Karsu, un pueblo al este de Turquía, se encuentra a apenas unos kilómetros de la frontera con Siria. Esta es la primera seña de identidad de la cantante y compositora de jazz Karsu Dönmez, nacida en Ámsterdam hace 26 años. Premiada el pasado 24 de junio con el reconocido Edison del Público por su último álbum, Colors, su talento la convierte en una de las promesas del jazz holandés. Orgullosa de su doble identidad, se siente afortunada de poder componer jazz porque “es un género musical que me da la libertad que necesito, la misma que mi padre buscó al salir de Turquía como refugiado político”. Karsu representa la historia de éxito de una chica «alóctona», diferente al resto, a la que un día la vida le cambió mientras tocaba el piano en el restaurante de cocina turca de sus padres.
Su familia es turca y usted ha nacido y se has criado en Ámsterdam. ¿De dónde se siente?
Buena pregunta. Siempre digo que soy de ambas nacionalidades, porque además legalmente soy tan turca como holandesa. Mis raíces son turcas, mi aspecto es turco y descubrí que lo llevaba en las venas cuando pude bailar la danza del vientre sin practicarlo antes. Pero soy tan directa en el trato como cualquier chica holandesa y me gustan las cosas bien organizadas. Digamos que mi lado más emocional, más del corazón, es turco. Por eso, por ejemplo, ¡no puedo evitar apoyar a Turquía en el fútbol! Pero realmente me siento de las dos nacionalidades. Intento tomar lo mejor de cada identidad: para mi trabajo aprecio la forma de hacer las cosas de aquí donde, aunque te vaya muy bien, tienes que seguir trabajando y tener los pies en la tierra y de Turquía me gusta mucho la calidez de la gente, lo bien que me acogen cada vez que voy. Son culturas muy distintas. La importancia de la comida, de sentarse alrededor de una mesa, eso es algo que en casa siempre estaba presente. Pero desde pequeña me inculcaron las dos porque mi madre llegó aquí cuando tenía ocho años y nos crio como niñas holandesas, sin miramientos: si había que ir en bici bajo la lluvia se iba, por mucho que mi padre no lo entendiera.
Cómo recuerda su infancia, ¿se sentía muy distinta de los demás niños?
Las dos mejores amigas que tengo, una es de Gana y otra es de padres de Ecuador y de Chile, además de amigos kurdos, afganos, iraníes, bosnios, hijos de refugiados que vinieron aquí hace años. Y salimos por ahí juntos y nuestros problemas son los mismos a pesar de que las culturas de nuestras familias son muy diferentes. Cuando yo era pequeña creo que no había este sentimiento de ser de fuera como hay ahora. Nosotros veíamos la televisión en holandés, íbamos al cole en bici y mis padres nos criaron con la determinación holandesa, eran pequeñas cosas del día a día que nos hacían ser totalmente de aquí. Yo nunca me sentí discriminada, quizás mi rareza era que tenía rizos oscuros y que tocaba música clásica, pero mis orígenes nunca me hicieron sentir diferente. De hecho, esas raíces me han venido bien en la música porque puedo mezclar ritmos turcos con jazz o cantar en diferentes lenguas y eso a la gente le gusta más.
Canta en turco y en inglés pero nunca en neerlandés, ¿por qué?
El neerlandés es un idioma demasiado directo, me gusta mucho escucharlo en otras canciones pero no me sale componer en ella a pesar de ser mi primera lengua. El inglés es la segunda y me resulta más fácil para componer como yo quiero, además hace que mis canciones sean más internacionales. Según dice la gente, cuando canto en turco sueno distinto, lo siento como algo muy íntimo. Me gusta componer jazz en turco porque no es muy habitual, y en ocasiones adapto canciones turcas a mis ritmos, sin que pierdan su esencia, y me parece que suenan realmente bien. Además, en Turquía la gente prefiere escucharte cantar en su idioma, el neerlandés está descartado y en inglés no funcionaría tan bien.
¿Qué fue lo que cambió su vida y le permitió convertirse en músico?
Yo solía tocar música al piano en el restaurante que tenían mis padres aquí. Con 15 años toqué en un evento de la embajada americana en un hotel de Ámsterdam y ellos me animaron a pedir una beca para participar en un programa de promoción de jóvenes músicos. Me la concedieron y con esa beca estudié música coral en Estados Unidos. Mis profesores de alli fueron los que lo organizaron para que tocara en el Carnegie Hall de Nueva York. Desde que canté allí con 16 años todo cambió: salió publicado en el periódico de Ámsterdam, Het Parool, y después me invitaron al programa de televisión De Wereld Draait Door. Eso fue un boom. El presentador dio el nombre del restaurante y al día siguiente ¡había cola para entrar! Desde entonces he estado formándome, grabé mi primer disco y ya no he parado de tocar por todo el mundo, sobre todo en Turquía. Mis padres son los managers y el restaurante se lo ha quedado mi primo. Nunca imaginé que llegaría a ser músico y que todo iría tan bien pero ahora me encanta y disfruto mucho de los viajes y de todo lo que aprendo sobre los distintos países a los que vamos. No quiero más ni menos: así, tal y como va mi carrera ahora, es perfecto.
