Se podría decir que la vida de Marsel van Oosten discurre al revés que la del resto de la gente. Hace una década decidió abandonar su carrera como publicista emprendedor y desde entonces, vive viajando con su mujer y fotografiando la naturaleza y los paisajes más salvajes del mundo. Sin residencia fija en su país, Holanda, donde apenas pasa un mes al año, van Oosten se dedica a explorar lugares únicos y a mostrarlos a los fotógrafos aficionados que pueden costear uno de sus exclusivos viajes de fotografía. El año pasado ganó el premio a la Fotografía de Naturaleza del año, el galardón más prestigioso de su categoría que cada año concede el museo de Historia Natural de Londres. Los responsables: una pareja de monos dorados del sur de China, una especie amenazada por la pérdida de su hábitat natural. Gaceta Holandesa charla con él en un café de La Haya, uno de los pocos días en los que recala en Holanda tras volver de Sudáfrica y antes de partir para Japón.
¿Qué le hizo dedicarse a la fotografía?
Cuando terminé mis estudios estuve trabajando en publicidad, haciendo anuncios de todo tipo. Y al cabo de diez años me cansé de esta forma de comunicación, porque tiene mucho de falso. Así que decidí montar mi propio estudio de publicidad y centrar mi trabajo en hacer anuncios de oenegés y otros organismos dedicados a la conservación ambiental. Disfruté mucho porque sentía que estábamos contribuyendo a mejorar el mundo, fueron tres años buenos. Pero para entonces yo ya había empezado a apasionarme por la fotografía, y después de un viaje a Tanzania decidí que o cambiaba de trabajo en ese momento o si esperaba ya sería demasiado tarde. Y así fue como empezamos con Squiver, nuestra empresa actual.
Y ahora organiza viajes de fotografía y pasa más tiempo viajando que en Holanda, ¿ya tiene cerrados sus tours para los próximos años?
Sí, claro. Y ya sé donde iré en 2023: mi mujer y yo acabamos de planear el año completo. Es necesario porque muchos de los lugares son remotos y el tiempo para realizar las mejores fotografías es limitado, quizás un mes al año. Por ejemplo, los osos polares crían y las hembras dan a luz a sus bebés en marzo, en el norte de Canadá, y ese es sin duda el mejor momento para fotografiarlos. Pero yo no soy el único fotógrafo de naturaleza así que tengo que asegurarme de que tenemos la reserva del transporte hecha y todo garantizado para poder ir con nuestro grupo: así evitamos decepciones de última hora. Soy muy holandés en eso (ríe).
Pero en fotografía de naturaleza la decepción es inevitable, aunque lo tengan todo tan bien organizado, la mejor foto puede no llegar…
Así es, en mi trabajo estoy muy acostumbrado a la decepción. Los animales nunca colaboran, nunca te escuchan ni te siguen. Muy a menudo estamos en un lugar maravilloso con la luz perfecta pero el animal no aparece, o si lo hace, se pone a mirar en la otra dirección. Siempre hay algo que va mal. Precisamente por eso, porque hay tantas cosas que pueden torcerse, nos centramos en garantizar que aquello que podemos controlar, sí funcione bien. El momento del año en el que se viaja es uno de estos condicionantes. Y para tener un mayor control, sólo organizamos un viaje fotográfico a un lugar después de haberlo visitado nosotros solos. Es lo que llamamos “scouting”: vamos en busca de destinos nuevos, algo que nos suele llevar mucho tiempo porque organizamos absolutamente todo. La gente paga mucho dinero por hacer estos viajes con nosotros y por eso intentamos siempre minimizar el tiempo de viaje y maximizar el tiempo de fotografía. Y es en estos primeros viajes en los que yo suelo dedicar tiempo a hacer mis fotos, porque durante el tour estoy para asistir a los clientes y para enseñarles.

Marsel van Oosten, en nu momento de la entrevista. Foto: Nacho Calonge
Dos tercios de sus clientes repiten, es un porcentaje muy alto teniendo en cuenta los precios (entre 5.200 y 11.200 euros por persona) ¿qué perfil tienen?
