Un siglo separa la muerte de Mata Hari, la que fuera considerada en su día una de las mujeres más atractivas de Europa, de la decisión de HEMA de convertir su sección infantil en unisex. Una medida que parcialmente responde a la petición, a través de Facebook, de una niña holandesa –harta de llevar prendas de color rosa con corazoncitos– y que debería contribuir a la eliminación de prejuicios y estereotipos sexuales. Prejuicios que en el caso de Mata Hari podrían haber sido determinantes para su detención y posterior ejecución.

Mata Hari, cuyo verdadero nombre era Margaretha Zelle, nació en Leeuwarden, una ciudad del norte de los Países Bajos, muy alejada de las brillantes luces de París o del exotismo de las danzas javanesas que inspiraron las actuaciones que la hicieron famosa. El recorrido de una chica de provincias hasta convertirse en mito erótico del siglo XX  tiene mucho que ver con el azar y la mala fortuna, y es precisamente este ángulo personal el elegido por el Fries Museum para la exposición que le dedica y que forma parte de la agenda ofrecida por su ciudad natal, que este año ostenta la capitalidad europea de la cultura.

La combinación de erotismo y espionaje internacional hicieron de Mata Hari un personaje fascinante que sigue despertando interés, en parte también por ese fantástico legado fotográfico que abarca desde las imágenes de la bailarina exótica de principios de siglo, hasta la mujer madura que se enfrentó a un pelotón de fusilamiento sin bajar la mirada. Tras haber leído diversos artículos –incluido el reportaje aparecido en National Geographic History recientemente– y la novela de Paulo Cohelo, La Espía, me inclino a pensar que el verdadero crimen de Mata Hari no fue su supuesta colaboración con el servicio secreto alemán, sino atreverse a romper con los convencionalismos y vivir de su belleza y sex appeal, sin pedir disculpas.

En una época en la que las mujeres tenían muy pocos derechos, la femme fatale que viajaba sola por el mundo, hablaba cinco idiomas y se relacionaba con las altas esferas, acabaría atrapada fatalmente en las redes de contraespionaje que surcaban la Europa de la Primera Guerra Mundial.

Imagen de Mata Hari, una de las que se exponen en la exposición del Fries Museum en Leeuwarden

Si cien años más tarde Margaretha pudiera darse un paseo por las terrazas de Leiden –ciudad en la que estudió–, uno de esos días en los que el sol calienta y parece que todo se detiene, seguramente contemplaría encantada la libertad de la que gozamos actualmente las mujeres. Sin embargo, pese a la equiparación de derechos a nivel jurídico, todavía existen en nuestra sociedad muchos debates abiertos y la decisión de HEMA parece responder precisamente a uno de estos procesos.

Al leer el titular sobre la iniciativa de HEMA, la primera imagen que me vino a la mente fue una sección infantil más bien tristona en tonos grises, marrones o verdosos. Después de darme una vuelta por una de sus tiendas, he podido comprobar que, a pesar de la notable presencia de colores mortecinos, el rosa aún tiene su rincón y el cambio más evidente se centra en el etiquetado: en general ya no distingue entre niño y niña, lo que en teoría debería hacer la ropa más accesible a ambos sexos con independencia del color o el modelo. Pero quizás lo más relevante sea la eliminación de los textos sexistas de la ropa infantil. Desterrar esos mensajes estereotipados, que se cuelan inadvertidamente en nuestro subconsciente e inducen a las niñas a ser “personitas adorables” o “monas”, mientras que animan a los niños a ser aventureros o “genios”, tiene más importancia de la que a veces le damos. Para Mata Hari los avances han llegado tarde, a los demás nos corresponde ahora consolidarlos y procurar que se hagan extensibles a otros países donde las mujeres aún son ciudadanos de segunda.