El público le ha votado a través de las redes y gracias a ellos ha logrado un premio Edison, el galardón más antiguo de Holanda. ¿Cree que sin las redes sociales ya no hay promoción artística?
Yo nací con la explosión de las redes sociales y me he criado con ellas. Así que me cuesta imaginar cómo pudo ser para los artistas de generaciones anteriores el darse a conocer, sin duda lo tuvieron más difícil. Hoy en día los artistas somos nuestros propios promotores, tenemos contacto directo con la audiencia y eso es muy valioso. Pero sin los conciertos, sin el directo, el artista no es nadie. Eso no ha cambiado. Si tienes talento o no, al final eso se ve ahí. La gente se acerca a escucharte, a experimentar tu música de una forma más intensa y que eso les emocione o no sólo tiene que ver con el talento. Live es la experiencia real. En otros casos como el show de televisión de La Voz, las redes sociales hacen que todo vaya muy rápido y que de un día para otro un chaval que ayer cantaba en la ducha hoy lo haga en el escenario frente a miles de personas. Es como un globo. Pero si ese globo está hecho de parches explotará a la primera.

A la izquierda, Karsu el pasado viernes al recoger su premio Edison en el teatro Luxor de Róterdam. ©Joke Schot. A la derecha, videoclip del single Monday, de su nuevo álbum Colors.
Es embajadora de MasterPeace, que fomenta la paz a través de la música y ha compuesto la canción Raise Our Hands en apoyo a los refugiados sirios, además de pasar días en la estación de tren de Ámsterdam con la organización Refugees Welcome Amsterdam para asistir a los que llegaban, ¿qué opina de la actuación de Holanda y Turquía en esta crisis?
Lo único en lo que pienso es en la gente que ha pasado por todo eso. Tengo amigos en Ámsterdam que son refugiados sirios y a los que ahora las cosas les están yendo bien. Porque aunque sea crítica con el Gobierno, la realidad es que en la calle la mayor parte de las personas han querido ayudar. Siempre hay un par que hace comentarios desagradables pero no son la mayoría. La gente aquí se ha portado muy bien con los refugiados. Sé por mi padre que los holandeses es gente acogedora y yo respeto mucho su dedicación y la cantidad de voluntarios que tienden su mano. En el pueblo de mis padres en Turquía, todo ha cambiado radicalmente con la llegada de miles de sirios. Y yo puedo entender que la gente se queje de que de un día para otro no encuentran sus verduras en el mercado o no se habla su lengua en su pueblo, debe de ser muy difícil no tener miedo y aceptarlo. Pero todo es cuestión de tiempo. También para los que llegan aquí. A veces les cuento la historia de mi padre quien llegó aquí con 20 años, sin hablar la lengua, pero formó su familia, estudió en la universidad y emprendió varios negocios que le fueron bien. Aunque las circunstancias que le llevaron a irse no fueron tan dramáticas, para él era más complicado porque estaba sólo, aquí no había las organizaciones ni las comunidades de inmigrantes que existen ahora.
Es usted muy joven con una carrera prometedora por delante. ¿Qué le pide a la vida?
Comer, viajar, visitar otros lugares y por supuesto cantar es lo que más me gusta. Así que no puedo imaginar un trabajo mejor que éste. Puede ser muy cansado porque no paramos durante meses: hace poco, en dos semanas tuvimos que coger nueve aviones. Pero no puedo quejarme. A partir de ahora intentaremos planear los conciertos en primavera y verano para poder trabajar en mi nuevo álbum durante el resto del año. En el futuro me gustaría mantener los pies en la tierra y seguir disfrutando como ahora de todo esto, sin más. Eso también me lo enseñaron mis padres.
Karsu tocará próximamente en el North Sea Jazz Club y dentro del programa Robeco Summernights del Concertgebouw de Ámsterdam. Más información en www.karsu.nl

La cantante en varios momentos de la entrevista. En el centro, fachada del restaurante Kilim, que perteneció a su padre y donde Karsu comenzó su carrera artística ©Fernández Solla Fotografie