Desde que Holanda es Holanda, su suelo se hunde. Lo hace a un ritmo imperceptible, de apenas un centímetro al año. Pero en algunas ciudades históricas como Gouda, este lento pero constante descenso ha provocado que la ciudad se haya hundido entre cuatro y seis metros desde su fundación hace cuatro siglos. Porque al ritmo paulatino que no cesa, vinculado a la naturaleza del suelo pantanoso y arcilloso sobre el que se asienta gran parte de los Países Bajos, se suma la acción humana: siglos y siglos echando arena sobre el terreno para mantener el nivel del suelo en las ciudades, y siglos y siglos bombeando agua del subsuelo para que el pasto y los cultivos no se embarren. Para luchar contra las crecidas de los ríos y el aumento del nivel del mar, para mantener sus “pies secos” como bien define la expresión típica neerlandesa, los holandeses han provocado otro problema, el del hundimiento del suelo, que hoy se acelera por la intensa actividad agrícola e industrial y por los efectos del cambio climático. En consecuencia, Holanda se hunde más rápidamente que el ritmo al que el nivel del mar sube.
En los veranos de la infancia en los que el calor azotaba cada esquina, queda para muchos el recuerdo de ir a la playa a hacer castillos en la arena. Había que calcular bien el lugar idóneo para entrar en faena: ni demasiado cerca del mar, porque una ola podía llevárselos por delante, ni demasiado lejos, porque la arena estaría muy seca y poco compacta. Desde hace mil años, Holanda vive mirando al mar, preocupada por la ola gigante, y sin percatarse de que el terreno elegido es en gran parte pantanoso, lo que advierte de otra amenaza en forma de H2O que subyace a un par de metros bajo tierra: sus aguas subterráneas. La estampa típica de las vacas pastando sobre extensos prados verdes y los molinos centenarios girando sus aspas relata una historia bien diferente cuando el que la cuenta es un experto en geodesia, la ciencia que estudia la forma y superficie de la Tierra: “Durante cuatro siglos los agricultores han bombeado agua del subsuelo para mantener seco el terreno mientras los molinos drenan el agua de la superficie para evitar inundaciones, y ambas acciones han contribuido a que el suelo se vaya hundiendo” resume a Gaceta Holandesa Ramon Hanssen, catedrático de Geodesia de la Universidad Técinca de Delft. “Si no hacemos nada y dejamos que el suelo siga hundiéndose, puede significar, quizás, o el fin del paisaje típico holandés de pasto, vacas y molinos o enormes daños estructurales en los cascos históricos de las ciudades” afirma en una nota de prensa. El país se enfrenta a un problema invisible que no responde a los tiempos de la agenda política y que afecta a nueve millones de habitantes, ya sea porque viven o porque trabajan sobre suelo pantanoso, principalmente en las regiones del centro del país, entre ellas las del Randstad. Mientras el Gobierno destinará este año un total de 9.500 millones de euros en gastos de infraestructura y gestión del agua (waterschap), sobre todo para el llamado Plan Delta, la atención a este problema sigue siendo indirecta y la concienciación social inexistente, tal y como denuncian los cuatro expertos entrevistados por Gaceta Holandesa.
A pesar del desconocimiento social, cada vez son más los científicos e ingenieros que en colaboración con ayuntamientos y cooperativas agrícolas, intentan atajar el problema para que sus efectos no pillen por sorpresa. Gilles Erkens es uno de ellos, geólogo y experto en hundimiento del suelo en Deltares, el instituto líder en investigación en todo lo relacionado con la gestión del agua en Holanda: “Se puede decir que nos hemos dormido en los laureles. Todo el mundo sabía que el suelo se hundía pero no nos hemos preocupado por recoger datos ni por obtener información precisa. Y cuando el problema da la cara en la ciudad, por ejemplo con el desgaste del alcantarillado, el ayuntamiento lo asume como un gasto de mantenimiento cuando en realidad es un daño estructural provocado por este problema, ya que estas tuberías podrían haber durado treinta años más si no hubiesen sufrido los efectos del hundimiento del suelo”. Para ayudarnos a despertar del letargo, un grupo de científicos, expertos y empresarios presentaron el pasado mes de noviembre el primer mapa de Holanda que muestra el hundimiento del suelo. A través de las imágenes obtenidas por vía satélite y en combinación con otros datos, el mapa muestra el ritmo real al que se está hundiendo el país, y diferencia entre las causas profundas de este descenso, como la extracción de gas, y las que acontecen más cerca de la superficie, como la sequedad del terreno en zonas arcillosas y pantanosas del oeste del país durante los últimos veranos más calurosos. El director de esta iniciativa es Ramon Hanssen, quien no se muerde la lengua al habar de la relevancia de compartir esta información con todo el mundo: “el problema es tan grande que los ciudadanos tendremos que pagar para solucionarlo, y por eso nos parece importante que todos dispongan de estos datos que muestran el alcance de algo que nos afectará a todos y votar así a los partidos políticos que estén dispuestos a invertir en ello”.

