Basada en su propia experiencia y en los abusos de los que fue testigo durante las casi dos décadas que pasó en las Indias Orientales neerlandesas (actual Indonesia), Max Havelaar ha sido alabada tanto por su riqueza literaria como por su enorme impacto social, ya que abrió los ojos de la burguesía de la metrópoli ante las injusticias que se cometían en la lejana colonia asiática, en nombre de su majestad, Guillermo III.

La contundente denuncia recogida en las páginas de esta atípica novela llevó a Dekker a publicarla bajo seudónimo, pero no le impidió decir lo que pensaba. El nombre literario que adoptaría desde entonces, Multatuli, del latín “todo lo que he tenido que soportar”, dice mucho sobre su vida y los personajes y acontecimientos que la rodearon.

‘El pequeño Walter’

Douwes Dekker creció entre los canales del viejo Ámsterdam, cuando la ciudad en la que había nacido el 2 de marzo de 1820 dejaba atrás el periodo de dominio napoleónico. Los recuerdos de esa estricta infancia -era el cuarto hijo del matrimonio de religión menonita formado por un capitán de la marina mercante y una joven del norte de los Países Bajos- han quedado plasmados en su segunda obra más conocida: ‘Las aventuras del pequeño Walter’ (‘De geschiedenis van Woutertje Pieterse’), publicada por entregas.

Vivienda en la qu nació y creció Multatuli en Ámsterdam, antes de convertirse en museo. © Het Nationaal Archief
Douwes Dekker, Multatuli. © Het Nationaal Archief

Aunque la trama se desarrolla en el siglo XVIII, este libro, que ha dado nombre a un prestigioso premio de literatura juvenil, nos da muchas pistas sobre la infancia y el carácter de Multatuli. Walter, como Eduard, era un niño idealista y sensible. Sus aventuras en el barrio del Jordaan de Ámsterdam sirvieron al autor para poner en evidencia la estrechez de miras de una sociedad opresiva, que obstaculizaba el desarrollo intelectual y personal de los jóvenes. El derecho a una educación libre de dogmas, tanto para hombres como para mujeres, será otro de los caballos de batalla de Multatuli.

El 23 de septiembre de 1838, Dekker se despidió de su infancia burguesa y de los cielos plomizos del norte de Europa para embarcarse como marinero accidental en el Dorothea, la fragata capitaneada por su padre -en la que su hermano Jan era timonel-, rumbo a Batavia, la actual Yakarta. Tres meses y medio después empezaría su complicado periplo como funcionario colonial.

Tropenjaren, los años de Max Havelaar

En neerlandés, el aforismo tropenjaren (años tropicales) sigue siendo sinónimo de años difíciles. Y es que, en aquellas tierras volcánicas, sacudidas por los monzones y plagadas de animales salvajes y enfermedades, la vida del colono europeo tendía a acortarse, y los años trabajados contaban por dos a efectos de la jubilación.

Dekker encontró trabajo enseguida en la Administración colonial holandesa, pero también incurrió en sus primeras deudas de juego y desarrolló el hábito de zanjar discusiones batiéndose en duelo. Batavia era una ciudad insalubre y llena de tentaciones para un muchacho de apenas diecinueve años, que tenía poca afinidad con las tareas administrativas y la contabilidad. Algunos errores en ese campo minarían su credibilidad más tarde, cuando tuvo que dar explicaciones por el déficit de caja de la oficina de Natal (Sumatra). Un episodio cuya estela le perseguiría el resto de su carrera.

Dibujo del paisaje de Lebak, realizado durante la época colonial. © Het Nationaal Archief

No obstante, conseguiría ascender hasta ocupar el puesto de Asistente Residente en Lebak. Un cargo de responsabilidad en una zona poco floreciente de Java, de la que los nativos huían por el hambre y la violencia, que el regente local empleaba con la connivencia del Residente holandés: el superior de Dekker. Las continuas denuncias de Dekker, contra las prácticas corruptas de sus colegas y los abusos del régimen, lo convertirían en un individuo peligroso para una organización que se negaba a cambiar. Dekker acabó por dimitir y pagaría un alto coste por ello: perdió el derecho a su pensión de jubilación. En 1857 regresó a Europa definitivamente. Una etapa que tampoco estaría exenta de sobresaltos.

Lo vivido en las Indias Orientales le marcaría profundamente e inspiraría su libro más célebre: “Max Havelaar o Las subastas de café de la Compañía Neerlandesa de Comercio”. Escrita en un tiempo récord (alrededor de cuatro semanas), desde el cuartucho de un modesto hotel de Bruselas, en esta novela de estructura peculiar el café es un mero pretexto para captar la atención del pequeño burgués; y a veces cuesta distinguir entre realidad y ficción. Dos tramas paralelas permiten al autor denunciar el abuso colonial y rehabilitar su buen nombre (aclara el episodio de Natal y da cuenta de lo acontecido en Lebak). Contiene también teatro, poesía y el famoso relato de Saiyah y Adinda. Una especie de Romeo y Julieta de la literatura neerlandesa (menos el conflicto familiar), en el que la pareja protagonista sucumbe, víctima tanto del reyezuelo local como de la bayoneta holandesa.

