Esta semana el Centro Nacional de Estadística (CBS) ha publicado los datos demográficos de Holanda donde destaca el factor de la inmigración en el crecimiento constante del número de habitantes. Si bien los países hispanohablantes no se encuentran entre los primeros en número de inmigrantes, las cifras oficiales de todos ellos suman un total de 357.000 personas, de los cuales, más de dos tercios proceden de España. Estudiantes que vienen a realizar un posgrado, profesionales cualificados o parejas de holandeses que eligen los Países Bajos para vivir, las cifras encierran cientos de miles de historias, todas ellas con el denominador común de una integración que en ocasiones no ha sido fácil. En este reportaje sobre la inmigración hispanohablante en Holanda, Gaceta Holandesa ha preferido que sean cuatro inmigrantes los que hilvanen la historia, todos ellos buenos ejemplos de lo que vivieron varias generaciones de expatriados, desde los años sesenta hasta hoy.

Una colombiana entre dos mundos

Pilar Jiménez Galindo es profesora de estudios Latinoamericanos en la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad de Leiden, en La Haya. Cofundadora de la Asociación de Profesionales Colombianos en Holanda (APC), esta colombiana de 36 años llegó a Holanda en 2009 para realizar un posgrado y, tras conocer a su pareja holandesa, decidieron quedarse en Leiden donde viven con sus dos hijas. Pilar ejemplifica la inmigración de profesionales cualificados que caracteriza a la población hispanohablante de hoy, un grupo que llega a Holanda con grandes expectativas laborales y a los que el Gobierno se lo pone cada vez más difícil. Colombia es, después de España, el país que cuenta con el mayor número de inmigrantes, alrededor de 16.600.

¿Cómo fueron sus comienzos en Holanda?

Vine a Holanda a estudiar un máster en la Universidad de Leiden y conocí al que hoy es mi pareja. La visa de estudiante que tenía la pude extender un año más aunque en seguida empezaron los problemas. Mi novio tiene su propio negocio y al no poder presentar un contrato fijo, tardaron hasta dos años en darme el permiso de residencia como pareja de él. Durante ese tiempo no podía salir de Holanda, no podía trabajar, y para demostrar que éramos pareja nos pidieron desde fotos íntimas hasta el contacto de nuestras familias. Fue muy duro. Fuimos a juicio y finalmente salió bien. De este proceso aprendimos que la residencia hay que pelearla y que el proceso está pensado así para que sólo se quede el que insista, el que apele porque de verdad tiene una razón para quedarse. Ahora estoy muy bien, trabajo en un entorno multicultural y llevamos una vida familiar y tranquila en Leiden.

Vive entre dos mundos, el internacional de su trabajo y el más local con su familia holandesa, ¿qué le aporta cada uno?

En el trabajo la mayoría son extranjeros, no me siento diferente. Además, el interés por Latinoamérica es muy grande: de los 300 alumnos de nuestro curso, 200 eligieron el año pasado especializarse en mi región. Y aunque todas las clases se imparten en inglés, los alumnos que deciden estudiar sobre Latinoamérica deben demostrar que hablan español.

En casa es diferente. Mezclamos el holandés con el inglés y ahora con las niñas cada vez hablamos más en holandés. Pero el idioma no lo es todo, porque aunque mi marido habla español, cuando vamos a Colombia yo le tengo que “traducir” situaciones que él no entiende y que forman parte de nuestra cultura. Por ejemplo, a él le cuesta entender que no cumplamos los horarios y que hablemos todos a la vez cuando conversamos, no puede seguirnos (ríe).

 

«Aunque para mis hijas, todo lo que les rodea es holandés, utilizan el español para comunicar su afecto: cuando piden un abrazo o un beso, lo hacen en español»

 

¿En qué aspectos de su vida en común notan más las diferencias culturales?

Al criar hijos, nuestros valores y costumbres se ponen a prueba y muchas veces se contraponen. Para mí, por ejemplo, es antinatural dejar llorar a mi hija cuando quiero que se duerma. Los holandeses son más relajados para eso y consideran que no pasa nada porque los bebés pasen tiempo a solas. Yo voy corriendo a buscarla para consolarla. Aunque no lo creas, estos pequeños detalles son difíciles de negociar. Como la comida. Y el choque cultural también pone a prueba a nuestros padres, que deben aceptar cosas que nunca habrían imaginado. Yo vengo de una familia muy católica y a mi padre le costó aceptar que no nos casáramos y que no les inculcáramos la religión a nuestros hijos. Pero hemos tenido mucha suerte: sin el apoyo de nuestras familias estoy segura de que nuestra relación no habría salido adelante.

¿Qué es aquello a lo que todavía no ha logrado acostumbrarse?

