Las monarquías actuales poco tienen que ver con esos reyes guerreros de ambición desmesurada que aparecen en la estupenda novela de Mathias Enard, Habladles de batallas, de reyes y elefantes. Hoy en día, la supervivencia de la mayoría de los soberanos reinantes depende, en gran medida, de su capacidad de adaptación y sintonía con el pueblo y las instituciones democráticas que lo representan. Un delicado equilibrio para algunas casas reales, pero que en Holanda se salda con éxito y sin demasiadas complicaciones.

Holanda es uno de los países europeos donde la monarquía tiene mayor arraigo y está mejor valorada. Casi todo lo relacionado con la familia real genera interés y son pocas las situaciones que la hagan tambalearse. La noticia de que el rey Guillermo llevaba más de veinte años pilotando vuelos comerciales de KLM, sin que el pasaje tuviera la más remota idea, en lugar de generar polémica, contribuyó a dotar de mayor carisma a un rey de por sí ya bastante popular. El único punto que originó cierta discusión en relación con este tema, fue cuando algunos medios sugirieron que la elección de un Boeing como nuevo avión del gobierno holandés, en lugar de un Airbus –que era el modelo más barato–, se hizo para permitir que el rey pudiera pilotarlo.

Lo cierto es que la Casa de Orange goza de buena salud y parece haber descubierto la fórmula para reinar en una sociedad moderna e igualitaria, en la que, a pocos días de que se cumpla el primer lustro de su reinado, Guillermo de Holanda ha conseguido imprimir su propia personalidad a la Corona, si bien en algunos aspectos su figura se va equiparando cada vez más a la de un alto funcionario. La reforma legislativa recientemente aprobada por el Congreso, por la que se reduce la pena máxima por insultar al rey –pasará de cinco años a cuatro meses de cárcel–, es un ejemplo claro de esta evolución. Aunque la mayoría de los holandeses está de acuerdo con esta medida, sigue siendo muy difícil encontrar a un republicano combativo en Holanda.​

Sea por tradición, folclore, o lealtad a la Corona, por estas fechas, los escaparates de todo el país se llenan de parafernalia Orange: camisetas, bolsos, sombreros…, avanzadilla de la marea naranja que invadirá las calles el 27 de abril, Día del Rey. Una fiesta en la que la familia real muestra su lado más cercano y divertido, y en la que el rey Guillermo contará como siempre con el apoyo de Máxima, la reina consorte, cuya naturalidad y simpatía conquistó a los holandeses desde el día de su presentación oficial.

La popularidad de la Casa Real holandesa contrasta con las vicisitudes de la monarquía española, convaleciente todavía de los estragos del “huracán” Letizia. Cuando una pequeña discusión familiar a la puerta de una iglesia es capaz de sacudir los cimientos de una institución, por reciente que esta sea, dice mucho de la misma y de las estructuras sobre las que se asienta. Y es que para ser rey, hoy en día, además del compromiso con la ciudadanía, se requiere un alto nivel de profesionalidad y coherencia, especialmente si el medio es hostil. Cazar elefantes ya no se lleva, ni siquiera entre la realeza.