Empezamos hace doce años y esta fidelidad es el resultado de muchos años de intentar hacerlo lo mejor posible: la mayor parte de los que vienen se quedan muy satisfechos y se corre la voz. Dos tercios de nuestros clientes son hombres y vienen de todas partes, aunque la mayoría proceden de países anglófonos, como Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Australia… y un 20 por ciento son de Holanda. Algunos de Suiza, Alemania, Bélgica, y hemos tenido tres de España. El 90 por ciento de nuestros clientes son mayores de 50 años. Y esto es comprensible porque el viaje es muy caro, pero también demuestra que este hobby requiere una inversión y mucho tiempo para practicarlo, algo que la gente más joven no suele tener.
Usted le pide a todos ellos que no compartan la localización del lugar donde fotografían, ¿lo cumplen?
Sí, todos ellos lo respetan. Pueden compartirlas sin problema pero lo que les pedimos es que no desvelen el lugar exacto, con las coordenadas de GPS. Mi mujer y yo invertimos mucho tiempo buscando lugares nuevos, que no se han fotografiado antes, (y todavía quedan muchos) y hay tres razones por las que somos tajantes en esto: en primer lugar, porque queremos mantener estos lugares tan salvajes como son ahora; en segundo lugar porque este es nuestro medio de vida, y si todo el mundo supiera donde hacer la foto, ya no tendría sentido que les lleváramos nosotros; y en tercer lugar, por nuestros clientes, como una forma de asegurarles que la foto que toman es casi única. Hace dos años fuimos a Irán, y encontramos muchos lugares increíbles para fotografiar el paisaje, en este caso no era un viaje de naturaleza. Usando imágenes por vía satélite fuimos descubriendo estos espacios nuevos de los que apenas existen imágenes en internet, ya sea porque los extranjeros tienen miedo de viajar allí o porque los iraníes no las comparten tanto. Después llevamos a nuestros tours allí y les pedimos que quitaran de sus cámaras la información de localización que aparece en la foto. Y por ahora es algo que logramos controlar. Es un grupo muy reducido de gente.
¿Hay algún lugar en el mundo al que le gustaría hacer algún viaje fotográfico pero no puede por las circunstancias actuales del país?
Sí, muchos, y me atrevo a decir que cada vez son más los lugares a los que no se puede ir. En el norte de África hay zonas del desierto espectacularmente bonitas, en Algeria, Libia, Chad, y en las que hemos estado hace años pero ahora son demasiado peligrosas por la actividad terrorista. También es más complicado fotografiar libremente por la competencia: cada vez hay más fotógrafos de naturaleza y ahora la fotografía se ha democratizado. Cuando empecé hace décadas éramos muchos menos los que tirábamos fotos en analógico. Desde el 2000 se ha convertido en una afición mucho más accesible y el que quiera puede aprender a hacer una buena foto muy rápidamente.

Van Oosten, fotografiando en el desierto iraní. © Marsel Van Oosten
Cuanto más se democratiza la fotografía, ¿más se devalúa?
Antes de que llegara la fotografía digital, los fotógrafos profesionales podían vivir de vender sus copias, algo que ya no pasa hoy en día. Además, no había tantos que se dedicaran a esto. Viajar también es mucho más fácil ahora y con el boom de las redes sociales la gente quiere viajar más, para hacerse fotos y mostrarles a todos donde ha estado y lo interesante que es su vida. Y así se produce una cadena interminable de turistas que compiten por la mejor imagen en el mismo sitio. Como resultado, esto lugares tan emblemáticos se llenan de gente que van sólo para la foto. Lo veo en cada país al que viajo: la mayor parte de los turistas no están enamorados del lugar que visitan sino obsesionados con salir en la foto. Es horrible, y es todo culpa de las redes sociales. La vida se convierte en una competición, es todo superficial, no hay ningún afán por explorar el lugar que se visita.
¿Cree usted que Instagram ha cambiado nuestros gustos acerca de la fotografía?