La comida, sin duda. Y lo intento una y otra vez, pero no hay manera. No logro adaptarme a los hábitos de comer, a que la comida más importante sea por la noche, por ejemplo. Y tampoco consigo acostumbrarme a la fruta de aquí. Hay variedad pero no es igual. Pero este es un problema mío porque mis hijas no lo notan en absoluto. Ellas son muy holandesas y yo he decidido no pelear contra ello. Así son muy felices.

Pilar en su casa, durante la entrevista. A la derecha detalles de la vida en dos idiomas y con viajes habituales a Colombia. © Alicia Fernández Solla

Un viaje que empezó en los sesenta

Para Balbino Cuervo, español de 69 años, Holanda es la tierra donde ha pasado la mayor parte de su vida. Llegó a Amersfoort en 1970, siguiendo a una joven enfermera holandesa que había conocido en Suiza, donde emigraron sus padres a comienzos de los sesenta. Presidente de la Federación de Asociaciones de Emigrantes Españoles en Holanda (FAEEH) desde 2008 hasta su extinción el pasado año, Balbino sostiene que la inmigración española de hoy, si bien más preparada que la de entonces, pelea menos por mejorar sus condiciones laborales, una de las razones por las que muchos se vuelven con las promesas sin cumplir. España es el país hispanohablante con el mayor número de inmigrantes en Holanda: 283.000 según cifras oficiales, un número mucho menor, asegura Balbino, de los que residen en realidad.

Holanda fue su segunda parada, cuéntenos cómo llegó…

Mi padre trabajaba en la fábrica de explosivos Río Tinto en Asturias cuando en 1962 aceptó la oferta que le hicieron para irse. Entonces abrieron las fronteras y salieron unas ocho personas para el extranjero,  y él se fue a trabajar a Suiza. Mi madre y yo nos reunimos con él años después, cuando yo tenía 14 años. En 1970, con 21 años me vine a Holanda siguiendo a mi mujer, enfermera holandesa a la que conocí en Suiza. Tenía dos opciones: o iba al servicio militar a España o me venía para acá… y aquí seguimos. Ahora es más normal, pero entonces yo era uno de los pocos en emigrar a Holanda por su pareja, la mayor parte de los españoles se venían aquí a trabajar. Yo empecé en una empresa de mecánica en la que trabajé muchos años hasta ser responsable de producción. Y aparte de mi trabajo, siempre he estado muy vinculado a los sindicatos y a los grupos de españoles en Holanda, tanto en UGT como en el partido Socialista y cuando a partir de 1978 arrancó la Casa de España (hoy el Instituto Cervantes) con toda su actividad cultural.

La inmigración española de antes, ¿era más cohesionada que la de hoy en día?

Sí, creo que mucho más. Pero por una cuestión de necesidad. La gran mayoría de los españoles venían a Holanda a trabajar en las fábricas textiles de Twente, en los altos hornos, en Philips, eran casi analfabetos y se necesitaban unos a otros para el papeleo, para entender cómo funcionaba todo aquí. Hoy en día las redes sociales te ponen en contacto con otros que están como tú. Es muy distinto pero los problemas se parecen. La de hoy es una inmigración más individualista pero también mucho más formada. Vienen con estudios y con ganas de conocer el país y la cultura. Los de mi generación no eran así, venían con una maleta de cartón. Y cuando terminó la dictadura franquista en 1975, un tercio volvió para España y el resto nos quedamos aquí.

Las historias actuales no son siempre mejores, a Holanda llegan españoles muy formados con esperanza de encontrar trabajo y sus expectativas no se cumplen…

Es una situación completamente diferente. Antes no faltaba trabajo y nos daban ayudas para todo. Puedo decir que el Gobierno holandés era demasiado generoso y responsable con los que veníamos a trabajar. Ahora todo eso se ha acabado y es cierto que gente muy formada llega aquí con contratos temporales y en condiciones muy malas. Al sindicato de inmigrantes del sur de Europa (LIZE) llegaron un grupo de enfermeras hace unos años a las que les habían prometido un trabajo que luego no era como decían. Pero lo que no entiendo de los profesionales de hoy es por qué no se unen para protestar por esto. Nosotros lo hacíamos.

«Los españoles venían aquí a trabajar y a ahorrar. Si salían iban al bar de la Casa de España donde podían tomar un café por poco dinero y tenían charla para rato»

Usted se ha jubilado y no ha vuelto a España, como le habrá pasado a muchos otros ¿por qué?