Holanda desde el cielo, con las delgadas canalizaciones de agua que sirven para irrigar los cultivos. Foto: Pixabay
Vacas a dieta o cultivos alternativos
En su granja cerca de Ámsterdam, Richard Korrel produce leche de un centenar de vacas, un trabajo que aprendió de su padre, quien a su vez lo hizo del suyo. Él es la tercera generación de una familia de agricultores y granjeros que lleva este oficio en las venas. Desde hace 12 años, el terreno que destina al pasto, de 60 hectáreas, recibe el agua de un drenaje subterráneo que decidió instalar para distribuir mejor la que le llega a su zanja correspondiente y que forma parte de la red de canalización de agua que controlan los waterschap o gestores públicos del agua. A vista de pájaro, estas zanjas son los hilos de agua que cuidadosamente encuadran los prados verdes holandeses y que se crearon hace casi mil años cuando la agricultura empezó a desarrollarse. Volviendo a Richard, al distribuir el agua de forma controlada y homogénea gracias a esta red de tuberías porosas, el suelo ha dejado de secarse en el centro de su terreno cuando hace calor “y hemos logrado tener pasto todo el tiempo, incluso en la época seca del año pasado; el suelo no se hunde tanto y no emitimos tanto Co2 a la atmósfera” explica. Y es que la liberación de gases de efecto invernadero es otra de las consecuencias de bombear agua subterránea y secar el terreno.
Los agricultores holandeses lo tienen complicado para adaptarse a los nuevos tiempos. A las nuevas premisas para encarar el cambio climático y la protección de los animales se suma la amenaza de un suelo que les reta y que les obliga a buscar soluciones alternativas en los próximos años. Mientras unos pueden decidir adaptar sus cultivos a un terreno encharcado, plantando desde arándanos a arroz salvaje, otros buscan la manera más eficiente de utilizar el agua que les corresponde, para que el suelo no esté ni demasiado húmedo, ni demasiado seco, implementando medidas como la del drenaje subterráneo. “El problema solo se resolverá si se trata caso por caso: por cada hectárea de tierra en Holanda se mediría el nivel de agua subterránea que se debe tener según el tipo de cultivo y el uso que se haga de la tierra. Un trabajo individual y a medida, como un puzle, nada parecido a lo que hay ahora” explica Gilles Erkens.
Además de bombear agua del subsuelo, otra de las razones que explica el ritmo al que el terreno se va hundiendo es la presión que se ejerce encima. Mientras la maquinaria pesada hace su parte, el peso de las vacas holandesas, de raza Holstein-Friesan, aportan 600 kilos de media cada una, algo nada deleznable si se tiene en cuenta que, en las zonas más húmedas, no hay más de medio metro de suelo firme. Las vacas de Richard pastan una media de 13 horas al día y se alimentan de la hierba tradicional, por lo que debe asegurarse de que la tierra no esté embarrada para que puedan caminar. “Las vacas holandesas pesan mucho para el terreno sobre el que pastan. Nosotros estamos experimentando con otra raza más ligera, las Jersey inglesas, que aunque dan menos cantidad de leche, la suya es de muy buena calidad, perfecta para hacer la espuma de los capuccinos” explica Erik Jansen. Pero Richard tiene claro que no introducirá nuevas razas: seguirá cuidando de sus vacas manchadas que tanto protagonizan el paisaje holandés y se adaptará controlando el agua, no cambiando de negocio. Los Países Bajos es el segundo exportador del mundo de productos agrícolas y entre ellos, los lácteos se sitúan en segundo lugar, según cifras del Centro Nacional de Estadística (CBS). Aunque el consumo nacional de leche sigue bajando, Holanda continúa siendo un país amante de los productos lácteos. Para mantener estos niveles de producción, Erik Jansen asegura que las soluciones son “menos vacas por hectárea, y una agricultura más intensiva que combine el ganado vacuno con los cultivos húmedos, usando una parte como alimento de su ganado y otra para la venta. En Friesland las vacas pasan más tiempo dentro de los establos y eso no tiene por qué ser malo. Además, el precio de la leche tendrá que subir”. De su experiencia como granjero, Richard no comparte esta opinión y defiende que su sector lleva años haciendo un gran esfuerzo por aumentar las horas que las vacas pastan fuera y ahora no tendría sentido ir marcha atrás y volver a meterlas en el establo: “el consumidor prefiere leche de vacas que han pastado al aire libre y nosotros también porque están más sanas, y verlas fuera tranquilamente, es una imagen muy bonita. Con el calor que ha hecho los últimos años también conviene que pasten más tiempo al aire libre”.