Totalmente. Las fotos con los colores más vivos, los contrastes más exagerados, suelen ser las que más “likes” reciben, así que el gusto se acaba modificando y acabamos pensando que así es como debe ser una foto bonita. Instagram está cambiando la forma en la que la gente hace fotos. De las que yo suelo colgar en la red, ya sé más o menos las que van a gustar más. Una de mis preferidas, la de unas granjas de algas marinas en China, no tiene color y es más abstracta que otras: esa no tiene tanta aceptación como otras que cuelgo.

Palillos flotantes en una granja de algas marinas en China. © Marsel van Oosten
¿Puede darnos un ejemplo de un lugar que haya perdido su autenticidad en pocos años?
Mañana nos vamos a Japón, un destino al que llevamos yendo desde 2006. Aquel año fuimos durante una semana a fotografiar a los monos de Nagano en pleno invierno, mientras se bañaban en las aguas termales. Cuando fuimos nosotros apenas había gente, y la foto que hice se compartió mucho en las redes, tanto que un famoso actor la publicó como suya. Hace un par de años todo cambió y ahora está lleno de turistas. Ya no vamos allí. Y otros lugares han sufrido el mismo efecto. Islandia es otro ejemplo. Cuando fuimos en invierno hace diez años estábamos solos, todos los hoteles totalmente vacíos. Cuatro años más tarde, el gobierno islandés decidió promocionar el país como un atractivo turístico sobre todo para los países asiáticos y ya no es lo mismo. También dejamos de ir.
Ustedes van en breve a fotografiar osos polares cerca de una isla noruega y con una simple búsqueda en Google, me aparecieron 25 expediciones distintas. Tampoco están solos en este viaje…
Bueno es diferente. A los osos polares no los fotografiamos en la isla sino sobre el hielo, en el mar. Alquilamos un barco pequeño para 12 personas y navegamos hacia el norte, hasta que llegamos al hielo. El área es tan enorme que incluso si tienes 25 barcos no verás ninguno en toda la travesía. Esta oferta no es un problema.

Imagen de los monos en Nagano (Japón) que el actor Ashton Kutcher compartió en las redes sociales con su firma. © Marsel van Oosten
Y respecto de la protección de estos hábitats, ¿busca sensibilizar a la gente con sus fotos?
Suelo decir que me siento más un artista que un conservacionista, porque mi misión principal es la de fotografiar lo que para mí son momentos de gran belleza. Pero por supuesto que ambas identidades van unidas y de una manera idealista me gustaría que mis fotos favorecieran la protección de los hábitats y de las especies. Otros compañeros míos están mucho más involucrados que yo en este discurso, en mi caso, el lado artístico pesa más. Lo que sí creo es que la concienciación sobre algo sólo tiene éxito cuando se logra llegar a mucha gente. Y con imágenes como la premiada de los monos dorados (una especie amenazada por la pérdida de su hábitat natural) espero, indirectamente, dar a conocer esta especie y que más personas conozcan su historia. Pero al mismo tiempo me preocupa que por culpa de esta foto el lugar se llene de fotógrafos en breve.
¿Es optimista acerca de nuestro planeta?
No, en absoluto, soy totalmente realista cuando digo que si algo nos demuestra la historia es que el ser humano siempre reacciona tarde. Las cosas primero se tienen que poner muy feas para que las cambiemos. Y con la naturaleza, con el clima, pasa lo mismo. Los seres humanos somo egoístas y cortos de miras. Cuando viajo y veo cómo está el mundo, incluso en los países más concienciados como el mío, es fácil ver que lo que se hace no es suficiente. Y puede sonar a tópico, pero todo se reduce al dinero.
¿Existe un código ético en la fotografía de naturaleza, por ejemplo, en el abuso de Photoshop?
Es un tema interesante porque en el caso del fotoperiodismo, es evidente que el fotógrafo debe mostrar la realidad tal y como es, porque su foto es el testimonio gráfico de ese momento. También para la investigación científica o forense, la imagen no se puede retocar nada. En mi especialidad esto no es así. Las fotos de naturaleza son una expresión artística, una interpretación de la realidad, y por eso no siento la obligación de ser fiel a lo que veo. Para mí no hay ninguna diferencia entre fotografiar un animal o una persona, es lo mismo. Un artista que hace un retrato en un estudio puede manipularlo posteriormente lo que quiera hasta que la imagen se ajuste a lo que con ella él quiere transmitir. Quizás porque estudié en la escuela de Arte y Diseño, mi aproximación a la fotografía se basa en la idea de que todo es posible, esa es la esencia del arte.