La generación de mi padre y los que tienen diez años más que yo volvieron casi todos a España. Habían comprado su pisito y estaban deseando irse para allá. Pero entre los de mi edad, muchos de nosotros hemos preferido quedarnos para estar cerca de los nietos. Un hombre de mi edad, que ya es abuelo como yo, lo puede tener todo listo para irse…que entonces llega su mujer y le dice que no se va, que no quiere alejarse de los nietos. Y como en nuestro caso la segunda generación se ha quedado, pues nosotros después de jubilarnos también. Por estar cerca de la familia. Pero después de decir esto también te aseguro que si mi mujer fallece antes que yo, yo no quiero pasar los últimos años aquí, eso lo tengo claro. Ya le he dicho a mi hijo que espero que me lleven a un asilo de ancianos que hay en la calle principal de Llanes, donde los ancianos se sientan al fresco mientras ven a la gente pasar. La idea de envejecer aquí solo no me gusta.

¿Cómo sobrellevaban la nostalgia en aquella época?

Echábamos de menos muchas cosas, pero había que adaptarse a lo que había aquí. Teníamos un supermercado español en el casco viejo de Bruselas al que íbamos de vez en cuando y cargábamos un par de coches con alubias, lentejas, jamón, chorizo… Otros productos llegaban de estraperlo, botellas de anís, y otras cosas que hoy encuentras en el Albert Heijn sin problemas. Ha cambiado muchísimo. Y también nos afectaba la falta de relación social. Muchos españoles apenas salían por ahí después del trabajo. Conozco gente de mi generación que después de pasar cuarenta años no conocía ni un tercio de Holanda. Porque no salían ni se relacionaban. Venían aquí a trabajar y no se permitían gastar ni un duro.

Después de tantos años, ¿qué es lo que echa de menos de la cultura española?

Creo que el salir a la calle y comunicarte con la gente. O mejor dicho, la posibilidad de poder entablar una conversación fácilmente. Tengo muchos amigos holandeses y son muy buena gente pero con el resto, la comunicación no fluye. Si entro a un supermercado en España, me puede pasar que al mínimo comentario inicio una conversación con el señor que está en la cola. Pero eso aquí no pasa. O yo no me atrevo. Sencillamente no surge. Es algo difícil de explicar pero eso es lo que echo de menos. Y de la cultura holandesa, todavía me sigue costando aceptar lo superiores que se sienten, sobre todo los más marginados, que se ven por encima del resto.

En el extremo izquierdo: tren especial con destino a Irún para que emigrantes españoles pasaran la navidad en casa. 1968 ©Nationaal Archief A su derecha, José P.C., hijo de emigrante español, en su escuela de primaria en 1963. © Peike Reintjens, Nationaal Archief En el centro, residencia El Prado, en Eindhoven, para trabajadores de Philips. Abierta entre 1966 y 1980. © Archivo Philips A la derecha, Balbino Cuervo en un momento de la entrevista en la biblioteca del Instituto Cervantes de Utrecht. © Alicia Fernández Solla

Argentinos de sangre holandesa

La historia de Antonio Attema, de 57 años, y de María Zandstra, de 47, sería imposible de contar sin un pasaporte en la mano. Porque su vida es un relato de ida y vuelta: hijo y nieta de holandeses frisios que se exiliaron a Argentina después de la Segunda Guerra Mundial, ambos decidieron volver al país de sus antepasados en la edad adulta, tras criarse en una comunidad holandesa de la localidad de Tres Arroyos. De religión protestante y amantes del mate, los dos se consideran de ambos países y de ninguno a la vez. Viven en Aalten, al este del país, junto a otras decenas de argentinos con apellido y aspecto holandés que, como ellos, se negaron a aceptar el sino de sus abuelos que decían haber quemado los barcos tras ellos.

¿Cómo comienza la historia de la comunidad holandesa en Tres Arroyos?

Antonio: Mis abuelos por parte de padre y madre se exiliaron a Buenos Aires después de la guerra. El de mi madre trabajó como jardinero y los de mi padre fueron cuidadores y trabajaban en el campo. En Tres Arroyos se fundó una colonia de gente de campo, que venían de Friesland y de Zeeland, después de que se rompiera el dique en el 53. Los frisios era gente de la Holanda rural y como había mucho trabajo en nuestra región, unos atrajeron a otros. Pero eran muy cerrados: tenían su propio colegio, su iglesia, e incluso su periódico en frisón que llegaba en barco. Sus hijos, nosotros, íbamos al colegio holandés de Tres Arroyos pero no podíamos asistir a las clases de neerlandés porque se impartían por la tarde cuando todos los chavales teníamos que trabajar en el campo. El colegio estaba obligado a dar holandés porque recibía el subsidio del Gobierno pero muchos de nosotros no podíamos asistir.