- Cada día, el ganado vacuno sale a pastar una media de 13 horas en Holanda. Foto: Pixabay
- Foto antigua de mediados del siglo XX, con las icónicas vacas lecheras de Friesland. Foto: Catawiki
Cuando la ciudad desciende
Aunque Gouda se hunda, al igual que el centro de Leiden o de Ámsterdam, nadie lo nota. Sólo cuando toca arreglar el jardín trasero más de uno se percata de que hace falta colocar un escalón entre el césped y la puerta de casa. Esos escasos centímetros son el resultado de un constante pero lento proceso que para ciudades como la perla del Groene Hart, han supuesto un hundimiento de entre cuatro y seis metros desde el siglo XVII. Porque si bien la ciudad desciende a un ritmo de tres o cuatro milímetros al año, sus habitantes llevan siglos “rellenando” el hueco que se produce entre el suelo y las construcciones con arena o arcilla, un material que pesa mucho, y que provoca que el terreno natural se hunda todavía más. “Aunque uno no se dé cuenta al pasear por Gouda porque se han ido poniendo capas y capas de arena y arcilla sobre el terreno original, toda la ciudad se ha hundido paulatinamente desde que se creó” explica Frans van de Ven, catedrático adjunto de Gestión Urbana del Agua en la universidad de Delft y líder del equipo de Deltares que lleva analizando la situación en Gouda desde 2016. “El hundimiento no se puede parar pero podemos evitar que descienda tan rápido, por ejemplo, cambiando los sistemas de control del agua” detalla. Desde Deltares abogan por mejorar el sistema de alcantarillado, que data de 1880, y el sistema de drenaje del agua subterránea, para controlar mejor el nivel del agua y que no esté ni muy alto ni muy bajo. “En Gouda hay 400 viviendas sobre pilares de madera que deben permanecer bajo el agua, así que esta no puede bajar demasiado”, asegura. Mientras desde la ciudad apuestan por subir el nivel del agua del subsuelo, en el campo necesitan hacer lo contrario para que sus pastos no se embarren. Y la cuestión se complica cuando se incluye en el problema a los barrios de las afueras de ciudades como Utrecht o Gouda, construidos en los años cincuenta y sesenta. Cimentadas sobre pilares de hormigón, estas viviendas se asientan sobre terreno pantanoso que no para de descender, por lo que si no se hace nada, en unas décadas quedarán con sus “bajos” al descubierto. “En estos barrios el suelo sigue bajando y las casas no, lo cual conlleva problemas estructurales y riesgos como el de tener la instalación eléctrica al aire, y esto es muy peligroso. Actualmente en Holanda hay 400.000 casas afectadas, bien porque sus cimientos están en mal estado por ser muy antiguas o porque se encuentran en un terreno especialmente sensible al hundimiento” concluye Gilles Erkens.

Ilustración que muestra el descenso del terreno natural en un lugar determinado de Gouda. En colores, los distintos materiales, desde hierba hasta arcilla, que se han utilizado siglo tras siglo para mantener el nivel de la ciudad. © Deltares
En aquellas viviendas en las que esta diferencia entre el suelo de la casa y el del exterior sea muy visible, ambos científicos aconsejan no subir el nivel del suelo echando arena sino utilizando otros materiales más ligeros, “como la ceniza volcánica, que es muy porosa, los gránulos de arcilla o el poliestereno expandido” explica Frans. Este último procede del pétroleo y es la espuma rígida y resistente de las bandejas con las que se suelen envasar los productos frescos del supermercado: un material idóneo para evitar que el suelo se hunda pero controvertido por el impacto medioambiental de su producción.
