda, Maastricht. Construido a finales del siglo XIII, este puente medieval de arcos de piedra sobre el río Mosa es el más antiguo del país, y conecta el centro más tradicional y comercial de la ciudad con el más vanguardista. Durante siglos, el puente se ha mantenido con los ingresos de los impuestos cobrados por cruzarlo, algo que, afortunadamente, hoy ya no pasa. Cruzarlo es visita obligada para conocer mejor la historia de Maastricht, la cual se edificó y prosperó en torno a él.

Puente de San Gervasio en Maastricht. Foto: Arseniy Rogov
[…] En un país dominado por el agua, los puentes forman parte indiscutible del paisaje holandés. Uno puede imaginar, sin temor a equivocarse, que no hay pueblo sin un puente que cruce un canal, ni espacio verde sin una pequeña plataforma para salvar una de las zanjas que delinean el campo y desembocan en los pólderes. Y aquí no se queda la cosa, porque en el país más densamente poblado de la UE, los puentes son esenciales para regular el tráfico, para separar a los que van en bici de los que circulan en coche o incluso dentro de un avión. Porque, quién no se ha quedado con la boca abierta al ver cruzar un Boeing 747 por el puente de la autopista A4 a su paso por el aeropuerto de Schiphol. En un país sin montañas y con un terreno húmedo y poco profundo, los puentes sustituyen a los túneles, y en las ciudades, conectan barrios antiguos con otros nuevos donde antes el agua era la frontera. En Gaceta Holandesa hemos localizado cinco puentes que cuentan mucho del país y en los que merece la pena pararse, porque no se trata sólo de pasar al otro lado: esto son puentes para peatones o ciclistas que se encuentran, además, en lugares únicos que pueden hacer de la excursión, una escapada diferente y reveladora. Leer más […]