María: Antonio es la segunda generación pero yo soy la tercera, y en mi caso ya no era tan habitual encontrar argentinos de origen holandés casándose entre ellos. Yo sí me casé con otro nieto de holandeses, y por eso mantuvimos los lazos. La madre de mi esposo tenía 16 años cuando llegó con sus padres y sus seis hermanos a la Argentina y no eran frisios, sino de Gelderland, donde está Aalten. Ahí empezaron los lazos con este lugar donde vivimos hoy.

¿Y cómo fueron sus primeros años en Holanda?

María: para mí fueron muy malos. Mi marido y yo vinimos para acá en 1995 y en 1997 tuvimos que volver porque enfermé de tristeza, de melancolía. Yo me encontraba muy sola en casa, con mis dos hijos y sin entender el idioma. Visitaba a mi abuela, ella sí hablaba holandés, pero yo sentía que este no era mi sitio. Años después volvimos a la Argentina y la vuelta tampoco funcionó. La había idealizado demasiado. Y ocurrió que en el 2000 estalló la crisis del corralito. Acababa de terminar mi formación como maestra y no encontraba trabajo, justo en el momento en el que se nos presentó la ocasión de volver a Aalten. Y así lo hicimos.

Antonio: Al llegar aquí me llamaba la atención que en Aalten la gente hablaba un holandés muy distinto. Hablan un dialecto, el plat, típico del Achterhoek ¡Y yo me había criado escuchando frisón! Soy carpintero de obras y aunque encontré trabajo rápido, el principio no fue fácil. De alguna manera vinimos aquí a probar suerte y a encontrar nuestras raíces. Cuando llegamos buscamos a nuestros familiares, les visitamos y ya fue todo mejor.

«La historia se repite: mientras ya queda poco de la colonia holandesa de Tres Arroyos, aquí en Aalten, hemos construido una comunidad argentina con los descendientes de esas familias»

 

Sus vidas han estado totalmente marcadas por el término «emigrante», un ir y venir que les ha debido de dejar huella…

Antonio: Es cierto, mis abuelos salieron de aquí porque la situación estaba realmente mal pero yo les he oído decir que si hubiesen sabido las consecuencias que tenía emigrar para todos nosotros, quizás no lo hubieran hecho. Porque siempre estas entre dos tierras, y en ninguna a la vez. Aquí soy el argentino, a pesar de que por mi apellido y mi aspecto nunca lo dirías y allí en el colegio me llamaban “el holandés”. Sangre argentina no tengo, eso es verdad. El año que viene en abril hará 29 años que vivo aquí y 29 que vivo en Argentina. Y así es precisamente cómo me siento: no soy ni de aquí ni de allá.

María: Yo no podría decirte cómo me siento, no lo sé. Es muy difícil. Nacimos y crecimos en Argentina, en familias de origen holandés y al venirnos aquí me convertí en extranjera en el país de mis antepasados. He hecho mucho esfuerzo por sentirme holandesa, por sentir que aquí está mi hogar, pero lo cierto es que me presento como argentina porque así es cómo me ven los demás, a pesar de ser rubia y no tener nada de pinta de latina. También puede tener que ver que soy profesora de castellano.

¿Con qué rasgos de cada cultura se quedan?

Antonio: En Holanda todo está sistematizado, mi trabajo empieza con un timbre y no puedo distraerme. En Argentina mis amigos hacen pausas para tomar mate y no hay problema. Por eso de aquí me quedo con lo organizados que son y de Argentina con el carácter de la gente. Mi padre, que era muy holandés, me abrazó con fuerza por primera vez al despedirse, después de 29 años. Era muy frío. Mientras iba a la estación de ómnibus con la bicicleta, detrás quedaba él diciéndome adiós y yo me preguntaba, pero ¿por qué? ¿por qué ha tardado tanto en mostrarme su cariño?

María: El calor de los argentinos contrasta mucho con lo cerrados que son los holandeses. Y lo duros. Mis familiares holandeses al ir para allá decían que había quemado los barcos tras ellos. Y aunque nosotros hemos venido aquí a quedarnos, nuestro sentimiento no es igual. En Argentina queda familia a la que no podemos ver tanto como nos gustaría y eso lo sufrimos mucho. La distancia es lo más difícil.

María y Antonio con algunos recortes de prensa de su historia familiar. A la derecha, un certificado de notas del colegio holandés de Tres Arroyos e invitación a Antonio Attema para asistir a la visita que en 2006 realizó la entonces Reina Beatriz de Holanda con Máxima. © Alicia Fdez Solla

Para ampliar información sobre la situación de los hispanohablantes en Holanda, en octubre de 2016 el Instituto Holandés de Estudios Sociales (Social Plan Bureau) publicó un informe dedicado en exclusiva a los españoles que han llegado a Holanda durante y después de la reciente crisis económica.

El estudio completo puede descargarse aquí (en neerlandés).