No obstante, para concursos como el del Museo de Historia Natural (por el que ganó el premio a la fotografía de naturaleza del año 2018), las reglas son muy estrictas acerca de lo que se puede y no se puede tocar en una foto. Sólo valen los ajustes que se hayan hecho con la cámara a la hora de hacer la foto pero no se acepta ninguna manipulación posterior. Piden la imagen original y un grupo de expertos analiza la foto minuciosamente gracias a un software que puede detectar si algo se ha añadido o quitado en la imagen. Así que para estos casos soy muy consciente de que debo ajustarme a la imagen original. Pero cuando es para mí, no veo ningún inconveniente en alterar la foto. Porque si en el mismo instante en el que hago la foto una hoja cae sobre el pelo del animal, y en mi opinión es algo que distrae, que no aporta nada, ¿por qué no quitarla? No siento que esté cambiando la realidad para nada, porque un segundo antes esa hoja no estaba allí.

The Golden Couple, fotografía premiada con el premio Wildlife Photo of the Year en 2018. © Marsel van Oosten
Usted trabajó para National Geographic, hablamos de periodismo de naturaleza, ¿cómo son las reglas en este caso?
Al igual que para los concursos, son extremadamente estrictos con que no se toque nada. Me pedían mis archivos originales y también querían ver la versión que yo había hecho del original para comprobar que tenían el primero. Después ellos las procesaban para su impresión. Pero solo quieren imágenes que se ajusten a la realidad todo lo posible, para mostrar la escena tal y como ocurrió, en un estilo muy documental. Y yo no soy en ningún caso un fotógrafo documental. Por eso después de un tiempo con ellos decidí dejarlo, sentía que estas normas tan estrictas limitaban demasiado mi trabajo. Yo busco más la belleza de una imagen, su sentido puramente estético.
La foto del año, Golden Couple, ¿cómo la hizo?
Para hacer la foto usé flash, porque la luz que había en ese momento no me gustaba. Estos monos viven en un espeso bosque en China que a mí personalmente no me atrae para fotografiar, porque es tan denso que distrae la mirada. Así que estuve pensando bastante en la manera en la que podría hacerles la foto y que esta resultara como yo quiero. Con el flash logré oscurecer el fondo y que ellos aparecieran con una iluminación muy especial, nada que ver con la luz que había ese día allí. Eso fue todo lo que hice, lo demás, la composición de la imagen, es exacta a la realidad. Y debo decir con sinceridad que cuando me llevé el premio fue una sorpresa total. Porque para mí esta imagen está muy lejos de ser perfecta. Cuando la envié me dije, “inténtalo y ya está”. Pero esta experiencia me ha enseñado que quizás soy demasiado exigente conmigo mismo, porque si esta foto, que para mí no es suficiente, gana un premio así, entonces el problema lo tengo yo, no la foto.
¿Qué ha cambiado en su trabajo después de ganar este premio?
De repente fue una locura desde el punto de vista mediático y como no lo había previsto y suelo dejar poco tiempo entre viaje y viaje, debía encajar todo eso en muy pocos días. Fue demasiado. Mucha más gente ahora conocerá mi trabajo y está bien, pero desde el punto de vista de mi empresa, no he notado ningún cambio. Y debo decir que cuando esta foto de los monos se llevó el premio pensé que el viaje a China de este año se llenaría más rápidamente, pero para mi sorpresa no ha sido así. Todavía quedan plazas disponibles, muy extraño (ríe). Así que algo así no cambia ni mi forma de vida ni mi estilo de hacer fotografía de naturaleza. Vivo de hacer tours y no de vender fotos. Es una pena pero los fotógrafos de hoy no podemos vivir de las fotos que hacemos. Así que todo sigue igual que antes.