El peso de su mensaje, pero también el estilo y modernidad del libro, lo convirtieron en un superventas en Europa, por mucho que su primer editor, Jacob van Lennep, se esforzara en que fuese una obra minoritaria, con un precio prohibitivo y la censura de determinados pasajes. Se publicó por primera vez en 1860 y desde entonces ha sido traducida a cuarenta idiomas. La primera edición en español se haría de rogar, es de 1975.

Las continuas denuncias de Dekker, contra las prácticas corruptas de sus colegas y los abusos del régimen, lo convertirían en un individuo peligroso para una organización que se negaba a cambiar.

Multatuli llegaría a ver cinco ediciones de su gran obra publicada, pero el éxito literario no puso fin a sus apuros financieros, una constante en su vida, ni le evitó las críticas. Sus avanzadas ideas y los flecos de su carácter proporcionaron abundante munición a sus detractores. Y pese a que le dolía, asumió la crítica como inevitable, ya que como solía decir “el buscador de perlas no teme al fango”.

Un saco de contradicciones que amaba a las mujeres

El gran hombre que contribuyó a cambiar el pensamiento de la Europa colonial era también un simple mortal, repleto de contradicciones. Sirva de ejemplo un pasaje de la descripción que Multatuli hace de Max, su alter ego: “cortante como un estilete y suave como una niña, era siempre el primero en sentir la herida causada por sus propias palabras a veces corrosivas que le dolían más que a sus víctimas.”

Su relación personal con las mujeres merece mención aparte. Su primer amor conocido fue una joven nativa de la que guardaría un mechón de pelo durante gran parte de su vida. Luego, Caroline Versteegh, hija de un rico mercader holandés, le rompería el corazón. Por ella se hizo bautizar en la fe católica, pese a que ya iba camino de ser un ateo convencido. Everdina, baronesa de Wijnbergen (la Tina de Max Havelaar), sería la encargada de recomponerlo. Se casaron en 1846 y tuvieron dos hijos: Edu, que, como ella, quedaría inmortalizado en la novela, y Nonni. Ese amor, del que dejaron constancia en su abultada correspondencia, no sobrevivió al acoso de los acreedores ni al evidente interés de Eduard por otras mujeres. Algo que este nunca le ocultó. Entre sus numerosas amantes se encuentra Mimi Hamminck Schepel, con la que la pareja llegó a convivir en la misma casa en La Haya. Edu, que siempre le recriminó a su padre que los hubiera condenado a depender de la caridad de familiares y amigos, hablaría de ese período como un tiempo doloroso y confuso. El experimento no duraría mucho: Edwina se fue con los niños y Dekker continuaría su convivencia con Mimi, quien se convertiría en su esposa a la muerte de Edwina. Además de su pareja, Mimi fue una gran defensora de la obra de Multatuli y principal impulsora de la publicación de “El pequeño Walter” como novela independiente -una vez fallecido el escritor-, así como de la publicación de una selección de las muchas cartas que escribió en su vida.

Escultura de Multatuli en el Singel de Ámsterdam. © Ayuntamiento de Ámsterdam
Un don Quijote del siglo XIX

Multatuli fue sobre todo un librepensador comprometido con prácticamente todas la causas justas que se cruzaban en su camino. Tan capaz de dar voz a los oprimidos como de procurar un día inolvidable a todos los huérfanos de Ámsterdam, o de comprar a un caballo para evitar que lo siguieran moliendo a palos.

Muy avanzado para su época, este don Quijote del siglo XIX llevaba mal las alabanzas a su prosa. Su objetivo principal era sacudir las conciencias dormidas de comerciantes acomodados, cambiar una sociedad injusta, fomentar el pensamiento crítico. Para ello utilizó todos los recursos creativos a su alcance. Después de Max Havelaar, vendría su ’Minnebrieven’ (‘Cartas de amor’) donde se atreve incluso a defender la emancipación de las mujeres. Entre 1862 y 1877 publicó ensayos, artículos, relatos, novela (‘Las aventuras del pequeño Walter’), teatro (‘La escuela de Príncipes’). Una prolífica obra de tinte filosófico que agruparía en siete volúmenes titulados conjuntamente ‘Ideas’.

En esta última etapa europea hizo alguna incursión en la política, pero se ganó la vida principalmente con la pluma y como conferenciante, para lo que tenía grandes dotes. Al parecer su lengua era tan afilada como su pluma. Un personaje polémico y controvertido en su país natal, Multatuli pasaría sus últimos años como corresponsal en Alemania, donde moriría el 19 de febrero de 1887, en Ingelheim am Rhein, a causa del asma que le había aquejado gran parte de su vida.

Se han escrito literalmente ríos de tinta sobre Multatuli y su obra. Su última biografía (de Dik van der Meulen) apareció en 2020 y tiene casi mil páginas.

El principal legado de Mulatuli, que nos invita a ser críticos y pensar por nosotros mismos, sigue más vigente que nunca dos siglos después de su nacimiento. Dos museos, uno en Ámsterdam, en su casa natal y otro en Rangkasbitung (región de Lebak), en la residencia en la que vivió “Max Havelaar”, se encargan de difundirlo. Al igual que los centros de enseñanza de los Países Bajos, los libros (propios y ajenos), las películas, los documentales o esa marca de café que lleva el nombre de su personaje más famoso y se ha convertido en emblema del Comercio Justo.