Soy de las que piensan que migrar siempre aporta una perspectiva nueva desde la que mirar tu propia cultura y otras. Como ya he escrito en artículos anteriores, migrar nos posiciona en un lugar privilegiado desde el punto de vista de la oportunidad que nos brinda para hacernos conscientes de cómo nuestra cultura influye o ha influido en nosotros. Además, como migrantes podemos observar y hacernos críticos con la cultura y las costumbres del país al que nos mudamos.

En un país como Países Bajos, es muy común trabajar en un equipo multicultural, con compañeros que proceden de distintos países y cuyo bagaje cultural también se trae a la empresa. O por el contrario puede ocurrir que casi todos tus colegas sean holandeses. Ya se comparta espacio o no -el coronavirus ha hecho que el espacio se agrande y los límites se diluyan- nos comunicamos día a día dentro de equipos diversos en los que nuestra capacidad para ser flexibles se pone a prueba. Hay una constante extrañeza, una sensación de no tener las herramientas adecuadas cuando recibimos respuestas u observamos comportamientos que, por ser culturalmente desconocidos para nosotros, nos dejan sin palabras.  

Sin embargo, me gusta observar esta extrañeza, esta sensación de estar fuera de algo, como una llamada de atención de nuestra mente. Primero, nos permite detectar qué conducta es la que nos ha generado ese sentimiento. Y segundo, ser conscientes de él puede despertar en nosotros la curiosidad por aprender esas particularidades comunicativas que cada cultura tiene. Este segundo paso es opcional, y sin embargo es lo que nos permite pasar de sentirnos víctimas incomprendidas en medio de una cultura desconocida, a personas con curiosidad por aprender qué hay detrás de los malentendidos del día a día. Ya sabemos que el diablo se esconde en los detalles, y en las sutilezas de la comunicación podemos vernos en el barco de Caronte si tomamos cada error de comunicación de forma personal.

Uno de los ejemplos más utilizados en el ámbito holandés por parte de personas no neerlandesas es, puesto en palabras de varios de mis pacientes «lo directos que son», «que no piensan dos veces lo que dicen» o «que no tienen filtro». He podido observar cómo muchas personas migrantes se han sentido profundamente ofendidas por opiniones, expresiones o simples preguntas de algunos neerlandeses. Al principio, cuando llevaba pocos meses viviendo en Países Bajos, no sabía por qué personas hispanohablantes – en este caso específicamente de España- nos echábamos las manos a la cabeza por este hecho. Al fin y al cabo, pensaba yo, nosotros también venimos de un país bastante directo.

Los usos comunicativos varían entre países

Con el tiempo me fui dando cuenta de que el problema estaba en cómo entendemos de forma distinta lo que es «ser directo» en España, Países Bajos, India, China o Perú, por nombrar sólo algunos ejemplos. Es decir, cada habilidad comunicativa se entiende y se practica de forma distinta en distintas culturas. Esto puede dar lugar a malentendidos cuando no a problemas u ofensas graves. Me di cuenta de que necesitamos ser conscientes de esas diferencias. Pero no sólo eso. Tenemos la responsabilidad, por ambas partes, de aprehender esas diferencias para poder nombrarlas, definirlas y aceptarlas en la medida de lo posible.

Fue cuando comencé a trabajar en intervenciones de grupo en la universidad neerlandesa cuando fui consciente de la gran responsabilidad que tenía entre manos al impartir cursos en los que había más de diez nacionalidades distintas. Son grupos en los que, durante dos horas, hay interacciones bidireccionales constantes, y en los que el intercambio también se produce entre los miembros del grupo. Una de las primeras cosas que aprendí fue que debía asegurarme de que entendía bien el nombre de los participantes y de que al menos intentaba pronunciarlo bien. Es decir, acostumbrada como estaba a los nombres que llevaba escuchando toda mi vida, me encontraba ahora con otros que no sólo no había escuchado jamás, sino que difícilmente podía pronunciar y mucho menos recordar para siguientes sesiones. A la tercera vez que me ocurrió confundir el nombre de una persona o pronunciarlo de forma totalmente incorrecta – con el consecuente sonrojo por mi parte- me aseguré de acordarme de este aspecto en adelante.

Fue este asombro ante las diferencias, esta incomodidad que sentía de vez en cuando, la que me hizo interesarme por aprender a comunicarme de forma más eficiente entre culturas. Aprendiendo generalidades que, si bien son sólo eso, al menos pueden funcionar de guía. Di entonces con el valioso libro de Erin Meyer, consultora de negocios internacionales, llamado The Culture Map (El Mapa Cultural). Erin Meyer es una gran experta en comunicación intercultural en el mundo de la empresa, donde el número de nacionalidades que deben trabajar juntas aumenta sin freno.

Culturas de bajo y de alto contexto

Uno de los aspectos más interesantes del libro, y que me abrió los ojos, fue la diferencia entre las culturas de bajo y de alto contexto. Probablemente se conoce más el nombre en inglés de este proceso: culturas low context y high context. En las primeras, según explica Meyer en su libro, se comparte muy poco contexto entre las personas pertenecientes a esa cultura, hay pocos marcos comunes de referencia y poco conocimiento implícito que una al emisor y al receptor. Por lo tanto, todo lo dicho tiene que ser preciso, expresado con todas las palabras, de forma clara y explícita. Países Bajos se encuentra entre los cinco primeros países de más bajo contexto. De ahí – es mi hipótesis- esa necesidad de ser directos que entre ellos entienden muy bien, pero que a los que venimos de una cultura de más alto contexto, como la española, y de algunos países de América Latina (Argentina o México, por ejemplo), nos resulta excesiva.

La diferencia entre culturas de bajo y alto contexto la aprendí – la sigo aprendiendo- a través de mi propia experiencia. Por ejemplo, construyendo un texto en neerlandés con mi profesora, escribí una frase acerca de la importancia del apoyo psicológico «sobre todo en los tiempos que corren». Ante mi asombro, mi profesora inquirió: «¿a qué te refieres con los tiempos que corren?». Yo creía que era obvio que me refería a la situación del coronavirus. Sólo cuando le especifiqué a lo que me refería, entendió mi frase. Este es un ejemplo de cómo dar los aspectos comunicativos por hecho nos puede llevar a equívocos. Ella, neerlandesa, proviene de una cultura de bajo contexto en la que no se lee entre líneas, en la que no hay apenas significados compartidos. Por lo tanto, necesitaba que yo fuese clara y no utilizase sobreentendidos. Yo provengo de una cultura de alto contexto, la española, en la que hablar entre líneas no supone una barrera entre dos personas. Sabemos intuir lo que otra persona española dice porque compartimos referencias. Error, pues los holandeses, como ya he señalado, necesitan información clara y completa.

Sólo siendo conscientes de estas diferencias e intentando explicar nuestras experiencias teniendo en cuenta los distintos marcos culturales que hay entre nuestros países y Países Bajos podremos construir sólidos puentes comunicativos.

Lectura recomendada:

Meyer, E. (2016). The culture map (INTL ED): Decoding how people think, lead, and get things done across cultures. PublicAffairs.