En el mundo, otras ciudades se han hundido a un ritmo mucho más rápido, como Tokio, que ha descendido hasta cuatro metros en las últimas décadas como consecuencia de extraer el agua subterránea para su uso; o Yakarta, la llamada “sinking city” que más rápido se está hundiendo . Si no se toman medidas drásticas se prevé que, para 2050, la mayor parte de la ciudad quede sumergida bajo el agua. En todos estos casos se trata de ciudades costeras y construidas sobre terreno húmedo, muy distinto de lo que ocurre en Holanda. “En nuestro país, la zona que precisamente se hunde menos es la costa, porque su suelo está formado de arena, menos sensible al movimiento que la arcilla” detalla Gilles. En el caso de Gouda, Leiden y otras ciudades del centro del país, la amenaza que aparece cuando la ciudad desciende es el nivel del mar. En un país que cuenta con un cuarto de su territorio bajo el nivel del mar, y un 90 por ciento en la zona más poblada, si el suelo desciende y el mar no lo hace, el riesgo de inundación se multiplica. Según el portavoz de un estudio publicado el año pasado por la asociación histórica Die Goude, “El centro de Gouda se hunde y el clima está cambiando. Ambas circunstancias aumentan el riesgo de inundación en los próximos cinco a diez años: si no reaccionamos ahora, en medio siglo un tercio de la ciudad se quedará bajo el agua varias veces al año”.

Vivienda en la que la entrada principal se encuentra varios centímetros por encima del suelo de la calle. Foto: slappebodem.nl
Países Bajos, sí, pero no demasiado
El paisaje holandés, al igual que sus centenarias ciudades, han cambiado poco en los últimos siglos. Si bien la agricultura se ha intensificado, la población ha crecido y la industria ha tomado terreno, la idiosincrasia de un país construido sobre un delta deja poco margen de reinvención. El agua sigue siendo gestionada por los waterschappen, autoridades regionales con más de ocho siglos de historia que controlan el nivel de ésta en los pólderes, canales y zanjas al igual que la red de diques y otras infraestructuras para protegernos del mar. Nadie cuestiona los impuestos destinados a financiar estas tareas porque de ellos depende que Holanda perdure. Aún así, según Ramon Hanssen “estamos ante un grave problema que requiere una mayor atención del Gobierno” porque “aunque desde fuera Holanda pueda parecer un ejemplo de cómo organizarse para controlar el agua, desde dentro no es así. Han sido necesarios siglos para sensibilizar a la población acerca del riesgo de que un dique pueda romperse y para tomar las decisiones adecuadas que permiten controlar la situación sin que nos percatemos”. Y es que todas las medidas mencionadas requieren una gran inversión, desde los 3.000 euros que cuesta instalar un drenaje en cada parcela de pasto hasta los millones de euros que habría que destinar a preparar las ciudades y mientras, “resolver los daños causados por el descenso del suelo le cuesta a cada ciudadano que vive sobre suelo húmedo una media de 250 euros al año” asegura Gilles Erkens de Deltares.
A pesar de este panorama poco halagüeño, todos los entrevistados se muestran optimistas porque confían en que, con la inversión necesaria, los datos que aportarán estas nuevas tecnologías permitirán actuar de forma precisa y rápida. Entre tanto, todavía hace falta poner en marcha un sistema que permita medir el movimiento del suelo desde debajo de la tierra, algo que desde Deltares proponen como medida esencial y urgente. Y si como se ha visto, no parece que exista una solución que beneficie a todos por igual, “los políticos deberán ser valientes y tomar decisiones difíciles, como se hizo en Tokio, que no gusten a todos. Pero esta es la única manera” confiesa Gilles Erkens. Mientras, iniciativas como el primer mapa sobre el hundimiento del suelo pueden ayudar a concienciar a la sociedad acerca de este problema invisible. Con la tragedia de 1953 en la memoria, cuando el mar se adentró en Holanda y acabó con la vida de más de 1.800 personas, los holandeses no dudan en sumar esfuerzos para luchar contra esta amenaza, sin darse cuenta de que otra menos visible empieza a alertar de que es hora de actuar .“Quizás es el momento de ponerle fin a un sistema que ha funcionado 800 años, que ya es bastante” afirma Erik Jansen, desde una de las granjas que salpican el campo holandés, verde, llano y …seco. Por ahora.
Holanda es un ejemplo de calidad de vida para los ciudadanos de Sudamèrica, Argentina en particular, nosotros tenemos que lograr que se proteja la naturaleza, el suelo fèrtil, la desertificaciòn avanza ante la ignorancia de muchos habitantes que se despreocupan por los alimentos agroecològicos que necesitaràn para subsistir, La soja transgènica y sus agregados agrotòxicos estàn matando cientos de ciudadanos y enfermando a miles, pero los sojeros ganan fortunas con cada cosecha y ocultan estos hechos a la opiniòn `pùblica